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domingo, 8 de enero de 2023

331. Dragones V

 


 


Textos tomados del libro Apología de los dragones, del escritor colombiano Conrado Alzate Valencia. El libro obtuvo el primer premio de poesía en el Concurso de Literatura del departamento de Caldas (Colombia), en 2007. 







El último dragón

   Pronto llegará el verano y el último monstruo de fuego será asesinado en una gruta de las altas montañas. Los mercenarios que hemos contratado para acabar nuestra vieja pesadilla se convertirán en príncipes valerosos. Nuestras casas dejarán de trepidar, cesarán los rugidos en el Cielo y las ovejas ya no serán devoradas. Por fin estaremos tranquilos: los niños podrán jugar en los prados, bañarse en el río y correr como el viento.
   Mañana sin duda, el dragón pavoroso de estas cumbres y estos bosques será sólo una fábula para nuestros nietos.


Apología de los dragones

   Ellos, que fueron seres alados de fuego, hijos del Sol y hermanos del rayo, seres que hicieron temblar el suelo y derritieron las armaduras de los soldados… Ellos, que volaron como el viento por el cielo de la antigua China, que robaron el ganado de los granjeros y marcaron las rocas con sus llamas… Ellos, que fueron animales extraordinarios, tan reales como la lanza de sus verdugos, ahora duermen en lechos invisibles de hielo.


El científico

   Nosotros no podemos clonar los seres de fuego que un día volaron sobre nuestros antepasados, es mejor dejarlos dormidos en sus grutas de hielo. Para qué incomodar lo poco que queda de ellos.
   Si los despertamos, volverían a estremecer la tierra con sus rugidos, a marcar su territorio con las llamas, a quemar los bosques, los cultivos y las casas. Volverían a devorar el ganado y a saquear las granjas.
   Entonces el hombre los combatiría con sus misiles, no dejaría ningún vestigio de su vida y sus prodigios. Y nuestra labor científica no tendría ningún sentido. Por esa razón, no podemos rehacer los dragones.


Vulnerabilidad

   El dragón de fuego que cuida con esmero los objetos preciosos de tu castillo ignora que poseo maniobras y trucos como el mejor jugador de manos. No le han dicho que puedo derribar muros, incinerar puertas y saquear los palacios. Tu dragón, princesa, no sabe que soy fuego.


Fuego en las cumbres

   Hay ruidos en las cumbres y llamas en el Cielo. Las alturas escucharon mis plegarias y enviaron los rayos para que despertaran con besos de fuego el dragón que dormía como una piedra en el hielo. Por fin alguien más poderoso que los soldados vigila el puente, las torres y los seres del castillo. Por fin se han marchado los años de silencio y olvido.


Hablando de dragones

   Daría mi casa y lo que soy por verlos volar sobre los cultivos de cebada y trigo, por verlos quemar los nebulosos cárpatos y vencer caballeros andantes con su fuego. Entregaría mi vida por sacarlos del olvido y mostrarle al mundo que ellos existieron, que rugieron como el trueno en el Cielo de los vikingos, de los chinos y rumanos. Daría todo por ver sus garras de acero clavadas en el cerebro de los escépticos. No importa que los cazadores de monstruos me embistan con sus lanzas y cuchillos.

domingo, 30 de septiembre de 2012

62. Dragones IV


Los dragones de la probabilidad 
   Stanislaw Lem


I
Stanislaw Lem

   Como sabemos, los dragones no existen. Esta constatación simplista es, tal vez, suficiente para una mentalidad primaria, pero no lo es para la ciencia. La Escuela Superior de Neántica no se ocupa de lo que existe; la banalidad de la existencia ha sido probada hace demasiados años para que valiera la pena dedicarle una palabra más. Así pues, el genial Cerebrón atacó el problema con métodos exactos descubriendo tres clases de dragones: los iguales a cero, los imaginarios y los negativos. Todos ellos, como antes dijimos, no existen, pero cada clase lo hace de manera completamente distinta. Los dragones imaginarios y los iguales a cero, a los que los profesionales llaman imaginontes y ceracos, no existen, pero de modo mucho menos interesante que los negativos.
   Desde hace mucho tiempo se conoce en la dragonología una paradoja, consistente en el hecho de que, si se herboriza a dos negativos (operación correspondiente en el álgebra de dragones a la multiplicación en la aritmética corriente), se obtiene como resultado un infradragón en la cantidad 0,6 aproximadamente.


II
   
   Trurl y Clapaucio —dos constructores con Diploma de Omnipotencia Perpetua— aplicaron por vez primera el cálculo de probabilidades a la dragonología, creando, gracias a ello, la dragonología probabilística. Esta última demostró que el dragón era termodinámicamente imposible sólo en el sentido estadístico, al igual que los elfos, duendes, gnomos, hadas, etc. Los dos científicos calcularon con base en la fórmula general de la improbabilidad los coeficientes del duendismo, de la elfiación, etc. La misma fórmula demuestra que para presenciar la manifestación espontánea de un dragón, habría que esperar dieciséis quintocuatrillones de heptillones de años más o menos. No cabe duda de que el problema habría quedado como un simple curiosum matemático, si no fuera por la conocida pasión constructora de Trurl, quien decidió investigar la cuestión empíricamente. Y puesto que se trataba de fenómenos improbables, inventó un amplificador de la probabilidad y lo comprobó, primero en el sótano de su casa, luego en un Polígono Dragonífero especial, Dragoligón, costeado por la Academia.
   Las personas no iniciadas en la teoría General de la improbabilidad preguntan hasta hoy día por qué, de hecho, Trurl probabilizó al dragón y no al elfo, o al gnomo. Lo hacen por ignorancia, ya que no saben que el dragón es, sencillamente, más probable.


III
   
   Varios científicos experimentaron con un dragotrón, pero, como les faltaba rutina y sangre fría, una buena parte de prole dragonera logró la libertad (no sin hacer antes a sus creadores muchos chichones y cardenales). Se descubrió, a raíz de esos acontecimientos, que los abyectos monstruos existían de manera muy diferente de cómo lo hacían, por ejemplo, armarios, cómodas o mesas, ya que lo que más caracteriza a un dragón una vez realizado, es su notable naturaleza probabilística. Si se da caza a un dragón de esta clase, y sobre todo con batida, el cerco de cazadores con el arma pronta para disparar encuentra solamente un sitio quemado y maloliente en el suelo, dado que el dragón, al verse en dificultades, escapa del espacio real refugiándose en el figurativo. Siendo una bestia obtusa y de cortos alcances, lo hace, evidentemente, por puro instinto. Las personas de pocas luces no pueden entender cómo ocurre la cosa y a veces piden a gritos que se les muestre esa clase de espacio. Si se portan así, es porque no saben que también los electrones (cuya existencia no niega nadie que esté en su juicio) se mueven únicamente en el espacio configurativo, dependiendo su suerte de las ondas de probabilidad. Por otra parte, hay quien prefiere creer en los dragones antes que en los electrones, ya que estos últimos no suelen (por lo menos cuando están solos) querer comerse a nadie.



IV
  
   Los progresos en la dragonología dejaban indiferentes a las masas atribuladas por los dragones. Las bestias hacían muchísimo daño pateando y quemando las cosechas y desvelando con sus rugidos a la gente atemorizada. Por si esto fuera poco, su insolencia era tan inmensa, que de vez en cuando se atrevían a exigir un tributo de jóvenes vírgenes. ¿Qué les importaba a los desgraciados que los dragones de la ciencia, siendo indeterministas y por tanto no locales, se comportaran conforme a la teoría, aunque contra toda la decencia? ¿Qué más les daba que la curvatura de la cola estuviera estudiada y calculada, si los monstruos devastaban las cosechas a golpe de cola? No nos extrañemos, pues, si la masa, en vez de reconocer el enorme valor de los extraordinarios logros de la ciencia, se los reprochó. Pero los científicos persistieron en su trabajo de investigación, obteniendo nuevos éxitos al demostrar que el grado de existencia del dragón dependía de su humor y del estado de saturación general. El axioma sucesivo evidenciaba el hecho de que el único método seguro de su liquidación era la reducción de su probabilidad a cero, e incluso a valores negativos. En todo caso, estas investigaciones exigían mucho trabajo y tiempo. Mientras tanto, los dragones ya realizados disfrutaban de la libertad aterrorizando a la gente y devastando planetas y lunas. ¡Y se multiplicaban, que era lo más terrible!


V
   
   Basileo Emerdiano viajaba por toda la Galaxia, provocando con su mera presencia la aparición de dragones en los lugares donde nunca nadie los había visto antes. En cierto modo, llevaba los dragones consigo, con la única salvedad de que se hallaban en estado potencial, con la probabilidad cercana a cero. Una vez bien instalado y ambientado, iba aumentando la probabilidad y la elevaba a potencias hasta que llegaran casi a la seguridad y, naturalmente sucedía una virtualización, concretización y totalización plena y manifiesta. Cuando el desespero general y el estado de catástrofe nacional llegaban al cenit, Basileo pedía audiencia al rey del país en cuestión y, después de un largo regateo para obtener unos honorarios astronómicos, se comprometía a exterminar a los monstruos, lo que siempre cumplía puntualmente. Nadie sabía cómo lo hacía, porque siempre actuaba a escondidas y solo. Por otra parte, siempre daba la garantía del éxito de su dragonólisis en el sentido solamente estadístico. Los anulaba disminuyendo momentáneamente la probabilidad y se marchaba con la pasta. Que tarde o temprano las cerofluctuaciones tuvieran que conducir a la activación de la dragomatriz, y que toda la historia volviera a empezar, lo tenía sin cuidado, pues ya él y el dinero estarían lejos.


VI
   
   El pueblo de Trufoflora era terriblemente supersticioso; su religión, la pneumatología draconiana, afirmaba que los dragones aparecían en castigo de pecados y que tenían almas, pero impuras. Los únicos métodos que aplicaban para combatir la plaga se limitaban a quemar incienso en los lugares infestados y repartir reliquias. Sobre el planeta vivía en aquel momento un solo monstruo, perteneciente a la clase más terrorífica de todas: Abyectaurios Draculeos. Pero mientras unos lo consideraban como un ejemplar único, otros lo tomaban por un ser múltiple, capaz de encontrarse en varios sitios a la vez. Esto debido a que la localización de estas asquerosas bestias depende de las llamadas anomalías draconianas, por cuya causa algunos ejemplares, ante todo los distraídos, quedan a veces “chapuceados” en el espacio, lo que no es otra cosa que un simple efecto isóspino de amplificación del momento cuántico. Así como una mano, al emerger del agua, muestra encima de la superficie cinco dedos aparentemente independientes individualizados, igual los dragones, al emerger del espacio configurativo al real, parecen alguna vez múltiples a pesar de ser uno solo.


VII
   
   Las viejas leyendas cuentan sobre dragones multitud de cosas que no son ciertas. Dicen, por ejemplo, que algunos de ellos llegan a tener siete cabezas. Hoy el dragón sólo puede tener una cabeza, ya que la presencia de dos conduciría infaliblemente a violentos altercados y peleas. En realidad, hubo unos, los pluritestas (nombre que les dieron los científicos), de naturaleza obtusa y terca, que no soportaban la menor oposición; la posesión de dos cabezas en un solo cuerpo los llevaba a una muerte rápida: cada una, queriendo perjudicar a la otra, se negaba a tomar alimento, e incluso se abstenía de respirar. Se puede adivinar fácilmente cuál fue el resultado: se extinguieron. Éste, precisamente fue el fenómeno aprovechado para inventar el trabuco anticabeza. Se dispara al dragón, alojando en su corpachón una pequeña cabecita electrónica, fácil de manejar, y al momento se originan disputas y escenas violentas. En consecuencia, el dragón se queda inmóvil y tieso en un sitio, como si le diera parálisis, durante un día, una semana, un mes, incluso hubo casos en que sucumbía al agotamiento sólo al cabo de un año. Cuando se halla en este estado, se puede hacer con él lo que se quiera.


* Todos los textos fueron tomados de Ciberiada. Barcelona: Bruguera, 1980

sábado, 4 de agosto de 2012

58. Dragones III


Una impostura del señor Perogrullo
   Marco Denevi

   Nadie podrá cazar al dragón: visto de cerca, el dragón ya no es dragón.


Dragones de pura raza
   Michael Ende 

   Los dragones de pura raza no pueden parecerse a ningún otro animal porque, si no, ya no son de pura raza. Unos son pequeños como lirones, otros, en cambio, alcanzan el tamaño de un tren de mercancías. Muchos se mueven como sapos y se contonean y son grandes como coches. Otros parecen orugas largas y delgadas como postes de telégrafo. Los hay que miden más de mil pies, mientras otros tienen una sola pata sobre la que saltan de una manera muy curiosa. Muchos no tienen patas y ruedan como barriles por las calles.
(Jim Botón y Lucas el maquinista. Bogotá: Círculo de lectores, 1985)


De dragones
   René Avilés Fabila

   Los dragones pasean su aburrimiento, recorren durante horas, de aquí para allá y de allá para acá, los límites de su prisión. Sin fuego en las fauces parecen mansas bestias de aspecto desagradable. La literatura ya no utiliza sus servicios y entonces les resta observar de reojo a sus observadores y vivir de pasadas glorias, cuando con oleadas de fuego y humo ahuyentaron poblaciones enteras, provocando la desolación y la muerte, cuando un caballero en cabalgadura blanca (como Sigfrido y San Jorge) les hacía frente para sacar de apuros a una causa noble. Sólo recuerdos de villano olvidado. Ah, si alguna potencia —de esas muy belicosas— sustituyera blindados y lanzallamas por dragones, el prestigio de éstos cobraría auge nuevamente y la poesía volvería al campo de batalla: otra vez a disputar por motivos románticos y no por razones mezquinas, políticas, económicas o raciales.
(Los animales prodigiosos. México: UAM, 1989)


La oración del dragón
   Julia Otxoa

   Todas las noches, cuando llega la hora de las noticias y los políticos empiezan con su verborrea sobre política nacional, entro en la cocina y quito el sonido del televisor, me siento a la mesa y pelo cuatro cabezas de ajos; desgrano luego todos los dientes y los machaco lentamente en un mortero de madera; lo mezclo todo con sal, aceite de oliva y un chorrito de limón y sigo dándole golpes hasta formar una masa compacta; entonces meto el dedo, la pruebo y si está en su justo punto tuesto cuatro rebanadas de pan y las coloco en un plato junto al mortero. Me arrodillo entonces entre el frigorífico y la regadera, y echo a volar todas las pieles de ajo por encima de mi cabeza, como si fueran pétalos de rosa cayendo por todas partes, alegre lluvia sobre un templo iluminado por un fuerte olor a ajos y a pan tostado.
   Sólo después de todo esto llega el tiempo de mi gimnasia diaria con saltos y volteretas por el pasillo, la sala y las habitaciones. Los ejercicios gimnásticos duran exactamente el tiempo del telediario, treinta minutos. Luego, sudada y exhausta, me doy una ducha, me pongo ropa limpia y me siento tranquila y feliz en la mesa de la cocina a comerme las rebanadas de pan untadas con ajo, aceite y limón, regándolo todo con una cerveza rubia y helada.
   Después de estos aperitivos salgo al balcón a echar unas cuantas llamaradas con mi aliento de ajos. La noche se incendia ante mis ojos. Y así estoy un ratito apoyada en la barandilla, contemplándolo todo, imaginándome que vuelo sobre árboles y tejados, sintiendo dentro de mí música de volcanes, las estrellas parpadeando sobre mi cabeza. En esos instantes pienso que algo así tenían que sentir en un pasado los dragones, cuando en plena ebullición de sus incendiadas fauces miraban el cielo.

El beso de los dragones
   Wilfredo Machado

   El dragón baja desde un cielo oscuro, cubierto de niebla, hacia una ciudad desconocida. Recorre lentamente las calles, que están solas a esta hora, el arco de un puente por donde se desliza un río en silencio, una gasolinera abandonada, un parque solitario donde se detiene. Ahora siente el olor mezclado al aire frío de la noche como un rastro dejado entre los árboles por otro animal desconocido. El olor lo conduce a un viejo edificio gris y sucio. De los balcones cuelgan macetas abandonadas y polvorientas. El dragón sube y se detiene en una ventana. Dentro de la habitación, un niño lo sueña tal cual es en ese instante. El dragón entra y se posa en la cama suavemente. El olor es cada vez más fuerte. Acaricia con sus garras la cabellera del niño. Luego levanta con cuidado las sábanas y mira con curiosidad y cierto orgullo las pequeñas alas de suaves escamas que comienzan a despuntar en la espalda. Entonces el dragón lo besa con ternura. El niño dentro del sueño arrojó un fuego diminuto como el del amor. El dragón quisiera despertarlo, pero sabe que él es sólo la proyección de un sueño y un deseo, como todas las cosas del mundo. Se aleja en silencio y regresa a la noche de donde vino. El niño nunca pudo explicar cómo comenzó el incendio dentro de su habitación.
(Libro de animales. Caracas: Alfadil, 2003)


Los dragones del trigésimo primer día
   Luiz Fernando Emediato

   No te desesperes ni mates a tus siete hijos antes de la hora. Los dragones llegarán el trigésimo primer día después de la señal, para matar. Además de tus hijos rebeldes, a las mujeres blancas que no se doblegaron a los deseos de Artaroth, dios de las tinieblas, de la noche y de la muerte.
   Primero cortaron sus hermosas cabelleras, porque lo traicionaron. Por cuanto eran dragones, no hubo leyes que les castigaran el crimen. La calva horrible se abrasó bajo el sol de la tortura, pero le prohibieron los gritos, aunque prensaran entre sus dos axilas un pedazo de madera. Por cuanto eran dragones, no hubo leyes.
   En el sexto día de martirio, ofreciéronle agua, pero la rechazó: Diéronle hiel, y por cuanto eran dragones, bebieron cerveza y danzaron y rieron en orgías fantásticas, cuya música no pasaba de una bárbara, angustiante y desesperada sinfonía de gemidos. Eran dragones, y por ello siguieron impunes.
   En el séptimo día descansaron, mientras en el patio del sol el héroe traicionado cargaba piedras. La ley les aseguraba descanso, y por cuanto eran dragones, disfrutaban sus beneficios.
   El héroe murió en la vigésima hora del décimo tercer día, y por cuanto eran dragones, no creían en presagios. Mientras el pueblo bramaba en las torcidas calles, deslizándose por ellas cual formidable ciempiés, dormían bajo los efectos del vino y de los hongos alucinantes. Despertaron con los primeros rayos del sol rojo, y cuando abrieron los ojos, llevaron la mano izquierda, medrosamente, a los coloridos galones de los uniformes.
   Nadie acudió a sus llamados, aunque fueran dragones, y uno a uno fueron pasados por las armas blancas. Por cuanto eran dragones, los sepultaron con honores y salvas de veintiún cañonazos.
   Después de un torturado hiato de meses y meses de incertidumbre, los líderes del precipitado ciempiés popular fueron diezmados por los ángeles sin alas, uno por uno, en secreto y en silencio, en la intimidad ininvadible de las sábanas.
   Los nuevos dragones llegarán el trigésimo primer día, aunque los libres atestigüen que no es cierto, y durante diez años castigarán a los débiles. Ayer sepultaron el último varón antiguo, y ahora, aunque sea de madrugada, todavía podemos oír los gritos de sus siete viudas. Lloran no por él, que ya murió, sino por sus siete hijos menores que serán sacrificados, a hierro y fuego, en la madrugada del trigésimo día después de la noche del aviso, o sea mañana.

domingo, 1 de abril de 2012

49. Dragones II








   Hay algo más terrible y maravilloso que ser devorado por un dragón: es ser un dragón. Hay algo más extraño que ser un dragón: ser un hombre.
 Jorge Luis Borges
(Revista Sur, Buenos Aires, en julio de 1936) 








Fábula del dragón
   Wilfredo Machado


   Mientras encajaba una afilada escarpia en una cuaderna mal sujeta del Arca, Noé vio llegar un dragón arrastrándose sobre las arenas del desierto. Era diez veces más grande que un caballo y tenía el cuerpo cubierto de escamas que resplandecían bajo la luz del atardecer. Noé lo observó con admiración y miedo. De sus fauces salía una columna de humo blanco que ascendía bajo los últimos rayos de luz. Los ojos del dragón permanecían inmóviles, la mirada extraviada en el paisaje desolado de las dunas. Notó que los ojos tenían la blancura lechosa de la muerte y comprendió al mismo tiempo el largo y penoso camino de la ceguera.
   Entonces el dragón habló.
   —He atravesado la mitad de la tierra para conocerte, pues tu fama se ha extendido por todo el mundo. He visitado los oráculos y las sibilas; he conocido los mapas astrales, las teralogías, las rutas del sueño y del olvido, para llegar hasta ti, el más pequeño e insignificante de los hombres que pueblan la tierra. En lejanos países que nunca conocerás hay hombres que como tú sueñan con el día de la muerte, sirenas con cabeza de pez y cuerpo de doncellas, animales que hablan el lenguaje de Dios, vísceras dónde leer el futuro como en un libro abierto, sabios que han visto tu viaje en el brillo de Sirio, constelación de lobos en celo aullándose a la noche. Aún es tiempo de romper los designios divinos y dejar que perezca la raza de los hombres y de las bestias.
   —Tú también morirás —le respondió Noé.
   —Otra vez te equivocas como el más iluso de los mortales. No se puede matar lo que no existe.
   Noé pasó su mano por el rostro lleno de sudor, buscando en la escasa luz una respuesta; cuando la bajó, estaba solo frente a la mancha roja del desierto. El dragón había desaparecido con la noche. El viento borraba las huellas en la arena. Noé vio la sombra que se perdía detrás de las dunas cuando comenzaban a brillar las primeras estrellas.
(Libro de animales. Caracas: Alfadil, 2003)



Retro
   Pablo Gonz
A Alejo Carpentier


   «Yo no me caso con ese adefesio», dice la princesa. Y entonces el caballero sonríe orgulloso, a pesar de faltarle algunos dientes, y se retira del salón caminando de espaldas. Franquea la puerta, retrocede por el pasillo de los asombros y salta a su corcel al que sube la cabeza del reptil.  Extenuante cabalgata marcha atrás hasta un bosque lóbrego donde el héroe se cura con barro la horrible herida que recibió en el rostro. Acto seguido, capita a la bestia; y, arrancándole la espada del corazón, recibe el zarpazo que le devuelve su antigua hermosura. Sonríe ahora sin temor y vaga atentamente por el bosque. En él seguirá, hasta que vuelva a tener hambre, el temible dragón que asola al reino.






El dragón
   Ana María Shua


   El problema es que el dragón no sabe hacer nada. Está demasiado viejo para volar y logra apenas un patético revoloteo de gallina. Aunque un par de columnas de humo se elevan débilmente de sus narinas escamosas, ya no es capaz de expeler su fuego vengador. Es interesante, le dice el director, muy interesante, pero más apropiado para un zoológico que para un circo. Embalsamado, en su momento, podrá venderse  por una buena suma a cualquier museo.
   Y el dueño, o tal vez el representante del dragón, se va del circo desalentado, arrastrando su troupe de especies aladas, un grifo de mirada cansina, una familia de vampiros vegetarianos, un ex ángel que exhibe torpemente los muñones de sus alas mutiladas.
(Cazadores de letras. Madrid: Páginas de espuma, 2009)



El dragón ausente
   Martín Gardella


   Escondida entre los multicolores montes Apeninos, se encuentra la morada de un dragón bravío. Se discute, entre los especialistas, la razón por la cual, desde hace siglos, el animal fabuloso no accede a ser visto. Algunos afirman que se esconde por vergüenza, desde que perdió la capacidad de producir fuego. Otros, con mayor rigor histórico, aseguran que el dragón se condenó al ostracismo por remordimiento. Sólo así se explica que su desaparición haya sido concurrente con aquel famoso incendio de Roma.
(Instantáneas. Buenos Aires: Andrómeda, 2010)


   El tigre y el dragón
   Andrés Ibáñez


   El dragón contempla el mundo desde lo alto de las nubes. El tigre duerme tranquilo a la sombra de una acacia. Un pájaro azul cruza los aires. ¿Es el sueño del dragón que desearía ser capaz de descender a la tierra, o el sueño del tigre, que desearía ser capaz de alcanzar los cielos?
(Ángeles Encinar y Carmen Valcárcel. Más por menos. Antología de microrrelatos hispánicos actuales. Madrid: Sial, 2011)



Párrafos trocados
   Graham Greene


   Una vez estaba tendido en la cama del dormitorio, llorando bajo las sábanas porque era la primera semana del trimestre y todavía faltaban doce infinitas semanas para las vacaciones. Y yo tenía miedo de... de todo. Era invierno y de pronto vi que la ventana de mi cuarto se empañaba con un vapor caliente. Limpié el vapor con la mano y miré hacia abajo. Allí estaba el dragón, echado en la calle húmeda y negra, parecía un cocodrilo en un arroyo. Antes nunca había abandonado el ejido porque todos estaban en contra de él... Como también creía que estaban contra mí. Hasta la policía guardaba rifles en un armario para matarlo si se acercaba a la ciudad. Pero allí estaba, tendido e inmóvil, respirándome cálidas nubes de aliento. Se había enterado de que las clases habían vuelto a empezar y sabía que yo era desdichado y estaba solo.
   Quizá tú no necesites la ayuda de un dragón, pero yo la necesitaba. Todo el mundo detestaba a mi dragón y querían matarlo. Temían al humo y a las llamas que salían de su boca cuando estaba enfadado. Por las noches yo solía escabullirme de mi dormitorio y llevarle latas de sardinas de mi caja de provisiones. Él las cocinaba dentro de la lata, con su aliento. Le gustaban calientes.
(El factor humano)

domingo, 5 de febrero de 2012

45. Dragones I

Znaiguang

El dragón
   Anónimo [Jorge Luis Borges]
   El dragón abominable de la Escritura es enroscado como el mar y es un emblema del pecado y la muerte; el dragón chino es una respetada y benévola divinidad del aire, aunque las fauces tornasoladas exhalen fuego y carezca de alas el cuerpo; el reseco dragón de los turcomanos arma su habitación en los cauces duros de arena o repecha los cerros pedregosos en busca de la humedad de las nubes.  
   El dragón de las imaginaciones germánicas es distinto: es el insomne celador subterráneo de un tesoro escondido. No lo posee ni lo aprovecha: lo guarda. Ese empleo es tradicional: en la gesta de Beowulf —que corresponde al año setecientos de nuestra era— el dragón es siempre apodado ‘el guardián del tesoro’, así como la batalla es el juego de las espadas y el mar es el camino de las velas o el sendero del cisne. El dragón viene a ser un condenado, una especie de espíritu elemental vinculado a una pila de metales que de nada le sirve, ni siquiera de argumento para esperanzas —ya que no puede concebir el valor del dinero, el menos material y más abstracto de todos los valores. El dragón, en la cueva que es su cárcel, vigila noche y día el tesoro. Ignora el sueño, como lo ignoran los ardientes huéspedes del infierno, cuyos párpados maldecidos nunca se abaten sobre los miserables ojos. Vigila esas monedas inexplicables y esos duros collares que aprieta y no vislumbra en la oscuridad. Alguna vez —sólo se trata de esperar unos siglos— el predestinado acero del héroe —Sigurd o San Jorge o Tristán— penetrará en la sórdida cueva y lo acometerá, lo herirá de muerte y lo salvará.
(Revista Multicolor. Buenos Aires: Septiembre de 1933)


El príncipe Ye y los dragones
   Sheng Buhai

   El príncipe Ye era famoso por la pasión que sentía por los dragones. Le gustaban tanto que los tenía pintados en las paredes o tallados por toda la casa. El verdadero dragón de los cielos se enteró de esto, fue volando a la tierra e introdujo su cabeza por la puerta de la casa del señor Ye y su cola por una de las ventanas. No bien el príncipe Ye lo vio, huyó asustado y casi loco.
   Esto demuestra que el príncipe Ye, en realidad, no amaba tanto a los dragones, sino a algo que se les parecía.
(Eduardo Berti. Los cuentos más breves del mundo. Madrid: Páginas de espuma, 2008)




2012, año del dragón de agua
   El Dragón (龍) es la única criatura mítica en el zodiaco chino. En China, los dragones se asocian con la fuerza, con la salud, con la armonía, y con la buena suerte; son colocados encima de puertas o encima de los techos para desterrar a los demonios y espíritus malignos. Más bebés nacen en el año del Dragón que en cualquier otro. En las culturas milenarias orientales, es considerado, al igual que la serpiente, un animal de buena suerte. En la antigua China era considerado como el guardían de los tesoros, así también de la sabiduría.


El dragón
   Harold Kremer

   Cuando el mundo conocido sólo era China, el dragón Han se apareció en sueños al rey Tong y le dijo:
   —Al despertar sólo tendrás un día más de vida y luego morirás. Podrás seguir viviendo si construyes para mí un castillo que dure mil años.
   Cuando despertó, el rey olvidó el sueño. Al anochecer, cuando faltaban apenas seis horas para la sentencia, lo recordó y llamó de prisa a sus ministros, consejeros y magos.
—Pronto moriré —concluyó después de contar su sueño—. Si alguno de ustedes tiene una solución quiero oírla.
   Divagaron durante horas hasta que uno de los consejeros trajo unas copas de licor. En la del rey echó un fuerte somnífero que lo hizo dormir inmediatamente.
   —Pero, ¿qué hiciste, siniestro consejero? —clamaron en coro los hombres.
   —Salvarlo —respondió—. Sólo en sueños podrá construir ese castillo.
(El combate. Cali: Deriva, 2004)


El arte de matar dragones
   Zhuang Zi

   Zhu Pingman fue a Zhili Yi para aprender a matar dragones. Estudió tres años y gastó casi toda su fortuna hasta conocer a fondo la materia.
   Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte.


La sentencia
   Wu Ch'eng-en

   Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.
   Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
   Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
   —Cayó del cielo.
   Wei Cheng, que había despertado, lo miró con perplejidad y observó:
   —Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
(Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Cuentos breves y extraordinarios)


El dragón terrestre
   Henry Ficher

   En un bazar de la antigua China, un hombre menudo y de piel curtida ofrecía a gritos el más grande descubrimiento del mundo: la prueba incontrovertible de la existencia del Dilong, el dragón terrestre. Los curiosos que pagaron para entrar a su tienda pudieron ver el cráneo fosilizado de un descomunal carnotaurus. Desde entonces nadie negó en China la fuerza de los mitos.