Editor invitado: Eduardo Serrano Orejuela
Jesús Hernández
En un encuentro armado entre Luis VI el Gordo y Enrique I de Inglaterra, un soldado normando logró agarrar las riendas del caballo del rey de Francia.
—¡Ya tengo al rey! —gritó.
Luis VI sacó de la silla de su caballo un hacha de combate y se la clavó en la cabeza al soldado.
—¡Un rey nunca puede ser capturado! ¡Ni siquiera en el ajedrez! —exclamó.
(Hernández, Jesús. ¡Es la guerra! Barcelona: Inédita, 2005)
G.B.Z |
El rey estaba furioso
Héctor Ugalde
El rey estaba furioso. Él estaba ileso. Sano y salvo. Fuerte y sin estar amenazado de ningún ataque directo a su persona.
Le molestaba que hubiese sido derrotado por una pequeña bandera roja del reloj.
[Sin título]
Cristina Peri Rossi
Cuando los alfiles se rebelaron, el campo quedó sembrado de peones desvanecidos; las torres corrieron a refugiarse en los tamarindos y un caballo, despavorido, vagaba por el camino, ciego de los ojos y perdiendo sangre por los oídos. Los peones restantes prepararon en vano una celada: murieron junto al arroyo y solamente el otro caballo parecía resistir. El último embate enemigo dio por tierra con el rey que huía —como casi todos los reyes— dando la espalda. Cuando la reina, majestuosa y trágica, quedó sola en el camino, uno de los alfiles se le subió a la espalda y el otro, con un toque de lanza, la derrumbó. Sobre ella gozaron toda la mañana, hasta que, aburridos, la abandonaron junto a la casilla número cinco.
(Indicios pánicos. 1970)
Ajedrez
David Lagmanovich
Ella movió una pieza y de inmediato se mordió el labio inferior, como lamentando el haber hecho esa jugada. Él lo notó y, además de apreciar lo bonita que estaba su compañera de juego, hizo una movida que no aprovechaba el error de ella y, por el contrario, le daba una oportunidad de repararlo. Ella desconfió de la facilidad que se le ofrecía y movió otra pieza en forma que parecía muy poco meditada. Una vez más, él hizo una jugada inconsecuente, y entonces ella, con una sonrisa malévola, encerró la dama de él y en la siguiente movida la tomó. Él abandonó la partida con un suspiro que quería decir muchas cosas. Ahora estaba seguro de que en el otro juego, aquel que verdaderamente le interesaba, tampoco habría de ganar.
(Los cuatro elementos. Palencia: Menos cuarto, 2007)
La sombra de las jugadas
Celestino Palomeque
Cuando los franceses sitiaban la capital de Madagascar, en 1893, los sacerdotes participaron en la defensa jugando alfanorona (una suerte de ajedrez), y la reina y el pueblo seguían con mayor ansiedad ese partido —que se jugaba, según los ritos, para asegurar la victoria—, que los esfuerzos de sus tropas.
(Borges/Bioy. Cuentos breves y extraordinarios)
G.B.Z. |
Partida de peones
Guillermo Velásquez Forero
Acatando y obedeciendo órdenes de sus respectivas Majestades, se mataron entre sí en una exquisita carnicería que disfrutaron con apetito caníbal y fervor bipartidista, dejando ensangrentado todo el tablero.
Más tarde, en Palacio, los dos reyes adversarios se abrazaban, se lavaban mutuamente con champaña e intercambiaban sus damas en una fastuosa bacanal, festejando el jaque mate dado a los peones.
[Sin título]
Max Aub
Pueden ustedes preguntarlo en la Sociedad de Ajedrez de Mexicali, en el Casino de Hermosillo, en la Casa de Sonora: yo soy, yo era, muchísimo mejor jugador de ajedrez que él. No había comparación posible. Y me ganó cinco partidas seguidas. No sé si dan ustedes cuenta. ¡Él, un jugador de clase C! Al mate, cogí un alfil y se lo clavé, dicen que en el ojo. El auténtico mate del pastor...
(Crímenes ejemplares. Valencia: Media vaca, 2001)