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domingo, 22 de enero de 2023

332. Jaime Alberto Vélez III

 


 

El primero de febrero de 2023 se cumplen 20 años de la muerte de Jaime Alberto Vélez. Libros de minicuentos: Un coro de ranas (Universidad de Antioquia, 1999); El león vegetariano y otras historias (Alfaguara, 2000); y Bajo la piel del lobo (Ministerio de Cultura, 2002).







Fatum

   Cuando el envejecido gladiador comunicó su decisión de probar una vez más su arte, enfrentando a varios leones simultáneamente, el emperador recordó el presagio según el cual aquella sería la última gran hazaña que viera realizada por su atleta favorito. Y como siempre le había parecido justo que un hombre muriese en su ley, no trató de postergar el plazo, ni le alertó tampoco sobre los peligros que corría, sino que, obrando en consecuencia, se dispuso a seguir cada uno de los incidentes del arriesgado combate. Pero en el instante en que el gladiador venció al último de los leones, el emperador, tocado súbitamente por la muerte, se desplomó repitiendo las palabras del presagio según el cual aquella sería la última gran hazaña que viera realizada por su atleta favorito.
(Ekuóreo #20, 1982)


Un príncipe en el fango

   Una rana estaba convencida de que era un príncipe azul, al que ni siquiera le faltaba el beso que pudiera romper el encantamiento en que vivía. Manteniéndose a cierta distancia de los demás batracios, consideraba que la excesiva fealdad que la rodeaba buscaba como finalidad resaltar sus propios encantos y atributos. Y puesto que no había podido dejar de saltar (para caminar erguida como un verdadero príncipe), prefería mantenerse inmóvil en el fango, temerosa de que la dorada corona pudiera rodar de sus sienes debido a cualquier movimiento brusco que, por supuesto, cuidaba con tanto esmero de no ejecutar jamás.
(Un coro de ranas, 1999)


Otra vida

   Una boa instaló su vivienda al lado de un pozo donde vivía una gran familia de ranas. Cuando alguna de ellas salía a la superficie, la boa la atrapaba con facilidad.
   En el pozo, entretanto, las ranas juzgaban que si aquellas que salían no regresaban jamás, se debía sin duda a que afuera encontraban una vida mejor que la que ellas llevaban en esas mansas y oscuras aguas. Así que tomaron la decisión de establecer un riguroso y ordenado turno para salir.
(Un coro de ranas, 1999)


Biografía de una rana

   Decidida a encontrar el amor, una rana abandonó la inmóvil hoja de loto donde vivía, para buscar sin descanso a su pareja por ríos y manantiales, por lagos y estanques, por acequias y arroyuelos, por remolinos y remansos.
   Tiempo después, desengañada ya de su pareja, la rana se perdería sin descanso por remansos y remolinos, por arroyuelos y acequias, por estanques y lagos, por manantiales y ríos en busca del anhelado olvido, que obtendría al fin viviendo sobre una inmóvil hoja de loto.
(Un coro de ranas, 1999)


Un sueño

   Cansado de ejercer su limitado poder sobre algunos animales cercanos y de perseguir ovejas y de asustar a indefensos campesinos, un lobo anhela convertirse en león. El lobo está persuadido de que, con el poder del Rey de la Selva, tendrá al fin dominio sobre los animales cercanos y podrá perseguir ovejas y asustar a indefensos campesinos a su antojo.
(Bajo la piel del lobo, 2002)


El pequeño rey

   Un cachorro de león salió a pasear solo por primera vez. No había recorrido gran cosa cuando se encontró con un tigre.
   —¿Quién eres tú? —preguntó el tigre.
   —Soy el Rey de la Selva —respondió el cachorro.
   El tigre puso la garra derecha sobre la boca para esconder su risa.
   —¿Tú?
   —Sí, yo —dijo el cachorro, arrogante.
   —Bueno —replicó con malicia el tigre—, ¿cómo lo sabes? ¿Quién te nombró?
   —Muy fácil: mi padre es rey, mi abuelo era rey, mi bisabuelo era rey, mi tatarabuelo era rey… ¿Está claro?
   —¡Oh, qué afortunado soy! —exclamó el tigre elevando sus brazos al cielo—. El Rey de la Selva en persona…
   —Sí —repuso el cachorro mientras desviaba su mirada hacia las nubes más altas.
   Entonces, en voz baja, como si implorara, habló el tigre:
   —Por favor, permíteme un recuerdo de este encuentro. Pocas veces en la vida tiene un tigre la oportunidad de hablar con el Rey de la Selva en persona. Por favor, majestad.
   El cachorro de león fingió dudar.
   —Está bien —dijo luego—. ¿Qué deseas?
   —Un pelo de tu melena real, por supuesto —respondió el tigre.
   El tigre arrancó de un tirón un pelo, y una lágrima del rey cayó al piso.
   —¿Qué sucede aquí? —preguntó un zorro al escuchar el chillido del cachorro.
   El tigre explicó lo ocurrido.
   —Tienes toda la razón, tigre —reflexionó el zorro—, yo también quiero tener un recuerdo como el tuyo —y eligió el pelo más largo y dorado de la melena.
   El cachorro cerró los ojos. Después del zorro apareció otro animal e hizo lo mismo, y a continuación otro, y otro, y otro, y otro, y otro… hasta que el cachorro quedó completamente pelado y adolorido. Al llegar a casa dijo:
   —Papá: ¿habrá algo más duro que ser el Rey de la Selva?
(El león vegetariano y otras historias, 2000)


El día del águila

   Desde su nacimiento, el águila había vivido tranquila en la cumbre de una elevada montaña, donde nadie se atrevía a perturbar su grandeza y soledad. De vez en cuando, consciente de su importancia, descendía con vuelo majestuoso por la ladera del monte hasta el valle, sintiendo el respeto de las demás aves y el temor de reptiles y roedores. Como reprobaba los excesos propios de los vulgares, su vuelo era preciso, sobrio; su picotazo, silencioso, infalible. Luego, henchida, se refugiaba lo más pronto posible en su altivo trono. Jamás había variado su proceder. Pero un día —porque siempre llega un día— recibió la visita de un halcón. Molesta con el intruso, el águila dijo:
   —Habla tan rápido como vuelas.
   —Más rápida eres tú —respondió el halcón.
   —Gracias —susurró el águila.
   —Lo que ocurre —continuó el halcón— es que abajo en el valle hay alarma porque existe alguien más veloz que tú.
   —Imposible…
   —Y mucho más precisa que tú, además.
   —Imposible…
   —Y mucho más sobria que tú, además.
   —Imposible…
   —Y mucho más silenciosa que tú, además.
   —Imposible…
   —Y mucho más infalible que tú, además.
   —Imposible…
   —Y mucho más mortífera que tú, además.
   —Imposible…
   —Baja al valle y compruébalo por tus propios medios —concluyó altanero el halcón.
   Y, en efecto, como un ave cualquiera, al llegar al valle el águila tampoco vio venir la rápida, la precisa, la sobria, la silenciosa, la infalible, la mortífera flecha.
(El león vegetariano y otras historias, 2000)

domingo, 9 de octubre de 2011

35. Jaime Alberto Vélez II


El verdadero lobo

   Si el sentido común se complace en hablar de la astucia de un animal que aúlla a sus anchas y que no se esfuerza por ocultar su pelambre oscuro, ¿cuánto más no podría decir de este otro, que carece por completo de apariencia de lobo y que ni siquiera aúlla? Conviene aclarar, ante todo, que no se trata de un lobo encubierto o disfrazado. Tampoco de un licántropo. No. En estos casos la astucia se agotaría en la simulación. El verdadero lobo, sagaz y malvado, escapa a cualquier análisis y detección. Además, la probabilidad de que existiera realmente resulta tan remota, que nadie emprende en la actualidad la investigación para descubrirlo, y mucho menos, claro está, en ciudades donde la mayoría lo considera parte de la literatura, es decir, de la imaginación. Este lobo, en consecuencia, pasa hoy por completo inadvertido, y no sería improbable que, en un alarde de astucia, viviera bajo la apariencia inofensiva de un agente vendedor de seguros. Nadie, ni él mismo, lo descubriría.


El último aullido

   El lobo llega a un lugar donde nadie lo espera. Las últimas ovejas acaban de ser llevadas al sacrificio, el cazador termina de aceitar su arma y se dispone a guardarla en el desván, y el pastor, recostado a un árbol mientras lee, lo recibe con esa expresión lejana y perdida de quien mira sin ver. Al lobo, entonces, no le queda más remedio que desaparecer, sin testigos, agobiado por una irrealidad que desde hacía poco lo cercaba.
Esta noche lanzará un débil aullido imaginario, el último quizá, cuya autenticidad nadie comprobará. Los verdaderos lobos, al fin y al cabo, sólo existen hoy en la imaginación.


Pensamientos del pastor

   El pastor creía que, en caso de que él eligiera las ovejas, el rebaño perdería su razón de ser. Para él, un rebaño se formaba con las ovejas que llegaban allí de cualquier manera, sin ninguna razón especial que lo justificara. De este modo, cualquier oveja podría desaparecer, y el rebaño permanecería inmutable. El rebaño consistía precisamente en la radical contingencia de cada oveja como tal.
   El pastor estaba persuadido de que él, y sólo él, resultaba imprescindible para la existencia del rebaño.


Una consigna infamante

   Escribía el cordero una consigna infamante contra el lobo, en un muro del redil, cuando apareció el ofendido. El cordero huyó con presteza del lugar y, acezante, dijo a los suyos que su vida había corrido mortal peligro. Lleno de calma, el viejo carnero lo apaciguó y le dijo que ni siquiera en ese instante había empezado a correr peligro, pues el lobo aún trataba de juntar las primeras letras de la consigna.


Prodigio

   Fray Wolfango de Vercelli, a imitación de Francisco de Asís, iba de pueblo en pueblo por toda la comarca asegurando que el lobo a su lado constituía una prueba palmaria de que el bien podía vencer al mal. Las gentes, maravilladas, salían a la vera del camino a contemplar cómo Fray Wolfango, obediente, seguía al lobo.


El pastor mentiroso

   Un pastor mentiroso alertó dos veces a sus conocidos y allegados para que protegieran las ovejas de la voracidad del lobo, pero nadie se inmutó siquiera. Cuando el pastor mentiroso pidió ayuda por tercera vez, todos corrieron a socorrerle, pues hasta el más desaplicado sabía de memoria lo que había sucedido en la fábula.


La virtud de la oveja

   La oveja perdona al lobo todos sus excesos. Si dejara de perdonar alguna vez, desaparecería esa virtud cultivada con esmero durante tantas generaciones, y no remediaría tampoco, de este modo, la muerte de sus congéneres. Cuando transcurre mucho tiempo sin que irrumpa el lobo, la oveja se mueve nerviosa en el rebaño, pues la ausencia de su enemigo le niega la oportunidad de mostrarse virtuosa. Lo único que no le perdonaría la oveja al lobo sería su abandono.



* Todos los textos fueron tomados de Bajo la piel del lobo, Jaime Alberto Vélez, Editorial Ministerio de Cultura, 2002

lunes, 12 de septiembre de 2011

31. Jaime Alberto Vélez



   Nació en 1950, en Yolombó, Antioquia, Colombia. Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Desde 1975 fue profesor de la Universidad de Antioquia (Lingüística y Literatura, y Comunicaciones).
   Libros de poesía: Reflejos (Universidad de Antioquia, 1980) y Biografías (Universidad de Antioquia, 1981), ganado  res del «Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia», y Breviario (1991).
   Libros de prosa: El zoo ilógico (1982), Buenos días, noche (Enka, 1987), ganador del VI «Concurso Enka de Literatura Infantil», Piezas para la mano izquierda (Universidad de Antioquia, 1989), La falsa cacatúa (1994), Un coro de ranas (Universidad de Antioquia, 1999), El león vegetariano y otras historias (Alfaguara, 2000), y Bajo la piel del lobo (Ministerio de Cultura, 2002), Primer finalista del «Premio Nacional de Cultura», en la modalidad de cuento, en 2001.
   Libros de ensayo: El ensayo, entre la aventura y el orden (2000). Tiene dos novelas inéditas, a publicar próximamente por la Universidad de Antioquia. Escribía, para la revista El Malpensante, la columna «Sátura» (desde 1998). Murió en febrero de 2003.



Rival
   
   Una rana, que se ufanaba de cantar mejor que las demás, recorría sin descanso estanques y lagunas con el objeto de hacer conocer su arte insuperable.
   Convencida como estaba de que nadie en toda la región cantaba mejor que ella, se encontró con que otra rana tenía el atrevimiento de repetir su canto. Herida en su orgullo, la rana se vio obligada a cantar más allá de sus fuerzas, hasta lanzar un desgarrador grito de muerte que, desde luego, también repitió, al instante, el eco que la había acompañado aquella noche.



La rana solista
   
   Aburrida del coro, y convencida de sus dotes singulares, una rana decide cantar por su propia cuenta. Lo hace a toda hora, en cualquier lugar, pero mucho más, desde luego, si cuenta con un público que pueda escucharla.
   Cuando el coro de sus hermanas comienza a cantar, la rana se retira malhumorada a la cúspide de una piedra distante, y da inicio a unos cantos llenos de ironía contra su especie. Esta rareza genial le vale ser conducida al laboratorio de un famoso naturalista, que la exhibe en una jaula dorada ante un público entre impávido y desconcertado.
   En la actualidad, la rana no duda en considerarse la más eximia de todos los tiempos, pero cuánto lamenta que no viva, por allí cerca, alguien de su especie capaz de envidiar sus logros.


De la luz a las tinieblas
   
   Al principio, las ranas cantaban al amanecer —como acostumbran hacerlo los pájaros—, para celebrar la luz de un nuevo día. Con el correr del tiempo, sin embargo, descubrieron que ese desbordamiento de alegría resultaba insensato, pues mientras más cantaban al sol, más secaba éste las aguas.
   Desde entonces, y en venganza, las ranas cantan la llegada de la noche, pero lo hacen despacio, sin emoción, no sea que de repente la oscuridad también les resulte nociva.


Escuela
   
   Una rana que croaba una retahíla incomprensible llegó a despertar cierta curiosidad en la comarca. Al principio la rodearon con timidez algunos curiosos que, poco a poco, se aficionaron a aquella actividad, y terminaron luego por formar un grupo cerrado que reglamentó la asistencia de los curiosos. Para escuchar a aquella rana, los interesados debían someterse a una estricta y costosa preparación, dictada por el grupo de discípulos.
   —Quien espera entender algo aquí —repetían a diario como lema—, debe prepararse para no entender nada.
   Y de ahí, por tanto, el éxito de aquella reputada escuela.


La rana fantasma
   
   La rana fantasma puede croar a cualquier hora del día, pero suele hacerlo sobre todo en la noche. Su canto, aunque carece de realidad, no se diferencia del que emite una rana común, y hasta llega a confundirse con él. Pero no sólo eso: la rana fantasma jamás canta sola y prefiere, más bien, hacerlo acompañada de un grupo de ranas reales. Así que en una noche cerrada y en mitad del campo resulta imposible distinguirla; afirmar lo contrario constituiría una completa falsedad. Por esta razón, el miedo que este fantasma llega a producir posee tal exclusividad, que nadie puede aseverar que lo haya experimentado de verdad. Y, sin embargo, ¿quién podría asegurar que la rana fantasma no existe?