Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 18 de octubre de 2020

273. Metaficción mínima II


Uno que otro error
   Alessandro Baricco

   En un principio existían dos grandes grupos: por una parte, el de las historias; y, por otra, el de los escritores. Después, alguien se puso a emparejarlos. De ahí que de vez en cuando pueda comprobarse la comisión de algún que otro lamentable error. Por ejemplo, es evidente que Michael Kohlhaas tenía que haberlo escrito Dostoievski y no Kleist, así como está claro que debió producirse un error cuando Calvino se puso a escribir El caballero inexistente (obviamente destinado a Kafka), en lugar de ponerse a escribir El Aleph (que luego escribió Borges). En ocasiones, me detengo a pensar en las infinitas consecuencias que ha deparado el equívoco de haber encomendado El extranjero a Camus, en lugar de haberlo hecho a su legítimo destinatario: Simenon. Como nadie podrá jamás impedirme que añore la belleza que habríamos conocido si Céline hubiera escrito Germinal y Proust, Lolita.
(Una cierta idea de mundo - 2013)


Instrucciones para escribir un cuento
   Antonio Masico

   Escriba el punto final y luego empújelo hasta donde pueda con palabras.
   

   Escríbalo usted
   José Saramago

   Me llega una carta. No es la primera vez que alguien me sugiere escribir una novela sobre historias que, por alguna razón, considera merecedoras de ser pasadas al papel. Cuando terminé de leerla, en este caso me sentí como si tuviera la irrecusable obligación de hacerlo, como si algún día hubiese asumido ese compromiso y la carta reclamara el cumplimiento de mi palabra.
   La historia es, simplemente, la de un hombre que ya murió. De él me dice que era “delgado, alegre, cínico, feroz, poeta”, que quien lo conoció no lo olvidará nunca. Que su vida fue hermosa. Me dice también: “Alguien tendría que contar esto. Usted sabría, ¿qué le parece? ¿Cómo se le hace un libro? ¿Cómo se recrea un personaje? ¿Existe? ¿Se inventa? ¿O se toman pequeñas nadas de otras gentes y se hace nacer un príncipe?”. Y además: “Así esta vida quedaría flotando en el tiempo, como su balsa de piedra, otro Cristo evangelizador casero, sin las conmovedoras subidas a los cielos del catecismo”. Y sugiere que si yo me decidiese a escribir el libro, si éste fuese un éxito, si ganase dinero, podría dar algo a la familia necesitada… Termina diciendo: “Esta idea mía es loca, pero no tengo otra —grande— para recordar y homenajear a mi amigo. No sé escribir, no tengo dinero, no sé esculpir ni pintar y el dolor y el vacío”.
   Leí la carta con un nudo en la garganta y casi no creía en lo que leía. ¿Cómo se puede esperar tanto de una persona, ésta, además con la inconfesada esperanza de ser atendido? Claro que yo no haré ese libro (¿y cómo lo haría yo?), pero sé que voy a vivir durante un tiempo con el remordimiento absurdo de no haberlo escrito y de ser la causa inocente de una decepción sin remedio. Inocente porque estoy sin culpa, pero entonces ¿por qué está impresión angustiosa de faltar a un deber?
(Cuadernos de Lanzarote I – 1993-4)


Hágase la luz
   Marcial Fernández

   La palabra posee magia. Digo noche y aparecen ojos coloridos a ras de cielo. Digo infierno y la sala se llena de bochorno. Digo mundo y aquí estamos, en la inmensidad de un microrrelato.


The end
   Rosana Alonso
   
   Abro y cierro los ojos un par de veces: ella sigue ahí, sentada en el sofá del salón. Me mira y sonríe regañándome por mi retraso con un mohín encantador. Es más guapa de lo que imaginé y más mentirosa, porque me pregunta si me encuentro bien con una preocupación realmente conmovedora. Entonces pienso que es una broma de mi editor y sé que es imposible, aún no ha podido leer el manuscrito que le entregué esta mañana. Entro en mi cuarto y me digo que es una alucinación por estrés. Sin embargo, ella se acerca y me abraza. Aunque sé lo que me espera, la beso y me resigno. Tenía que haber cambiado el desenlace, pero siempre he odiado los finales felices.


El escritor
   Agota Kristof

   Me he retirado para escribir la obra de mi vida.
   Soy un gran escritor. Nadie lo sabe aún puesto que todavía no he escrito nada. Pero cuando lo haga, cuando escriba mi libro, mi novela…
   Por eso me he retirado de mi trabajo de funcionario y de… ¿de qué más? De nada más. Porque amigos nunca he tenido y amigas aún menos. No obstante, me he retirado del mundo para escribir una gran novela.
   El problema es que no sé cuál será el tema de mi novela. Se ha escrito ya tanto sobre todo y sobre cualquier cosa… 
   Intuyo, siento que soy un gran escritor, pero ningún tema me parece suficientemente bueno, importante, interesante para mi talento.
   Por lo tanto, espero. Y, mientras espero, sufro evidentemente la soledad, y el hambre también, a veces, pero confío en que con ese sufrimiento tal vez llegue a un estado de ánimo que me permita descubrir un tema digno de mi talento.
   Por desgracia el tema tarda en aparecer y la soledad me pesa cada vez más, el silencio me rodea, el vacío se propaga, y eso que mi casa no es muy grande.
   Pero esas tres cosas horribles —la soledad, el silencio y el vacío— revientan el techo, estallan hasta las estrellas, se extienden hasta el infinito y ya no sé si es lluvia o nieve, foehn o monzón.
   Y grito:
   —Lo escribiré todo, todo lo que se puede escribir.
   Y una voz me responde, irónica, aunque por fin hay una voz:
   —De acuerdo, chaval. Todo, pero nada más, ¿eh?
(No importa)


¿Quién es?
   Germán Bula C.

   —Maestro Yin Wen Tao: ¿quién es Laotsé?
   —Laotsé es un personaje de ficción, inventado por Confucio para explicar mejor sus doctrinas. La luz de las estrellas es más clara cuando el cielo es oscuro.
   —Maestro: ¿quién es Confucio?
   —Confucio es un personaje de ficción, inventado por Laotsé para explicar mejor sus doctrinas. El silencio se escucha mejor cuando es antecedido por el ruido.
(Apuntes filosóficos y diario de sueños)