Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento. Hecha en Colombia.
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domingo, 12 de octubre de 2025

404. Minicuentos en verso V




El anillo
   Jorge Gimeno (España)

   Me pide que le regale un anillo.
   Así cuando lo vea en su dedo, dice,
   se acordará de mí, de mi magnificencia.
   No lo haré. Así cuando no lo vea
   se acordará de mí.


Confesiones a un caballo
   Jorge Gimeno (España)

   Ya no puedo subirme al caballo.
   Mi cadera no gira en el aire.
   El pie no me sostiene en el estribo.
   ¡Mi juventud es cosa del pasado!
   El maestro mira a su alrededor
   y le dice al caballo entre susurros:
   —¿Sabes? De joven tampoco fui joven.


La paloma del arca
   Robert Desnos (Francia)

   ¡Maldito
   sea el padre de la esposa
   del herrero que forjo el hierro del hacha
   con la cual el leñador abatió el roble
   en el cual se talló el lecho
   donde fue engendrado el bisabuelo
   del hombre que conducía el coche
   en el cual tu madre
   conoció a tu padre!
                                                  (Langage cuit, 1923)


Lluvia
   Geraldino Brasil (Brasil)

   Tres días de lluvia.
   Veinte murieron en Recife y en Olinda dos barracas resultaron destruidas.
   Según las autoridades la culpa es de la lluvia.
   Pero la lluvia es inocente de ese crimen.
   La lluvia era bella.


Sueño
   Yi Sha (China)

   En la celda de la prisión
   una persona
   delante de un pequeño escritorio
   Sobre el escritorio
   un papel y un lápiz
   sobre el papel un poema
   La luz del sol irrumpió por la ventana
   arruinando al poema


El amor y las matemáticas
   Enrique Sánchez Hernani (Perú)

   Conocí una muchacha en un bar cuyo amor
   más puro eran las matemáticas.
   Pero cada vez que amanecía se le cruzaban
   versos en medio de las ecuaciones
   y cuando trataba de resolver un teorema
   volaba de la página una metáfora de alas doradas.

   Ese amor tan radical le producía dolores de cabeza
   más nunca pudo evitar soñar con Quevedo
   cuando debía hacer una evocación de Euclides
   y si lo que pretendía era añadir un número primo
   a las cortinas que se le abrían por la mañana,
   lo que obtenía era un verso agregando luz
   a las primeras horas de su infiel caminata.

   Menudo trabajo el de su caligrafía;
   una línea trazada sobre la hipotenusa siempre
   daba en el centro del triángulo de su desconcierto,
   dejando caer pétalos carmesíes
   entre los signos bien afinados de un verso alejandrino;
   y una conjetura de Pitágoras le valió lo mismo
   que un ensayo de Octavio Paz sobre la revuelta;
   y hasta un cálculo logarítmico le era tan útil
   como la medición de las sílabas de un cuarteto.

   Esto la hacía beber sin tregua, aunque con algo
   de recortada tristeza.
   “La vida no es una raíz cuadrada bien hecha
   si no la acompaña un soneto en endecasílabos”,
   me decía con su copa de vermut entre las manos
   y procedía a brindar, mientras de su pecho
   brotaban números decimales y también bellos fonemas.

   Incapaz de resolver el misterio de su pasión cruzada
   la acompañé a tomar un taxi mientras la noche
   caía vertical e incomprensible como su problema;
   y cuando subió a un auto amarillo y muy intenso
   me hizo adiós con la mano, mientras de sus dedos
   llovían números quebrados
   y en mi cabeza creció este poema sin polinomios
   ni multiplicación ordenadas.



Miles
   Leonard Cohen (Canadá)

   Entre los miles
   Que son conocidos,
   O que quieren ser conocidos
   Como poetas,
   Quizá uno o dos
   Sean auténticos
   Y el resto son impostores,
   Rondando por los recintos sagrados
   Tratando de parecer genuinos.
   No hace falta decir
   Que yo soy uno de los impostores,
   Y ésta es mi historia.
                         (El libro del anhelo, 2006)