Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

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sábado, 19 de julio de 2025

398. Ajedrez VI

Editor invitado: Eduardo Serrano Orejuela 


Imagen generada con IA


Cantar de gesta
   Fernando Sánchez Clelo (México)

   Mi castillo está a punto de caer. El ejército y los corceles han sido arrasados en el campo de batalla. La reina ha sido asesinada. El último gran caballero está muerto. Mi reino está perdido, pero no me rendiré: me queda mi dignidad. Moriré de pie, orgulloso de mi color.
   –¡Jaque mate!


Palamedes
   Pedro Badrán Padauí (Colombia)

   El guerrero que difundió el ajedrez entre los griegos era pacifista y no mereció de Homero ningún verso en su largo poema. La razón era sencilla: antes de iniciar las hostilidades sobre Ilión, Palamedes sugirió que Paris y Menelao resolvieran sus rencillas en un torneo de ajedrez. Aquellas partidas se prolongaron durante veinte años y en realidad fueron el material en el que Homero basó sus cantos. Palamedes fue muerto accidentalmente por Áyax, quien enloqueció al no soportar la prolongada inactividad. Una clandestina secta de ambientalistas y vegetarianos venera su nombre.


La granada XVI
   Enrique Anderson Imbert (Argentina)

   La mañana se ensombreció, y cuando miró hacia arriba, creyendo encontrar una nube, alcanzó a ver una mano enorme que se retiraba rápidamente detrás del cielo. Si esa mano era la que iba a moverlo por el tablero del mundo ¿qué sería él, peón, rey, torre, caballo, alfil?
(El gato de Cheshire)


Así nació la monarquía
   Claudia López (Argentina)

   El rey empezó por decretar un número: 2. Su limitada imaginación lo hizo suponer que 2 era el número de la guerra y del amor. Así, decidió que, entre tanta variedad, las mujeres se clasificaran entre blancas y negras. Las legiones de damas (así se convino en llamarlas formal y genéricamente) guardan de aquella época una carcajada que les humedece los ojos ante el más leve movimiento de piezas. Aún hoy, muchos interpretan erróneamente esta inclinación a las lágrimas.
(Pasatiempos)


Las piezas del ajedrez
   Jorge Luis Borges (Argentina)

   No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada.
   También el jugador es prisionero (la sentencia es de Omar) de otro tablero de negras noches y de blancos días.
   Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?


Diferencias
   Luis Mallarino (Colombia)

   A pesar de las marcadas diferencias socioculturales, económicas y étnicas, la dama blanca –no se sabe cómo– terminó perdidamente enamorada del peón más negro.
   Las primeras en enterarse fueron las torres; claro, el peón no disimulaba y por las noches cantaba sones montunos mientras la reina movía sus caderas descaradamente.
   No tardaron en saberlo los alfiles, pero igual respetaban al rey que a la reina, así que guardaron silencio.
   Los caballos sí relincharon la noticia a tiempo, pero el rey no entiende de relinchos; sí de latigazos.
   Así, cuando el rey quiso darse cuenta, ya era tarde: estaba en jaque.
   El peón logró la coronación.


Corrientes filosóficas
   Luis Mallarino (Colombia)

   ¿Decisión o Destino? se preguntan los peones constantemente, y de estas discusiones han surgido múltiples corrientes filosóficas.
Los más irreverentes creen rotundamente en la autonomía de cada paso, de cada gesto: todo lo que hace un peón sobre su universo, lo hace medalaganariamente. No dioses, no destino, no funciones algebraicas, no astros, no peón-4-alfil-rey, no Txb5. Cada peón es absoluto responsable de sus actos, hasta su muerte.
   Los ortodoxos, como es de suponer, creen en los dioses y en las escrituras. Dicen estas que en los últimos tiempos se levantará peón contra peón y reino contra reino, que los reyes serán aduladores de sí mismos, que los débiles serán oprimidos y no habrá paz en el mundo.
   Hay otro bando que cree que todos los movimientos están regidos por los astros; el horóscopo lo es todo en la vida de estos peones. Acuario: No se te ocurra acercarte a ese caballo. Escorpión: Es buen momento para cambiar de casilla. Aries: Quédate en tu sitio, sin desesperarte. Los astros no mienten, piensan lo peones.
   Una minoría cree en la ley del equilibro o de la compensación: la muerte de un peón amigo tarde o temprano generará la muerte de un peón enemigo; esta segunda muerte puede darse al siguiente instante (Cuando esto sucede, los peones se enorgullecen de su creencia); sin embargo, si la muerte no se da de tal modo, no interesa; pues la ley del equilibrio puede compensar peón contra peón, siglos después, vidas después.
   Otro pequeño grupo se dedica hace siglos a la creación y estudio de una extraña notación algebraica que, según ellos, contiene el misterio de la existencia, y bien podría definir el pasado, presente y futuro en la vida de los peones y de todos los demás seres del universo. Estos peones les han dado nombre a todas las casillas, y a todos los movimientos posibles sobre el tablero.
   Lo único que no concibe ningún peón, en ninguna de las corrientes filosóficas, es que alguien pueda moverlos como piezas de ajedrez.

sábado, 22 de agosto de 2020

269. Ajedrez V


El peón transgénero
   Eduardo Serrano O.

   En el tablero de ajedrez hay por lo menos un peón que aspira a coronar la octava casilla para convertirse en reina.


Jaque mate
   Jorge Arturo Abascal

   —Es que tengo un problema —me dijo Fátima mientras movía su torre y me ponía en jaque.
   Jugábamos una partida de ajedrez, llevábamos ya unas tres horas enfrascados en una batalla de estrategias. Fátima ganaba, como siempre, como en todo, ganaba. Yo intentaba defenderme meditando mucho cada jugada, intentando deducir lo que respondería.
   —¿Qué te pasa? —le pregunté mientras revisaba desesperado cómo escapar del cerco.
   Fátima no contestó; esperó astuta mi movimiento. Deduje que lo hacía para distraerme, pero no lo conseguiría, me dije.
   Moví el último alfil que me quedaba para proteger al rey y, de paso, comerme a la torre asesina.
   —La vida es un ajedrez… jaque mate —contestó por fin Fátima, mientras colocaba la reina en posición vencedora.
   —Eso es un lugar común —contesté, mientras buscaba en el tablero alguna posibilidad de seguir viviendo. Pero era cierto: había perdido, estaba muerto.
   Fátima tomó mi rey y lo acostó en el tablero mientras me miraba con burla. Se levantó y se dirigió a la salida. Antes de llegar a la puerta se detuvo y sin voltear me dijo:
   —Hasta aquí llegamos; desde ahora ya no eres más. Sólo fuiste un personaje que existe porque quiero. Ni siquiera tienes nombre.
   Intenté recordar mi nombre… no pude. Fátima apagó la luz, salió de la habitación y cerró la puerta.
   Me quedé en la oscuridad, inmóvil y silencioso; quise moverme y hablar… no lo conseguí. Cerré los ojos.


La dama es valenciana
   Agustí Mezquida

   El antiguo juego indio del chaturanga, fue adoptado por los persas y llevado a Europa por los árabes. Éstos jugaban con una pieza llamada “visir”, que se movía un cuadro en diagonal. Lenta y reposada era la forma de jugar, al punto que el juego se utilizaba incluso como ritual de cortejo entre la nobleza.
   Pero la ciudad de Valencia vivía un momento de esplendor económico y cultural, de manera que, en lugar del visir, se introdujo la “reina” (no en vano era creciente el poder de las soberanas en la época renacentista). Esta pieza tenía más movimientos y alcance, lo que consolidó un ajedrez de mayor agilidad, aunque ya no se podía utilizar para la seducción.

G.B.Z

Frente al tablero de ajedrez
   Henry Ficher

   —¡Otra vez tablas! —dice el de las piezas negras.
   —Una más —propone el adversario.
   Acomodan las piezas, cambiando de color. Juegan rápido, sin vacilar, como si conocieran de antemano la estrategia del contrincante. Al finalizar, exclama el que juega con las blancas:
   —¡Tablas! —da un manotazo en la mesa—. ¿Cómo es posible?
   El otro no se inmuta. Está seguro de que un día se derrotará a sí mismo.
(Fe de erratas)


Post-estructural
   Guillardo Serramante

   Con un salero reemplazamos la torre faltante: lo que importa no es la forma, sino la función. Cuando las piezas regresaran a la caja, el salero retomaría su valor al lado del pimentero, los platos y los cubiertos.
   Pero no: terminada la partida, añoraba el fragor de la batalla, sus gestas guerreras, la lucha impetuosa en pos de la victoria. Para él, la vida había perdido su sal.

G.B.Z.

Cafisho
   Rocco Laguzzi

   Cuando están distendidos, el General Chagall y el cabo Gustavo se tranzan en formidables partidas de ajedrez. Pero el cabo, que es un mujeriego irredento, siempre cae en la celada de Chagall que, con artera intención, le ofrece la dama.
(La militancia)


El campeón del mundo de ajedrez
   Juan Pedro Aparicio

   Los contrincantes del persa Khalil Ilaidil, campeón del mundo de ajedrez durante diez años consecutivos, le acusaron de fraude. Decían que no se enfrentaban a uno sino a dos jugadores, pues Khalil estaba unido por el cerebro a su hermano Ahmed. Nadie podía probar, sin embargo, que hablaran entre ellos mientras se celebraban las partidas y hasta parecía que Ahmed, a quien, según Khalil, aburría el ajedrez, se pasaba la mayor parte del tiempo dormitando. Pero sus rivales sospechaban que ese aparente desinterés era una estratagema, que el verdadero cerebro del juego era Ahmed, que transmitía a su hermano, de cerebro a cerebro, los movimientos a realizar. Un día un detective demostró con pruebas visuales que cuando uno de los siameses fumaba, el humo salía también por la boca del otro. Khalil fue despojado de sus galardones.
(Alrededor de un tablero. Cuentos de ajedrez [ant. David Vivancos A.])

domingo, 10 de septiembre de 2017

192. Ajedrez IV


Cuarteto 49 
   Omar Khayyam  

   Todo es un tablero de ajedrez de noches y días,
   Donde el destino, con hombres como piezas, juega:
   Acá y allá mueve, y da jaque mate y mata,
   Y a uno por uno vuelve a poner en el armario.
(Los Rubaiyat)
   

144
   Ana María Shua


   Grave peligro para la Reina Blanca. A punto de ser quemada en la hoguera, acusada de entregarse al amor bestial con los caballos, de asomarse desnuda a la ventana de las torres, de corromper a los peones, de quebrar la monástica calma de los alfiles. Indultada, sin embargo, y enterrada con honores por sus grandes servicios al estado: sacrificarse al abrazo mortal del Rey Negro, atrayéndolo así a una emboscada en la que también él cae sorprendentemente feliz de haber logrado al fin desmentir su impotencia. (Secretísima envidia del Rey Blanco).
(La sueñera)


Jaque mate
   Carlos José Castillo Q.

   El Rey, entristecido, miró el campo de batalla, revisó su estrategia y con pesar tuvo que reconocer que ya había ganado aquella partida. Sin embargo, agachó la cabeza y concedió la victoria a su oponente, pues no soportaba que a su Dama se la hubiese comido el caballo.

(Los inmortales)


[Sin título]
   Rafael Pérez Estrada


   Jugaban el blanco y el negro con una valentía infrecuente. Incluso un historiador riguroso, al observar a aquella partida de ajedrez, habría dicho que allí se seguía una estrategia parecida a la de la batalla de Waterloo. Habían apostado ya el honor y la fama, la respetabilidad y los hijos, e incluso se habían jugado las primeras palabras usuales en los tests de respuesta; y como no les quedase nada más que arriesgar, le propuso uno al otro: apostémonos el color de nuestra piel. Y tras una discusión llena de justificaciones, al fin, temerosos, empezaron de nuevo. El juego duró tanto como el tiempo de vida que se les había concedido. Los marfiles agotaron sus divisas, y el azar se hizo eterno. Mas la muerte, ejerciendo su oficio, hizo tablas. Qué hubiera sido de nosotros —dijo alguien— si uno de ellos llega a ganar.
(Antología de breve ficción)


Crueldad del ajedrez
   Carlos Herrera


   El ajedrez es, como se sabe, un juego cruel. Su mayor crueldad reside en que el rey no tiene amigos.
   Instalado en estrecho territorio, resignado a movimientos mediocres y determinados por otros, el triste monarca está rodeado sólo de vasallos, cortesanos, máquinas de guerra y adversarios. Y una dama demasiado poderosa.
   La mayor parte del tiempo, el rey se limita a observar cómo van cayendo todos, hasta quedar desguarnecido. Rara vez es artífice de una victoria. La derrota, en cambio, le es imputable siempre.
Pobre rey de palo. Cuánto daría por tener alguien con quien tomarse un café, echarse un conversadito y, eventualmente, jugar ajedrez.
(Colección minúscula. Ricardo Sumalavia [compilador])

Piezas de ajedrez de Arthur Antler

Encuentro sorpresivo
   Héctor Ugalde

   Las dos torres se encontraron de improviso en el fragor de la batalla. Después de la sorpresa vieron que eran de colores iguales y suspiraron aliviadas. No tenían tiempo para platicar, pero era bueno verse y hasta a veces poder trabajar juntas porque lamentablemente casi siempre estaban en extremos opuestos.




El mate del pastor
   Leyenda popular


   Un monarca se jactaba de ser invencible en el ajedrez. Todos sus rivales en la corte sucumbían ante él.
   Un día, volviendo de una cacería, en compañía de nobles y pajes, vio a un pastor sentado en una roca al borde del camino real. El hombre, que cuidaba tres ovejas, se entretenía jugando sólo al ajedrez, moviendo por turnos las blancas y las negras. El rey, que nunca había visto a nadie jugar de esa manera, lo retó a una partida.
   Volvieron al castillo y aprestaron tablero y piezas. Pero, ante la perplejidad de los presentes, la partida terminó muy pronto. El pastor sacó un peón, el alfil y la dama y le dio mate al rey en sólo cuatro jugadas.
   El rey desterró a los caballeros y cortesanos que siempre lo habían dejado ganar y nombró al pastor “Duque del ajedrez”.

domingo, 21 de diciembre de 2014

121. Ajedrez III


La partida
   Juan Pedro Aparicio

   ¿Y no seremos nosotros las piezas de un tablero en una partida jugada por los dioses? “Ahora te como a Anselmo López”. Y yo, a Román Fernández. “Yo, a Julio Álvarez Cifuentes”. Así hasta completar los cientos de miles de muertos que hay cada día en el mundo, Al tiempo que van entrando en juego nuevas fichas, a las que nosotros tomamos por hijos o por nietos.
(Ciempiés. Los microrrelatos de Quimera. Neus Rotger y Fernando Valls [eds.])



El jugador de ajedrez
   Sergio Gaut Vel Hartman

   Cualquiera sabe que la de ajedrecista no es una profesión extravagante y mucho menos peligrosa. Quinientos millones de personas en el planeta Tierra están asociadas a un club de ajedrez y mil quinientos millones saben, por lo menos, las reglas básicas del juego. Pero la excepción que confirma la regla es Nemesio Fattaba, jugador oficial de la bombonería El Caballo Goloso, ya que la especialidad de la casa es un set de piezas que contiene dieciséis trebejos de chocolate oscuro y otros tantos de chocolate blanco. Nemesio juega in situ con los compradores y, si bien intenta que las partidas terminen pronto, nunca come menos de seis piezas por partida, a razón de veintinueve partidas por día. Pesa ciento setenta y ocho kilos y todo el mundo sabe de qué se va a morir.
(Brevedades. Antología argentina de cuentos re-breves. Martín Gardella [ed.])


271
   Édgar Allan García

   El día en que descubrió el engaño, no supo qué hacer. Estuvo pensando durante horas, como ajedrecista antes de una jugada clave. Por fin movió una pieza y con ella se enfrentó al rey. Él presentó pruebas a su favor y terminó acusándola de paranoica. Ella recurrió al llanto. Jugada dudosa. Dijo que se iba a matar. Jaque. Él se quedó aunque no quería. Jaque mate.
(333 Micro bios. Quito: Servicios Editoriales Alicia Rosell, 2011)


Desborde
   Rogelio Dalmaroni

   Durante siglos los peones al llegar al casillero 8 se coronaban reina.
   En abril de 1789, durante un torneo en las afueras de París, en un clima de revuelta popular, dijeron basta. Decidieron seguir siendo peones.
   El tablero fue tomado y los reyes hechos rehenes.
   El comité internacional suspendió el torneo y amenazó con eliminar a los peones del juego.
   Fue la chispa que encendió los tableros.
   En los torneos alrededor del mundo los peones exigieron la reforma y los jugadores se solidarizan con ellos.
   El comité prohibió el ajedrez.
   La rebelión se extendió como reguero de pólvora a toda Europa.
   Surgió entonces, con fuerza inusitada, un nuevo reclamo: la abolición de las coronas.
   El 14 de julio de ese año se produjo la toma de la Bastilla en París.


El rey recordaba
   Héctor Ugalde

   El rey recordaba los tiempos en que era tan sólo un pequeño peón.
   Pero eso no podía ser, ya que un peón podía coronarse en caballo, o alfil, en torre, o hasta en reina, pero en rey, no.



Gambito
   Guillermo Bustamante Z.

   El ajedrez apareció con las piezas dispuestas en el umbral del santuario. Untu —enésima generación del Gran Chamán, creador de todas las sustancias— lo tomó cuidadosamente y se encerró en el templo. Miró dentro de sí durante varios días, en perfecto ayuno. Luego, tomó los frutos del río durante una semana; más tarde, sólo los frutos de la chagra; y, finalmente, los de la selva. Salió y se dejó llenar de luz, completamente desnudo, al sol. Así, en cinco lunas, ya había descifrado el sentido del ajedrez: se trataba de un mecanismo de adivinación combinada que le permitió gobernar con sabiduría la tribu y sanar los cuerpos asediados por espíritus díscolos.
   Un día, el Gran Chamán habló en la mente de Untu: debía compartir la sabiduría que habitaba en aquel mecanismo. Entonces, Untu lo dejó —a su vez— en la puerta de un templo de la Otra Gente, la de las ciudades.
   Pero no fueron dignos del don del Gran Chamán y, al cabo de un tiempo, creyeron que se trataba de un juego.


Continuidad del tablero
   Antonio Suárez Molina
   Para Julio Cortázar

  Como en muchas leyendas, poemas e historias anteriores, dos reyes se sentaron en ésta a jugar al ajedrez, ajenos a las cruentas guerras que se libraban en sus confines. Cada uno de los monarcas era dueño de un reino. El ganador se quedaría con los dos, y el otro partiría al destierro.
   El espacio era un jardín, circundado de álamos y encinas. Desde las lejanas montañas llegaba, muy tenue, un aullido de lobos. El tablero del juego era de mármol, y las piezas figuraban siluetas guerreras. El lugar y la época son inciertos.
   “¿Y si llegamos a tablas?”, preguntó el rey azul, más sensato que su rival.
   “Tendríamos que seguir”, dijo el monarca rojo, hombre enérgico y audaz, “hasta que alguien incline su rey. Tal es lo convenido”.
   La primera partida, una Ruy López con la variante del cambio, terminó empatada luego de 44 movimientos. La segunda, una defensa Grünfeld harto compleja, arrojó, después de 87 movidas, el mismo resultado.
   Y así siguieron. Los contrincantes, tan distintos de estilo —el uno, creativo, arriesgado; el otro, posicional, sólido—, tenían un nivel de juego, por cierto alto, muy equivalente. Los dos habían aprendido desde niños, con sus tutores, esa otra forma de la guerra. Y habían consultado luego con provecho las partidas y reflexiones de Don Alfonso el Sabio, Da Vinci, Andersson e, incluso, las de aquella dama de la corte napoleónica a la que se le permitía, cuando era su turno de responder con las piezas negras, hacerlo con las blancas, para no empañar de azabache sus manos marfileñas. Y ambos eran tozudos, tercos como dos mulas nacidas en establos reales.
   Se sucedieron muchas, innumerables partidas, sin que ninguna permitiera un ganador. El sol se ponía, la luna asomaba, volvía a triunfar la mañana. Concentrados en el tablero, los rivales no se miraban, no veían en el rostro del otro, espejo de sí mismos, los estragos del tiempo. Eran ya otros los lobos del bosque. Los rosales del jardín, atentos a un incesante fluir, prodigaban nuevas flores, nuevas bellotas las encinas. El galope de un caballo interrumpió por un momento la concentración de los jugadores.
   El jinete se apeó, se acercó a la mesa de juego, y habló con cierta prepotencia: “Ya no existen los dos reinos”, dijo. “Se fusionaron en una república, que ahora vive en paz, por decisión del pueblo y de las Cortes”.
   Dicho su mensaje, el hombre partió a toda prisa, sin advertir que la distracción causada por su arribo había impedido una jugada decisiva, que el monarca rojo no vio. Después del alfil por peón torre, un espléndido sacrificio, habría seguido para el rival una larga e irremediable agonía. De cualquier modo, antes que los contendores se dignaran comentar las nuevas recibidas, la partida continuó.
   Pactado el empate, el ex rey azul, siempre el más cauto, preguntó:
   “Y ahora, ¿qué?”.
   “Alguien tiene que ganar, insisto en ello”, respondió el rojo, siempre el más audaz. “Y no es raro que una república, ejemplos sobran, vuelva a ser un reino. Es cuestión de paciencia y, así lo decía nuestro padre, de alguna sangre. Continuemos, che”.
   Era su turno de empezar, y planteó una apertura que, según muchos entendidos, conduce a tablas.
Campos de Marte Buenos Aires, Editorial La Balsa, 1965

domingo, 13 de abril de 2014

102. Ajedrez II


Editor invitado: Eduardo Serrano Orejuela

Un rey  no puede ser capturado
   Jesús Hernández

   En un encuentro armado entre Luis VI el Gordo y Enrique I de Inglaterra, un soldado normando logró agarrar las riendas del caballo del rey de Francia.

   —¡Ya tengo al rey! —gritó.
   Luis VI sacó de la silla de su caballo un hacha de combate y se la clavó en la cabeza al soldado.
   —¡Un rey nunca puede ser capturado! ¡Ni siquiera en el ajedrez! —exclamó.
(Hernández, Jesús. ¡Es la guerra! Barcelona: Inédita, 2005)


G.B.Z

El rey estaba furioso

   Héctor Ugalde

   El rey estaba furioso. Él estaba ileso. Sano y salvo. Fuerte y sin estar amenazado de ningún ataque directo a su persona.

   Le molestaba que hubiese sido derrotado por una pequeña bandera roja del reloj.


[Sin título]

   Cristina Peri Rossi

   Cuando los alfiles se rebelaron, el campo quedó sembrado de peones desvanecidos; las torres corrieron a refugiarse en los tamarindos y un caballo, despavorido, vagaba por el camino, ciego de los ojos y perdiendo sangre por los oídos. Los peones restantes prepararon en vano una celada: murieron junto al arroyo y solamente el otro caballo parecía resistir. El último embate enemigo dio por tierra con el rey que huía —como casi todos los reyes— dando la espalda. Cuando la reina, majestuosa y trágica, quedó sola en el camino, uno de los alfiles se le subió a la espalda y el otro, con un toque de lanza, la derrumbó. Sobre ella gozaron toda la mañana, hasta que, aburridos, la abandonaron junto a la casilla número cinco.

(Indicios pánicos. 1970)


Ajedrez

   David Lagmanovich

   Ella movió una pieza y de inmediato se mordió el labio inferior, como lamentando el haber hecho esa jugada. Él lo notó y, además de apreciar lo bonita que estaba su compañera de juego, hizo una movida que no aprovechaba el error de ella y, por el contrario, le daba una oportunidad de repararlo. Ella desconfió de la facilidad que se le ofrecía y movió otra pieza en forma que parecía muy poco meditada. Una vez más, él hizo una jugada inconsecuente, y entonces ella, con una sonrisa malévola, encerró la dama de él y en la siguiente movida la tomó. Él abandonó la partida con un suspiro que quería decir muchas cosas. Ahora estaba seguro de que en el otro juego, aquel que verdaderamente le interesaba, tampoco habría de ganar.

(Los cuatro elementos. Palencia: Menos cuarto, 2007)


La sombra de las jugadas

   Celestino Palomeque

   Cuando los franceses sitiaban la capital de Madagascar, en 1893, los sacerdotes participaron en la defensa jugando alfanorona (una suerte de ajedrez), y la reina y el pueblo seguían con mayor ansiedad ese partido —que se jugaba, según los ritos, para asegurar la victoria—, que los esfuerzos de sus tropas.

(Borges/Bioy. Cuentos breves y extraordinarios)


G.B.Z.


Partida de peones

   Guillermo Velásquez Forero

   Acatando y obedeciendo órdenes de sus respectivas Majestades, se mataron entre sí en una exquisita carnicería que disfrutaron con apetito caníbal y fervor bipartidista, dejando ensangrentado todo el tablero.

   Más tarde, en Palacio, los dos reyes adversarios se abrazaban, se lavaban mutuamente con champaña e intercambiaban sus damas en una fastuosa bacanal, festejando el jaque mate dado a los peones.


[Sin título]

   Max Aub

   Pueden ustedes preguntarlo en la Sociedad de Ajedrez de Mexicali, en el Casino de Hermosillo, en la Casa de Sonora: yo soy, yo era, muchísimo mejor jugador de ajedrez que él. No había comparación posible. Y me ganó cinco partidas seguidas. No sé si dan ustedes cuenta. ¡Él, un jugador de clase C! Al mate, cogí un alfil y se lo clavé, dicen que en el ojo. El auténtico mate del pastor...

(Crímenes ejemplares. Valencia: Media vaca, 2001)

domingo, 18 de agosto de 2013

85. Ajedrez

Editor invitado: Eduardo Serrano Orejuela

Ajedrez

   Dícese que en el siglo V un brahmán indio, llamado Sisla, o Sissa, inventó este precioso juego: y tanto hubo de gustar el rey Sirham de la invención, que invitó al brahmán a que solicitase por ella la remuneración que fuera más de su agrado. El inventor entonces solicitó no más que un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera y así sucesivamente, doblando hasta la sesenta y cuatro. Modesta parecía a primera vista la recompensa, hasta que hecho el cálculo se vio que para satisfacer la petición de Sissa, era preciso que el reino se compusiera de 16.384 ciudades, en cada una de las cuales hubiera 4.080 graneros, y que cada uno de éstos contuviera 174.762 medidas de trigo, cada una de ellas de 32.768 granos.
(Diccionario enciclopédico hispanoamericano Tomo I, pág. 727)


Piezas de ajedrez de la isla de Lewis

La sombra de las jugadas
   Edwin Morgan

   En uno de los cuentos que integran la serie de los Mabinogion, dos reyes enemigos juegan al ajedrez, mientras en un valle cercano sus ejércitos luchan y se destrozan. Llegan mensajeros con noticias de la batalla; los reyes no parecen oírlos e inclinados sobre el tablero de plata, mueven las piezas de oro. Gradualmente se aclara que las vicisitudes del combate siguen las vicisitudes del juego. Hacia el atardecer, uno de los reyes derribó el tablero, porque le han dado jaque mate y poco después un jinete ensangrentado le anuncia:
   —Tú ejército huye, has perdido el reino.
(Borges/Bioy. Cuentos breves y extraordinarios, p.72)


Juego real
   Hoover Delgado

   “Mi reino por un caballo”, dijo el rey, pero no alcanzó a escapar. Una mano poderosa lo derribó sobre los mármoles blancos y negros del palacio, y la boca dueña de la mano se elevó en el cielo para tronar: “Tu reina por mi caballo. Mate”.


Rey - Isla de Lewis
Orgía
   Aymer Waldir Zuluaga Miranda

   La Reina, arrinconada, sabe con certeza que dentro de poco le caerán encima los peones. En la oscuridad, uno a uno, invadirán su majestuosa figura. La tocarán, la palparán, la tentarán y gozarán de ella en persistente aquelarre. Alguien debe poner orden en ese tablero de ajedrez recién cerrado.


Juego genial
   Guillermo Bustamante Zamudio

   Las enciclopedias constatan la inconsistencia de las versiones sobre el nacimiento del ajedrez.       Queda claro que no tuvo un origen único y que, gracias a un proceso de transformación constante, llegó al estado en que hoy lo conocemos, con sus ingeniosas e infatigables posibilidades.
   Una de las mutaciones es la desaparición de una pieza y sus funciones específicas. Hoy sabemos de parejas de alfiles, caballos y torres, además de peones, rey y dama. Pues bien, parece que, entre el alfil y la dama, antes existía otra pieza: el gato. Uno solo era suficiente.
   El gato no tenía reticencia en orinar el vestido de la dama, desobedecer al rey y hacer mofa de la solemnidad del alfil. Empujaba a los peones en formación, arañaba al caballo y cazaba pájaros encima de las torres. Era muy difícil sorprenderlo en la contienda. Debía ser eliminado siete veces. 
   No avisaba jaque. Tomaba piezas en cualquier dirección como resultado de perplejantes saltos acrobáticos. En el gato del otro bando no veía un enemigo: era frecuente encontrarlos en rochela hacia el centro del tablero o remoloneando a la sombra de las piezas vencidas en batalla.
   Tan maravillosa pieza del ajedrez se sacrificó, no sin sonoras quejas —y pese al respeto que culturas orientales brindan al animalito—, a nombre de la seriedad que hoy caracteriza al juego.
(Convicciones y otras debilidades mentales. Cali: Secretaría de cultura y turismo, 2003)


Reina - Isla de Lewis
Traición
   Miriam Frontalini

   La guerra se perdió y el rey cayó al piso con la garganta rebanada. El enroque falló cuando el guardia de la torre escapaba en un caballo, con la reina del enemigo.


Ajedrez infinito
   Luis Fayad

   El hombre efectuó su jugada sobre el tablero de ajedrez.
   —Jaque mate —le dijo a Leoncio.
   Él observó la posición de las piezas. Junto a su rey estaba la dama enemiga, un peón la apoyaba, un alfil dominaba la gran diagonal y la amenaza de un caballo cubría dos casillas. De la columna del rey, posible escapatoria, se había apoderado una torre. Sin embargo, Leoncio dijo:
   —Todavía no es mate.
   El contrario miró el tablero sin analizarlo y levantó de nuevo los ojos. Tenía apenas la sonrisa del buen vencedor que le ofrece puente de plata al vencido. Leoncio le dijo:
   —No estamos jugando con límite de tiempo. Yo puedo demorar mi respuesta.
   —Dentro de un siglo seguirá siendo jaque mate —repuso el contrario.
   —Quizá —dijo Leoncio—, pero es posible que dentro de más tiempo las leyes o la idea del mundo no sean las mismas y yo pueda contestar la jugada.