Por antigüedad y estilo de escritura autoconsciente, debemos reconocer al poeta Luis Vidales como el fundador del minicuento en Colombia. Con su libro Suenan timbres, publicado en 1926, Vidales no sólo se puso en sintonía con los vanguardistas del continente americano, sino que instauró en Colombia una escritura heteróclita, caracterizada por la extrema brevedad, el humor, la paradoja y la ironía. Una escritura que se resistía a ser ubicada en el horizonte genérico literario de la época y que se acercaba a la sentencia, el poema, el epígrafe, el apólogo, la greguería y el chiste, entre otros.Henry González(«El minicuento en la literatura colombiana», Folios, 14. Universidad Pedagógica Nacional, 2001)
Los textos son tomados de Suenan timbres (1926)
Música de mañana
Vendrán grandes “virtuosos” de la máquina de escribir.
Serán gentes de largas melenas y de ojos melancólicos.
En las noches de luna. Sonatas. Y nocturnos. Y gigas. Vibrarán las máquinas de escribir.
Y su ritmo —bajo las estrellas— nos llenará el alma de deseos y de recuerdos.
El teléfono
El teléfono es un pulpo que cae sobre la ciudad. Sus tentáculos se enredan en las casas. Con las ventosas de los tentáculos se chupa las voces de las gentes. De noche —se alimenta de ruidos.
El crimen perfecto
Una noche soñé que había matado a una mujer. Paso los detalles. Cuando desperté leí en el periódico el relato del crimen tal y como yo lo había perpetrado. Me presenté a la policía. Se rieron de mí. Dicen que encontraron al criminal. ¡Qué va! Entonces ¿por qué me sigue remordiendo la conciencia?
El vecino de adentro
Me lo encontré en la avenida. Su identidad conmigo era, como si dijéramos, escandalosa. Le dije: “¿Quién es usted?”. Y me soltó, susurrando las sílabas: “Luis Vidales”. Le grité, angustiado: “¡No! Yo soy Luis Vidales”. Y para asombro de mi parte, me respondió con aplomo: “¿Y quién lo contradice?”. Y en verdad, no tuve nada qué argüirle.
Los vigilantes
Se hicieron íntimos. Un día, al descuido, Jhosef le dio a beber el vino maravilloso a Arthur, quien súbitamente se transformó en Jhosef. Un tiempo después, a Jhosef le ocurrió otro tanto: se convirtió en Arthur. Los dos —así— quedaron en su plata, pues ambos eran espías.
Super-ciencia
Por medio de los microscopios, los microbios observan a los sabios.
La sombra I