Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

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domingo, 12 de junio de 2022

316. Metaficción mínima IV

Editoras invitadas: Pía Barros y Lorena Díaz Mesa

Derechos de autor
   Pía Barros (Chile)

   Las letras se despegan del cuaderno donde el autor, con rigurosidad, ha descrito al asesino.
Duerme mientras las letras suben la escalera, dibujando precisas al hombre robusto con el puñal en la mano y la mirada decidida, en busca de la garganta que cercena de un tajo limpio, aunque para nada discreto. El personaje limpia el cuchillo y lo guarda en su chaqueta.
   Después, el malagradecido se marcha a habitar en otra novela.


El prosista irreprochable
   Fabián Vique (Argentina)
 
   Nunca puso un adjetivo de más. No cayó en el psicologismo ni en el panfleto. No cultivó la literatura pasatista, pero tampoco militó en el experimentalismo. No fue solemne, ni cursi, ni pretencioso, ni meramente sarcástico. Jamás escribió una línea.


Calígrafo
   Ricardo Sumalavia (Perú)

   —Maestro, he derramado una gota de tinta sobre el papel. ¿Qué hago?
   —Sólo cuida que no haya sido tu gota más bella.


La historia la escriben los que ganan
   Natalia Greta Martínez (Argentina)

   Todo era oscuridad hasta que Diosa se cansó de dormitar en el vacío. Con sus dedos dio la luz. Después, separó tierra y agua como si peinara harina. Por último, amasó plantas y animales. Cuando terminó, vio que todo era muy bueno y decidió descansar.
   Mientras ella dormía, Dios observó este planeta y agregó un ser hecho a su imagen y semejanza. Hoy los textos sagrados instruyen que Él creó todo y que de un hombre surgieron las mujeres y, con ellas, los males.
   Quizás el problema de nuestro mundo no es tanto quién lo creó, sino quién lo escribe.


¿Es el Principio el Fin?
   Sisinia Anze (Bolivia)

   Hace cien mil años, en un lugar del universo, una mujer escribe lo que tú en este momento estás leyendo, inspirándote a escribir lo que en cien mil años ella leerá.


Mujer que ama
   Raúl Brasca (Argentina)

   Él citó a Canetti, dijo: “La felicidad, ese despreciable objetivo vital de los analfabetos”. Ella se encogió de hombros, lo amaba, admiraba su desapego de todas las formas de consuelo, su obstinación en desmantelar las trampas, su afán por ser en la verdad absoluta. Pero pensaba que la felicidad bien valía el analfabetismo.


Misión indeleble
   Guillermo Bustamante Zamudio (Colombia)

   Mi tarea es escribir. La pila de papel disponible a mi izquierda, sobre el escritorio, disminuye a medida que crece, poco a poco, la de hojas pautadas a mi derecha. Solamente me asignaron esa cantidad de papel. De manera que, cuando se acaba, volteo el arrume y lo paso al lado izquierdo. Las primeras hojas siempre están ya blancas, y las demás lo estarán cuando les corresponda su turno, pues aprendí a fabricar una tinta que se va borrando lentamente. Usted pensará que se han perdido muchos textos. Yo le replicaré que se ha salvado la escritura.

   
Textos tomado de:
Gestos de escritura. Sherezade/Asterión, 2020.
Pía Barros y Lorena Díaz Mesa (compiladoras)
   
   

domingo, 15 de mayo de 2022

314. Metaficción mínima III

Editoras invitadas: Pía Barros y Lorena Díaz Mesa






En el afán de encontrar la frase adecuada, la escritura que nos expresa, el aliento para escabullirnos de la realidad, a los escritores se nos va la vida. En esta antología compartimos eso: los secretos, pulsiones y formas que tenemos al escribir, al configurar el mundo desde la ficción y desde la crudeza de nuestras realidades.
Gestos de escritura. Sherezade/Asterión, 2020.
Pía Barros y Lorena Díaz Mesa (compiladoras)







De cómo el conflicto a veces no hace avanzar la trama
   Alberto Sánchez A. (Nicaragua)

   Acá, el personaje podría estar enfrentando una ballena blanca, encarnando el conflicto clásico del hombre contra la naturaleza. O bien, obviar la lucha y despertar con la forma de un insecto alienado por su familia, desarrollando el conflicto moderno del hombre versus la sociedad. Pero el personaje hizo mutis por los márgenes del texto, dejándome con el conflicto postmoderno del hombre en contra de su autor.


Nunca contarlo antes
   Ana María Shua (Argentina)

   En el café, un escritor cuenta la idea de un relato que está a punto de escribir. la idea es buena, el aire se tensa alrededor de las palabras, el relato se hace a tal punto tangible que el humo del cigarrillo no lo atraviesa, las volutas describen su contorno. Pero después, cuando trata de transformarlo en letras, percibe grietas antes ignoradas por donde las palabras se deslizan, hay campos minados, una bruma de rutina invade el texto y los Dioses rechazan la ofrenda de una víctima que ya no es pura, que otros antes que Ellos han gozado.


Locura literaria
   Dina Grijalva (México)

   Llevo noches sin dormir. Me agobia una onda compasión por la protagonista de la nouvelle que escribo. Me duele cómo, página a página, ella avanza hacia la locura.
   Durante mis noches de insomnio, planeo reorientar su destino, alertarla, proporcionarle armas para que se defienda; pero por las mañanas, al escribir, pareciera empeñarse en seguir su camino hacia el abismo.
   Hoy dijo que ha dejado atrás sus ataduras (que yo, sin saber hacia dónde iría, le ayudé a desatar), que es una mujer libre y perseguirá su felicidad. Su discurso me ha conmovido: la dejaré ser.
   

Sobre el decir y el hacer
   Fabián Vique (Argentina)

   A pesar de lo que usted está pensando, amable lector, yo en este momento estoy en la playa tomando sol, disfrutando del verano, del ocio, del descanso, de los dividendos de este libro.
   Usted, en cambio, lee, se esfuerza, trata de cultivar su inteligencia, sus conocimientos, su cultura literaria.
   Debería poner más atención en lo que yo hago y no en lo que digo.


Transmisión continua
   Fernanda Cavada D. (Chile)

   Cuando voy caminando por ahí es cuando me encuentro con mis cuentos. Están sentados tomando café, cruzando su camino con el mío o conduciendo un auto. Ellos no lo saben, pero ya los estoy escribiendo.


Confinamiento
   Luisa Valenzuela (Argentina)

   Sherazade le contaba cuentos al sultán para que el sultán no la matara.
   Yo me cuento cuentos a mí misma para no morir... de tedio.


Mis otras
   Lorena Díaz Meza (Chile)

   Las mujeres que me habitan han secuestrado a la escritora que tengo dentro. La tienen en una pieza oscura, con las manos atadas, sin poder escribir las historias que me hacen eco en el cuerpo. Pero ni la madre que soy, ni la esposa, ni la hija, ni la dueña de casa, saben que la escritora que me habita escribe con los ojos, con los labios, con el aliento. Escribe con la carne. Y mientras lavo loza, cambio pañales o preparo la comida, voy creando en silencio, quizás, mi mejor novela.

domingo, 18 de octubre de 2020

273. Metaficción mínima II


Uno que otro error
   Alessandro Baricco

   En un principio existían dos grandes grupos: por una parte, el de las historias; y, por otra, el de los escritores. Después, alguien se puso a emparejarlos. De ahí que de vez en cuando pueda comprobarse la comisión de algún que otro lamentable error. Por ejemplo, es evidente que Michael Kohlhaas tenía que haberlo escrito Dostoievski y no Kleist, así como está claro que debió producirse un error cuando Calvino se puso a escribir El caballero inexistente (obviamente destinado a Kafka), en lugar de ponerse a escribir El Aleph (que luego escribió Borges). En ocasiones, me detengo a pensar en las infinitas consecuencias que ha deparado el equívoco de haber encomendado El extranjero a Camus, en lugar de haberlo hecho a su legítimo destinatario: Simenon. Como nadie podrá jamás impedirme que añore la belleza que habríamos conocido si Céline hubiera escrito Germinal y Proust, Lolita.
(Una cierta idea de mundo - 2013)


Instrucciones para escribir un cuento
   Antonio Masico

   Escriba el punto final y luego empújelo hasta donde pueda con palabras.
   

   Escríbalo usted
   José Saramago

   Me llega una carta. No es la primera vez que alguien me sugiere escribir una novela sobre historias que, por alguna razón, considera merecedoras de ser pasadas al papel. Cuando terminé de leerla, en este caso me sentí como si tuviera la irrecusable obligación de hacerlo, como si algún día hubiese asumido ese compromiso y la carta reclamara el cumplimiento de mi palabra.
   La historia es, simplemente, la de un hombre que ya murió. De él me dice que era “delgado, alegre, cínico, feroz, poeta”, que quien lo conoció no lo olvidará nunca. Que su vida fue hermosa. Me dice también: “Alguien tendría que contar esto. Usted sabría, ¿qué le parece? ¿Cómo se le hace un libro? ¿Cómo se recrea un personaje? ¿Existe? ¿Se inventa? ¿O se toman pequeñas nadas de otras gentes y se hace nacer un príncipe?”. Y además: “Así esta vida quedaría flotando en el tiempo, como su balsa de piedra, otro Cristo evangelizador casero, sin las conmovedoras subidas a los cielos del catecismo”. Y sugiere que si yo me decidiese a escribir el libro, si éste fuese un éxito, si ganase dinero, podría dar algo a la familia necesitada… Termina diciendo: “Esta idea mía es loca, pero no tengo otra —grande— para recordar y homenajear a mi amigo. No sé escribir, no tengo dinero, no sé esculpir ni pintar y el dolor y el vacío”.
   Leí la carta con un nudo en la garganta y casi no creía en lo que leía. ¿Cómo se puede esperar tanto de una persona, ésta, además con la inconfesada esperanza de ser atendido? Claro que yo no haré ese libro (¿y cómo lo haría yo?), pero sé que voy a vivir durante un tiempo con el remordimiento absurdo de no haberlo escrito y de ser la causa inocente de una decepción sin remedio. Inocente porque estoy sin culpa, pero entonces ¿por qué está impresión angustiosa de faltar a un deber?
(Cuadernos de Lanzarote I – 1993-4)


Hágase la luz
   Marcial Fernández

   La palabra posee magia. Digo noche y aparecen ojos coloridos a ras de cielo. Digo infierno y la sala se llena de bochorno. Digo mundo y aquí estamos, en la inmensidad de un microrrelato.


The end
   Rosana Alonso
   
   Abro y cierro los ojos un par de veces: ella sigue ahí, sentada en el sofá del salón. Me mira y sonríe regañándome por mi retraso con un mohín encantador. Es más guapa de lo que imaginé y más mentirosa, porque me pregunta si me encuentro bien con una preocupación realmente conmovedora. Entonces pienso que es una broma de mi editor y sé que es imposible, aún no ha podido leer el manuscrito que le entregué esta mañana. Entro en mi cuarto y me digo que es una alucinación por estrés. Sin embargo, ella se acerca y me abraza. Aunque sé lo que me espera, la beso y me resigno. Tenía que haber cambiado el desenlace, pero siempre he odiado los finales felices.


El escritor
   Agota Kristof

   Me he retirado para escribir la obra de mi vida.
   Soy un gran escritor. Nadie lo sabe aún puesto que todavía no he escrito nada. Pero cuando lo haga, cuando escriba mi libro, mi novela…
   Por eso me he retirado de mi trabajo de funcionario y de… ¿de qué más? De nada más. Porque amigos nunca he tenido y amigas aún menos. No obstante, me he retirado del mundo para escribir una gran novela.
   El problema es que no sé cuál será el tema de mi novela. Se ha escrito ya tanto sobre todo y sobre cualquier cosa… 
   Intuyo, siento que soy un gran escritor, pero ningún tema me parece suficientemente bueno, importante, interesante para mi talento.
   Por lo tanto, espero. Y, mientras espero, sufro evidentemente la soledad, y el hambre también, a veces, pero confío en que con ese sufrimiento tal vez llegue a un estado de ánimo que me permita descubrir un tema digno de mi talento.
   Por desgracia el tema tarda en aparecer y la soledad me pesa cada vez más, el silencio me rodea, el vacío se propaga, y eso que mi casa no es muy grande.
   Pero esas tres cosas horribles —la soledad, el silencio y el vacío— revientan el techo, estallan hasta las estrellas, se extienden hasta el infinito y ya no sé si es lluvia o nieve, foehn o monzón.
   Y grito:
   —Lo escribiré todo, todo lo que se puede escribir.
   Y una voz me responde, irónica, aunque por fin hay una voz:
   —De acuerdo, chaval. Todo, pero nada más, ¿eh?
(No importa)


¿Quién es?
   Germán Bula C.

   —Maestro Yin Wen Tao: ¿quién es Laotsé?
   —Laotsé es un personaje de ficción, inventado por Confucio para explicar mejor sus doctrinas. La luz de las estrellas es más clara cuando el cielo es oscuro.
   —Maestro: ¿quién es Confucio?
   —Confucio es un personaje de ficción, inventado por Laotsé para explicar mejor sus doctrinas. El silencio se escucha mejor cuando es antecedido por el ruido.
(Apuntes filosóficos y diario de sueños)

domingo, 5 de noviembre de 2017

196. Metaficción mínima


Mecánica de las novelas
   Ginés Cutillas

   Al abrirse la portada del libro sonó la alarma.
   Todos los personajes tomaron posiciones mientras el prologuista entretenía al lector, que no tardó en doblar la esquina del primer capítulo. Allí apareció el héroe de la historia recolocándose todavía la vestimenta ante lo imprevisto de la lectura.
   Una vez más, recitó de memoria su papel sin dejar de mirar de reojo el borde de la página, desconfiado de que el siguiente figurante estuviera preparado para hacer su entrada.
   No hubo ningún problema. Nada más adentrarse en la próxima hoja apareció el villano exponiendo sus intereses, siempre antagónicos a los del que acababa de abandonar el escenario que componían aquellas dos páginas abiertas del libro.
   Ante lo extenso y elaborado del discurso el resto de los intérpretes respiraron aliviados, teniendo tiempo de vestirse como era debido, repasar sus papeles e incluso fumarse algún que otro pitillo para aplacar los nervios.
   En el momento en que el bellaco estaba a punto de abandonar el marco de la lectura, el autor ya había ordenado correctamente a todos los actores lanzándolos a escena como el que empuja paracaidistas desde un avión.
   Uno tras otro, fueron desarrollando la historia que acabó otra vez con la muerte del rufián a manos del héroe.
   Apenas cerrado el libro, cuando el elenco todavía estaba felicitándose por la presentación de la novela, el prologuista dio la voz de alerta. Alguien había abierto de nuevo la portada del libro.
(Un koala en el armario, 2010)



Princesa exégeta
   Guillermo Bustamante Zamudio

   El rey publicó un edicto: la Princesa se casaría con quien le llevase el más valioso regalo. Desde los cuatro puntos cardinales llegaron Príncipes que hacían gala de su riqueza, llevándole presentes únicos. Pero ella los despachaba con desdén. Hasta que llegó un humilde joven con una piedra.
   –¿Una piedra? –preguntó ella, con la expectativa de escuchar la trama que llevaría, como es usual en el género, de una afrenta a una moraleja.
   –Es mi corazón, Princesa. Lo más valioso que tengo. Si lo llenas de amor, se tornará tierno.
   –Y, entonces, se supone que yo interprete erróneamente tu regalo, y luego me enmiende, para que al final haya cuento… ¿no?
   –Algo así –dijo desconcertado el joven, pues no habían estudiado en el mismo colegio.
   –Eso se demoraría mucho y éste es un relato breve –aclaró ella–. Pero, aun en caso de que funcionara, ¿no te das cuenta de que ya la magia no interviene en el ascenso social? ¡Ten, ponte tu piedra, antes de que tengas una complicación cardíaca en medio de Palacio!
   El joven se fue sin entender por qué le habían empacado un plato de perdices para llevar y, de paso, dejó a los lectores sin saber cómo terminaba la historia de la Princesa. 
(Disposiciones y virtudes, Bogotá, Aula de Humanidades, 2016)


El hueco
   Antonio Fernández Molina

   La noche anterior había leído durante bastante tiempo, en una sola página. Tanto me gustó que dejé el libro abierto, volcado sobre la mesilla de noche, para seguir el día siguiente.
   Cuando tomé de nuevo el libro vi que en la página faltaba una palabra que la noche anterior estaba ahí. Lo recordaba perfectamente.
   Tal vez la palabra se desprendió por efecto de una vibración de la corteza terrestre y posiblemente las letras, al caer, hayan quedado reducidas a polvo. O acaso salió a dar un paseo por su cuenta. Quizá vuelva.
   El libro sigue abierto para facilitar su entrada. También es posible que se marchen otras.
   De momento solo hay un hueco.
(Dentro de un embudo, Barcelona, Lumen, 1973)


Corrector
   David Lagmanovich

   Corrigió el ensayo que no era suyo, la novela que no era suya, los cuentos que no eran suyos. Era su oficio y en él se sentía eficaz. Corregía con rapidez y plenitud, preparando para la imprenta centenares de páginas ajenas. Los márgenes se llenaban de letras omitidas o sustituidas, signos de interrogación, indicaciones tipográficas y supresiones de palabras aisladas o de párrafos enteros. A veces agregaba una breve explicación. Mientras corregía un volumen de minicuentos que aspiraba a la inmortalidad, sobrevolaban su mente imágenes de otros tiempos, cuando soñaba con ser escritor. Ya estaba en la última nutrida página del manuscrito. Cuando sólo faltaban dos notas al pie de la página, los garabatos apiñados en ambos márgenes se rebelaron. Las mmm danzaban, algunas jjj reían sarcásticas, y del hueco de todas las ooo surgieron chorros de tinta que se lanzaron, vengativos, en busca de los ojos del corrector.
(Los cuatro elementos, Madrid, Menoscuarto, 2007)


Pérdida del poema de amor llamado “Niebla”
   Luis Rogelio Nogueras
Para Luis Marré

Ayer he escrito un poema magnífico 
lástima
lo he perdido no sé donde
ahora no puedo recordarlo
pero era estupendo
decía más o menos
que estaba enamorado
claro lo decía de otra forma
ya les digo era excelente
pero ella amaba a otro
y entonces venía una parte
realmente bella donde hablaba de
los árboles el viento y luego
más adelante explicaba algo acerca de la muerte
naturalmente no decía muerte decía
oscura garra o algo así
y luego venían unos versos extraordinarios
y hacia el final
contaba cómo me había ido caminando
por una calle desierta
convencido de que la vida comienza de nuevo
en cualquier esquina
por supuesto no decía esa cursilería
era bueno el poema
lástima de pérdida
lástima de memoria


Lapsus calami
   Henry Ficher

   El cuento era sobre una historia de amor basada en hechos reales; por tanto, el narrador tuvo a bien cambiar los nombres de los personajes, para proteger a los inocentes.
   Pero, por un calamitoso error, se olvidó de ocultar la identidad de uno de los protagonistas, un tal Isar Hasim Otazo.
   Todo se descubrió, y el cuento se complicó. Pronto nadie estaba seguro si era el personaje de una ficción o el protagonista de un drama romántico, y se armó tal confusión que el desenlace en la vida real fue mucho peor que el del cuento.
   El giro irónico fue incluso más cruel para el propio narrador, porque Hasim Otazo se enamoró perdidamente de su prometida y terminó robándosela.
(Historias plausibles, Cali, Deriva, 2015)


Un personaje en apuros
   Luis Fayad

   Las aventuras del personaje concentraban la atención de Leoncio en las páginas de la novela. El personaje huía de varios hombres armados que lo perseguían por callejuelas oscuras, saltando tapias, introduciéndose entre matorrales salvadores. Leoncio se aferraba al libro, excitado, haciendo suya la angustia del personaje. Los hombres acortaban a cada instante la distancia, con un tremendo esfuerzo, pues el personaje demostraba ser hábil, pero lograron por fin cercarlo contra una pared para concluir su propósito.
   Leoncio no pudo reprimir su ansiedad.
   —¡Deténganse! –gritó.
   La escena quedó inmóvil. El personaje miró a Leoncio y le dijo:
   —Es la primera vez que alguien interviene, pero mejor cállese: así la cuestión no funciona.