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domingo, 15 de noviembre de 2020

275 - León Tolstói - A 110 años de su muerte

Textos tomados de El camino de la vida, excepto El mujik y los pepinos.



Proporción

   Los ricos disponen de quince habitaciones para tres personas y no dejan que un mendigo entre a calentarse y a pasar la noche bajo techo.
   El campesino dispone de una isba de siete metros para siete personas y con gusto deja entrar al peregrino.


Origen de la Osa Mayor

   Hace mucho tiempo, la tierra sufrió una terrible sequía: se secaron los ríos, los riachuelos, los pozos; se secaron los árboles, los matorrales y la hierba; morían de sed hombres y animales.
Una noche salió de su casa una niña con un jarrito de madera en busca de agua para su madre enferma, pero no encontraba agua por ningún lado. Rendida por el cansancio, se echó sobre la hierba y se quedó dormida. Cuando se despertó, asió el jarrito y el agua que había en él estuvo a punto de regarse: estaba lleno de agua limpia, fresca. La niña se alegró y hubiera querido bebérsela, pero pensó que no quedaría para su madre y corrió a casa. Iba tan rápido que no reparó en un perro que se le estaba cruzando y se tropezó con él; soltó el jarrito y el perro lanzó un gemido lastimero. La niña pensó que el agua se había derramado, pero el jarrito había caído de pie y el agua estaba intacta. Se echó un poco de agua en la palma de la mano y el perrito la lamió y se puso muy contento. Cuando la niña cogió de nuevo el jarrito, éste se había vuelto de plata. La niña llevó el jarro a casa y se lo dio a su madre. “Yo de todas formas voy a morir”, dijo la madre, “bebé tú”. En ese momento, el jarrito se volvió de oro. Para entonces, la niña ya no podía aguantar y cuando estaba a punto de poner en él los labios, asomó por la puerta un peregrino y pidió de beber. La niña tragó saliva y le ofreció el jarro al peregrino. De pronto, brotó del jarrito un torrente de agua limpia y fresca, y aparecieron siete enormes diamantes que comenzaron a elevarse cada vez más alto y llegaron al cielo. Allí se transformaron en las siete estrellas llamadas Osa Mayor.



El mujik y los pepinos

   Una vez, un mujik fue a robar pepinos a un huerto. Y mientras se arrastraba hacia los pepinos pensaba: “Si alcanzo a recoger un cesto entero de  pepinos, lo vendo y con ese dinero me compro una gallinita. La gallina me va a dar huevos, los va a empollar y me van a nacer muchos pollitos. Alimento bien a los pollitos, los vendo y me compro una lechoncita, la engordo y cuando sea adulta me va a parir lechones. Vendo los lechoncitos y me compro una yegüita que me va a parir potranquitos. Alimento bien a los potrancos, los vendo y compro una casa y hago una huerta. Cultivo la huerta y siembro pepinos, pero no me los voy a dejar robar. Voy a contratar guardianes, los voy a poner a cuidarme los pepinos y yo mismo, de vez en cuando, me voy a dar una vueltecita por el huerto para gritarles: “¡Eh, ustedes, vigilen con más atención!”
   El hombre se había concentrado tanto en sus cuentas, que se le olvidó del todo que estaba en un huerto ajeno y no se percató de haber gritado con toda su alma.
   Los guardianes oyeron su llamado de atención y, obedientes, se pusieron alerta, encontraron al ladrón y le dieron una buena paliza.


Paradoja

   Un hombre lleva una linterna que va iluminándole el camino. Pero jamás llega al lugar iluminado, que siempre está delante de él.


El barco

   Estamos aquí como pasajeros en un barco muy grande cuyo capitán tiene una lista que nosotros desconocemos, y que indica dónde y cuándo debe hacer que desembarque cada uno de los viajeros. Mientras no nos hacen desembarcar, lo único que podemos hacer es, observando la ley establecida en el barco, intentar pasar el tiempo que nos queda con nuestros compañeros de viaje.


En verano

   Una anciana campesina, a unas horas de su muerte:
   —Estoy contenta de morir en verano. 
   —¿Por qué? —preguntó la hija.
   —Porque en invierno es más difícil cavar la fosa que en verano.


Revelación

   Al hombre que agoniza se le revela algo en el momento de la muerte: “¡Ah, eso era!”, dice casi siempre la expresión de la cara del moribundo. Pero nosotros, los que nos quedamos, no podemos saber lo que le fue revelado. A nosotros se nos revelará después, en su momento.