Cuentos seleccionados de la Antología del cuento corto del Caribe colombiano (2008), realizada por Rubén Darío Otálvaro Sepúlveda.
El ideal de Aquiles
Paúl Brito Ramos
Para garantizar su triunfo en la carrera contra la tortuga, Aquiles se dejó adoctrinar en una religión, según la cual la fe era la única capaz de completar una realidad infinitamente incompleta. Concentró toda su fe en alcanzar la meta antes, pero resultó que la tortuga era la elegida de Dios.
Scherezada
Nora Carbonell
En las noches de leyenda, Scherezada percibía el parpadeo de fuego que la observaba desde la ventana y los sonidos de búho que rondaban el palacio. Sólo ella conocía las señales del genio enamorado que le susurraba la palabra encantada, eslabón en el camino del indulto.
Una vez un gringo aventurero
Álvaro Cepeda Samudio
Una vez un gringo aventurero resolvió fundar un cine en un minúsculo y remoto pueblecito del corazón del África. La noticia rodó como un incendio por los alrededores. El día de la inauguración, todos los leones de la zona llegaron a la entrada de la tolda donde funcionaba el cine. Porque los leones se habían dicho:
—Vamos, que a lo mejor la película es de la Metro y ahí salimos en todas.
Memorias de un asesino
Juan Carlos Céspedes Acosta
Me fui en silencio, haciéndoles creer que estaban vivos.
Alta fidelidad
José Luis Díaz-Granados
En el momento en que Aura María abrió sorpresivamente la puerta de su alcoba, se descubrió a sí misma en la cama, haciendo el amor con su marido.
Naufragio
Walter Ernesto Fernández Emiliani
Esta mañana de cielo gris, amortajada de brumas y olas tempestuosas, es el mismo espacio de días de sol y cielos topacios, de vapores anclados y trasatlánticos de donde partieron incontables amigos con rumbo incierto. Yo me quedé anclado al muelle, al silencio pueblerino de las calles del puerto, a mi casa solitaria frente al mar, viendo zarpar los barcos, que fue como partir mil veces.
Ahora estoy aquí, asomado a la ventana, frente a la albufera que ha formado la franja de aluvión que separa las olas de la tierra firme. Hay algo irreal en esta quietud, en el agua estancada de un azul oscuro, casi un verdín esmeralda de algas que lame en silencio la orilla, en la atmósfera antigua de esta tarde, en este cielo sin luz que me invade a fondo con un sentimiento de pérdida que no logro entender.
Han vuelto a doblar las campanas con toque de difuntos y seguido han llamado a mi puerta. Al abrir, un extraño con cara de náufrago me ha extendido su mano y se ha identificado con mi nombre.
El cadáver
Roberto Montes Mathieu
El cuerpo desnudo de la mujer asesinada estaba tendido en la mesa del anfiteatro. Antes de proceder a la necropsia, el médico pasó la mano sobre el promontorio velludo y carnoso, y dirigiéndose a sus alumnos, dijo: “Es una lástima. Morir tan joven cuando tenía tanto que brindarle a la humanidad”. El cadáver se ruborizó y cambió de posición.