Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

sábado, 22 de agosto de 2020

269. Ajedrez V


El peón transgénero
   Eduardo Serrano O.

   En el tablero de ajedrez hay por lo menos un peón que aspira a coronar la octava casilla para convertirse en reina.


Jaque mate
   Jorge Arturo Abascal

   —Es que tengo un problema —me dijo Fátima mientras movía su torre y me ponía en jaque.
   Jugábamos una partida de ajedrez, llevábamos ya unas tres horas enfrascados en una batalla de estrategias. Fátima ganaba, como siempre, como en todo, ganaba. Yo intentaba defenderme meditando mucho cada jugada, intentando deducir lo que respondería.
   —¿Qué te pasa? —le pregunté mientras revisaba desesperado cómo escapar del cerco.
   Fátima no contestó; esperó astuta mi movimiento. Deduje que lo hacía para distraerme, pero no lo conseguiría, me dije.
   Moví el último alfil que me quedaba para proteger al rey y, de paso, comerme a la torre asesina.
   —La vida es un ajedrez… jaque mate —contestó por fin Fátima, mientras colocaba la reina en posición vencedora.
   —Eso es un lugar común —contesté, mientras buscaba en el tablero alguna posibilidad de seguir viviendo. Pero era cierto: había perdido, estaba muerto.
   Fátima tomó mi rey y lo acostó en el tablero mientras me miraba con burla. Se levantó y se dirigió a la salida. Antes de llegar a la puerta se detuvo y sin voltear me dijo:
   —Hasta aquí llegamos; desde ahora ya no eres más. Sólo fuiste un personaje que existe porque quiero. Ni siquiera tienes nombre.
   Intenté recordar mi nombre… no pude. Fátima apagó la luz, salió de la habitación y cerró la puerta.
   Me quedé en la oscuridad, inmóvil y silencioso; quise moverme y hablar… no lo conseguí. Cerré los ojos.


La dama es valenciana
   Agustí Mezquida

   El antiguo juego indio del chaturanga, fue adoptado por los persas y llevado a Europa por los árabes. Éstos jugaban con una pieza llamada “visir”, que se movía un cuadro en diagonal. Lenta y reposada era la forma de jugar, al punto que el juego se utilizaba incluso como ritual de cortejo entre la nobleza.
   Pero la ciudad de Valencia vivía un momento de esplendor económico y cultural, de manera que, en lugar del visir, se introdujo la “reina” (no en vano era creciente el poder de las soberanas en la época renacentista). Esta pieza tenía más movimientos y alcance, lo que consolidó un ajedrez de mayor agilidad, aunque ya no se podía utilizar para la seducción.

G.B.Z

Frente al tablero de ajedrez
   Henry Ficher

   —¡Otra vez tablas! —dice el de las piezas negras.
   —Una más —propone el adversario.
   Acomodan las piezas, cambiando de color. Juegan rápido, sin vacilar, como si conocieran de antemano la estrategia del contrincante. Al finalizar, exclama el que juega con las blancas:
   —¡Tablas! —da un manotazo en la mesa—. ¿Cómo es posible?
   El otro no se inmuta. Está seguro de que un día se derrotará a sí mismo.
(Fe de erratas)


Post-estructural
   Guillardo Serramante

   Con un salero reemplazamos la torre faltante: lo que importa no es la forma, sino la función. Cuando las piezas regresaran a la caja, el salero retomaría su valor al lado del pimentero, los platos y los cubiertos.
   Pero no: terminada la partida, añoraba el fragor de la batalla, sus gestas guerreras, la lucha impetuosa en pos de la victoria. Para él, la vida había perdido su sal.

G.B.Z.

Cafisho
   Rocco Laguzzi

   Cuando están distendidos, el General Chagall y el cabo Gustavo se tranzan en formidables partidas de ajedrez. Pero el cabo, que es un mujeriego irredento, siempre cae en la celada de Chagall que, con artera intención, le ofrece la dama.
(La militancia)


El campeón del mundo de ajedrez
   Juan Pedro Aparicio

   Los contrincantes del persa Khalil Ilaidil, campeón del mundo de ajedrez durante diez años consecutivos, le acusaron de fraude. Decían que no se enfrentaban a uno sino a dos jugadores, pues Khalil estaba unido por el cerebro a su hermano Ahmed. Nadie podía probar, sin embargo, que hablaran entre ellos mientras se celebraban las partidas y hasta parecía que Ahmed, a quien, según Khalil, aburría el ajedrez, se pasaba la mayor parte del tiempo dormitando. Pero sus rivales sospechaban que ese aparente desinterés era una estratagema, que el verdadero cerebro del juego era Ahmed, que transmitía a su hermano, de cerebro a cerebro, los movimientos a realizar. Un día un detective demostró con pruebas visuales que cuando uno de los siameses fumaba, el humo salía también por la boca del otro. Khalil fue despojado de sus galardones.
(Alrededor de un tablero. Cuentos de ajedrez [ant. David Vivancos A.])