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Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

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domingo, 14 de noviembre de 2021

301. Fábulas VII

 El ama y las criadas
   Esopo

   Un ama de casa muy laboriosa despertaba a las criadas todos los días al cantar el gallo. Éstas determinaron matar el gallo, pensando que así podrían dormir un poco más, pero les sucedió todo lo contrario, porque el ama, ignorando la hora en que el gallo cantaba, se levantaba más temprano y las despertaba antes de tiempo.
   Es muy común en la mayor parte de los hombres el empeorar su suerte con lo mismo que creían mejorarla.
(Fábulas completas. Madrid: Edimat, 2007)


El pececito
   Guillermo Menocal

   Un pez grande se tragó a uno pequeño. “Al fin estoy a salvo, y con mucha comida”, dijo muy contento el pececito.


Fábula II
   Luis Ignacio Helguera

   Un gato se trepó al tejado y se puso a escribir un poema a su amada. Jugando con los hilos de estambre de la luna, enarbolaba versos hábilmente: “Fatal lejanía… / cuántas azoteas de por medio…”. De pronto, sonó a sus espaldas un maullido sensual. Volteando atrás, el poeta vio a su novia, a su musa, y, recobrándose del sobresalto, le dijo, ya muy tranquilo, aunque molesto: “Vete, luego nos vemos. Me has interrumpido”.
(Minificción mexicana. Lauro Zavala [ed.])


El hombre y el río del tiempo
   Nicolás Suescún

   Una vez un hombre se sentó en la ribera de un río a esperar que se secara. El río no se secó, pero el hombre no murió de sed.
   Moraleja: Los modernos no podemos hacer fábulas a la antigua.
(Los cuadernos de N. Bogotá: Planeta, 1994)


Los cuatro amigos - Winifred McKenzie Bequest 2001
Los cuatro amigos - Winifred McKenzie Bequest 2001
La tortuga y el venado 
   Cultura Desana

   La tortuga encontró al venado y lo retó:
   —Primo, apostemos a quién corre más.
   Hicieron caminos, uno para la tortuga y otro para el venado. Pero la tortuga colocó a cincuenta familiares suyos, uno a cada quince pasos. 
   Ya en la carrera, el venado llamó: 
   —¡Primo tortuga!
   Y una de las tortugas le contestó más adelante. El venado entonces apuró el paso y llamó de nuevo:
   —¡Primo tortuga!
   Y otra de las tortugas le contestó más adelante. El venado apuró aún más y llamó de nuevo. Pero siempre la tortuga respondía más adelante. Y así corrió el venado por el monte, muy rápido, unos tres o cuatro kilómetros, exigiéndose tanto para ganarle a la tortuga, que murió extenuado.
(Desana - Gerardo Dolmatoff-Reichel)


Caperucita I
   Eduardo Serrano Orejuela

   Lobo se encuentra con Caperucita en el bosque y le pregunta:
   —¿Vas para donde tu abuela?
   —No, ¿por qué?
   Lobo se siente confundido:
   —No, por nada —balbucea—. Bueno, suerte, Caperucita. Chao.
   Lobo camina al azar por el bosque. Finalmente decide ir en busca de los tres cerditos: tal vez ellos sí se comporten de acuerdo con la tradición.


El ave extraordinaria
   Leonardo da Vinci

   Hace mucho tiempo, un viajero recorrió medio mundo en busca del ave extraordinaria. Aseguraban los sabios que lucía el plumaje más blanco que se pudiera imaginar. Decían además que sus plumas parecían irradiar luz, y que era tal su luminosidad que nunca nadie había visto su sombra. ¿Dónde encontrarla? Lo ignoraban. Desconocían hasta su nombre. El viajero recorrió el bosque, la costa, la montaña.
   Un día, junto al lago, distinguió un ave inmaculadamente blanca. Se acercó con sigilo, pero ella sintió su presencia y levantó vuelo. Su sombra voladora se dibujó sobre las aguas del lago. “Es sólo un cisne”, se dijo entonces el viajero, recordando que el ave extraordinaria no tenía sombra.
   Algún tiempo después, en el jardín de un palacio, vio un ave bellísima. Estaba en una gran jaula de oro y su plumaje resplandecía en el sol. El guardián del jardín adivinó lo que pensaba y le advirtió:
   —Es sólo un faisán blanco, no es lo que buscas.
   El viajero incansable recorrió muchas tierras, países, continentes...
   Llegó hasta el Asia y allí, en un pueblo, conoció a un anciano que dijo saber dónde se encontraba el ave extraordinaria. Juntos escalaron una montaña. Cerca de la cumbre, vieron al gran pájaro incomparable. Sus plumas, esplendorosamente blancas, irradiaban una luz sin igual.
   —Se llama Lumerpa —dijo el anciano—. Cuando muere, la luz de su plumaje no se apaga. Y si alguien le quita entonces una pluma, ésta pierde al momento su blancura y su brillo.
   Allí terminó la búsqueda. El viajero volvió a su tierra, feliz, como si una parte de aquel resplandor lo iluminara por dentro. Y aseguró que el plumaje de Lumerpa era como la fama bien ganada y el buen nombre y honor... que no pueden quitarse a quien los posee y que siguen brillando aún después de la muerte.

domingo, 21 de octubre de 2018

221. Fábulas VI


El arquero y el águila
   Ambrose Bierce

   Un águila, mortalmente herida por un arquero, sintió un gran alivio al descubrir que la pluma que llevaba la flecha era una pluma suya.
   —De veras habría sido muy desagradable —dijo— pensar que había otra águila metida en esto.
(99 fábulas fantásticas. Libros del zorro rojo)


El hombre y las dos mujeres
   Esopo

   Un hombre dado a los deleites, estando ya en la mitad la vida y con el pelo entrecano, tenía consigo dos mujeres, una de ellas joven y otra de más edad, habitando todos juntos en una misma casa; y como una y otra le peinasen, la joven, para que no pareciese tan viejo, le quitaba todos los pelos blancos, y la vieja, para hacerle más viejo a fin de que disgustase a la joven, le quitaba todos los negros, de modo que por último dejaron al pobre hombre sin un cabello.
(Fábulas completas. Madrid: Edimat, 2007)


León y cronopio
   Julio Cortázar

   Un cronopio que anda por el desierto se encuentra con un león, y tiene lugar el diálogo siguiente:
   León. —Te como.
   Cronopio (afligidísimo pero con dignidad). —Y, bueno.
   León. —Ah, eso no. Nada de mártires conmigo. Échate a llorar, o lucha; una de dos. Así no te puedo comer. Vamos, estoy esperando. ¿No dices nada?
   El cronopio no dice nada, y el león está perplejo, hasta que le viene una idea.
   León. —Menos mal que tengo una espina en la mano izquierda que me fastidia mucho. Sácamela y te perdonaré.
   El cronopio le saca la espina y el león se va, gruñendo de mala gana:
   —Gracias, Androcles.
(Historias de cronopios y de famas)



El hombre y el lobo

   Berejia ha-Nakdán

   Un hombre enseñó las letras del alfabeto a un lobo. Le decía, "di álef", y el lobo respondía, "álef". Luego le decía, "te ruego, di "bet", y el lobo se esmeraba en su dicción, forzaba sus labios y pronunciaba bet y guimel, repitiendo lo que decía el hombre.
   Dijo el hombre: "ahora mira bien lo que pongo ante tus ojos, para que puedas reconocer las letras, ponerlas juntas y pronunciar lo que quieras. Cuando combines las letras, seremos hermanos. Pon álef y bet juntas, como lo hago yo".
   Y el lobo respondió: "ovejas".



El burro
   Hierocles

   Para enseñarle a no comer, un hombre no le ofrecía alimento alguno a su burro. Cuando el animal murió de hambre, el hombre dijo:
   —¡Qué gran pérdida! Justo cuando había aprendido a no comer, falleció.
(Amante de la risa)


La mudanza de la lechuza
   Liu Xiang

   Un día, la lechuza se encontró con la tórtola.
   —¿A dónde vas? —preguntó la tórtola.
   —Me estoy mudando al Este —dijo la lechuza.
   —¿Por qué? —inquirió la tórtola.
   —A la gente de aquí no le gusta mi graznido —explicó la lechuza.
   —Si puedes cambiar tu voz, estaría bien —acotó la tórtola—. Pero si no puedes, aunque que vayas al Este, será lo mismo: a la gente de allá tampoco le gustará.
(El jardín de las anécdotas)


El castigo del palomo
   Nacr Ollah

   —Guardemos semillas —dijo el palomo— para cuando no haya nada más en el prado, a causa del invierno.
   Llenaron por completo un recipiente, cuando el tiempo era húmedo. Luego, el palomo se ausentó una temporada. Al llegar el verano, el calor del aire secó las semillas y el nivel del recipiente disminuyó. Cuando volvió el palomo, vio las semillas reducidas y, entonces, exclamó:
   —Las habíamos apartado para subsistir en invierno, pero tú te comiste una buena cantidad.
   La paloma negó haberlas comido. Él no le creyó y la mató a golpes.
   Al llegar el inverno, las lluvias se hicieron frecuentes y las semillas absorbieron la humedad, por lo que el recipiente volvió a su estado anterior. Entonces, el macho reconoció cuál había sido la causa de la disminución y, entre llantos, entendió que su arrepentimiento no le servía de nada.




sábado, 13 de agosto de 2016

164. Fábulas V


El lobo guerrero
   Gotthold Ephraim Lessing

   —Mi Padre, de glorioso recuerdo —dijo un lobo joven a un zorro—, ¡ese era un héroe de verdad! ¡Cuánto temor no infundió en toda la región! Triunfó poco a poco sobre más de doscientos enemigos, enviando sus negras almas al reino de la perdición. ¡No es de extrañar, pues, que ahora finalmente haya tenido que sucumbir ante uno!
   —Así se expresaría un orador fúnebre —dijo el zorro—, pero el historiador escueto añadiría: los doscientos enemigos sobre los que él poco a poco triunfó eran ovejas y burros, y el único enemigo ante quien sucumbió fue el primer toro al que se atrevió a atacar.


El ratón, la rana y el milano
   Esopo

   Queriendo un ratón pasar un río, pidió ayuda a una rana, la cual se la ofreció diciéndole que lo pasaría con mucho gusto. Pero ideando ahogarle, le dijo: “Para que pases más seguramente, ata tu pierna a la mía. El ratón, creyendo en sus palabras, dejóse atar con ella, y entrando en el río, al llegar en medio, comenzó la rana a meterse bajo el agua para ahogar al ratón, el cual se esforzaba cuanto podía para tenerse encima del agua. Estando ellos así luchando, vino un milano y arrebató con sus uñas al ratón que nadaba sobre el agua, llevando consigo a la rana que con él estaba atada, y así los despedazó y comió a entrambos.
   Esta fábula da a entender que los que piensan mal, e intentan dañar a los otros, suelen a veces destruirse a sí mismos.
(Fábulas completas. Madrid: Edimat, 2007)

Esopo


Un apólogo
   Joaquim Machado de Assis

   La baronesa tenía a la modista siempre a su lado, para no verse obligada a buscarla cuando la necesitaba. Llegó la costurera, tomó la tela, tomó la aguja, tomó el hilo, introdujo el hilo de la aguja, y empezó a coser. Una y otro iban yendo orondos, tela adentro, que era la mejor de las sedas, entre los dedos de la costurera, ágiles como los galgos de Diana —para darle a esto un color poético. Y decía la aguja:
   —Y bien, señor hilo, ¿no se da cuenta que esta distinguida costurera sólo se interesa por mí? Soy yo la que va de aquí para allá en sus dedos, pegadita a ellos, perforando hacia abajo y hacia arriba…
   El hilo no respondía nada; iba andando. Cada orificio abierto por la aguja era llenado en seguida por él, silencioso y activo, como quien sabe lo que hace, y no está dispuesto a oír palabras insensatas. La aguja, viendo que no le respondía, también calló y prosiguió su camino. Y era todo silencio en la salita de costura; no se oía más que el plicplic- plicplic de la aguja en la tela. Cuando ya caí al sol, la costurera dobló la prenda hasta el otro día; prosiguió en ése su tarea y aun en el siguiente, hasta que el cuarto día terminó su obra, y aguardó la velada del baile.
   Llegó esa noche, y la baronesa se preparó. La costurera, que le ayudó a vestirse, llevaba la aguja prendida a su pechera, por si hacía falta dar algún punto. Y mientras terminaba el vestido de la bella dama, tirando de un lado y de otro, recogiendo de aquí o de allá, alisando, abotonando, abrochando… el hilo, para mofarse de la aguja, le preguntó:
   —Y bien, dígame ahora quién irá al baile, en el cuerpo de la baronesa, haciendo parte del vestido y de la elegancia. ¿Quién va a bailar con ministros y diplomáticos, mientras usted vuelve al costurero, antes de terminar en la cesta de mimbre de las mucamas?
   Parece que la aguja no dijo nada; pero un alfiler, de cabeza grande y no menor experiencia, le susurró a la pobre aguja:
   —Espero que hayas aprendido, tonta. Te cansas abriéndole camino a él y es él quien se va a gozar la vida, mientras tú terminas ahí, en el costurero. Haz como yo, que no le abro camino a nadie. Donde me clavan, ahí me quedo.
(Cuentos. Caracas: Ayacucho, 1978)


El imán
   Oscar Wilde 

   En el vecindario de un imán vivían unas limaduras de hierro. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente hablar de lo agradable que sería visitar al imán. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y, al fin, todas empezaron a discutir el asunto y, gradualmente, el vago deseo se transformó en impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
   Al fin, prevalecieron las impacientes y, en un impulso irresistible, la comunidad entera gritó:
   —Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
   La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras estaban convencidas de que su visita era voluntaria.
(J. L. Borges y A. Bioy Casares. Cuentos breves y extraordinarios)


Cóndor y cronopio
   Julio Cortázar

   Un cóndor cae como un rayo sobre un cronopio que pasa por Tinogasta, lo acorrala contra una pared de granito, y dice con gran petulancia, a saber:
   Cóndor. —Atrévete a afirmar que no soy hermoso.
   Cronopio. —Usted es el pájaro más hermoso que he visto nunca.
   Cóndor. —Más todavía.
   Cronopio. —Usted es más hermoso que el ave del paraíso.
   Cóndor. —Atrévete a decir que no vuelo alto.
   Cronopio. —Usted vuela a alturas vertiginosas, y es por completo supersónico y estratosférico.
   Cóndor. —Atrévete a decir que huelo mal.
   Cronopio. —Usted huele mejor que un litro entero de colonia Jean-Marie Farina.
   Cóndor. —Mierda de tipo. No deja ni un claro donde sacudirle un picotazo.
(Historias de Cronopios y de Famas)


Fábula I
   Luis Ignacio Helguera

   El sapo y la rana se mostraban una noche lluviosa sus versos. Entre celebraciones, descubrieron de pronto, con asombro extraordinario, que habían escrito un poema —“Loa al charco”— idéntico, literal.
   Pero, en lugar de disputarse los derechos de autor del caso apoyándose en recuentos de circunstancias y argumentos diversos, y como eran animales irracionales, quedaron de acuerdo, con unísono eructo, en que lo esencial era divulgarlo, y lo proclamaron anónimo.
(Minificción mexicana. Lauro Zavala [ed.])


Ah, las fábulas
   Juan Jacinto Muñoz Rengel

   El caimán hizo recuento y constató que, a lo largo de la semana, apenas llegaba a zamparse una decena de peces, media docena de cangrejos, tres tortugas y un par de ratones.
   Convocó a toda la fauna de aquella ciénaga, y les hizo saber el estado de la cuestión. Desde ese momento, los cangrejos dejarían de comer pequeños peces y se limitarían a las plantas. Los peces gato no robarían los huevos a las tortugas, y buscarían su carroña en el fondo de la charca. Las tortugas podrían satisfacer sus necesidades de proteínas con insectos, pero también tendrían igualmente prohibidos los peces, y ni hablar de tocar a los ratones que, con suerte —pensó—, se multiplicarían como conejos. Les explicó que estaban en crisis, que habrían de apretarse el cinturón hasta que llegaran tiempos mejores, que todos tendrían que remar juntos porque, al fin y al cabo, estaban en el mismo barco, y que él, sin duda —les dijo solemne—, iba a ser el principal perjudicado: después de todo, habría de comérselos mucho más flacuchos e, incluso, menos nutritivos.
(El libro de los pequeños milagros. Páginas de espuma)

domingo, 3 de agosto de 2014

110. Fábulas IV


El gato y los ratones
   Jean de La Fontaine


   Un gato, llamado Rodilardo, causaba tal estrago entre las ratas, y las diezmaba de tal manera, que ellas no osaban moverse de su cueva. Así, iban viviendo con tal penuria, que al gran Rodilardo no lo tenían por gato, sino por diablo.
   Un buen día en que Rodilardo por los tejados buscaba esposa, y mientras se entretenía con tales cosas, sucedió que las ratas se reunieron, deliberando sobre qué remedio tendrían sus descalabros. Habló así la más vieja e inteligente:
   —Nuestra desgracia tiene un remedio: ¡atémosle al gato un cascabel al cuello! Podremos prevenirnos cuando se acerque, poniéndonos a salvo antes que llegue.
   Cada cual aplaudió entusiasmada; esa era la solución ¡estaba clara! Mas, poco a poco, reaccionaron las ratas, pues ¿cuál iba a ser tan timorata? ¡Quién iba a atarle el cascabel al gato!


Una historia de alas
   Italo Svevo (Aron Hector Schmitz)

   Un hombre generoso había regalado sin falta pan a los pajaritos todos los días, durante muchos años, y estaba convencido de que abrigaban el mayor agradecimiento para con él. Los pajaritos lo consideraban un imbécil a quien durante tantos años habían podido robar el pan, sin que hubiese logrado capturar ni siquiera uno de ellos.


Esopo y el burro
   Gotthold Ephraim Lessing

   El burro dijo a Esopo: “Si vas a editar otra vez uno de esos cuentitos míos, haz que diga algo razonable y sensato”.
   “¿Cómo sería conveniente esto?”, dijo Esopo; “¿tú algo sensato? ¿No se diría luego que tú eres el maestro de la moral y yo el burro?”.
(Fábulas. Madrid: Gadir, 2008)



Una pequeña fábula
   Franz Kafka

   —¡Qué barbaridad! —dijo el ratón—. El mundo se vuelve cada vez más chico. Al comienzo parecía tan vasto que me daba miedo; corría grandes distancias y me sentía muy feliz si por último lograba divisar en la lejanía paredes a derecha e izquierda; pero estas paredes se unen tan rápidamente que de pronto me hallo en la última pieza, en la que, en un rincón, espera la trampa en la que caigo.
   —Deberías correr en otra dirección —dijo el gato, y se lo comió.
(Parábolas y paradojas. Buenos Aires: Longseller, 2000)


El cachorro de cazador
   Jaime Alberto Vélez

   El cachorro de un perro cazador decidió salir solo de cacería por primera vez. Con la lengua afuera y las grandes orejas arrastrando sobre la hierba, llegó al fin a la madriguera de una liebre.
   —¡Aug! ¡Aug! ¡Aug! —ladró.
   La liebre, asustada, salió a ver lo que ocurría.
   — ¿Aug? ¿Qué es eso? —dijo—. Ni siquiera sabes ladrar. Debería darte pena.
   El cachorro, no obstante, insistió:
   —¡Agú! ¡Agú! ¡Agú!
   La liebre lanzó una risotada.
   El cachorro se acercó otro poco y, sin inmutarse, respondió con un ladrido más enérgico que los anteriores:
   —¡Uga! ¡Uga! ¡Uga!
   Dominada por un acceso incontenible de risa, la liebre se dejó caer de espaldas al suelo. Entonces el cachorro se abalanzó sobre ella y le clavó los dientes en el cuello.
   Ahogándose sin remedio entre las pequeñas fauces, la liebre no alcanzó a decirle al cachorro que tampoco mordía como un verdadero perro cazador.
(El león vegetariano y otras historias. Bogotá: Alfaguara, 2000.)


Zorro quisquilloso
   Sa'dí de Shiraz
  

El zorro huía en tal estado que a cada momento se caía y se volvía a levantar. Alguien le preguntó:
   —¿Qué calamidad te ha sucedido para tener tanto miedo?
   —He oído que subyugan a los camellos —contestó.
   —¡So tonto! ¿Qué tienes que ver tú con el camello y en qué te asemejas a él?
   Entonces contestó:
   —Calla, que si los envidiosos dijeran de mí que soy un camello y fuese atrapado, ¿quién se molestaría en averiguar la verdad de mi identidad para liberarme?
(La rosaleda, siglo XIII. Barcelona: El cobre, 2007)




El artista
   Sławomir Mrožek

   El Gallo leyó un anuncio: “Se necesitan animales. Circo”.
   —Me presentaré —dijo doblando el periódico—. Siempre he querido ser artista.
   Por el camino hacía grandes proyectos:
   —Fama y dinero. O tal vez hasta viajes al extranjero.
   —Lástima que habrá que regresar —añadió el Zorro.
   —¿Regresar?, ¿por qué? En el extranjero firmaré un contrato con la Metro Goldwyn Meyer.
   El director lo recibió al aire libre, donde despachaba. Justamente estaban montando la carpa. El Zorro y yo nos quedamos por allí cerca.
   —Estoy encantado de que haya venido a vernos. ¿Puedo saber su apellido?
   —León —se presentó el Gallo tajante.
   —¿León? —se sorprendió el director—. ¿Está usted seguro?
   —También podría ser Tigre.
   —Bien. Entonces haga el favor de rugir.
   El gallo rugió como pudo.
   —No está mal, pero hay leones mejores que usted. Si quisiera hacer de gallo, sería otra cosa.  Entonces podría contratarle.
   —Yo no pienso hacer de pajarraco para su placer —se ofendió el Gallo.
   —Entonces, adiós.
   En el camino de vuelta, el Gallo callaba lúgubremente. Al fin, no aguanté más.
   —¿Qué demonios se te ha metido en la cabeza? ¿Por qué querías hacer de León?
   —¿Cómo que por qué? —contestó en su lugar el Zorro—. ¿Has visto alguna vez a un artista sin ambiciones?

domingo, 2 de octubre de 2011

34. Fábulas III

Las ranas contra el sol
   Fedro


   Quiso casarse el sol allá en tiempos antiguos; y tanto se alborotaron las ranas al saber la noticia, que hubo de preguntarles Júpiter el motivo de tan inusitadas quejas. Adelantándose en aquel punto la más osada de entre ellas, dijo: “Al presente, el sol es uno solo, y con todo eso, abrasa y deseca nuestras lagunas, forzándonos a morir en éstas por todo extremo áridas moradas; pregunto: ¿qué nos sucedería si llegare a tener hijos?”.


 El niño que gritaba “¡Ahí viene el lobo!”
   Guillermo Cabrera Infante


   Un niño gritaba siempre “¡Ahí viene el lobo! ¡Ahí viene el lobo!” a su familia. Como vivían en la ciudad, no debían temer al lobo, que no habita en climas tropicales. Asombrado por el a todas luces infundado temor al lobo, pregunté qué pasaba a un fugitivo retardado que apenas podía correr con sus muletas tullidas por el reúma. Sin dejar de mirar atrás y correr adelante, el inválido me explicó que el niño no gritaba ahí viene el lobo si no hay viene Lobo, que era el dueño de la casa de inquilinato, quintopatio o conventillo donde vivían todos sin (poder o sin querer) pagar la renta. Los que huían no huían del lobo, sino del cobro —o, más bien, huían del pago.
   Moraleja: El niño, de haber estado mejor educado, bien podía haber gritado “¡Ahí viene el Sr. Lobo!” y se habría ahorrado uno todas esas preguntas y respuestas y la fábula de paso.
(Tomado de Exorcismos de esti(l)o. Barcelona: Seix Barral, 1976.)

François Chauveau
Una fábula
   Mariana Frenk


   Un caracol deseaba volverse águila. Salió de su concha, trató muchas veces de lanzarse al aire y cada vez fracasó. Entonces quiso volver a su concha. Pero ya no cabía, pues habían empezado a crecerle alas.
(Tomado de … Y mil aventuras. México: Siglo XXI, 2001)




La buena conciencia
   Augusto Monterroso


   En el centro de la Selva existió hace mucho una extravagante familia de plantas carnívoras que, con el paso del tiempo, llegaron a adquirir conciencia de su extraña costumbre, principalmente por las constantes murmuraciones que el buen Céfiro les traía de todos los rumbos de la ciudad.
   Sensibles a la crítica, poco a poco fueron cobrando repugnancia a la carne, hasta que llegó el momento en que no sólo la repudiaron en el sentido figurado, o sea el sexual, sino que por último se negaron a comerla, asqueadas a tal grado que su simple vista les producía náuseas.
   Entonces decidieron volverse vegetarianas.
   A partir de ese día, se comen únicamente unas a otras y viven tranquilas, olvidadas de su infame pasado.




El perro y el frasco
   Charles Baudelaire


   —Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad.
   Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.
   —¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los habrías husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.
(Tomado de Le spleen de Paris.)




El oficial de policía y el malhechor
   Ambrose Bierce


   Un Jefe de Policía que vio a un Oficial golpeando a un Malhechor se indignó muchísimo, y le dijo que no debía volver a hacer algo así, bajo pena de destitución.
   —No sea tan duro conmigo, Jefe —dijo el Oficial, sonriendo—. Lo estaba golpeando con un bastón de paño relleno.
   —Así y todo —insistió el Jefe de Policía—, usted se tomó una libertad que tiene que haberle resultado muy desagradable, aunque no le haya hecho daño. Sírvase no repetirla.
   —Pero —dijo el Oficial, todavía sonriente—, era un Malhechor de paño relleno.
   Al tratar de expresar su complacencia, el Jefe de Policía extendió su brazo derecho con tanta violencia que la piel se le rasgó en el sobaco y un chorro de arena cayó de la herida. Era un Jefe de Policía de paño relleno.
(Tomado de Fábulas fantásticas. Buenos Aires: Errepar, 2000.)




Fábula triste
   Harold Kremer


   El ratón tenía la costumbre de venir a mi biblioteca. Era un ratón sabio que consumía mis libros. Una vez le coloqué una tabla que obstruía su repetitivo camino. El ratón vino y toda la noche luchó contra el obstáculo; lo oía roer y gemir de desesperación. Esa noche se quedó a la espera. La noche siguiente volvió y también esperó. Y así durante mucho tiempo. Un día, compadecido, quité la tabla; pero el ratón no volvió a la biblioteca. Venía y se quedaba en el lugar del obstáculo. Y así durante mucho tiempo.
(Tomado de El combate. Cali: Deriva, 2004.)

domingo, 25 de septiembre de 2011

33. Fábulas II


La zorra y el mar
   Proverbio sumerio

   La zorra orinó en el mar y dijo: “Todo es mi orina”. 



Otra vez "Le Corbeau et le Renard"
   Alvaro Yunque   
   
   El cuervo, subido a un árbol, estaba no con un queso según dice la fábula clásica, sí con un sangriento pedazo de carne en el corvo pico. Llegó el zorro. El olor lo hizo levantar la cabeza, vio al cuervo banqueteándose, y rompió a hablar:
   —¡Oh hermoso cuervo! ¡Qué plumaje el tuyo! ¡Qué lustre! ¿No cantas, cuervo? ¡Si tu voz es tan bella como tu reluciente plumaje, serás el más magnífico de los pájaros! ¡Canta, hermoso cuervo!
   El cuervo se apresuró a tragar la carne, y dijo al zorro:
   —He leído a La Fontaine.

François Chauveau

Las dos ranas
   Dino Segre (Pitigrilli)
   
   Dos ranas que iban de paso cayeron en un recipiente lleno de leche. Después de llevar a cabo algunas tentativas para salir, una de ellas dijo:
   —Las paredes son demasiado lisas; tienen una inclinación de 45 grados; la fuerza de propulsión de mis patas forman un paralelogramo en el cual A más B, multiplicado por C... dividiendo luego el producto por el logaritmo de... Sin contar con que Arquímedes ha dicho: Dós moi pu stó, kai kino ten ghen* y no tenemos punto de apoyo en esta materia fluida...
   Como su compañera no daba muestras de creer en sus palabras, sacó la regla de cálculo y realizó operaciones complicadísimas, que demostraban que toda tentativa de salir estaba matemáticamente destinada al fracaso. Después se metió en el bolsillo la regla de cálculo y, con la pasividad de un estoico, se dejó morir.
   La otra rana no escuchó sus explicaciones científicas y eruditas e hizo los movimientos más absurdos, más irracionales, violando todo lo que la matemática, la física y la mecánica han establecido. A fuerza de realizar toda suerte de movimientos desordenados, la leche se condensó bajo sus patas, y el animal se encontró apoyado sobre una pella de mantequilla, desde la cual fue fácil dar un salto.
   La primer rana era una rana macho, la segunda una rana hembra.
 *Dadme un punto de apoyo y levantaré el mundo.


Las dos perras
   Fedro

   Una perra solicitó de otra permiso para echar en su choza la cría, favor que le fue otorgado sin dificultad alguna; pero iba pasando el tiempo, y nunca llegaba el momento de abandonar la choza que tan generosamente se le había cedido, alegando, como razón de esta demora, que era preciso esperar a que los cachorrillos tuviesen fuerzas para andar por sí solos.
   Como se le hiciesen nuevas instancias, pasado el último plazo que ella misma había fijado, contestó arrogantemente : «Me saldré de aquí, si tienes valor para luchar conmigo y con mi turba».


La zorra y las uvas
   Guillermo Cabrera Infante

   Una zorra tenía hambre y, como era extrañamente vegetariana (no hay nada que no haga una zorra por estar a la moda), le echó el ojo a unas uvas que estaban allí cerca pero arriba. Saltó una y otra vez y otra vez y otra vez más, sin alcanzarlas. Miró la zorra a las uvas por última vez y al verlas bien (es asombroso lo bien que ve uno las cosas cuando las mira por última vez) exclamó: “no importa: no las quiero: están verdes”.
   Un cuervo que andaba por allí, de paso hacia otra fábula, miró a la zorra, miró a las uvas y se dijo: “no es extraño: esas uvas están verdes porque son uvas verdes”. La zorra no respondió tal vez porque no había oído, tal vez porque era orgullosa, pero seguramente porque las zorras no pueden conversar con los cuervos.
   Moraleja: La zorra es un animal que no tiene don de lenguas pero sí puede padecer de daltonismo.
(Tomado de Exorcismos de esti(l)o. Barcelona: Seix Barral, 1976.)


La libertad
   Italo Svevo (Aron Hector Schmitz)

   La puerta de la jaula había quedado abierta. El pajarito se plantó, con un ligero salto, en la entrada y desde allí miró el vasto mundo, primero con un ojo y después con el otro. Por su pequeño cuerpo pasó el estremecimiento del deseo de los espacios vastos, para los cuales estaban hechas sus alas, pero después pensó: «Si salgo, podrían cerrar la jaula y yo quedaría preso fuera». Volvió a entrar y poco después vio, con satisfacción, cerrarse la puertecita que sellaba su libertad.
(Tomado de Fábulas. Madrid: Gadir, 2008.)


Zorro rey
   Jaime Alberto Vélez

   El zorro no perdía oportunidad de acercarse al león y de caminar a su lado en actitud de familiaridad y camaradería. El león lo miraba con displicencia y oía sus palabras sin prestar atención. Con el correr del tiempo, el zorro creyó compartir con el león sus mismos atributos y, por esa razón, en su ausencia, se empeñaba en imitar sus poderosos rugidos. Los animales salvajes también parecían considerarlo Rey de la Selva, o eso, por lo menos, sintió el zorro cuando, sedientos de venganza, cayeron por sorpresa sobre él.
(Tomado de El león vegetariano y otras historias. Bogotá: Alfaguara, 2000.)

domingo, 18 de septiembre de 2011

32. Fábulas



El ratón cambiado en niña
   Fábula hindú


   Un brahmán se paseaba en cierta ocasión por los alrededores de una fuente, y vio caer, inmediato a sus pies, un ratón desprendido del pico de un cuervo. Lo cogió y lo llevó a su casa; después suplicó a los dioses que lo transformaran en una niña, gracia que le fue concedida. Algunos años después, viendo que la niña había llegado a la edad apropiada para casarla, dijo a la joven: “Elige de toda la Naturaleza el ser que más te guste; prometo casarte con él”. —“Quiero, dijo la joven, un marido que sea tan fuerte que nunca pueda ser vencido”. —“Es el Sol, entonces, lo que quieres”, dijo el brahmán.
   Y al día siguiente, dijo al Sol:
   “Mi hija desea un esposo que sea invencible; ¿querrías casaros con ella?”. Pero el Sol le respondió: “La nube destruye mi fuerza; dirigíos a ella”.
   El brahmán hizo la misma pregunta a la nube. “El viento, dijo ésta, me hace ir adonde mejor le parece”.
   El anciano no se desanimó: y rogó al viento que se casara con su hija; pero como el viento le hizo saber que su fuerza era detenida por la montaña, se dirigió a la montaña: “El ratón es más fuerte que yo, puesto que me agujerea por todas partes y penetra en mis entrañas”.
   El anciano fue, pues, en busca ratón, que consintió en casarse con su hija, diciendo que hacía tiempo buscaba mujer.
   El brahmán, cuando entró en su casa, preguntó a su hija si quería casarse con el ratón y ella aceptó, puesto que el ratón vencía a la montaña, la cual detenía al viento, dueño de la nube que oculta al sol. El buen hombre se dijo entonces: “Para llegar a este fin, ¿qué falta hacía haber cambiado al ratón en niña?”. Y rogó al dios que la joven volviera su primitivo estado de ratón, gracia que obtuvo.


François Chauveau




El león y la espina
   Ambrose Bierce


   Un León que vagaba por el bosque se clavó una espina en la pata, y al encontrar un Pastor, le pidió que se la extranjera. El Pastor lo hizo, y el León, que estaba saciado porque acababa de devorar a otro pastor, siguió su camino sin hacerle daño. Algún tiempo después, el Pastor fue condenado, a causa de una falsa acusación, a ser arrojado a los leones en el anfiteatro. Cuando las fieras estaban por devorarlo, una de ellas dijo:
   —Este es el hombre que me sacó la espina de la pata.
   Al oír esto, los otros leones honorablemente se abstuvieron, y el que habló se comió él sólo al Pastor.
(Tomado de Fábulas fantásticas. Buenos Aires: Errepar, 2000.)




La zorra y el león
   Francesc Eiximenis


   Había una vez un león que tenía hambre, y queriendo encontrar ocasión para comer, preguntó a la oveja cómo era su aliento. Y la oveja respondió la verdad, diciéndole que muy apestoso. El león, fingiéndose entonces ofendido, le dio un fuerte golpe en la cabeza y la mató diciéndole:
   —¡Ahí va!, porque no has sentido vergüenza de ofender a tu rey. ¡Ahora recibe eso!
   Después preguntó el león lo mismo a la cabra, es decir, si su aliento olía bien. Y la cabra, viendo cuán mal lo había tomado con la oveja, le contestó que su aliento era maravilloso y olía muy bien. Entonces el león le pegó un fuerte golpe en la cabeza y la mató exclamando:
   —¡Ahí va!, porque me has adulado con falsedades. ¡Ahora toma eso! Y después hizo aquella misma pregunta a la zorra, pidiéndole cómo tenía el aliento. Pero la zorra se alejó de él, recordando lo mal que les había ido a las otras y le contestó:
   —¡De buena fe, señor, le digo que no le puedo responder a su pregunta, puesto que me hallo resfriada y nada percibo de su aliento!
   Y así se escapó del león. Y los demás animales que se pusieron en el peligro, sin provecho murieron, ya que no supieron evadirse y alejarse de la respuesta.




La rana que quería ser una rana auténtica
   Augusto Monterroso


   Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
   Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.
   Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
   Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
   Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
   Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraban una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.
(Tomado de La oveja negra y demás fábulas. México: Joaquín Mortiz, 1969.)




El pastor y el ruiseñor
   Gotthold Ephraim Lessing


   —Vamos, canta, querido ruiseñor —pidió, en una primorosa noche de primavera, un pastor al silente cantor.
   —¡Ay! —exclamó el ruiseñor—, las ranas hacen tanto ruido que se me van las ganas de cantar. ¿No las escuchas?
   —Claro que las escucho —respondió el pastor—, pero sólo a causa de tu silencio.




El rico erudito
   Tomás de Iriarte


   Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era más necio que rico), cuya casa magnífica adornaban muebles exquisitos.
   —¡Lástima que en vivienda tan preciosa —le dijo un amigo— falte una librería!, bello adorno, útil y preciso.
   —Cierto —responde el otro—. ¡Que esa idea no me haya ocurrido!... A tiempo estamos. El salón del Norte a este fin destino. Que venga el ebanista y haga estantes capaces, pulidos, a toda costa. Luego trataremos de comprar los libros.
   —Ya tenernos estantes. Pues, ahora —el buen hombre dijo— ¡echarme yo a buscar doce mil tomos! ¡No es mal ejercicio! Perderé la chaveta, saldrán caros, y es obra de un siglo...
   Pero, ¿no era mejor ponerlos todos de cartón fingidos? Ya se ve: ¿por qué no? 
   “Para estos casos tengo yo un pintorcillo que escriba buenos rótulos e imite pasta y pergamino. Manos a la labor”. Libros curiosos modernos y antiguos mandó pintar, y a más de los impresos, varios manuscritos. El bendito señor repasó tanto sus tomos postizos que, aprendiendo los rótulos de muchos, se creyó erudito.
   Pues, ¿qué más quieren los que sólo estudian títulos de libros, si con fingirlos de cartón pintado, les sirven lo mismo?




La cierva y la leona
   Harold Kremer


   Lo ideal sería que la leona antes de atacar y devorar al pequeño ciervo, hablara con la madre del animalito y le dijera los motivos del crimen. Quizá la cierva la invitaría entonces a un trago porque tendría mucho de qué hablar sobre ese tema, pues ya ha perdido tres ciervitos en las garras de leones, leopardos y otros depredadores. Pensaría la cierva: «Al fin y al cabo las dos somos madres, y hablaríamos de sentimientos y esas cosas». Y sucedió que la leona le aceptó el trago y se fueron a la taberna y ustedes saben que una copa de licor siempre trae otra y helas allí bebiendo toda la tarde de ese sábado. La cierva llorando por los hijos perdidos y la leona consolándola, pidiendo servilletas para limpiar las lágrimas de la madre. Y a la cierva se le ocurrió una idea genial: pidió dos ensaladas con bastante pasto, aderezada con hojas tiernas y sazonada con perejil y cilantro. «Pruebe usted, señora leona», dijo, «es deliciosa». La leona hizo un gesto de desagrado e iba a pedir una porción de carne, pero por consideración decidió comer la ensalada. Y helas allí bebiendo y comiendo, secreteándose sobre amores y riendo y gozando. La leona dijo que la ensalada de verdad estaba buena y que iba a llevar varias para que la probaran las otras leonas, los dos leones y los leoncitos que estaban esperándola para comer. Y a la cierva se le hizo un nudo en la garganta, un nudo de felicidad que tuvo que deshacer con otro vaso de whisky, y las dos entendieron en esa noche de luna llena que era posible, por fin, convivir en paz, y se abrazaron y sellaron un pacto de no agresión y para celebrar pidieron otro trago y otro, hasta que la cierva, borracha, cayó sobre la mesa. 
   ¿Y era ético para la leona dejar a su nueva amiga allí, con las amenazas y peligros de hoy en día? «No, señor», se dijo y cargó a la cierva para llevarla hasta el pastizal. Y se fueron por ese camino, tambaleándose, cantando Pueblito viejo y otras canciones. Y la gente animal (jirafas, cocodrilos, cebras y otros) se maravillaban al ver semejante escena. Se le ocurrió a la leona, en último momento, presentar su nueva amiga a la manada. «¿Por qué no?», se preguntó, «si hasta comadres vamos a ser». 
   Y cargó a su amiga hasta la casa donde leones, leonas y leoncitos devoraron a la cierva mientras alababan el buen sabor de la carne curtida en alcohol.
(Tomado de El combate. Cali: Deriva, 2004.)