Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 13 de noviembre de 2022

327. Dramas y caballeros VI

 

Destino
   Hugo Hernán Aparicio Reyes (Colombia)

   Quiso la suerte que coincidiéramos en momento y lugar. No quiso en cambio que nos atreviéramos a hablar.
(Aforías)


Negación
   Raúl Brasca (Argentina)

   Cuando ella se le negaba, él se mostraba comprensivo; cuando ella provocaba a otros hombres, a él parecía divertirlo; cuando lo engañaba con descaro, él fingía no darse cuenta. Finalmente ella se cansó y le pidió el divorcio.
(Microficciones. Antología personal)


Quién es ella realmente
   Tim Keppel (USA-Colombia)

   Desde el principio, ella fue un enigma. Tal vez eso fue lo que me atrajo. Quería entender quién era. Y ahora, por desgracia, lo sé.
(Legado, 2022)


Una nota humana
   Alfonso Castro (Colombia)

   La había perseguido furiosamente, meses y meses, y siempre obtenía desdenes, hasta que un día pude conseguir que me oyera.
   Tembloroso de emoción, con el cuerpo rebozando deseos, y con el alma repleta de dulces perspectivas, empecé a hablarle apasionadamente. En mi discurso había mucho de suspiros, de tiernas congojas, de sueños voluptuosos, de discretas enramadas, de brillo de estrellas, de ósculos castos, de proyectos idílicos, de promesas preñadas de dicha, en fin, toda una canción de amor, pronunciada con el acento más arrullador que mi alma meditaba y con un ademán, tan discreto y gallardo —a mí me lo parecía— como de seguro no lo tuvo nunca un trovador de los tiempos medioevales.
   Me pareció imposible que a tal derroche de ternura, resistiese ninguna dama por insensible que fuera, y menos ella que debía tener un corazón tan accesible al amor, al mismo tiempo, que lleno de pureza..., y, que además, aparentaba haberme escuchado atentamente, llena de gusto, tal vez hipnotizada por el tono mágico de mis frases.
   Sugestionado por estos pensamientos me disponía a recibir una lluvia de caricias, como botín de mi victoria, cuando ella introduciendo la mano en mi bolsillo, me preguntó con voz desabrida:
   —¿Cuánto dinero trae consigo?
(Notas humanas - 1878)



Cuestión de espacio
   Carlos Arturo Ramírez Gómez (Colombia)

   Ella me dijo que no entraría más a mi departamento porque en mi cama habían dormido muchas mujeres. Entonces compré una cama y boté la otra. Luego, ella argumentó que no toleraba el espejo de la habitación, pues veía en él los rostros de mis ex-amantes. Quebré el espejo y boté sus pedazos para no causarle sinsabores. Al poco tiempo, ella se despertó sobresaltada en un amanecer y me dijo que le era imposible pasar una noche más conmigo mientras esos cuadros siguieran en las paredes, ya que, incluso, algunos de ellos habían sido pintados por una de mis ex-mujeres. Me deshice de los cuadros. Y así cotidianamente ocurrió con todos los objetos que eran mi vida personal, y finalmente con mi departamento, pues nos mudamos de barrio y también de ciudad, puesto que llegó el momento en que ella no aguantó las calles, los parques y los bares que me traían recuerdos. Ahora ella vive quejándose en su nueva residencia porque nunca me ve, ni me siente ni me oye, y me acusa de que me he vuelto un fantasma con el cual es imposible vivir.
(Invenciones y artimañas. En: Minicuentos, 1999)


Promesas
   Carmen Cecilia Suárez (Colombia)

   Llegó de mañana, muy temprano, recién bañado, sonriente, con una botella de vino y unas flores en la mano. A oír música, dijo.
   Ella se peinó apresuradamente y se quedó sin maquillar, con su batola amarilla de entre casa. “Qué carambas, si le gusta así, bueno, si no, también”, pensó, acostumbrada a ser un poco despectiva con los hombres.
   Hablaron, rieron, cantaron, él le dijo mil cosas de sus ojos, su boca, su cuerpo. La besó, la acarició. Discutieron sobre Freud, Marx y Camilo. Leyeron a García Lorca y a Saint-John Perse. Le prometió que tendrían una hija, que viajarían por el mundo, que envejecerían juntos. Comenzó a percibir una dulzura especial en esa voz, a sentirse vulnerable, a desear la presencia de ese hombre, sí, que la cuidara, sí, que la quisiera.
   Aún no habían hecho el amor. Acostados en la alfombra se miraban fijamente. Sus manos la recorrieron toda con timidez y ternura. Ella aguardaba en silencio, ansiosa...
   De repente, él se levantó y alegre y firme dijo: “Voy a contarle a Eloísa y los niños que te amo”.
   Dejó tirada su corbata roja. Ella aún la guarda en una bolsita de celofán, esperándolo.
(Un vestido rojo para bailar boleros)


Ido
   Orlando López Valencia (Colombia)

   En las cuatro esquinas de mi ser hay una mujer esperándome.
   Por eso me da risa cuando el terapeuta me dice: tienes que encontrarte a ti mismo.
   Francamente, yo allí no vuelvo.