El anillo
Jorge Gimeno (España)
Me pide que le regale un anillo.
Así cuando lo vea en su dedo, dice,
se acordará de mí, de mi magnificencia.
No lo haré. Así cuando no lo vea
se acordará de mí.
Confesiones a un caballo
Jorge Gimeno (España)
Ya no puedo subirme al caballo.
Mi cadera no gira en el aire.
El pie no me sostiene en el estribo.
¡Mi juventud es cosa del pasado!
El maestro mira a su alrededor
y le dice al caballo entre susurros:
—¿Sabes? De joven tampoco fui joven.
La paloma del arca
Robert Desnos (Francia)
¡Maldito
sea el padre de la esposa
del herrero que forjo el hierro del hacha
con la cual el leñador abatió el roble
en el cual se talló el lecho
donde fue engendrado el bisabuelo
del hombre que conducía el coche
en el cual tu madre
conoció a tu padre!
(Langage cuit, 1923)
Lluvia
Geraldino Brasil (Brasil)
Tres días de lluvia.
Veinte murieron en Recife y en Olinda dos barracas resultaron destruidas.
Según las autoridades la culpa es de la lluvia.
Pero la lluvia es inocente de ese crimen.
La lluvia era bella.
Sueño
Yi Sha (China)
En la celda de la prisión
una persona
delante de un pequeño escritorio
Sobre el escritorio
un papel y un lápiz
sobre el papel un poema
La luz del sol irrumpió por la ventana
arruinando al poema
El amor y las matemáticas
Enrique Sánchez Hernani (Perú)
Conocí una muchacha en un bar cuyo amor
más puro eran las matemáticas.
Pero cada vez que amanecía se le cruzaban
versos en medio de las ecuaciones
y cuando trataba de resolver un teorema
volaba de la página una metáfora de alas doradas.
Ese amor tan radical le producía dolores de cabeza
más nunca pudo evitar soñar con Quevedo
cuando debía hacer una evocación de Euclides
y si lo que pretendía era añadir un número primo
a las cortinas que se le abrían por la mañana,
lo que obtenía era un verso agregando luz
a las primeras horas de su infiel caminata.
Menudo trabajo el de su caligrafía;
una línea trazada sobre la hipotenusa siempre
daba en el centro del triángulo de su desconcierto,
dejando caer pétalos carmesíes
entre los signos bien afinados de un verso alejandrino;
y una conjetura de Pitágoras le valió lo mismo
que un ensayo de Octavio Paz sobre la revuelta;
y hasta un cálculo logarítmico le era tan útil
como la medición de las sílabas de un cuarteto.
Esto la hacía beber sin tregua, aunque con algo
de recortada tristeza.
“La vida no es una raíz cuadrada bien hecha
si no la acompaña un soneto en endecasílabos”,
me decía con su copa de vermut entre las manos
y procedía a brindar, mientras de su pecho
brotaban números decimales y también bellos fonemas.
Incapaz de resolver el misterio de su pasión cruzada
la acompañé a tomar un taxi mientras la noche
caía vertical e incomprensible como su problema;
y cuando subió a un auto amarillo y muy intenso
me hizo adiós con la mano, mientras de sus dedos
llovían números quebrados
y en mi cabeza creció este poema sin polinomios
ni multiplicación ordenadas.
Miles
Leonard Cohen (Canadá)
Entre los miles
Que son conocidos,
O que quieren ser conocidos
Como poetas,
Quizá uno o dos
Sean auténticos
Y el resto son impostores,
Rondando por los recintos sagrados
Tratando de parecer genuinos.
No hace falta decir
Que yo soy uno de los impostores,
Y ésta es mi historia.
(El libro del anhelo, 2006)