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domingo, 3 de octubre de 2021

298. Sueños IV

 Despertar
   Walter von der Volgelweide

   ¿He soñado mi vida, o fue un sueño?


Mirada abajo
   José Eddier Gómez

   Allá abajo, mira, al pie de mi ventana: ¿ves ese cuerpo que revuelca sediento sus escamas en la arena? Ese soy yo que sueño.
(Nai-bor)
La persistencia de la memoria, Salvador Dalí
Dos sueños
   Liu Jingshu

   Durante un largo viaje, Xu soñó que se acostaba con su mujer. Su mujer quedó encinta y, cuando él regresó al cabo de un año, ya había parido. Ella le dijo que había soñado lo mismo que él decía haber soñado.
(El jardín de las maravillas)


Condena del durmiente
   Guillermo Velásquez Forero

   Sobre un hombre desnudo que duerme plácidamente pende una soga con un intrincado amarradijo. Si el durmiente no logra soñar la clave para desatar el nudo, al despertar será ahorcado.

La Jungla, Wilfredo Lam
Dormir
   Saturnino Rodríguez

   Soñó que era Adán. Cuando despertó le faltaba, en efecto, una costilla. Pero la mujer no apareció por ninguna parte. Se había fugado con otro hombre que había estado todo el tiempo despierto.
 (Cuentos de papel , 2007)


La vida es sueño
   Diego Muñoz Valenzuela

   Duerme. Sueña que vuela.
   Despierta. Cae al vacío.
(Ángeles y verdugos)


Cláusula III
   Juan José Arreola

   Soy un Adán que sueña en el paraíso, pero siempre despierto con las costillas intactas.
(Bestiario)

domingo, 27 de enero de 2019

228. Sueños III


Cuentan los santals
   James George Frazer 

   Un hombre se durmió y soñó tanta sed que su alma en forma de lagarto dejó el cuerpo y se metió en una vasija para beber; pero el dueño de la vasija lo tapó, y el hombre, impedido de recuperar su alma, murió. Se preparaban para el entierro cuando alguien destapó la vasija y el lagarto escapó, se reintegró al cadáver, y el hombre resucitó. Dijo que había caído en un pozo en busca de agua y que había tenido dificultades para volver.
(La rama dorada)


Sueño de Chuang Tzu
   Herbert Allen Giles

   Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.



El ciervo escondido
   Liehtsé

   Un leñador de Cheng se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera su sueño, a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y dijo a su mujer:
   —Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.
   —Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero —dijo la mujer.
   —Aun suponiendo que encontré el ciervo por un sueño —contestó el marido—, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?
   Aquella noche el leñador volvió a su casa pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró el ciervo. Ambos discutieron y fueron al juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:
   —Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo que otro había matado. Luego, nadie mató al ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.
   El caso llegó a oídos del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:
   —Y ese juez, ¿no estará soñando que reparte un ciervo?


Tengo motivos para creer 
   M. P. Shiel 

   En Marte vive una raza cuyos párpados son transparentes como el cristal, de modo que los ojos son visibles mientras duermen; y cada sueño se presenta en imágenes a quien los observa en diminuto panorama sobre la pupila.


Salvar el sueño
   Virgilio Piñera

   Estoy durmiendo en una especie de celda. De pronto, alguien me saca de mi sueño.
   —¿Ha perdido algo? —le pregunto.
   —Busco un arma con que matarte. He entrado aquí por casualidad. Pero, ya ves, no tengo un arma.
   —Con las manos —le digo, a pesar de mí, y miro con terror sus manos de hierro.
   —No puedo matarte sino con un arma.
   —Ya ves que no hay ninguna en esta celda.
   —Salvas la vida —me dice con una risita protectora.
   —Y también el sueño —le contesto.
   Y empiezo a roncar plácidamente.
(Cuentos)


Persecuta
   Mario Benedetti

   Como en tantas y tantas de sus pesadillas, empezó a huir despavorido. Las botas de sus perseguidores sonaban y resonaban sobre las hojas secas. Las omnipotentes zancadas se acercaban a un ritmo enloquecido y enloquecedor.
   Hasta no hace mucho, siempre que entraba en una pesadilla, su salvación había consistido en despertar, pero, a esta altura, los perseguidores habían aprendido esa estratagema y ya no se dejaban sorprender.
   Sin embargo, esta vez volvió a sorprenderlos. Precisamente en el instante en que los sabuesos creyeron que iba a despertar, él, sencillamente, soñó que se dormía.
(Despistes y franquezas)


El sueño
   Luis Mateo Díez

   Soñé que un niño me comía. Desperté sobresaltado. Mi madre me estaba lamiendo. El rabo todavía me tembló durante un rato. 

domingo, 4 de noviembre de 2018

222. Sueños II



Cierto caballero
   Giovanni Papini

   No soy un hombre como los otros, con huesos y músculos, un hombre generado por hombres. No soy más que la figura de un sueño. Una imagen de Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta; ¡soy de la misma sustancia de que están hechos los sueños! Existo porque hay uno que me sueña, hay uno que duerme y suena y me ve obrar y vivir y moverme y, en este momento, sueña que yo digo todo esto. Cuando ese uno empezó a soñarme, yo empecé a existir; cuando se despierte, cesaré de existir. Soy una imaginación, una creación, un huésped de sus fantasías nocturnas. Su sueño es tan intenso que me ha hecho visible a los hombres que están despiertos. Pero el mundo de la vigilia no es el mío. Ser el actor de un sueño no es lo que más me atormenta. Hay poetas que han dicho que la vida de los hombres es la sombra de un sueño y hay filósofos que han sugerido que la realidad es una alucinación. Me preocupa otra idea: ¿quién es el que me sueña?, ¿quién es ese desconocido que me ha hecho surgir de repente y que, al despertarse, me borrará? (tal vez el mundo no es más que el producto de un entrecruzarse de sueños… pero no quiero generalizar). De la respuesta a esta pregunta depende mi destino. Los personajes de los sueños disfrutan de una amplia libertad y por eso mi vida no está determinada del todo por mi origen.
   En los primeros tiempos, me espantaba pensar que bastaba la más pequeña cosa para despertarlo y aniquilarme. Un grito, un rumor, podían precipitarme en la nada. Imaginé, durante algún tiempo, que era una especie de divinidad evangélica y procuré llevar la más virtuosa vida del mundo. En otro momento, creí que estaba en el sueño de un sabio y pasé largas noches velando, inclinado sobre los números de las estrellas y las medidas del mundo y la composición de los mortales. Finalmente me sentí cansado y humillado por servir de espectáculo a ese dueño desconocido e incognoscible. Comprendí que esta ficción de vida no valía tanta bajeza. Anhelé lo que antes me causaba horror: que despertara. Traté de llenar mi vida con espectáculos horribles. Todo lo he intentado para obtener el reposo de la aniquilación, todo lo he puesto en obra para interrumpir esta triste comedia de mi vida aparente, para destruir esta ridícula larva de vida que me hace semejante a los hombres. Cometí todos los delitos, ninguna cosa mala me fue ignorada, ningún terror me hizo retroceder. Pero, aquel que me sueña no se espanta, o disfruta con la visión de lo más horrible, o no le da importancia. Hasta hoy no he conseguido despertarlo y debo todavía arrastrar esta innoble vida, irreal y servil. ¿Quién me liberará, pues, de mi soñador?, ¿cuándo despuntará el alba que lo llamará a su trabajo?, ¿cuándo sonará la campana?, ¿cuándo cantará el gallo?, ¿cuándo gritará la voz que debe despertarlo? Lo que hago en este momento es la última tentativa. Le digo a mi soñador que yo soy un sueño, quiero que él sueñe que sueña. ¿No ocurre que la gente se despierte cuando se da cuenta de que sueña?
(La última visita del caballero enfermo)


Suele suceder
   Jorge Alberto Ferrando

   Mi hijo estaba llorando mi muerte. Lo veía reclinado sobre mi féretro. Quería correr para decirle que no era verdad, que se trataba de otra persona, quizás absolutamente parecida, más no podía por el cocodrilo. Estaba ahí delante, en el zanjón, listo para tragarme. Yo gritaba con todas mis fuerzas; y los veloriantes, en lugar de avisarle, me miraban con reproche, quizá porque azuzaba a la fiera y temían ser atacados ellos mismos. Cuando llegó el hombre de la funeraria con una caja parecía un violinista, pero sacó un soplete. Si fuera cierto, todo estaría perdido, pensé; me enterrarían vivo y no podría explicar nada. Los vecinos quisieron apartarlo, por ser el momento más penoso, pero él se agarraba al cajón. El hombre empezó a soldar la tapa por el lado de los pies y ya no pude más: cerré los ojos y corrí a la zanja sin importarme una muerte segura. Después, sólo recuerdo un golpe en la barbilla. Algo como un raspón de la piel contra un filo. Quizás, el roce contra uno de los dientes. Cuando sentí el calor de la soldadura desperté y comprendí todo. Yo estaba muerto. La misma sala, la misma gente. Mi pobre hijo seguía allí. El soplete roncaba a la altura de mi pantorrilla. El empleado levantó el extremo libre de la tapa, sacó el pañuelo y me enjugó la sangre de la herida. «Suele suceder —dijo—. A causa del soplete».
(Palo a pique)
  
Giorgio de Chirico - El doble sueño de la primavera

Cortesía
   Nemer Ibn el Barud

   Soñé que el ciervo ileso pedía perdón al cazador frustrado.


Der Traum ein Leben
   Francisco Acevedo

   El diálogo ocurrió en Adrogué. Mi sobrino Miguel, que tendría cinco o seis años, estaba sentado en el suelo, jugando con la gata. Como todas las mañanas, le pregunté:
   —¿Qué soñaste anoche?
   Me contestó:
   —Soñé que me había perdido en un bosque y que al fin encontré una casita de madera. Se abrió la puerta y saliste vos. —Con súbita curiosidad me preguntó:— Decime, ¿qué estabas haciendo en esa casita?
(Memorias de un bibliotecario)



El corro bajo la campana 
   Aloysius Bertrand

   Doce magos danzaban en corro debajo de la campana mayor de Saint Jean. Uno tras otro evocó la tempestad, y desde el fondo de mi lecho conté con espanto doce voces que atravesaban las tinieblas.
Inmediatamente la luna corrió a ocultarse tras las nubes, y una lluvia mezclada de relámpagos y ramalazos de viento fustigó mi ventana mientras las veletas graznaban como grullas apostadas en el bosque, aguantando el chubasco.
   Saltó la prima de mi laúd, suspendido el tabique; el jilguero sacudió el ala en la jaula; algún espíritu curioso volvió una hoja del Roman de la Rose que dormía en mi pupitre.
   De repente estalló el rayo en lo alto de Saint Jean. Los hechiceros, heridos de muerte, cayeron desvanecidos, y desde lejos vi sus libros de magia arder como una antorcha en el negro campanario.
   El espantoso resplandor teñía con las llamas rojas del purgatorio y del infierno los muros de la iglesia gótica y prolongaba sobre las casas vecinas la sombra de la estructura gigantesca de Saint-Jean.
   Las veletas se oxidaron; la luna atravesó la nube gris perla; la lluvia no caía ya más que gota a gota desde el alero del tejado, y la brisa, abriendo mi ventana mal cerrada, arrojó sobre mi almohada las flores de un jardín sacudido por la tormenta.
(Gaspard de la noche)



El buen operario

   Estaba el beato Antonio en oración y ayuno cuando el sueño lo venció y soñó que del cielo descendía una voz que le decía que sus méritos no eran aún comparables a los del curtidor José, de Alejandría. Emprendió Antonio la marcha y sorprendió con su respetable presencia al simple.
—No recuerdo haber hecho nada bueno —declaró el curtidor—. Soy siervo inútil. Cada día, al ver rayar el sol sobre esta extendida ciudad, pienso que todos sus moradores, del mayor al menor, entrarán en el cielo por sus bondades, menos yo que por mis pecados merezco el infierno: el mismo malestar me contrista al irme a acostar, y cada vez con más vehemencia.
   —En verdad, hijo mío —observó Antonio—, que tú, dentro de tu casa, como buen operario, te has ganado descansadamente el reino de Dios, su tanto que yo, como indiscreto, gasto mi soledad y aún no he llegado a tu altura.
   Con todo, tornó Antonio al desierto; y en su primer sueño tornó a descender la voz de Dios: «No te angusties; estás cerca de mí. Mas no olvides que nadie puede estar seguro del propio destino ni del ajeno».
(Vidas de los Padres Eremitas del Oriente)



El sueño y el hado
   Herodoto

   Creso expulsó a Solón de Sardes porque el famoso sabio despreciaba los bienes terrenales y sólo atendía al fin último de las cosas. Creso se creyó el más feliz de los hombres. Los dioses decidieron su castigo. 
   Soñó el rey que su bravo hijo Atis moriría de herida producida por punta de hierro. Mandó guardar lanzas, dardos y espadas en los cuartos destinados a las mujeres y decidió la boda de su hijo. En eso estaban cuando llegó un hombre con las manos tintas en sangre: Adrastro, frigio de sangre real, hijo de Midas. Pidió asilo y purificación, pues involuntariamente había dado muerte a un hermano y había sido expulsado de entre los suyos. Creso le otorgó ambas mercedes.
   Entonces apareció en Misia un terrible jabalí que todo lo destrozaba. Aterrados, los misios pidieron a Creso que enviara al valiente Atis y a otros jóvenes, pero el rey explicó que su hijo era recién casado y debía atender sus asuntos privados. Atis lo supo y le rogó que no lo humillara. Creso le contó el sueño. «Entonces —dijo Atis—, nada debemos temer, pues los dientes de jabalí no son de hierro».
   Convino el padre y pidió a Adrastro que acompañase a su hijo, a lo que el frigio asintió, no obstante su luto, por lo obligado que estaba con Creso. Durante la cacería, Adrastro, tratando de lancear al jabalí, dio muerte a Atis. Creso aceptó el destino que el hado le había adelantado en sueños y perdonó a Adrastro; pero éste se degolló sobre la sepultura del infortunado príncipe.
(Nueve libros de la historia)

domingo, 9 de septiembre de 2018

218. Sueños I


El sueño de Enkidu

   Esa noche se le infectó la herida que había recibido Enkidu en su lucha contra Humbaba. Se revolcaba atormentado por la fiebre y las pesadillas.
   Despertó a su amigo para contarle lo que había oído y visto:
   "Los dioses han decretado que uno de los dos debe morir, porque matamos a Humbaba y al toro celestial. Enlil dijo que yo debo morir, porque tú eres dos tercios divino, y no deberías morir. Pero Shamash intercedió por mí, y me llamó "inocente". Comenzaron a discutir entre ellos, como si esa palabra causara una furia universal. Yo sé que me han elegido a mi."
   Las lágrimas fluían de sus ojos. "Mi hermano, es sólo la fiebre", dijo Gilgamesh. 
   Enkidu maldijo el portal del bosque de Humbaba, donde se hirió el brazo.
(Cuento babilónico del segundo milenio a. C.)

Sueño infinito de Pao Yu
   Tsao Hsue-Kin

   Pao Yu soñó que estaba en un jardín idéntico al de su casa. ¿Será posible, dijo, que haya un jardín idéntico al mío? Se le acercaron unas doncellas. Pao Yu se dijo atónito: ¿Alguien tendrá doncellas iguales a Hsi-Yen, Pin-Erh y a todas las de casa? Una de las doncellas exclamó: “Ahí está Pao Yu. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?”. Pao Yu pensó que lo habían reconocido. Se adelantó y les dijo: “Estaba caminando; por casualidad llegué hasta aquí. Caminemos un poco”. Las doncellas se rieron. “¡Qué desatino! Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo, pero no eres tan gallardo como él”. Eran doncellas de otro Pao Yu. “Queridas hermanas —les dijo— yo soy Pao Yu. ¿Quién es vuestro amo?”. “Es Pao Yu —contestaron—. Sus padres le dieron ese nombre, que está compuesto de los dos caracteres Pao (precioso) y Yu (jade), para que su vida fuera larga y feliz. ¿Quién eres tú para usurpar ese nombre?”. Se fueron, riéndose.
   Pao Yu quedó abatido. “Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me aborrecerán estas doncellas? ¿Habrá, de veras, otro Pao Yu? Tengo que averiguarlo”. Trabajado por esos pensamientos, llegó a un patio que le pareció extrañamente familiar. Subió la escalera y entró en su cuarto. Vio a un joven acostado; al lado de la cama reían y hacían labores unas muchachas. El joven suspiraba. Una de las doncellas le dijo: “¿Qué sueñas, Pao Yu, estás afligido?”. “Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. Las seguí hasta la casa y me encontré con otro Pao Yu durmiendo en mi cama”. Al oír este diálogo Pao Yu no pudo contenerse y exclamó: “Vine en busca de un Pao Yu; eres tú”. El joven se levantó y lo abrazó, gritando: “No era un sueño, tú eres Pao Yu”. Una voz llamó desde el jardín: “¡Pao Yu!”. Los dos Pao Yu temblaron. El soñado se fue; el otro le decía: “¡Vuelve pronto, Pao Yu!”. Pao Yu se despertó. Su doncella Hsi-Yen le preguntó: “¿Qué sueñas Pao Yu, estás afligido?”. “Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron…”.
(Sueño del aposento rojo)


Sueño de Salomón

   Salomón ofreció mil holocaustos en el altar de Gabaón. Se le apareció Yahvé en sueños y le dijo: «Pídeme lo que quieras». Salomón respondió: «¡Oh, Yahvé! Me has hecho reinar en el lugar de David, mi padre, no siendo yo tu siervo más que un mocito, que no sabe por dónde ha de entrar y por dónde ha de salir; da a tu siervo un corazón prudente para juzgar a tu pueblo innumerable y poder discernir entre lo bueno y lo malo.» Agradó al Señor la petición de Salomón: «Por haberme pedido esto y no larga vida para ti, ni riquezas, ni la vida de tus enemigos, sino entendimiento para hacer justicia, te concedo lo que me has pedido; y te doy un corazón sabio e inteligente como no ha habido otro ni lo habrá después. Y añado lo que no has pedido: riquezas y gloria tales, que no habrá en tus días rey alguno como tú; y si andas por mis caminos como lo hizo David tu padre, prolongaré tus días.» Despertóse Salomón, regresó a Jerusalén, se presentó ante el arca de la alianza de Yahvé, ofreció holocaustos y sacrificios eucarísticos, y dio un banquete a todos sus servidores.
(1 Reyes, 3, 4-15)


John Henry Fuseli - The Nightmare
Vaciedad de los sueños

   Vanas y engañosas son las esperanzas del insensato, y los sueños exaltan a los necios. Como quien quiere agarrar la sombra o perseguir el viento, así es el que se apoya en los sueños. El que sueña es como quien se pone frente enfrente de sí: frente a su rostro tiene la imagen de un espejo. ¿De fuente impura, puede salir cosa pura? Y de la mentira, ¿puede salir verdad? Cosa vana son la adivinación, los agüeros y los sueños; lo que esperas, eso es lo que sueñas. A no ser que los mande el Altísimo a visitarte, no hagas caso de los sueños.
(Eclesiástico, 34, 1-6)


De dónde y cómo resultan los sueños
   Platón

   Cuando el fuego exterior se retira por la noche, el fuego interior se encuentra separado de él; entonces, si sale de los ojos, cae sobre un elemento distinto, se modifica y extingue, toda vez que deja de tener una naturaleza común con el aire que lo rodea, que ya no tiene fuego. Cesa de ver, y lleva al sueño. Esos aparatos protectores de la visión dispuestos por los dioses, los párpados, cuando se cierran frenan la fuerza del fuego interior. Este, a su vez, calma y apacigua los movimientos internos. Y, así que se han apaciguado, sobreviene el sueño; y, si el reposo es completo, un sueño casi sin ensueños se abate sobre nosotros. Por el contrario, cuando subsisten en nosotros movimientos más notables, según su naturaleza, y según el lugar en que se hallen, resultan de ellos visiones de diversa naturaleza, más o menos intensas, semejantes a objetos interiores o exteriores, y de las que conservamos algún recuerdo al despertar.
(Timeo)


La prueba
   Samuel Taylor Coleridge

   Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?


Mundo particular
   Heráclito

   Todo hombre despierto habita un mundo común; pero cuando sueña, habita su propio mundo.