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domingo, 16 de febrero de 2025

387. Raúl Jiménez Muñoz - Sin manos





La abuela

   El fantasma de mi abuela se nos apareció entre el primer y el segundo plato.
   Mamá se levantó de un salto. Agarró a la abuela por una punta, y con una rápida sacudida la agitó primero y la plegó después. Planchó luego con la palma el borde y corrió a guardarla en la cómoda.
   Así era ella. Por nada del mundo iba a permitir que le arruinaran la cena de Nochebuena.


Sobra demostrarlo

   Está de sobra demostrado. La velocidad de la luz es al lado de la velocidad del miedo demasiado lenta.
   Cuando la linterna asoma bajo la cama, el monstruo está ya en el armario.
   
   
La profesora de quinto

   Me enamoré de mi profesora de quinto. Durante todo un trimestre, estuve borrándole la pizarra.
   Dejé de hacerlo en enero, cuando la encontré en el centro comercial de la mano de otro niño.
   –Es mi hijo –dijo ella.
   Pero yo nunca me tragué esa patraña.
   

Mordelón

   —Es normal —dijo el pediatra—. Le están saliendo los dientes. El pobre se alivia así. Cómprenle un mordedor.
   —¿Un mordedor? Ni que fuera un perro —dijo mi marido, cuando ya en casa le recordé la sugerencia del médico—. Lo que haremos será enseñarle. Es lo que se hace con los niños, ¿no?, enseñarles cosas. Pues bien, lo primero que va a aprender es que no se muerde.
   —Y ¿cómo piensas hacerlo? —le pregunté.
   —Bueno, ya sabes, ¡hablando! Parece que no, pero lo entiende todo perfectamente.
   Sobra decir que aquello no funcionó. Nuestro hijo continuó lanzando sus mordiscos a todos cuantos se le pusieron a tiro. En una ocasión, mordió a un niño en el parque, y cuando la madre del pequeño se acercó para pedir explicaciones, también la mordió a ella. A partir de aquello, la gente empezó a llamar a nuestro hijo el niño vampiro. Colaboró en la fama de este apodo el que nuestro bebé
tuviera una piel casi transparente, y que, en lugar de llorar y patalear al enfadarse, soltase un graznido largo y agudo, que recordaba al chillido de los murciélagos.
   Por lo demás, era un bebé completamente normal. Como todos los otros críos, volaba con cierta dificultad y, de vez en cuando, se daba un cabezazo contra la lámpara.


Un visitante considerado

   Murió un niño de clase.
   Nos dieron el día libre, encendimos velas, pusimos flores alrededor de su foto.
   Se llamaba Edu y era moreno. Tiraba bien los penaltis.
   Una noche, soñé con él. Iba con el uniforme del equipo.
   —Se me ha podrido la pierna. Ya no puedo chutar —me dijo.
   Lo comenté en clase y me castigaron una semana entera sin recreo. Me quedaba en el aula. Tomaba mi almuerzo en silencio.
   Para no traerme problemas, Edu dejó de aparecer en mis sueños. Era un chico estupendo.      
   
   
No soy yo

   Mamá nunca creyó en fantasmas. Era tan cabezota.
   Cuando después de muerta, la sorprendíamos por la casa, fingía no ser ella.
   —Que no, hijo, ¿cómo voy a ser yo? Si ya estoy bajo tierra —decía.
   Y se alejaba levitando por el pasillo.   
   

Soledad

   Al volver del trabajo, me quito los zapatos y los coloco de manera que asomen por debajo de la cortina. Tengo así, al mirarlos, la sensación de que hay alguien escondido, espiándome, y la soledad se me hace más llevadera.