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sábado, 11 de julio de 2020

266. Microficciones teatrales III

Editor invitado: Eduardo Gotthelf



Lo que se inició con la chispa de una idea, que textos tan breves como las microficciones pudieran constituirse en textos dramáticos, festeja hoy otro hito: el tercer concurso de lo que en su momento bautizamos “Microficciones Teatrales”. Este subgénero, que nació en la Patagonia, lejos de los grandes centros, está haciendo su camino en el país y el mundo. Los dos primeros concursos fueron nacionales (Argentina) pero, a propuesta de la Secretaría de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Neuquén, el tercero se hizo binacional, invitando a escritores de Argentina y Chile.

 
 Eduardo Gotthelf


El Beneficio
   Martín Gardella

   En una oficina, el Gerente lee un diario deportivo. Sobre su escritorio se observa un portarretratos familiar. Golpean a la puerta.
   Gerente: —(Esconde el diario) ¡Adelante!
   Empleado: —Buen día, señor.
   Gerente: —Buen día, Gutiérrez. ¿Qué necesita?
   Empleado: —Quería informarle que los empleados están amenazando con hacer huelga si la empresa no les otorga los beneficios que pidieron.
   Gerente: —Es una locura.
   Empleado: —Además, andan diciendo que usted es insensible, que jamás se pone en sus zapatos.
   Gerente: —¿Ponerme en sus zapatos? ¿Cómo?
   Empleado: —Muy simple, señor. Que usted baje alguna vez a reunirse con nosotros, a vivir en carne propia nuestras dificultades.
   Gerente: —¿Dificultades? ¿Y creen que yo no tengo dificultades?
   Empleado: —No lo sé, señor. Quizás si la situación fuera al revés...
   Gerente: —¿Al revés?
   Empleado: —Claro. Que alguien ocupe su posición de gerente por un día y usted baje a trabajar en su lugar. Podrían experimentar mutuamente las dificultades y se facilitaría el diálogo.
   Gerente: —(Riéndose) ¡Es una idea ridícula! No soportarían hacer mi trabajo ni por un minuto.
   Empleado: —Usted tampoco aguantaría hacer el nuestro.
   Gerente: —Hagamos la prueba. Ocupe mi lugar por el resto del día y yo iré a trabajar abajo, con los demás.
   Empleado: —Muchas gracias, señor.
   Gerente: —No me llames “señor”. Por hoy seré simplemente… Jorge Romero.
   Empleado: —Perfecto, Romero. Puede retirarse.
   Gerente: —(Sale de la oficina)
   Empleado: —(Toma el diario) A ver… (Antes de que pueda empezar a leer, golpean a la puerta. (Deja el diario) ¡Adelante!
   Gerente: —Gutiérrez, tenías razón. Es insoportable trabajar allá abajo. Terminemos con este jueguito y volvamos las cosas a su lugar. Mañana veré qué puedo hacer por ustedes.
   Empleado: —¿Acaso no aguanta su trabajo, Romero? ¿Es un flojito? En esta empresa no queremos empleados poco comprometidos. Está despedido.
   Gerente: —(Afligido, toma el portarretratos familiar y el diario deportivo).
   Empleado: —No, Romero. El diario déjemelo, que quiero ver cómo salió Morón.
   Gerente: —(Deja el diario y sale de la oficina en silencio).
   Empleado: —(Suspira) Tenía razón, Romero. ¡Qué difícil es este trabajo! (Toma el diario y lee) Nos salvamos del descenso… ¡Vamos Morón todavía!
   Apagón.


Expectativa
   Mario Cippitelli

   Una joven veinteañera, frente al espejo. Está terminando de maquillarse, con mucha ansiedad. Tiene apuro. Habla en voz alta, mientras hace su rutina.
   Elida: —¿Será un médico? Puede ser un médico soltero que vino a Neuquén a formar una familia. ¿Por qué no?
   Para de maquillarse.
   Elida: —¡Sí! Estamos en 1930. ¡El pueblo está creciendo y hacen falta médicos!
   Reanuda su tarea, se acerca al espejo y se pinta la boca.
   Elida: —¿Y si no es un médico? (Piensa) Bueno, ¡entonces que sea un empleado bancario! Me enteré de que en el banco están buscando gente.
   Toma distancia, se pone de perfil y vuelve a estar de frente mirando cada detalle de su rostro.
   Elida: —Bueno… en realidad lo que importa es que sea bueno, cariñoso, lindo, trabajador, honrado, que le guste vivir en un pueblo así, como éste (Piensa un segundo y señala al espejo con el dedo índice). Bueno, che: ¡tampoco podés pedir todo!
   Se aleja un poco más del espejo, se acomoda las mangas del vestido y se mira de perfil.
   Elida: —Estás linda, Elida. Convencete de que estás linda. No pienses en que van a ir otras mujeres, ¿entendés?
   Piensa un segundo y vuelve a hablar, pero con tono resignado.
   Elida: —¡Ay, sí van a ir! ¡Siempre van! ¡Y se llena de gente! (Gesticula con los brazos) ¿¡Por qué tiene que ir todo el mundo?! ¿¡Tanto les gusta?!
   Toma un frasco de colonia y se perfuma el cuello, sin dejar de mirarse al espejo.
   Elida: —(Enérgica) Ya está ¡Basta, Elida! Pensá que también podés conocer una nueva amiga.
   Piensa y suspira.
   Elida: —Qué lindo sería tener otra amiga más. ¡O dos! ¿Por qué no?
   Sale del baño, pasa por el living de su casa, toma la cartera y el sombrero.
   Elida: —¡Mamaaaá! ¡Voy a salir y vuelvo en una hora!
   Madre: —(Se escucha la voz en segundo plano) ¿A dónde vas, Elida?
   Elida: —¡A la estación! ¡Hoy llega el tren de Buenos Aires y quiero ver quién viene!
   Se mira en un espejo grande que hay en el living, sonríe y se va.


Sólo uno
   Irene Mariana Hume

   En el fondo del escenario, el frente de un cine. Adelante, una parada de colectivo, con un banco.
   Un hombre aparece, se sienta. Viene otro, permanece de pie.
   Hombre Parado: —A esta hora pasan de vez en cuando, nomás…
   Hombre Sentado: —Sí, es cuestión de suerte… ¿Le gustó la película?
   Parado: —Nah, un tanto deprimente. Con ese título, “El recuerdo”; me esperaba un drama romántico. El asunto de la muerte me deprimió.
   Sentado: —¡Al contrario!, yo la encontré optimista. Eso de que haya otra vida después de ésta; que uno no se muere y ¡listo!
   Parado: —Pero vivir una vida tras otra, tras otra, ¡indefinidamente! Me cansa el solo pensarlo. Y llevarse un recuerdo… ¿para qué?
   Sentado: —¡Justamente eso me fascinó! Elegir un recuerdo de esta vida para llevar consigo a la próxima. ¡Qué desafío! ¡Tamaña decisión!
   Parado: —Usted, ¿qué recuerdo elegiría?
   Sentado: —Uno solo… Creo que el día ese que me gané el premio al mejor vendedor del año.
   Parado: —(Sonríe irónicamente) ¿Y si en la próxima vida usted no tuviese tanta suerte? Si naciera en la pobreza, no recibiera educación; ese recuerdo, de un momento afortunado, inalcanzable, ¿no lo haría sentirse frustrado, enojado con la suerte que le tocó esta vez?
   Sentado: —No sé, puede ser. Pero entonces, ¿mejor me llevo un recuerdo de algo triste para que lo que me pase en la próxima vida parezca espléndido en comparación?
   Parado: —¡Ja! Entonces serían pobres sus expectativas, si usted creyera que eso que lleva en la memoria fuera todo a lo que podría aspirar. Sin motivación, sin esperanza, se estaría condenando a una vida desgraciada.
   Sentado: —Usted lo hace complicado. (Pausa) Ya sé: un momento con mis seres queridos.
   Parado: —¿Y a cuáles elige? ¿La familia sobre las amistades? ¿Cómo privilegiar una persona sobre otra?
   Sentado: —Creo que me vuelvo caminando. Buenas noches. (Empieza a caminar, luego se detiene) Y usted, ¿qué recuerdo elegiría?
   Parado: —(Pausa) El mismo que traje a esta vida. El de una conversación con un extraño, en una parada de colectivo, a la salida del cine.


Odín
   Juan Carlos Velazque

   Juan y Mario junto a una ventana.
   Mario: —¿Odín…? Se había arrancado un ojo…
   (Interrumpe Juan)
   Juan: —No jodas, no puede ser.
   Mario: —¡Cómo que no puede ser!
   Juan: —Lo vi hace un par de días y tenía los dos ojos completos.
   Mario: —¡¿Lo viste a Odín?!
   Juan: —Sí… ¿De quién estamos hablando?
   Mario: —Pero si es un dios mitológico.
   Juan: —Mirá vos. No sabía que tu vecino lo era. Creo que hablamos de dos tipos distintos.
   Mario: —Claro, yo te hablaba del rey de los dioses en la mitología nórdica. (Ambos ríen).
   Juan: —A ver… me decías entonces...
   Mario: —Que Odín se había arrancado un ojo, convencido por Mimir, la diosa del ingenio, como sacrificio para obtener sabiduría.
   Juan: —¡Qué loco el tipo!
   Mario: —Pero no conforme con ello, porque decía que la sabiduría obtenida era escasa, se colgó de un pie en un fresno sagrado durante nueve días.
   Juan: —¡Ah, un idiota importante!
   Mario: —Pará, que ahí no termina la historia. Parece que esta demostración de sacrificio para él no era suficiente, entonces se clavó una lanza debajo de la axila.
   Juan: —¿Y todo eso para qué?
   Mario: —Para ser más sabio. Entre otras cosas creó las runas y sus poderes mágicos.
   Juan: —Y al invento lo aprovechó la madre del pibe Odín. La gorda te tira las runas y te adivina el futuro… ¡Ah!, y no es poco lo que cobra.
   Mario: —Y él ¿en qué anda?
   Juan: —Ayuda a la madre en su “trabajo”. (Se escuchan voces en el exterior. Ambos miran hacia la ventana) ¿Qué es ese quilombo?
   Se asoma una mujer por la ventana.
   Mario: —¿Qué pasa doña?
   Mujer: —Algo horrible ¿Lo conocen a Odín?
   Juan: —Sí, por supuesto.
   Mujer: —Lo encontraron muerto.
   Mario: —¡Cómo!
   Mujer: —Sí, es horrible. Aseguran que fue un asesinato. Apareció colgado de un viejo fresno con un corte hecho debajo de la axila. Pero además ¡le faltaba un ojo!
   Mario y Juan: —(Mirándose) ¡¡Noooo!!
   Mario: —¿Y la madre?
   Mujer: —¿Quién… Mimir?
   Mario y Juan se miran sorprendidos.


Hambre
   María Guitart

   Una plaza. Un hombre y una mujer dan de comer a las palomas.
   Mujer: —Venga, mi palomita linda; eso, eso, coma lo que le da la mami. Otro poquito.
   Hombre: —Perdón, esa paloma es mía.
   Mujer: —¿Cómo suya?
   Hombre: —Hace una semana que le traigo comida. Se llama Hortensia.
   Mujer: —¿Hortensia? Es mi Antonio, ¿cómo no lo voy a conocer? ¿Ve esa pluma más corta en el ala derecha? Justamente mi Antonio tiene una pluma más corta en el ala derecha.
   Hombre: —Disculpe, señora. No quiero discutir. Tal vez usted se confunde. Hace una semana que la alimento, y a usted no la había visto nunca.
   Mujer: —Yo no confundiría nunca la mirada de Antonio. Vengo a la mañana. Hoy tuve que hacer unos trámites.
   Hombre: —No sé qué decirle, pero si hay algo de lo que no tengo dudas es de que se trata de Hortensia. Mire ese andar, imposible confundirme. En la pata derecha tiene una ligera contusión. ¿Ve la diferencia de color?
   Mujer: —¡Antonio! Venga mi chiquito. (La paloma se acerca).
   Hombre: —¡Hortensia! ¡Hortensia! (La paloma se acerca).
   (Se miran sin saber qué hacer).
   Mujer: —¿Usted vive solo?
   Hombre: —Sí, soy viudo. ¿Y usted?
   Mujer: —También. Vivo en la casita verde de la otra cuadra.
   Hombre: —¡Ah! Me encanta el olor de la madreselva.
   Mujer: —Abro la ventana de la cocina cuando está en flor.
   Hombre: —Perdone mi indiscreción. ¿Qué prefiere?: ¿muslo o pechuga?
   Mujer: —El muslo, ¿y usted?
   Hombre: —La pechuga.
   Mujer: —Qué oportuno.
   Hombre: —Tengo una quintita. Algunas cebollas, zanahorias; en verano, tomates.
   Mujer: —Qué oportuno.
   Sacan migas de los bolsillos.
   Mujer y Hombre: —¡Venga mi chiquita! Coma, coma…
   Telón.
 

Pronóstico
   Felipe Quiroga 

   En un local de venta de ropa, un hombre vestido de forma elegante mira las prendas en un maniquíEs el Pronosticador. Se acerca una Vendedora.
   Vendedora: —(Sonriente) Buen día...
   Pronosticador: —(Interrumpe, molesto) Buen día, sólo estoy mirando, le avisaré si requiero su ayuda. Y no, no tengo esa tarjeta de crédito. Tampoco me interesa la oferta de corbatas 2x1. Gracias.
   La Vendedora se retira desconcertada. El Pronosticador nota que un Hombre a un costado lo observa disimuladamente. El Pronosticador suspira. Sigue mirando la ropa del maniquí. El otro Hombre no deja de mirarlo. El Pronosticador, con actitud de fastidio, se acerca al Hombre.
   Pronosticador: —(Molesto, habla rápido, mientras el Hombre lo mira confundido) Hola, usted me va a preguntar si me conoce de algún lado y yo le diré, tímidamente, que es posible, y usted preguntará si soy famoso, y yo diré, con modestia, que no sé si es para tanto, y usted me dirá que sí, que ya se acordó, que me ha visto en la TV, en el noticiero, dando todos los días el pronóstico del clima, y yo le diré que sí, y usted me felicitará por acertar siempre, me dirá que yo soy diferente a mis colegas, que muchas veces se equivocan, pero que yo no, que yo nunca me equivoco con mis pronósticos, y yo sonreiré, y usted sacará su celular y me pedirá que nos saquemos una foto, y yo me sonrojaré, le diré que no es para tanto, y usted me dirá que sí, que por favor, para mostrarle a los chicos, yo le diré que no tengo tiempo, que estoy apurado, le pediré disculpas e intentaré retirarme, pero usted me insistirá, me sujetará el brazo y empezará a apretarme con fuerza, intercambiaremos insultos y después de forcejear, me caeré contra este maniquí y usted, asustado, saldrá corriendo del local. La verdad que no tengo tiempo para todo eso. Así que terminemos de una vez.
   El Pronosticador se arroja contra el maniquí y el Hombre, con una mueca de miedo y confusión, sale corriendo de escena.


 La plaza
   Humberto Guido Meoli

   Una plaza. Negro está sentado en un banco. Blanco, parado, temblando de frío, lo observa.
   Blanco: —¿Es tuyo?
   Negro: —No. Es de todos.
   Blanco: —¿Me lo prestás?
   Negro: —Es de todos, pero ahora lo estoy usando yo.
   Blanco: —Por eso te pregunté si me lo prestabas.
   Negro: —No puedo prestarte algo que no es mío.
   Blanco: —Claro.
   Pausa.
   Blanco: —¿Entonces?
   Negro: —Entonces ¿qué?
   Blanco: —¿Qué hago?
   Negro: —¿Con qué?
   Blanco: —¿Espero a que dejes de usarlo?
   Negro: —No creo que lo deje de usar.
   Pausa.
   Blanco: —Ah.
   Pausa.
   Blanco: —Entonces…
   Pausa.
   Blanco: —¿Espero a que te mueras?
   Negro: —Si querés…
   Pausa.
   Negro: —Pero falta mucho, eh.
   Blanco: —Ah.
   Pausa.
   Blanco: —Entonces me voy.
   Pausa.
   Blanco: —Lástima.
   Pausa.
   Blanco: —Otro día sin sol.

domingo, 20 de mayo de 2018

210. Microficciones teatrales II



Editor invitado: Eduardo Gotthelf


En el año 2015 organizamos, desde la Patagonia, el Primer Concurso Nacional de Microficciones Teatrales, algo inédito en el país y hasta donde alcanza mi conocimiento, en América Latina. Tuvo tanta repercusión, tanto en el país como en el exterior, que en el año 2017 organizamos el segundo, realizado en el marco de la IX Jornada de Microficción, en la 43ª Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Buenos Aires. A los efectos de concurso, se definió una extensión máxima de 350 palabras en total para cada obra, pero no existe un límite absoluto. Jurado: Ana María Shua, Graciela Tomassini y Roberto Perinelli.Las microficciones teatrales están concebidas para ser representadas sin necesidad de adaptación del texto.
Eduardo Gotthelf

Perdedores
   Lidia Blanca de Gonzalo

   Llueve torrencialmente. El ruido sobre el techo de chapa es ensordecedor. La casilla al lado del arroyo comienza a llenarse de agua. Su piso de tierra apisonada no alcanza a drenar el agua que se cuela por debajo de la puerta. Sobre la cama, tirada, está Marta, de aproximadamente cuarenta años, con la ropa empapada pegada a su voluminoso cuerpo. Sus ojos achinados no dejan de mirar al vacío. Feliciano, su pareja, flaco y desdentado, de edad indefinida, con un joging viejo, descalzo, también mojado; junta en forma compulsiva, ropa y cacharros del único mueble parecido a un bajo mesada, que tira sobre la cama. Algunas cosas van a parar encima de Marta, que sigue absorta, sin registrar lo que pasa a su alrededor. Hablan casi gritando para tapar el ruido.

   Feliciano: —Dale… Movete.
   Marta: —(Sin moverse) ¿Ah?
   Feliciano: —Marta… El agua.
   Marta: —¿Para qué?
   Feliciano: —Perdemo todo, Marta.
   Marta: —No tenemo nada, Feliciano.
   Feliciano: —(Tirando una cacerola abollada sobre Marta) Algo es algo…
   Marta: —(Sin acusar recibo y en el mismo tono casi desganado) ¿El Tomi y la Yesi?
   Feliciano: —Ya están en la escuela.
   Marta: —Bien…
   Feliciano: —(Metiendo alguna ropa en una bolsa de supermercado) Ayudame a juntar y vamo para la escuela, nosotro también.
   Marta: —Yo no voy.
   Feliciano: —¡So loca! Te ahogás.
   Marta: —Ya está…
   Feliciano: —No está nada, ¡infelí!
   Marta: —No quiero peliar má, ¿entendés?
   Feliciano: —Yo no peleo, te pido que vamo. 
   Marta: —Con el agua, Feli, con el agua. 
   Feliciano: —(Mostrando la bolsa) Ya tengo la bolsita con la ropa de los chico.
   Marta: —Llevala.
   Feliciano: —(Poniendo más ropa en otra bolsa) Acá va la tuya y la mía. ¡Vamo, Marta!
   El agua llega casi al borde de la cama.
   Marta: —Andá vo… Busco algo y voy.
   Feliciano: —Vamo ahora… 
   Feliciano sale. Marta saca de debajo de la almohada una estampita de San Expedito, la rompe en pedazos y la tira al agua.
   Marta: —(Con amargura) No me ayudaste… 

   Marta se acomoda en la cama mientras el agua sigue subiendo.


Omnisapiente
   Luis Alberto Galeano

   —¿Por qué me llamaste?
   —No sé.
   —No era que no creías en mí…
   —¿Me vas a sacar en cara?
   —No, sólo que cuando necesitás…
   —¡Basta! Quería conversar un rato…
   —Conversar con alguien que no existe… capaz que mis respuestas también son inexistentes…
   —Pero además de sabelotodo…
   —Omnisapiente.
   —Omnisapiente y estar en todos lados…
   —Omnipresente.
   —¡También sos un rencoroso de mierda!
   —¿Qué necesitas? 
   —¿Qué hago?
   —¿Con qué?
   —Cómo “con qué”. ¿No sos omnisapiente?
   —Tenés que alejarte de ella.
   —Intento, pero no puedo. Es un círculo vicioso. 
   —Es tóxico para vos estar cerca. 
   —Intento todos los días, pero basta con que me mire…
   —Si vos no podés alejarte, yo puedo hacerla alejarse.
   —¿Cómo?
   —Me la llevo conmigo.
   —Pero vos no sos la muerte…
   —¿No ves que somos los dos la misma cosa?
   —Pero no quiero que se muera, quiero…
   —… alejarte de ella, es imposible que sean felices así, ella está casada y vos también. Vos estás dispuesto a dejar todo por ella, pero ella no. Clarísimo.
   —Pero no quiero que se muera. Quiero estar eternamente con ella…
   —Me los llevo a los dos entonces. Vivir eternamente con ella, ¿no es lo que querés?
—…
   —Pensalo, de última…  la muerte es un estado de la mente.
   —No la puedo matar en mi mente…
   —Entonces, me la llevo yo…
   —¡No! si te la vas a llevar, que sea a los dos…
   —Dale, me voy. Enseguida te va a llamar, te va a pedir que la busques, no te vas a poder negar, la vas a buscar, el 113 que va a la terminal les va a pasar por encima… no van a sentir nada… después… la vida eterna juntos.
   —Ok.
   Espera solo. Suena el celular.
   —Hola… sí, ¿a qué hora? Claro, esperame y te paso a buscar…  (piensa) ¡No! no voy a poder, tengo cosas que hacer…  ¡Cosas importantes! ¡Siempre estoy disponible para vos! ¡Pero hoy no! ¡Nada! ¡Si querés enojarte, enojate! ¡No, sos vos la que no tiene tiempo nunca! (…) ¡Chau!


Detalle de la portada del libro del Segundo Concurso Nacional de Microficciones Teatrales -- Julia Isidori


Marta
   Patricia Suarez

   Un dormitorio en la penumbra. Una mujer zombi (piel negruzca, un ojo fuera de la órbita, manos descarnadas, ropas desgarradas) golpea el cristal de la ventana. Al otro lado, un hombre dormido, con camisón y gorro de dormir, se restriega los ojos.

   Viudo: —(sobresaltado) ¡Marta!
   Marta: —(con dificultad logra indicar que él abra la ventana) Tranquilo, José. Vengo en son de paz. 
   Él abre los postigos que hacen mucho ruido. Ella entra.
   Marta: —Hace por lo menos cincuenta años que te dije que engrases los postigos. 
   Viudo: —Marta, hace diez años que estás muerta.
   Marta: —Hay cosas peores, José. Vivir en la dejadez, por ejemplo. No creas que no vi el césped crecido y que la tranquerita está despintada. Yo fui a la pinturería, compré tres litros de pintura y me prometiste pasarle una mano ese mismo domingo. Después… pasó lo del tren.
   Viudo: —Marta, hace diez años que estás muerta.
   Marta: —Ya te oí, José. Estoy muerta, no sorda. 
   Viudo: —(se persigna) Casi me hago encima…
   Marta: —Debe ser por este ojo que se me sale (se acomoda el ojo).
   Viudo: —¿Eres un fantasma o…?
   Marta: —Zombi. No me ofende; pero te aclaro no vengo a comerte el cerebro: no tengo tan mal gusto. Quiero saber cuánta gravedad tuvo lo tuyo con Amalia. 
   José se tira al piso y le ofrece el cerebro para que lo muerda.
   Marta: —Acabo de decirte que no te voy a morder el cerebro. Nada más quiero saber si ustedes, Amalia y vos, ya tenían un asunto antes de que yo pasara a mejor vida. Si le podemos llamar mejor. 
   Viudo: —¿Con Amalia…?
   Marta: —Porque, para empujarme debajo del tren aquel domingo, tendría que haber estado muy enamorada de vos. Aunque sea difícil de creer.
   Viudo: —No fue Amalia. Fui yo; podés comerme el cerebro tanto como lo hiciste en vida, impidiéndome salir a divertirme, a las tabernas, las fiestas del arco iris…
   Marta: —¿Qué?
   Viudo: —Fui yo, Marta. Vestido de mujer.
   Marta: —(inspira, resignada) Siempre lo supe. Siempre lo imaginé. Ahora quiero la verdad, José: la ropa que usabas, ¿era mía?


Marita Lopómez
   Nancy Lago

   MUJER1 camina. MUJER2 camina rápido detrás de MUJER1, la alcanza y toca su hombro. MUJER1 se da vuelta. HOMBRE está sentado en un banco, oculto parcialmente por un diario. 

   Mujer2: —Vos sos Marita Lopómez, ¿no?
   Mujer1: —Sí, ¿y vos quién sos? 
   Mujer2: —Yo también soy Marita Lopómez. 
   Mujer1: —¡Qué gracioso!
   Mujer2: —¿Gracioso? Me arruinaste la vida.
   Mujer1: —¿Sí? ¿Cómo?
   Mujer2: —Con tu página porno.
   Mujer1: —Pero si mi página es de un porno muy cuidado.
   Mujer2: —Soy decoradora de tortas infantiles... Nadie me quiere contratar. 
   Mujer1: —¿Y yo qué tengo que ver? 
   Mujer2: —¡La gente se confunde! Yo hago mis anuncios a través de pasacalles y de cartelitos en los postes de luz. Pero las personas siempre tienen que escribir mi nombre en los buscadores porque necesitan ver todo por internet. Y ahí aparecés vos con tus fotitos y tus videítos. Los padres me llaman para reunirse y “hablar sobre las tortas” en hoteles alojamiento. 
   Mujer1: —Yo jamás me reúno en hoteles alojamiento, tengo mi propia oficina. 
   Mujer2: —¿Una oficina? Supongo que debe ser muy chiquita.
   Mujer1: —No, es todo un piso en Puerto Madero. 
   Mujer2: —¿En serio? ¿Cuánto ganás al mes con esto? 
   Mujer1: —Bastante, aunque se va mucha plata en ingresos brutos y ganancias.
   Mujer2: —¿Pagás impuestos? 
   Mujer1: —Claro, si no, ¿cómo se mantienen los hospitales públicos? 
   Mujer2: —Pero tendrás que reconocer que algunos impuestos son impagables. 
   Mujer1: —O sea que vos trabajás en negro.
   Mujer2: —Sí, pero lo mío es casi un hobby.
   Mujer1: —Encima, arruinás el espacio público con tus anuncios.
   Mujer2: —No soy la única. 
   Mujer1: —Y seguro que no pagás licencia por usar los personajes de los dibujitos animados en tus tortas. 
   Mujer2: —No me queda otra. Aparte, es un delito sin víctimas. 
   HOMBRE deja el diario en el banco y se para. 
   Hombre: —Grabada la conversación. Ya se puede proceder.
   Mujer1: —Perfecto. 
   Hombre: —(a MUJER2) Señora, está detenida. 
   Mujer2: —¿Detenida?
   Hombre: —Sí, acompáñeme. (A MUJER1) Gracias, oficial. 
   HOMBRE le pone unas esposas a MUJER2 y se la lleva. 
   Mujer1: —Uno a uno, los iremos encontrando a todos.


Putas las que pintás
   Graciela Ulloa

   Taller de pintura donde prima el desorden.
   Enrique pinta. Tiene 42 años. Su pelo entrecano lo hace parecer mayor.
Ingresa Ana, de 35. 

   Ana: —¿Terminaste?
   Enrique: —No.
   Ana: —Te traje unos sanguchitos que sobraron del cumple de Mica.
   Enrique: —Gracias.
   Ana: —¿Te fue bien hoy? 
   Enrique: —Sí.
   Ana: —Qué bueno. Una lástima que no fuiste. Estaba la tía Marta que se recuperó del cáncer y el novio de Moni, que la mira con una carita de enamorado... Yo lo veía a él mirarla a ella y pensaba que no hay cosa más fuerte que el amor. (Mira el cuadro) ¿Se movió mucho la de hoy?
   Enrique: —No.
   Ana: —Debe ser complicado pintar cuando se mueve ¿Es la misma que la del miércoles?
   Enrique: —Es otra.
   Ana: —Mejor, no me gustaba el talante combativo de esa. Te iba a arruinar el cuadro si la pintabas con esa expresión. Si querés, yo te poso alguna vez.
   Enrique: —No te gusta mi pintura.
   Ana: —Me gusta. Solo dije que prefiero la naturaleza muerta a los desnudos artísticos. Y no es que los desnudos no me gusten… nada más me da cosa invitar a mamá si nuestro living está repleto de cuadros de mujeres desnudas.
   Enrique: —Por eso: no te gusta.
   Ana: —Me gusta. 
   Enrique: —Como digas. 
   Ana: —Me gustaría que te gustara alguna vez pintarme.
   Enrique: —¿A vos?
   Ana: —Sí, a mí. Y que fuéramos como las parejas célebres: que seas Dalí y yo ser tu Gala, que seas Diego y ser tu Frida, que seas Picasso y ser tu puta…
   Enrique: —Vos no sos Gala, ni Frida, y, menos, una puta.
   Ana: —Putas las que pintás.
   Pausa.
   Ana: —Perdón, se me escapó.
   Enrique: —No importa.
   Pausa.
   Ana: —¿Me querés?
   Enrique: —¿Pintar?
   Ana: —No, que si me querés.
   Enrique: —Ah, sí.
   Ana: —Vos no me mirás como el novio de Moni.
   Enrique: —Te quiero, Ana.
   Ana: —Estás mintiendo.
   Enrique: —No.
   Ana: —Sí, estás mintiendo, pero no me importa, porque en el fondo no estoy buscando la verdad. Me llevo los sanguchitos. Te espero en casa.


No es un tumor
   Felipe Quiroga

   Un MÉDICO mira una radiografía de un torso. El PACIENTE está sentado en calzoncillos en una camilla colocada en medio del escenario. El MÉDICO deja la radiografia sobre la camilla, palpa con sus manos enguantadas el vientre del PACIENTE.

   Médico: —¿Le duele?
   Paciente: —No.
   El MÉDICO, con gesto de preocupación, sigue palpando a su paciente.
   Paciente: —(intranquilo) ¿Qué tengo, doctor? ¿Es un tumor? Dígame la verdad.
   Médico: —No sé cómo decirle esto. Nunca vi algo asi.
   Paciente: —(asustado) ¿Es un tumor?
   Médico: —No, no es un tumor. Es... un planetita.
   Paciente: —¿Un… un planetita? ¿Se refiere usted a un planeta pequeño?
   Médico: —Sí, un planeta de las dimensiones de, digamos, una pelota de tenis.
   Paciente: —(Se toca el vientre) ¿Aquí adentro?
   Médico: —Sí. Ahí.
   Paciente: —¿Cómo es posible?
   Médico: —No lo sé todavía. Habría que hacer más estudios. Igual, hay que conservar la calma: el planeta está inmóvil. Lo riesgoso sería que empiece a orbitar…
   Paciente: —(interrumpe, asustado) ¡¿A orbitar?! ¿Cómo que a orbitar?
   Médico: —Despreocúpese, no hay nada que demuestre que vaya a suceder. Todavía.
   Paciente: —(nervioso) Pero… en caso de que sucediera, que me…
   Médico: —(interrumpe) Sus órganos serían destrozados. El planeta, al orbitar, arrasaría con todo.
   Paciente: —¡Doctor!
   Médico: —Tranquilo, es un caso hipotético.
   Paciente: —Y este planeta… ¿está… habitado?
   Médico: —Buena pregunta. No lo sé aún. Habría que hacer más estudios. 
   Paciente: —¿Y no será mejor directamente operar?
   Médico: —¿Operar? No, no. Primero necesitamos más información. Vístase, salgo un segundito a hacer una llamada.
   El MÉDICO sale del escenario. El PACIENTE se viste. Pasan unos cuantos segundos y regresa el MÉDICO.
   Médico: —Buenas noticias. Hablé con un amigo en la NASA. Vamos a programar una misión tripulada para la semana que viene. Estos días trate de hacer reposo y coma liviano. Y le voy a hacer una receta.
   Paciente: —Gracias, doctor. No sabe lo tranquilo que me deja. Pensé que era un tumor.
   Los dos salen del escenario.
   

Fausto
   Juan Manuel Montes Delsouc

   En el paraíso, detrás niebla y luz blanca incandescente, sonido de tubos de neón como si fueran abejorros enormes o cierta especie de ángeles

   Fausto: —Hoy se cumplen cuatrocientos cincuenta años terrestres que estoy en el paraíso. He estudiado todas las ciencias, todos los idiomas. Y aún me falta desarrollar más conocimiento, pero sé que, en la eternidad, tarde o temprano podré lograrlo. Ya no me posee esa voracidad por saber, esa fruición del conocimiento por mi condición limitada. Y acá en este paraíso, todos viven del proverbio “Dios proveerá” y nadie hace nada si total, en el devenir de lo eterno, lo terminarán haciendo. Los primeros siglos estudié como antes, y estudié los niveles celestiales y la jerarquía angelical, pero no hay nada más aburrido que un ángel, sin sexo y sin espalda, chatos como una estampa japonesa y redundantes como sermón de Pascuas. (La luz de los tubos titila un poco y del suelo aparece Mefistófeles)
   Mefistófeles: —(Cubierto con un buzo tipo canguro, con capucha, pantalones anchos y lentes oscuros. Continuamente se oculta de la luz) ¿Y cómo le va en el paraíso doctor Fausto?
   Fausto: —Mefistófeles, ¡por fín! ¡No sabés los años que llevo esperando este momento!
   Mefistófeles: —¿Acaso hay un alma insatisfecha en el paraíso?
   Fausto: —Y... acá en el paraíso, nadie sufre, siempre es alegría, siempre hace el clima ideal, tenemos todos lo que deseamos y hacemos todo lo que queremos... pero es el lugar perfecto para aquellos seres que han leído un sólo libro. Esta eternidad inmutable, no es lugar para un alma inquieta, para un prometeo.
   Mefistófeles: —¿Y qué quiere el doctor?
   Fausto: —Quiero volver al mundo, quiero desear algo y luchar por conseguirlo, quiero ser ignorante para lograr el conocimiento, pero sobre todo quiero estar limitado por el tiempo, quiero el verdadero paraíso.
   Mefistófeles: —¿Y cuál es ese verdadero paraíso?
   Fausto: —Quiero el cielo de los ateos. Deseo la nada.
   Mefistófeles: —¿Y no quisieras el infierno?
   Fausto: —No, si el infierno es eterno, tarde o temprano se parecería a este cielo. 

domingo, 27 de agosto de 2017

191. Microficciones teatrales

Editor invitado: Eduardo Gotthelf


Detalle de la portada del libro del Primer Concurso Nacional de Microficciones Teatrales -- Julia Isidori.
   La Dirección General de Cultura de la Municipalidad de Cipolletti publicó un libro con textos que surgieron del “Primer Concurso Nacional de Microficciones Teatrales Cipolletti 2015”. La idea de realizar el concurso fue de Eduardo Gotthelf, y sus jurados fueron el autor y director Eduardo Rovner, la escritora Luisa Valenzuela, y el escritor y antólogo Raúl Brasca.
   Para esta entrega, Ekuóreo ha seleccionado siete de estas novedosas microficciones teatrales.
   
   "La Microficción Teatral es un subgénero muy específico, destinado tanto a ser leído como, sobre todo, a ser representado".
Eduardo Gotthelf

* * *

La última palabra
   Liliana Savoia
 
   Sra. madura vistiendo a un cuerpo masculino inerte. En un murmullo se habla a sí misma.
   Claro, no ibas a dejar tu lugar a último momento. Era imposible que me dieras el gusto, después de todo, quien soy yo para que vos me otorgaras una oportunidad. Tenías que tener la última palabra como siempre. Treinta años cerrando toda conversación sin importar de qué se tratara, vos siempre teniendo la razón y pontificando. El broche final siempre era tuyo.
   Pero ahora, yo tenía la ocasión de resarcirme de tanta soberbia.
   Era mi momento y lo tendría que haber disfrutado. No me importaba esperar. Me sentía como si los Dioses me hubieran tocado con sus dedos.
   Vos, siempre vos, encontrando las palabras justas para dar por terminado cualquier diálogo. Cuánto esperé por este momento. Treinta años, treinta largos y callados años, en donde saboreé palabras que se me pegaban al paladar sin poder encontrar el camino de salida. Me sentía flotar disfrutando de antemano el manjar de cerrar con una frase el capítulo final. Este era mi momento. Pero no, vos siempre ganás, aunque sea lo último que hagas en tu vida. Y esa estúpida enfermera mirándome al entrar en la habitación, diciéndome cuánto lo lamentaba, que había ocurrido de improviso. Pero pobrecito, sus últimas palabras fueron para usted.
   Tus últimas palabras, siempre igual, vos dando la última palabra, y otra vez me guardo las frases que tenía preparadas, y me las trago porque vos, como siempre, cerrás todas las puertas. Pero esta vez no voy a darte el gusto, me daré la ocasión de ser la protagonista.
   Como viuda flamante en que me has convertido, me pondré ropa oscura para que contraste con la palidez de mi rostro, que tengo demacrado después de tantas semanas de no dormir bien y lloraré sin descanso, todos me saludarán para darme las condolencias y yo, en un gesto de dolor por la pérdida, diré las última palabras ¡Pobrecito, cuanto te voy a extrañar!
TELÓN


Cuando atraviese la Pampa
   Alejandro Gabriel Acuña

    Madrugada. Habitación desordenada. Semidesnudos.
   MANUEL: —No te quiero lastimar.
   ANA:          —Pero a mí me gusta...
   MANUEL: —Es estúpido esto.
   ANA:         —Podríamos seguir...
   MANUEL: —No deseo jugar.
   ANA:         —Yo sí.
   MANUEL: —Vos no sabes lo que querés.
   ANA:         —Dejá de decir no.
   MANUEL: —No puedo, soy lo opuesto a lo que querés.
   ANA:         —Para mí no, no lo es ahora y no lo fue antes.
   MANUEL: —Dijiste tres “no” en una misma oración.
   ANA:         —Pero sin negarte...
   MANUEL: —Yo no te niego...
   ANA:         —Sí lo hacés.
   MANUEL: —Prendé la luz.
   ANA:          —¿Te vas?
   MANUEL: —Quiero cambiarme.
   ANA:         —Para irte...
   MANUEL: —La prendo yo, dejá...
   ANA:         —Siempre lo mismo.
   MANUEL : —No puedo.
   ANA:          —Sí que podés, no querés.
   ...
    ANA:         —¿En qué pensás?
   ...
   ANA:          —¿En ella?
   MANUEL: —No.
   ANA:         —¿En quién?
   MANUEL: —En mí.
   ANA:         —Sos un ombligo.
   MANUEL: —Ya me conocés.
   ANA:         —¿Y por eso te vas?
   MANUEL: —Sí... y basta de preguntarme todo... me están
                          esperando.
   ANA:          —Son las cuatro de la mañana.
   MANUEL: —A las seis tengo que estar ahí.
   ANA :         —Sos un obsesivo.
   MANUEL: —Tal vez tengas razón... no me sale otra cosa... ¿las botas?
   ...
   MANUEL: —¿Dónde las pusiste?
   ...
   MANUEL: —Me dan encierro si llego tarde.
   ANA:          —(Se las tira) ¡Acá tenés tus putas botas! (Llora).
   MANUEL: —No llores.
   ANA:          —Me hubiese casado con vos...
   ...
   ANA:         —¿Vas a volver?
   MANUEL: —No lo sé... no me gustan las despedidas... evitemos todo esto.
   ANA:          —¿Te hubieses casado conmigo?
   ...
   ANA:          —Te hubiese dado hijos...
   MANUEL: —La marejada cuando es brava endurece, el tiempo pondrá
                       las cosas en otro lugar y las penas en otros
                       recuerdos... todo será distinto.
   ANA:          —Me duele...
   MANUEL: —Nudo.
   Ana le hace el nudo de la corbata.
   MANUEL: —Son seis meses.
   ANA:         —Es demasiado. Me convierto cada día en una uva pasa.
   MANUEL: —Te mandaré buscar.
   ANA:          —Escapemos.
   MANUEL: —Tienen nuestros nombres.
   ANA:         —Nos están matando a todos, Manuel.
   MANUEL: —Mejor. Tal vez así, toda está basura acabe pronto.
   ANA :         —Cogeme una vez más...
   MANUEL: —Cuando atraviese la pampa. (La besa y se retira).
TELÓN


No moran más en Venecia
   Jorge Rafael Otegui

   Entra Otelo y Desdémona duerme en su lecho.
   OTELO:             —¡Ese pañuelo en manos de Casio! Ése que te
                              regalé y que estimaba tanto.
   DESDÉMONA: —(Despertando.) Otelo, mi señor... ¿de qué hablas?
   OTELO:             —De tu próxima muerte, amada y cruel Desdémona.
   DESDÉMONA: —Descuida, aún no es la hora.
   OTELO:             —¡Te digo que sí!
   DESDÉMONA: —¡Te digo que no!
   OTELO :            —Sí lo es. Confiesa tu crimen.
   DESDÉMONA: —No he cometido ninguno.
   OTELO:             —(Desesperado.) Mi amor... Te hubiera consentido
                               hasta la tentación de quedarte con algunos fondos
                               públicos... ¡Pero traicionarme con Casio! ¿No es el
                               peor de los crímenes?
   DESDÉMONA: —(Incorporándose.) ¡Calumnias! ¡No he tocado más
                             dinero que el tuyo!
   OTELO:             —¡Silencio! Vi el pañuelo en manos de Casio.
                              ¡Prepárate a morir!
   DESDÉMONA: —(Rápidamente saca un cuchillo de debajo de su
                               almohada.) ¡Oh, Señor... Señor... Señor! ¡Ya basta!
                               (Apuñala a Otelo sin que él pueda reaccionar.)
                               ¡Cuatrocientos años soportando lo mismo! ¡Estoy
                               harta! ¡Es hora de que te enteres de los derechos de
                               la mujer! (Le clava una última puñalada.)
   OTELO:             —(Cae.) Muero, Señora.
   DESDÉMONA: —Mejor así. (Pausa). Además... nunca supiste bien
                               la letra. ¡Justo en esta escena! Me hiciste confundir
                               siempre.
TELÓN


Aniversario

   Marcelo Raúl Fagiano
 
    Comedia en un acto. Personajes: pareja de viejos.
   Escena ambientada en el siglo XVI. Sala preparada para una cena.
   Entran juntos. Ella tiene los ojos vendados, él la guía hasta el borde de
   La mesa. Le saca la venda.
   VIEJA: —¡Qué hermosa sorpresa querido mío!
   VIEJO: —Es nuestro aniversario dulce amor.
   VIEJA: —... de resurrección...
   VIEJO: —... no te muevas así quedan limpios de pecado mis
                labios, por los tuyos. (La besa.)
   VIEJA: —Entonces mis labios tienen el pecado que han tomado.
   VIEJO: —¿Pecado de mis labios? ¡Oh invasión dulcemente
               reprochada! Devuélveme mi pecado. (La vuelve a besar.)
   VIEJA: —Besas conforme a las reglas del arte. (Ríen a carcajadas.)
   VIEJO: — (Brindan.) ¡Cuántos años juntos después de aquella
                tragedia! (Cenan.) ¡Ah feliz, feliz noche!
   VIEJA: —¡Ah fortuna, fortuna!
   VIEJO: —Fortuna que construimos a costa del sufrimiento de
               muchos.
   VIEJA: —(Riendo.) Nos hicimos muy populares, ¡cómo sufrió la
               gente con nuestra muerte!
   VIEJO: —Era inevitable, si no construíamos aquella ficción,
                Capuletos y Montescos... nos separaban para siempre.
   VIEJA: —¿Volveremos alguna vez a Verona? Me gustaría
                contarles la historia a nuestros hijos y nietos.
   VIEJO: —No la creerían... ¿Te acuerdas cuándo fuimos a ver la
                obra de teatro?
   VIEJA: —¡Cómo lloraba la gente!
   VIEJO: —No lloran por nosotros: lo hacen por ellos.
   VIEJA: —Verme en escena, ¡qué rara y exquisita sensación!
   VIEJO: —No podríamos haber elegido un mejor fabulador para
                engañar a nuestras familias.
   VIEJA: —Nuestro primogénito se llama William...
   VIEJO: —... y Lorenzo el segundo. ¡Brindo por aquella tragedia!
                Ella nos permitió que la fuerza de la realidad tomara
                vida en nosotros. Ah, la semana próxima viene
                Mercucio con unos amigos a pasar unos días con
                nosotros.
   VIEJA: —¡Haremos un banquete de aniversario!
   VIEJO: —Casi cincuenta años... me gustaría contratar, para las
                bodas de oro, una compañía teatral que representara
                nuestra obra.
   VIEJA: —¿Cuál? ¿La de ficción o la nuestra?
   VIEJO: —Tontita, la nuestra es un secreto que murió con aquel
                 veneno que selló nuestros labios. (La besa).
   VIEJA: —Tus labios están calientes.
   VIEJO: —¡Ah! ¿Me vas a dejar así, tan insatisfecho?
   VIEJA: —¿Qué satisfacción puedes tener esta noche?
TELÓN


La sangre
   Diego Pereira

   Rubén sentado con un cuchillo con sangre en la mano. Mario al lado lo mira.
   RUBÉN: —Se iba a ir con otro.
   MARIO: —Estás loco.
   RUBÉN: —Ni en pedo la dejaba ir.
   MARIO: —¿Cómo sabés?
   RUBÉN: —El bolso. Lo tenía armado.
   MARIO: —Pero...
   RUBÉN: —Se fue antes del trabajo. ¿No la viste salir?
   MARIO: —Estaba afuera. Un cliente.
   RUBÉN: —La muy puta. Hace tiempo que sospechaba, ¿sabés?
                   Y me la banqué. Era un polvo más. Yo no soy un santo,
                   lo sabés. Pero irse. ¿Y que todo el pueblo lo sepa? Me
                   dirán asesino, pero cornudo nunca.
   MARIO: —¿Con quién?
   RUBÉN: —Que importa.
   MARIO: —¿Lo conocemos?
   RUBÉN: —¿Te preocupa?
   MARIO: —Estás loco Rubén. Voy a llamar a la policía.
   RUBÉN: —Quedate ahí. No me cagues. Para algo sos mi hermano.
   MARIO: —Me hubieras llamado antes, carajo.
   RUBÉN: —No me atendías.
   MARIO: —¿Qué pensás hacer?
   RUBÉN: —Quemarla. A la orilla del río.
   MARIO: —Te van a ver.
   RUBÉN: —Detrás de la bajada, nadie pesca ahí.
   MARIO: —La policía va a preguntar.
   RUBÉN: —Se fue, les diré.
   MARIO: —No te van a creer.
   RUBÉN: —Todo el pueblo debía saberlo, menos yo.
   Silencio. No se miran. Rubén limpia el cuchillo en su camisa.
   RUBÉN: —Confesó la hija de puta.
   MARIO: —...
   RUBÉN : —Antes de morir. Creyó que la podía perdonar.
   MARIO: —¿Qué dijo?
   RUBÉN: —Todo.
   MARIO: —¿Qué se iba?
   RUBÉN: —Claro.
   MARIO: —¿Y con quién?
   RUBÉN: —También.
   MARIO: —¿Y qué pensás hacer?
   Rubén se acerca. Abraza al hermano y le habla al oído.
   RUBÉN: —¿Y por qué creés que te llamé?
                   Rubén le clava el puñal en el vientre de Mario. Lo mantiene mientras
                   cae.
   RUBÉN: —No sé qué es peor. La traición de tu mujer, o la de tu
                  hermano.
   MARIO: —Pará... (Estira la mano desde el piso.)
   RUBÉN :—Todo el pueblo sabía, me dijo. Por eso se tenían que
                   ir. Hijo de puta. Asesino puede ser, cornudo nunca.
   Mario muere desangrado.
TELÓN


Reclamo
   Karen Fogelström

   Sobre el escenario, un escritorio y tras él una empleada administrativa artificialmente sonriente.
   Ingresa JUAN, hombre maduro y elegante.
    LUISA:           —(Mecánicamente.) Bienvenido a la Oficina de
                            Asignación Nacional de Felicidad, soy Luisa. ¿Qué
                            puedo hacer por usted?
   JUAN:              —La felicidad que me dieron no funciona.
   LUISA:            —¿Desea darla de baja o presentar un reclamo por una
                            falla puntual?
   JUAN:               —Me asignaron una empresa millonaria y conservar esa
                              fortuna me hace muy infeliz.
    La mujer abre un cajón y selecciona un formulario amarillo, que tiende a Juan.
   LUISA:              —No hay problema, provocamos una quiebra y usted
                               vuelve a su empleo anterior.
   JUAN:                —(Rápido.) ¡No! Necesito alguien leal que se ocupe de la
                              empresa por mí.
   Luisa toma esta vez un formulario celeste y se lo entrega.
   LUISA:         —Secretaría de Proletariado y Empleo, segunda oficina a
                         su izquierda. ¿Puedo ayudarlo en algo más?
   Juan piensa. Enumera.
   JUAN:           —Desearía poder disfrutar de mi familia.
   LUISA:         —(Alcanzándole un formulario verde.) Departamento de
                         Reeducación Emocional, segundo piso.
   JUAN:           —Necesito vacaciones.
   LUISA:         —(Le tiende un folleto.) Oficina de Turismo.
   JUAN:           —(Abatido.) No entiende... estoy deprimido.
    Luisa le tiende una caja con píldoras.
    Juan, tras pensar largamente, deja papeles y píldoras resueltamente sobre la mesa.
   JUAN:           — (Esperanzado.) Quizás si me asignaran un sueño... Eso
                         me haría feliz.
   Luisa lo observa horrorizada. Por primera vez deja de sonreír.
   JUAN:           —Puede ser un sueño sencillo, pequeño... accesible.
   Luisa se pone de pie y se aleja del escritorio lentamente, como si temiera un ataque. Cuando alcanza la pared, acciona un botón rojo.
   Suena una alarma. Irrumpen guardias de seguridad armados. La mujer señala al desconcertado Juan.
   LUISA:          —¡Subversivo!
   Pese a su resistencia, los guardias reducen al hombre y lo arrastran fuera del escenario.
   Paulatino silencio.
   Luisa se relaja y vuelve a tomar asiento. Sonríe mecánicamente.
   Los guardias regresan y se ubican junto a ella, que los mira sin comprender. Asustada, niega con
   la cabeza.
   GUARDIAS: —Es por su propia seguridad... Puede estar
                           contaminada...
   La retiran bruscamente ignorando sus gritos.
   Inmediatamente ocupa su lugar otra joven de idéntica sonrisa impersonal y ausente.
TELÓN


Un verdadero profesional
   Fabián Vique

   Consultorio de un psicoanalista, dos sillones, un perchero. Entra el psicoanalista, se sienta, consulta reloj y agenda. Pasan unos segundos.
   Suena un timbre, abre, entra el paciente, se quita el saco, lo cuelga en el perchero, se sienta. La conversación y los movimientos son exageradamente lentos.
   PACIENTE:             —Ayer tuve ganas de estrangular a un alumno.
   PSICOANALISTA: —Ajá.
   PACIENTE:            —Un impulso. Un arranque de furia. Le pasa a
                                   todo el mundo ¿no? La docencia es tarea ingrata.
                                   Normalmente...
   PSICOANALISTA: —...
   PACIENTE:             —Bueno, no sé si solamente la docencia. A veces
                                    me pasa también en los taxis con los taxistas, en
                                    la carnicería con los carniceros, en la zapatería.
                                    Nunca le di mucha importancia.
   PSICOANALISTA: —¿No?
   PACIENTE:             —No.
   PSICOANALISTA: —Pero ahora le preocupa.
   PACIENTE:             —¿Qué cosa?
   PSICOANALISTA: —Las ganas de estrangular un alumno, un taxista
                                    o lo que sea.
   PACIENTE:             —No sé.
   PSICOANALISTA: —¿No sabe?
   El paciente se levanta, se acerca al psicoanalista y lo estrangula. El psicoanalista no ofrece resistencia, la muerte es lenta. El paciente se levanta, mira el cuerpo, toma su saco, se lo pone y sale.
TELÓN