Roberto Alfredo Fontanarrosa (Rosario, 26 de noviembre de 1944-ibídem, 19 de julio de 2007) fue un humorista gráfico, dibujante, guionista, historietista y escritor argentino. Fue uno de los artistas y humoristas más destacados del noveno arte en su país, y también es considerado como un destacado escritor de ficción en general (y del cuento corto en particular).
Cuatro hombres en la cabaña
LONDON—. ¡Rápido! ¡Más rápido! ¡Ya están sobre nosotros!
EARL—. ¡Una cabaña! ¡Una cabaña!
“ROSTRO”—. ¡La puerta está atascada! (La fuerza)
(Dentro de la cabaña)
LONDON—. Ahí está: lobo Zeke… Tres meses persiguiéndonos.
EARL—. Rayos, London… algo huele muy mal aquí adentro.
LONDON—. ¡Puf, Earl!… Llevamos noventa días sin bañarnos…
EARL—. ¿No lo sientes tú también, Pitches? (Tropieza su pierna)
PITCHES—. ¡Ouchg…!
LONDON—. ¡Tiene una trampa de osos en la pierna! ¿Cuándo te atrapó?
PITCHES—. Hace cinco días. Cruzando los montes Ogilvie.
(“Rostro” le quita la trampa con una palanca)
LONDON—. ¡Rápido! ¡Pongámoslo sobre la mesa!
EARL—. Debemos cortarle la pierna o no llegará a mañana.
LONDON—. (A Earl) Los lobos lo olfatearon. Arrojémosles la pierna, luego de cortarla. Eso los distraerá. Entre tanto, podemos huir por detrás.
EARL—. Pero tendremos que cargar con Pitches, que pesa doscientas libras.
(Más tarde)
EARL—. ¡Hey, London, Mira eso: ¡Pelly Crossing!
LONDON—. ¡Qué belleza! (A “Rostro”): ¿Sigues enojado?
“ROSTRO”—. No deberíamos haberlo hecho.
LONDON—. No hubiésemos podido engañar a los lobos.
EARL—. Y eso no es nada. Era imposible escapar durante la noche cargando a Pitches.
“ROSTRO”—. Ya me dirás cuando debamos explicarle todo el sheriff Kimball.
EARL—. ¿Y por qué crees que he acarreado la pierna en mi mochila durante estos ocho días? El sheriff comprenderá que ningún hombre hubiese podido sobrevivir con una gangrena tan avanzada. La pierna sólo hubiese sido un bocado para los lobos. En cambio, con Pitches estuvieron comiendo como dos horas.
Arenas de Iwo Jima
DANIEL—. Mi primo me dijo que es más divertido que Disneylandia.
LEO—. ¡Elijamos la Guerra de Secesión! Me encantaría el uniforme del Sur.
DANIEL—. Nada de eso. ¡La Segunda Guerra!
MAURICIO—. Mejor el Pacífico. ¿Recuerdas “Arenas de Iwo Jima”?
DANIEL—. ¡Eso será mejor! (A la cajera): Tres cupones con derecho a almuerzo.
EMPLEADO 1 (Vestido de soldado)—. La señorita les dará los uniformes.
(Con los uniformes puestos). Y ahora… ¡Síganme! ¡Comienza la aventura!
MAURICIO—. ¡Una barcaza de desembarco, Leo!
EMPLEADO 1—. Conserven sus cupones de comida dentro de las bolsas plásticas; que no se mojen ni se pierdan. ¡Acomódense con cuidado!
EMPLEADO 2 (Vestido de soldado)—. Estamos en un riacho interno de una isla en poder de los japoneses. ¡Tengan a bien no fumar!
DANIEL—. ¡Escucha los pájaros en la jungla, Mauricio! ¡Es todo perfecto!
MAURICIO—. Hasta el olor del agua podrida han cuidado.
(Suenan detonaciones)
EMPLEADO 2—. ¡Listos para desembarcar! ¡Les daremos duro a esos amarillos!
DANIEL—. (En off) Hace lo suyo con verdadera convicción.
EMPLEADO 2—. ¡Apenas lleguen a la costa, protéjanse tras los árboles!
(Ya en la jungla)
MAURICIO—. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos?
(Sonido de obuses)
LEO—. ¡Al suelo! ¡Al suelo!
(Un obús despedaza a Leo)
DANIEL—. ¡Leo!… Leo…
(Otro obús le amputa las piernas a Mauricio)
DANIEL—. Mau… Mauricio… las piernas…
MAURICIO—. ¡Ahí vienen los japoneses! ¡Tírales, Daniel!
(Daniel dispara)
DANIEL—. (Mirando al hombre que mató) ¡Son japoneses de verdad! (Le mira el cupón para comer que llevaba en la mano). ¡Son turistas como nosotros! (A los empleados): ¡¿Qué es esto?! ¡Yo pensé que era un juego!
SUPERVISOR (Vestido de soldado)—. Tranquilícese, amigo. Para usted es un juego, para nosotros es un negocio.
EMPLEADO 2—. A la una y treinta en la barcaza para almuerzo y regreso.
Anatomía para un asesinato
—Jelou, míster Mc Coy. Terminé mi labor. Le remitiré fractura.
—Lamento decirle que hubo un error, Boogie. Mi secretaria anotó mal el nombre. A Gary no había que matarlo.
—¡Aag!…
—Aguarde, Mc Coy —dice Boogie—. Creo que Gary está vivo. Lo escucho quejarse. Pero no durará. Tiene una gran hemorragia. Parece un comercial de plasma.
—¿Habla?
—‘Hemorragia’, le dije, no ‘verborragia’.
—Hágale un torniquete. Urgente le mando el médico de la empresa.
—Escúcheme Mc Coy: lo mismo yo le facturo por Hombre Muerto. No le consideraré rebaja, ni tarifa de Herido Grave. ¿Okey?
—Eso vamos a discutirlo, Boogie. Yo, por mí, se lo pago, pero luego me chilla la administración. Adiós.
Boogie se queda pensando: “Eso vamos a discutirlo”. Al rato:
—Buenas noches. Soy el médico de la empresa… Pero… este hombre ha muerto. ¿Le aplicó el torniquete?
—Sí. Como la herida era en el pecho, le apliqué el torniquete en el cuello.
Doble contra sencillo
Dice el Campeón:
—La derecha de Ernie Bazooka Sheridan tenía la fuerza de una mula de Misuri…
—No debiste ganar esa pelea, Campeón —le dice Boogie—. Joe Tampieri está muy enojado por eso.
—… en el pesaje me dijo: “Si te atino un gancho, te deporto”. Y yo le dije: “A mí no hay quien me deporte y el único deporte es el box”…
—Te cuento más: Tampieri me pagó para que te matara, Campeón.
—… vaya tipo mañoso: me metía el pulgar en el ojo… y apuesto, doble contra sencillo, a que tenía sucia la uña de ese dedo…
—Podemos llegar a un acuerdo, Campeón —le propone Boogie.
—… yo le paraba los golpes con el parietal derecho…
—… la mitad de tu bolsa y me olvido del asunto —prosigue Boogie.
—… en el quinto, su puño era un martinete hidráulico. Me conmovió, me conmovió hasta las lágrimas.
Para el relato y responde:
—Trato hecho, Boogie, ¡brindemos! —de pronto, se golpea la cabeza—. Perdona Boogie, tengo algo suelto dentro del cerebro… como si se me hubiese desprendido el protector bucal.
Boogie dispara: ¡Bam!
Luego, Tampieri pregunta por teléfono:
—¿Lo mató, Boogie?
—No. No lo maté, lo sacrifiqué.
Qué hiciste tú en la guerra, papá
Boogie manipula un revólver en una silla del parque. Un niño como de ocho años se acerca y le pregunta:
—¿Me lo prestas?
—Con la condición de que no te lo pongas en la boca.
—Un celta 44, cañón estriado, arma belga de precisión —comenta el niño.
“Debería matarlo ahora que es pequeño”, piensa Boogie. “Dentro de tres años me matará él”.
—Para el día de gracias —informa el niño—, mi padre me regaló una escopeta Itaka. Recortada, porque el apartamento es chico.
—A quién odias más ¿a tu papá o a tu mamá?
—A los dos igual, para que ninguno se sienta disminuido, según me dijo mi psicólogo.
“La información de los de los niños de hoy me asusta”, piensa Boogie. “Mas no creo que sean felices como en mi época, que quemábamos gatos con napalm. Éramos simples”.
—Lo que tú olvidas, renacuajo, es que tu padre luchó en Corea, Laos o Camboya, para que tú puedas tener una Itaka. Ahora… largo de aquí, vete.
—¿No tienes un sobre de marihuana? —pregunta el niño.
Boogie, le da un puntapié.
“Eso sí que no lo haré nunca. Regalarles drogas. Que aprendan el valor del dinero. Si me la compran, todas las que quieran”.
Hágalo usted mismo
—¿Qué siente cuando mata a un hombre, Boogie?
—Si uso silenciador, no siento nada. Es un trabajo como cualquier otro, amigo. Un trabajo insalubre tal vez: hay que procurar no dejarse atrapar por la rutina. Por eso, yo alterno: a veces uso pistola, otras veces escopeta, hay días que salgo con la
bazuca.
—Lo mío ¿con qué lo va a ejecutar, Boogie?
—Pensé en él Magnum pero al fin opté por éste: un Colt Cobra 38 Special.
—¿Ha pensado que esto tiene un fondo político?
—Sólo me interesan los fondos del cheque que me dieron.
—Apenas le pido una cosa, Boogie. Permítame hacerlo con mi propia mano. Soy un tonto individualista. Le ahorro trabajo.
Boogie le dispara tres veces y dice para sí: “El día en que haga este trabajo tan sólo por el dinero, dejaré todo y pondré un leprosario”.
Pasteles de nata con fresas
—¡Oh…! ¿No me digas que tú eres “Manzanita”?
—¿?
—Dios. ¡Eres tú!, “Manzanita!
—Disculpe, señora, se equivoca usted de fruta.
—¡Siempre el mismo atrevido! ¡Pícaro! ¿Cuál era tu nombre…? ¿Boogie? ¡Eso! ¡Boogie! ¡Yo era vecina de tu madre cuando tú eras así —hace un gesto con el brazo— pequeño! Te recuerdo como si fuera hoy. Eras un diablillo encantador en esa época. Una vez te regañaron por sacarle la lengua a la abuela. Pero con una tenaza. Te decían “Manzanita” porque eras coloradito y de carita redonda redonda.
Le coge los cachetes.
—Hum… los mismos cachetes de antes… Recuerdo cuando destruiste los vitrales de la parroquia del Padre Stiller. Fue cuando excomulgaron a tu familia. ¿Recuerdas cuando vaciaste un ojo al señor Mulligan con el rifle de aire comprimido?
—Nunca olvidaré ese rifle.
—Te gustaban mucho los pasteles de nata con fresas y detestabas la sopa de tapioca que preparaba tu abuela.
—La detestaba.
—Eso. Detestabas la sopa.
—No. Detestaba a mi abuela
—Tenías ocho años y aún te orinabas encima.
—Bebía mucha cerveza.
—Recuerdo que escapaste en tercer grado de tu escuela… con la maestra. ¡Adiós, “Manzanita”! Ha sido una alegría verte. Ya estás hecho un hombre.
Boogie saca el revólver de entre la bolsa del mercado y le dispara. “Sabía demasiado”, piensa.