Cuarteto 49
Omar Khayyam
Todo es un tablero de ajedrez de noches y días,
Donde el destino, con hombres como piezas, juega:
Acá y allá mueve, y da jaque mate y mata,
Y a uno por uno vuelve a poner en el armario.
(Los Rubaiyat)
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Ana María Shua
Grave peligro para la Reina Blanca. A punto de ser quemada en la hoguera, acusada de entregarse al amor bestial con los caballos, de asomarse desnuda a la ventana de las torres, de corromper a los peones, de quebrar la monástica calma de los alfiles. Indultada, sin embargo, y enterrada con honores por sus grandes servicios al estado: sacrificarse al abrazo mortal del Rey Negro, atrayéndolo así a una emboscada en la que también él cae sorprendentemente feliz de haber logrado al fin desmentir su impotencia. (Secretísima envidia del Rey Blanco).
(La sueñera)
Jaque mate
Carlos José Castillo Q.
El Rey, entristecido, miró el campo de batalla, revisó su estrategia y con pesar tuvo que reconocer que ya había ganado aquella partida. Sin embargo, agachó la cabeza y concedió la victoria a su oponente, pues no soportaba que a su Dama se la hubiese comido el caballo.
(Los inmortales)
[Sin título]
Rafael Pérez Estrada
Jugaban el blanco y el negro con una valentía infrecuente. Incluso un historiador riguroso, al observar a aquella partida de ajedrez, habría dicho que allí se seguía una estrategia parecida a la de la batalla de Waterloo. Habían apostado ya el honor y la fama, la respetabilidad y los hijos, e incluso se habían jugado las primeras palabras usuales en los tests de respuesta; y como no les quedase nada más que arriesgar, le propuso uno al otro: apostémonos el color de nuestra piel. Y tras una discusión llena de justificaciones, al fin, temerosos, empezaron de nuevo. El juego duró tanto como el tiempo de vida que se les había concedido. Los marfiles agotaron sus divisas, y el azar se hizo eterno. Mas la muerte, ejerciendo su oficio, hizo tablas. Qué hubiera sido de nosotros —dijo alguien— si uno de ellos llega a ganar.
(Antología de breve ficción)
Crueldad del ajedrez
Carlos Herrera
El ajedrez es, como se sabe, un juego cruel. Su mayor crueldad reside en que el rey no tiene amigos.
Instalado en estrecho territorio, resignado a movimientos mediocres y determinados por otros, el triste monarca está rodeado sólo de vasallos, cortesanos, máquinas de guerra y adversarios. Y una dama demasiado poderosa.
La mayor parte del tiempo, el rey se limita a observar cómo van cayendo todos, hasta quedar desguarnecido. Rara vez es artífice de una victoria. La derrota, en cambio, le es imputable siempre.
Pobre rey de palo. Cuánto daría por tener alguien con quien tomarse un café, echarse un conversadito y, eventualmente, jugar ajedrez.
(Colección minúscula. Ricardo Sumalavia [compilador])
Encuentro sorpresivo
Héctor Ugalde
Las dos torres se encontraron de improviso en el fragor de la batalla. Después de la sorpresa vieron que eran de colores iguales y suspiraron aliviadas. No tenían tiempo para platicar, pero era bueno verse y hasta a veces poder trabajar juntas porque lamentablemente casi siempre estaban en extremos opuestos.
El mate del pastor
Leyenda popular
Un monarca se jactaba de ser invencible en el ajedrez. Todos sus rivales en la corte sucumbían ante él.
Un día, volviendo de una cacería, en compañía de nobles y pajes, vio a un pastor sentado en una roca al borde del camino real. El hombre, que cuidaba tres ovejas, se entretenía jugando sólo al ajedrez, moviendo por turnos las blancas y las negras. El rey, que nunca había visto a nadie jugar de esa manera, lo retó a una partida.
Volvieron al castillo y aprestaron tablero y piezas. Pero, ante la perplejidad de los presentes, la partida terminó muy pronto. El pastor sacó un peón, el alfil y la dama y le dio mate al rey en sólo cuatro jugadas.
El rey desterró a los caballeros y cortesanos que siempre lo habían dejado ganar y nombró al pastor “Duque del ajedrez”.