Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

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domingo, 2 de mayo de 2021

287. Espejos V



Espejo II
   Ambrose Bierce

   Plano vítreo sobre el que aparece un efímero espectáculo dado para desilusión del hombre. 
(Diccionario del Diablo)


El feo y el espejo
   Sanai

   Un hombre encontró un espejo abandonado en un camino y, al mirarlo, vio su imagen: nariz chata, rostro grotesco y ojos color fuego. Lo arrojó al suelo y se dijo: «Quién poseía este objeto tan horrible decidió librarse de él. Si hubiese sido tan hermoso como yo, no lo habría abandonado».


   No bien hubo ejecutado a sus opositores, el dictador ajustició a los espejos, al darse cuenta de que éstos habían sido testigos de sus crímenes. 

(Textos cáusticos)

 


Magia de los espejos
   Ana María Shua 

   A los cuarenta y cinco años Moisés Cufari compró un tour a Israel y Grecia para él y su señora. El mercado de Jerusalén les pareció sucio y asombroso. Bebieron jugo de zanahoria, compraron un albornoz y un espejo. Si este espejo se mira de frente —les dijo el vendedor, en buen inglés— se ve lo que más se ama. Mirarlo de costado es peligroso. 
   En el hotel no funcionaba el aire acondicionado. Cufari miró el espejo de frente y vio su propia cara. Lo miró de costado y no sucedió nada. Entonces tuvo la certeza de que la magia no existe y le dolió el corazón y su decepción fue tan grande que no pudo sobrevivir a ella.
   La mujer y el vendedor, unos días más tarde, se reían juntos en Corfú. Tenías razón, dijo él: era más crédulo de lo que yo calculaba. Y miraban en el espejo de costado, como quien no tiene ilusiones. Sin embargo, al fin también murieron, como nos pasa a todos.
(Botánica del caos)


Lado izquierdo del colchón
   Alejandra Díaz Ortiz

   Es cierto, esa mujer se parece mucho a mí. O, mejor dicho, yo me parezco a ella, porque estoy segura de que es mayor que yo.
   Sin duda , el corte de pelo, el color de los ojos e, incluso, la nariz, nos asemejan mucho. No obstante, su talla —ella me parece más delgada— y su tono de piel, muy ajado en su caso, marcan una sutil diferencia.
   Mientras la observo a distancia, me da la sensación de que a ella la rodea un halo de disgusto, casi diría que es una infinita tristeza. Tiene un rictus amargo en los labios que les surcan la sonrisa. Pienso que alguna vez fue hermosa.
   Creo que alguna vez tocó la felicidad. Sus ojeras, como callados lamentos, parecen confirmarlo.
   Tiene razón mi marido: es hora de cambiar el espejo 
(No hay tres sin dos, 2014)


¿Quién es el más hermoso?
   Anónimo

   Zou Ji, del Reino de Qi, tenía seis pies de altura y una figura esbelta. Una mañana se vistió elegantemente, y se contempló en el espejo.
   —¿Quién es más hermoso? —preguntó a su mujer—, ¿el señor Xu, de la ciudad del norte, o yo?
   —Tú eres tan hermoso —contestó su mujer—, ¿cómo puede el señor Xu comparársete?
   Pero ya que el señor Xu de la ciudad del norte era tan famoso en todo el país, por lo bien parecido, Zou Ji no creyó del todo a su mujer. Repitió la pregunta a su concubina.
   —¿Cómo se puede comparar el señor Xu contigo? —exclamó la concubina.
   Más tarde, aquella mañana, llegó un visitante y Zou Ji le hizo la pregunta.
   —Ud. es con mucho el más hermoso —replicó este hombre.
   Al día siguiente, llegó el señor Xu en persona. Tras un análisis cuidadoso, Zou Ji se convenció de que el señor Xu era mucho mejor parecido que él. Se estudió frente al espejo y no dudó que él era de los dos el más corriente.
   Esa noche, en su lecho, llegó a la siguiente conclusión: mi mujer dice que soy el más hermoso, porque me lisonjea. Mi concubina lo dice por temor. Y mi huésped lo afirma porque necesita algo de mí.
(Anécdotas de los Reinos Combatientes. Liu Xiang (comp.) (Siglo I aC))


Fiel reflejo
   José Víctor Martínez Gil

   Los dos espejos frente a frente vieron su amor infinito.
      
   

domingo, 3 de junio de 2018

211. Espejos IV


Espejo I
   Ambrose Bierce

   El rey de Manchuria tenía un espejo mágico: el que miraba, veía, no su imagen, sino la del rey. Cierto cortesano que durante mucho tiempo había gozado del favor real y, en consecuencia, se había enriquecido más que cualquier otro súbdito, dijo al monarca:
   —Dame, te lo ruego, tu maravilloso espejo, para que cuando me encuentre apartado de tu augusta presencia pueda, a pesar de todo, rendir homenaje ante tu sombra visible, postrándome día y noche ante la gloria de tu benigno semblante, cuyo divino esplendor nada supera, ¡oh Sol Meridiano del Universo!
   Halagado por el discurso, el rey ordenó que el espejo fuese llevado al palacio del cortesano. Pero un día en que fue a visitarlo sin anuncio previo, encontró el espejo en un cuarto lleno de basura, nublado por el polvo y cubierto de telarañas. Esto lo encolerizó tanto que golpeó el espejo con el puño, rompiendo el cristal y lastimándose cruelmente. Más enfurecido aún con esta desgracia, ordenó que el ingrato cortesano fuera arrojado a la cárcel, y que el espejo fuese reparado y conducido a su propio palacio. Y a sí se hizo. Pero cuando el rey volvió a mirarse en el espejo, no vio su imagen, como antes, sino la figura de un asno coronado, que era lo mismo que siempre habían visto los autores del artificio, y los meros espectadores, sin atreverse a comentarlo.
   Tras recibir esa lección de sabiduría y caridad, el rey puso en libertad al cortesano, hizo instalar el espejo en el respaldo del trono y reinó largos años con justicia y humildad. Y al morir, mientras dormía sentado en el trono, toda la corte vio en el espejo la luminosa figura de un ángel, que sigue allí hasta hoy.
(Diccionario del Diablo)


Poe
   William Ospina

   Edgar Poe se miró al espejo y se dijo:
   —Ese hombre del espejo no sufre, es un actor que imita mi sufrimiento.
   El hombre del espejo se dijo:
   —Ese hombre no sufre, finge sufrir para que yo sufra imitándolo.


Yayoi Kusuma  - Infinity Mirrors
Espejo
   Jesús Alfredo Motato M

   El reflejo de Dubán Merker hace todo lo contrario que él. Si levanta el brazo derecho, su ídem levanta el izquierdo y si se empina en la realidad, se agacha en el espejo. El lío es que no sólo contradice sus movimientos, sino también sus acciones, porque cuando el hombre actúa de buena fe, su reflejo también lo contradice. El caos ha llegado a niveles insospechados, porque con la firme intención de remediar las maldades de su otro yo, Dubán ha realizado actos de humanidad y generosidad a gran escala que han derivado en guerras y hambrunas. En medio de la anarquía, Dubán se ubica frente a su espejo y, con una pedrada armada de rabia, destruye el cristal en un instante. Poco a poco observa cómo, al tiempo que su reflejo se desvanece, él mismo se va multiplicando.


Oficio del aguafiestas
   Guillermo Velásquez

   El oficio de vivir lo había dejado descarado, y por eso sufría accesos de yostalgia. Y un día, empecinado en la ilusión de hallar el recuerdo de su rostro y reconocerse, se detuvo ante un aljibe, se puso en cuclillas y se inclinó sobre el abismo celeste que espejeaba en la piel del agua. 
   En ese instante, las alas de un animal invisible le zumbaron en las orejas y estallaron en el cristal de luz del pozo; el cielo saltó hecho añicos, como si los ángeles rebeldes lo hubieran volado con un carrobomba. Y los intentos de reflejo se desbarataron en un tembladeral de sombras que huyeron a morir en la orilla.
   Y al volver la vista atrás, alcanzó a ver al Aguarrostros, sigiloso y huidizo, que lo venía siguiendo, y que le acababa de meter la pedrada certera con que le volvió pedazos su improvisado espejo.
(Luna de espantos)


Reflejos
   Gustavo Arango

   De la pared del cuarto de los chécheres colgaba un espejo, o por lo menos algo con todas las características de los espejos, sólo que a pesar de estar totalmente al frente mío no se reflejaba, se abría como una ventana a un lugar silencioso y en sombras.
   De pronto, se encendió una luz en la oscuridad del espejo y pude ver algo que distaba de ser el lugar donde yo estaba. A un cuarto de baño había entrado una mujer, pero no cualquiera, como en los sueños; la mujer que había entrado era aquella por la que todo el barrio suspiraba enamorado: Valentina, la simpática muchacha a la que le cayó del cielo un cuerpo arrobador coronado con un rostro de diosa o de princesa.
   Sentí deseos de gritar, de correr hasta el parque a llamar a los muchachos para que dejaran las cometas y corrieran a ver la maravilla, pero no estaba totalmente seguro de que eso estuviera sucediendo en realidad.
   Ella se acercó al espejo, a la ventana desde donde yo la miraba, pasó los dedos por sobre el cansado maquillaje de sus ojos, abrió la boca y examino sus dientes, pude verle las nacientes cordales y hasta la rosada campanita en la puerta de entrada a la garganta. Se alejó y vi que abrió la ducha, manipulando los grifos hasta dar con la tibieza deseada. Luego volvió al espejo.
   Yo veía con delicioso asombro su rostro para nadie, su rostro abandonado en el espejo de su soledad, ignorando el otro espejo que mostraba al mundo su secreta belleza, mucho más pura e intensa que la de su cordialidad en la calle, la coquetería permanente, el saludo cariñoso y fraternal a los niños en el parque.
   Descolgué el espejo de la pared; la imagen no sufrió ninguna distorsión. Seguía, ahora en mis manos, mucho más cerca de mis ojos, la ceremonia del baño, el perezoso despojarse de las ropas de Valentina, su absoluta, inabarcable y prodigiosa desnudez. Un cuerpo de mujer por primera vez visto en mi vida; ese descomunal milagro siempre escondido, agazapado, retando la imaginación de todos bajo las ropas de Valentina, de nuestra Valentina.
   Las manos me temblaban y ellas y la frente me sudaban. Sostuve con dificultad el espejo hasta que sus saltitos locos bajo el agua y su brillo de sirena y su pelo mojado, colmaron la resistencia de mis nervios. El espejo se rompió en mil pedazos. Al tomar uno de los trozos más grandes, para ver si era posible rescatar alguna cosa, descubrí las familiares sombras del cuarto de los chécheres, las tablas, las cajas polvorientas y el rostro de un niño desencantado.
   Tardé unos minutos en reponerme y luego, recordando que se hacía tarde y que con la noche caerían las cometas, abrí presuroso la maleta, tomé un vestido de mamá que no recordaba haberle visto puesto y corrí a pedirle las tijeras, a jurarle que no me cortaría con ellas, a sacar las tiras necesarias para que mi cometa volara más alta e imponente que todas las demás.
(Bajas pasiones)


Yayoi Kusuma - Infinity Mirrors
La dama frente al espejo
   Álvaro Menén Desleal

   Al entrar al Salón de los Espejos, la bonita señora no pudo resistir el impulso de mirarse. Por lo demás, es un impulso natural, y su comisión no conlleva nada delictivo ni pecaminoso. Había entrado al Salón de los Espejos para esperar a la Marquesa, con quien bebería el té en el coqueto jardín inglés del flanco izquierdo del castillo.
   Puso, pues, su carterita sobre una silla, quedándose con la polvorera. Al ver su imagen reflejada en el azogue, respingó un poco la nariz para empolvarse. Luego puso en su sitio, con un gesto regañón, a dos o tres cabellos rebeldes, y se ajustó el traje sastre. Fue ése el momento en que percibió el fenómeno: atrás suyo, otra dama se ajustaba el vestido sastre frente a otro espejo de pared. Atrás de esta nueva mujer, otra más, igual también a ella, se ajustaba el traje sastre. Y más atrás, otra, y otra, y otra…
   Dio ella un paso, retirándose alarmada del espejo. Simultáneamente, una infinita sucesión de imágenes de mujeres en un todo iguales a ella, dieron también un paso para retirarse de sus espejos. Abrió los ojos desmesuradamente, y aquel millón de mujeres abrieron dos millones de ojos desmesuradamente, formadas en una línea recta en perspectiva que llegaba al infinito.
   Palideció. Diez millones de mujeres palidecieron con ella. Entonces dio el grito, llevándose la mano a los ojos. Cien millones de mujeres corearon su grito y repitieron su gesto. Cayó al suelo. Mil millones de mujeres cayeron al suelo gimiendo. Ella se arrastró sobre la gruesa alfombra árabe, y un incontable número de mujeres, como soldados sobre el terreno, calcaron uno a uno, sus movimientos felinos. No logró salir del Salón de los Espejos; al acudir los sirvientes, encontraron muerta Media Humanidad…
(Cuentos breves y maravillosos)


252
   Édgar Allan García

   Era tal su soledad que cuando se asomaba al espejo, no veía a nadie.
(333 micro_bios)

domingo, 10 de abril de 2016

155. Espejos III



Para mirar la cara de Dios
   Enrique Cabezas Rher

   El Manual Sagrado de una secta hindú —secreta y proscrita— explica la forma de mirarle la cara a Dios. Colóquense —dice el Manual— dos espejos circulares frente a frente. En la número sesenta y seis de las sucesivas imágenes de la luna de los espejos aparecerá —furioso y sereno, iluminado y opaco— el inefable rostro del creador.


Yo vi matar a aquella mujer
   Ramón Gómez de la Serna

   En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer. El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero. Yo grité. Vinieron los guardias. Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al que señalé a los guardias diciendo:
   —Éste ha sido.
   Los guardias lo esposaron y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera. En la casa no había rastro de nada, y además no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada. Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte...
   —Vean ustedes —dije a los guardias—. Vean... El asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.
(Caprichos)





El espejo falso - René Magritte

Él-reflejo
   Guillermo Bustamante Zamudio

   Hoy se dice que es un ególatra. Gasta su tiempo delante de un espejo colgado frente a un asiento moldeado por su peso cotidiano. Nadie sabe que un día se miró y, al querer retirarse, la imagen lo retuvo. Le pareció un desafío asumible por su embriagadora novedad, aunque no acababa de vencer el miedo. Después, al insistir en mirarse, la imagen lo retenía durante horas. Alguien se aproximaba a ver al supuesto narcisista y la imagen sonreía burlona, pero él, en el acto, sentía su propia sonrisa. En él se reflejaba su imagen; ella podía mirarse cuando quisiera. Si alguien lo arrancaba del espejo, so pretexto de que el asunto era cómico, agradecía en silencio (algo le impedía pronunciar quejas). Pero al cruzar su mirada por un cristal, un poco de agua dormida o cualquier superficie que lo duplicara, quedaba atrapado, sufriendo su sonrisa —que era la burla de su imagen—, soportando el hecho de ser el reflejo de una imagen, a este lado, en un mundo paralelo al de los espejos.
(Convicciones y otras debilidades mentales)


Western
   Jaime García Saucedo

   De pronto sacó la pistola y disparó al espejo que se quebró y entonces su imagen se rompió en mil pedazos. Para el alguacil Jeremiah Kowalski, noble descendiente de polacos inmigrantes, no le resultó fácil reunir la fragmentada evidencia del suicidio y sentenció que era un caso cerrado y que aquellos desechos puntiagudos fueran pintados de brillantes colores y obsequiados a los niños huérfanos del pueblo para que jugaran con ellos y los armaran con paciencia de Job, a fin de saber quién era el hombre que estaba en el espejo.
(Cuentos festivos. Bogotá: Panamericana, 2007).


Espejo
    María Paz Ruiz Gil

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(Microsco(i)picos)


Vida de hotel
   Raúl Brasca


a José María Merino

   Cuando se disipó el vaho, vio que el espejo reproducía en detalle un baño igual al que él ocupaba, no ese baño. Vio la imagen de un hombre desnudo que se le parecía en todo, no su imagen. Vio que el espanto en la cara del espejo era idéntico al suyo, pero no era su espanto. Y, cuando abrió la boca aterrada para gritar, vio que al otro le faltaban dos incisivos con los que él efectivamente contaba.
   —¡Ah! ¿Conque ésas teníamos?—, murmuró.
   Y recuperó la calma.
(Las gemas del falsario)

Venganza
   José Raúl Jaramillo Restrepo 

   Mediante una costosa cirugía, le cambiaron la cara al poderoso señor de la mafia.
   Al mirarse en el espejo —con marco de oro macizo—, comprobó, horrorizado, que su rostro había quedado exactamente igual —¡hasta el mínimo detalle!— al de su más odiado enemigo.
   Aprovechó la oportunidad que la vida tan generosamente le brindaba, y le pegó un tiro en la sien.

domingo, 18 de enero de 2015

123. Espejos II


Toma mi mano mientras suena el trueno
   John Jairo Junieles

   Cuando llueve y truena, mi madre arropa los espejos. Ella me cuenta que la abuela hacía lo mismo, porque los espejos son relámpagos dormidos que el cielo quiere despertar.
   Sé que mi madre no cree en las ensoñaciones de la abuela, yo tampoco tengo fe, pero cuando el viento anticipa la lluvia, ambos corremos a vestir los espejos con sábanas y toallas, como si al llover la abuela despertara a los dos de la pesadilla de no creer.


Un espejo al entrar
   Javier Tafur

   Le fascinaban las casas que al entrar tenían un espejo; le parecía que alguien venía a su encuentro y le recibía afectuosamente, mucho mejor que si se tratase de un familiar.
(Duenderías. Cali: Otra vuelta de tuerca, 1983).


René Magritte

Bricolage parcial
   Raúl Brasca

   Un soñador se sueña frente al espejo de su cuarto examinando una moneda antigua. Despierta y encuentra la moneda en su cama. La toma entre sus dedos, la levanta, la mira con sorpresa y mira hacia el espejo. Ve su imagen pero el reflejo de su mano no muestra la moneda. Sumamente extrañado, vuelve la mirada y constata que en efecto la moneda está allí: es grande, oscura, dura y fría. Le da vuelta para ver la ceca y, al instante, se ve trasladado al otro lado del espejo. Asustado, conserva todavía serenidad para darse cuenta de que si gira de nuevo la moneda es probable que las cosas vuelvan a su orden natural. Pero ahora no la tiene, está en la mano de la proyección que ocupa su cama. Se tranquiliza pensando que no importa quién o qué la dé vuelta: él o el otro, el resultado será el mismo. Sin embargo, el otro se desinteresa de la moneda, la deposita sobre la sábana y se duerme profundamente. Por la angustia que lo posee, típica de las peores pesadillas, el soñador cree que sólo ha soñado que despertó. No obstante, no puede salir ni de la pesadilla ni del espejo.
(Antología personal)


Espejos IV
   Juan Romagnoli

   Creo que el espejo del baño me refleja tal como soy más por costumbre que por lealtad hacia la ley de refracción. Yo mismo no soy más que una costumbre: cuando me acerco al lavabo para higienizarme, el espejo está ahí y doy por sentado lo que reflejará: mi cara, mis gestos, mis señas particulares. Pero a veces, en esas mañanas en las que me siento raro, ajeno, y no me reconozco, me doy cuenta de que el espejo se toma su tiempo, unas fracciones de segundo, para reacomodar la imagen. Como si, para estar seguro, tuviera que ponerse los lentes; mis lentes.




Chema Madoz


Los antípodas
   Henry Ficher

   Por fin, el estreno de Los antípodas. El teatro lleno a reventar. Lentamente, se abre el telón escarlata. Al principio, silencio, tal vez sorpresa; luego un murmullo de comentarios que paulatinamente aumenta de volumen hasta convertirse en una sonora protesta: no hay pantalla, sino un espejo. Un exasperado espectador comienza la lluvia de botellas que finalmente destroza el vidrio, pero la imagen persiste. El público, del otro lado, comprende y calla; el de este lado también.





Ingratitud
   Rodrigo Parra Sandoval

   Como su madre le había dicho desde pequeño que el matrimonio y el amor eran cosa de dos, se casó con dos mujeres: con la una un domingo y con la otra el domingo siguiente. Las escogió del mismo nombre, pues había leído de errores fatales que cometen los hombres por equivocar el nombre de sus amantes. Se fueron a vivir en barrios cercanos. Se ideó un trabajo que día de por medio lo ausentaba de la casa. Tuvo tres hijos con cada una, todos de las mismas edades. Había dispuesto todo para engendrarlos en el mismo momento. Les puso los mismos nombres para no confundirse, para no equivocar los cumpleaños. Las dos familias eran iguales en prácticamente todo. Hasta llegó a parecerle que en realidad solamente tenía una familia. Era como mirarse en el espejo. Siempre repartió su tiempo, su dinero y su afecto por igual entre las dos mujeres y las dos series de hijos, sin preferencias. Cada familia poseía su propia casa. Fue lo más justo y equitativo posible con sus dos familias. Nada les faltó en el sentido material. Trabajó duro para mantenerlos decentemente. Educó a los hijos en buenos colegios, aunque fueran colegios diferentes. Fue un buen padre.
   Por eso, ahora que todo se sabe, no comprende por qué todos están tan disgustados con él, por qué son así de ingratos las mujeres y los hijos.
(Tarzán y el filósofo desnudo. Bogotá: Arango, 1996)


174
   Édgar Allan García

   Durante mucho tiempo creyó que los espejos solo reflejaban sus gestos y sus movimientos, hasta esa noche espeluznante en que descubrió que era él quien reproducía miméticamente a su doble en el otro lado.
(333 micro_bios)

domingo, 6 de marzo de 2011

6. Espejos

Espejo
   Harold Kremer


   Cuando usted sale de su casa obsesionado con la idea de comprarse un espejo, se puede decir que ha dado por vez primera un gran paso en su vida. Pero si a más de dicha decisión descubre que no desea un espejo cualquiera, sino uno especial que se adapte a su temperamento, su carácter y su figura, se podría decir que usted sabe lo que quiere de la vida. Y si después de recorrer toda la ciudad, de pronto se descubre en un viejo barrio judío discutiendo el precio de un insignificante y carcomido espejo, usted pensará que la vida y el destino han sido pródigos al brindarle esa oportunidad. Y si al llegar a su casa con el espejo se va directo al baño, lo cuelga, lo cuadra y luego se mira durante un largo instante en él, tratando de encontrar su imagen que no aparece por ningún lado, entonces usted tendrá que aceptar la realidad de su muerte.


El Espejo de Viento-y-Luna
   Tsao Hsue-Kin

   En un año, las dolencias de Kia Yui se agravaron. La imagen de la inaccesible señora Fénix gastaba sus días; las pesadillas y el insomnio, sus noches.
   Una tarde, un mendigo taoísta pedía limosna en la calle, proclamando que podía curar las enfermedades del alma. Kia Yui y lo hizo llamar. El mendigo le dijo: “Con medicinas no se cura su mal. Tengo un tesoro que los sanará, si sigue mis órdenes”. De su manga sacó un espejo bruñido de ambos lados; el Espejo tenía la inscripción: Precioso Espejo de Viento-y-Luna. Agregó: “Este espejo viene del Palacio de el Hada del Terrible Despertar y tiene la virtud de curar los males causados por los pensamientos impuros. Pero guárdese de mirar el anverso. Sólo mire el reverso. Mañana volveré a buscar el espejo y a felicitarlo por su mejoría”. El mendigo se fue sin aceptar las monedas que le ofrecieron.
   Kia Yui tomó el espejo y miró según le había indicado el mendigo. Lo arrojó con espanto: el espejo reflejaba una calavera. Maldijo al mendigo; irritado, quiso ver el anverso. Empuñó el espejo y miró: desde su fondo, la señora Fénix, espléndidamente vestida, le hacía señas. Kia Yui se sintió arrebatado por el espejo y atravesó el metal y amó a la señora Fénix. Después, Fénix lo acompañó a la salida. Cuando Kia Yui se despertó, el espejo estaba al revés y le mostraba, de nuevo, la calavera. Agotado por la delicia del lado falaz del espejo, Kia Yui no resistió, sin embargo, a la tentación de mirarlo una vez más. De nuevo la señora Fénix le hizo señas, de nuevo penetró en el espejo y se amaron. Esto ocurrió unas cuantas veces. La última, dos hombres lo apresaron al salir y lo encadenaron. “Los seguiré”, murmuró Kia Yui, “pero déjenme llevar el Espejo”. Fueron sus últimas palabras. Lo encontraron muerto, sobre la sabana, en medio de un charco de sangre.


Reflejos
   Manu Espada (España)

   La bruja de Blancanieves, arruinada por su derroche en caros tratamientos cosméticos y operaciones de estética, no se pudo resistir a la millonaria oferta que le hizo Narciso (adicto al gimnasio y ávido acaparador de piropos) para comprarle su espejito mágico, por lo que la señora tuvo que hacerse con otro artilugio agasajador. Tras una agotadora búsqueda en el mercado de segunda mano, Drácula le ofreció un ejemplar gótico de cuerpo entero por una ganga. “Lo tengo en oferta por falta de uso”, le explicó el conde, que lucía un aspecto deplorable y abandonado, con barriga desmesurada e hirsuto entrecejo. Nada más llegar al palacio, la bruja se enfundó un traje brillante de Versace y preguntó a su nueva adquisición: “¿Quién es la más guapa del reino?” Una pícara niña con minifalda de colegiala echó el aliento sobre el cristal, y mostrando su dedo corazón a la bruja, escribió en el vaho desde el otro lado del espejo: aicilA.


El espejo roto
   Darío Díez


   Ya estoy cansado de mirarme en este maldito espejo. Siempre lo mismo: mi pelo no cana, mi boca sigue carnosa, mi cuerpo fuerte, mis ojos lúcidos y, dentro de mí, algo que me amarra, algo que no me deja crecer. Unas cadenas que me atan. Lanzo la primera piedra y lo rompo en pedazos. Todo mi ser se refleja en ese espacio negro que deja el espejo. Recojo fragmento por fragmento para tirarlos; en uno veo a mi madre sonriendo, en otro a mi padre rabioso, en otros pedazos veo a mis hermanos, ella, irónica, la otra, cabizbaja y tímida, el mayor con su rol robado de padre y el menor brincando como un pájaro, lleno de colorido y de cantos. Sigo recogiendo, en otro pedazo está el cura distribuyendo penitencias, el médico curando, la pitonisa mintiendo, el siquiatra matando al niño, la justicia vendada con su balanza que siempre cae al lado de la injusticia, mi mujer exigiendo y todo el mundo buscando.
   Voy y arrojo los pedazos a la basura. Cuando regreso a ese sitio hay una pavesa, reluciente, metida en la hendidura de dos baldosas. La recojo y me veo insignificante, la arrojo al vacío y decido que nunca más me volveré a mirar en ningún espejo.


Especulación
   Guillermo Cabrera Infante

   Vi frente a mí un hombre joven (cuando entré estaba a mi lado, pero me volví) de aspecto cansado, pelo revuelto y ojos opacos. Estaba mal vestido, con la camisa sucia y la corbata que no anudaba bien separada del cuello sin abrochar sin botón. Le hacía falta afeitarse y por los lados de la boca le bajaba un bigote lacio y mal cuidado. Levanté la mano para dársela, al tiempo que inclinaba un poco la cabeza y él hizo lo mismo. Vi que sonreía y sentí que yo también sonreía: los dos comprendimos al mismo tiempo: era un espejo.


Los espejos
   Luis Vidales

   Los espejos colgados en las salas son retratos de ausencias. Cuando el espejo se cae —por añicos que se vuelva— siempre cae parado, como los gatos. Ayer al mirarme al espejo quedé con la cabeza de para abajo.
   ¡Claro! ¡Naturalmente! Lo había cogido al revés.