Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 16 de mayo de 2021

288. Daniil Jarms III

 
Perdiendo cosas

   Andrei Andreevich Miasov compró un pabilo en el mercado y lo llevó a su casa.
   Por el camino, Andrei Andreevich perdió el pabilo y entró en un negocio para comprar ciento cincuenta gramos de salchicha de Poltava. Luego, Andrei Andreevich fue a la lechería y compró un frasco de yogur; a continuación, bebió un porroncito de kvas en el mostrador e hizo cola para comprar el diario. La cola era muy larga y Andrei Andreevich pasó unos veinte minutos esperando en ella, pero, cuando llegó al quiosco, vio cómo vendían el último diario delante de su nariz.
   Andrei Andreevich se quedó allí un rato y luego enfiló hacia su casa; pero, en el trayecto, perdió el yogur, entró en una panadería, compró un bollo... pero perdió la salchicha de Poltava.
   Luego, Andrei Andreevich fue directamente su casa, pero en el trayecto se cayó, perdió el bollo y se le rompieron los quevedos.
   Andrei Andreevich llegó a su casa furioso y se metió en seguida en cama, pero no consiguió dormirse durante un largo rato. Cuando por fin se durmió, tomo un sueño: soñó que había perdido el cepillo de dientes y que se los estaba limpiando con una especie de candelero.

Daniil Jarms en graffiti, Jarkiv, 2008

Secuencia

   Desde hace mucho tiempo, la gente medita acerca de lo que son la inteligencia y la estupidez. En este contexto, yo recuerdo un incidente. Cuando mi tía me regaló un escritorio, me dije: “Me sentaré en el escritorio y la primera idea que se me ocurra allí será especialmente inteligente”. Pero no logré concebir una idea especialmente inteligente.
   Entonces, me dije: “Muy bien, no conseguí concebir una idea especialmente inteligente, de modo que concebiré otra especialmente estúpida”. Pero tampoco pude concebir una idea especialmente estúpida.
   Es muy difícil hacer cosas extremas. Es más fácil hacer algo intermedio. El centro no exige ningún esfuerzo. El centro es el punto de equilibrio. Allí no hay conflictos.


Lo que venden actualmente en los almacenes

   Koratygin fue a lo de Tikakeev y no lo encontró en casa. En ese preciso momento, Tikakeev estaba en el almacén comprando azúcar, carne y pepinos. Koratygin se quedó rondando frente a la puerta de Tikakeev y se disponía a dejarle un mensaje escrito cuando levantó la vista y descubrió a Tikakeev que se acercaba con una bolsa de hule en la mano.
   Koratygin vio a Tikakeev y le gritó:
   —Hace una hora que lo espero.
   —No es cierto —respondió Tikakeev—. Estuve fuera de casa sólo veinticinco minutos.
   —No sé nada de eso —dijo Koratygin—. Hace una hora que lo espero.
   —No mienta —contestó Tikakeev—. Es vergonzoso mentir.
   —Mi querido señor —dijo Koratygin—, ¿quiere tener la bondad de medir cuidadosamente sus palabras?
   —Yo creo... —se disponía a decir Tikakeev.
   Pero Koratygin lo interrumpió:
   —Si usted cree —dijo.
   Pero, en ese momento, Tikakeev interrumpió a Koratygin y dijo:
   —Usted también es una buena mandarina.
   Estas palabras irritaron tanto a Koratygin que se apretó una fosa nasal con un dedo y soplo por la otra, vaciándola sobre Tikakeev.
   Tikakeev sacó de su bolso un pepino enorme y lo descargo contra la cabeza a Koratygin.
   Koratygin se agarró la cabeza, cayó y murió. Esto da una idea del tamaño que tienen los pepinos que venden actualmente en los almacenes.


Una fábula

   Un cierto hombre bajito dijo:
   —Daría cualquier cosa por ser un poco más alto.
   Apenas había terminado de decirlo cuando vio a una bruja frente a él.
   —¿Qué deseas? —preguntó la bruja.
   El hombre bajito se quedó inmóvil, tan asustado que no pudo articular palabra.
   —¿Y bien? —insistió la bruja.
   El hombre bajito siguió inmóvil, callado. La bruja desapareció.
   En ese momento, el hombre bajito se echó a llorar y empezó a comerse las uñas. Primeramente se comió las uñas de las manos y luego las de los pies.
   Lector, piensa atentamente en esta fábula, y te sentirás muy raro.


Andrey Semyonovich

   Andrey Semyonovich escupió en un vaso de agua. Inmediatamente el agua se puso negra. Andrey Semyonovich torció los ojos y miró atentamente al interior del vaso. El agua estaba muy negra. El corazón de Andrey Semyonovich empezó a latir fuerte. En ese momento el perro de Andrey Semyonovich se despertó. Andrey Semyonovich se acercó a la ventana. Sucedió que el perro de Andrey Seyonovich salió volando y como un cuervo se posó sobre el techo del edificio de enfrente. Andey Semyonovich cayó de rodillas y se puso a chillar. A la habitación llegó corriendo el camarada Popugayev.
   —¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo? —preguntó el camarada Popugayev.
   Andrey Semyonovich guardó silencio y se restregó los ojos.
   El camarada Popugayev echó un vistazo al vaso que estaba sobre la mesa.
   —¿Qué has echado ahí dentro? —le preguntó a Andrey Semyonovich.
   —No sé —respondió Andrey Semyonovich.
   En un instante desapareció Popugayev. El perro entró volando por la ventana, se echó sobre su lugar de costumbre y se durmió.
   Andrey Semyonovich se dirigió a la mesa y tomó un trago del vaso con agua ennegrecida. En ese momento, el alma de Andrey Semyonovich se llenó de luz.


Un sueño

   Kalugin se quedó dormido y tuvo un sueño: estaba sentado entre unos arbustos y un miliciano pasaba frente a estos.
   Kalugin se despertó, se rascó la boca, volvió a dormirse y tuvo otro sueño: pasaba frente a unos arbustos, y entre los arbustos estaba sentado y oculto un miliciano.
   Kalugin se despertó, metió un diario debajo de su cabeza para no humedecer la almohada con su baboseo, y volvió a dormirse y volvió a soñar: estaba sentado entre unos arbustos y un miliciano pasaba frente a éstos.
   Kalugin se despertó, cambió el diario, se acostó y se durmió nuevamente. Se durmió y volvió a soñar: pasaba frente a unos arbustos y entre los arbustos estaba sentado un miliciano.
   A esa altura, Kalugin se despertó y decidió no seguir durmiendo, pero enseguida se durmió y tuvo un sueño: estaba sentado detrás de un miliciano y pasaban unos arbustos.
   Kalugin gritó y cambio de posición en la cama, pero ya no pudo despertarse.
   Kalugin durmió cuatro días y cuatro noches sin interrupción. Al quinto día, se despertó tan flaco que debió atar las botas a sus pies con hilo de bramante, para que no se le cayeran constantemente.
   En la panadería, donde Kalugin siempre compraba pan de trigo, no lo reconocieron y le endilgaron pan con mezcla de centeno.
   La Comisión Sanitaria inspeccionó la casa de departamentos y encontró a Kalugin. Lo declaró insalubre y totalmente inservible, y ordenó a la cooperativa del edificio que arrojará a Kalugin junto con la basura.
   Plegaron a Kalugin en dos y lo arrojaron junto con la basura.


El baúl

   Un hombre de fino cuello se metió en un baúl, cerró la tapa y comenzó a asfixiarse.
   —Bien —dice el hombre de fino cuello, sintiendo que se asfixia—, me estoy asfixiando en este baúl por tener un cuello tan fino. La tapa del baúl está cerrada e impide el paso del aire. Me asfixiaré, pero no abriré la tapa. Moriré poco a poco. Presenciaré la lucha de la vida y la muerte. Esta lucha no será natural, en igualdad de condiciones, porque, lógicamente, vencerá la muerte, y la vida, destinada a morir, luchará en vano con su enemigo hasta el último minuto y sin perder las esperanzas. Por medio de esta lucha, la vida conocerá el método de su victoria; para que esto ocurra, la vida debe forzar a mis manos a abrir la tapa del baúl. Entonces veremos quién ganará. Sólo que huele horriblemente a naftalina. Si la vida vence, pondré tabaco barato en el baúl en lugar de naftalina... Ya empieza: no puedo respirar más. ¡Moriré, está claro! ¡Nada me salvará! Y nada sublime pasa por mi mente. ¡Me asfixio!
   ¡Ay! ¿Qué es esto? Algo acaba de ocurrir pero no puedo comprender que ha sido. He visto algo u oído algo...
   ¡Ay! ¡Acaba de pasar algo otra vez! ¡Dios mío! No puedo respirar. Creo que me muero...
   ¿Y esto qué es? ¿Por qué estoy cantando? Creo que me duele el cuello... ¿Pero dónde está el baúl? ¿Cómo es que puedo ver todo lo que hay en mi cuarto? ¡Pero si estoy acostado sobre el piso! ¿Y dónde está el baúl?
   El hombre de fino cuello se levantó y miró a su alrededor. El baúl ya no estaba allí. Sobre las sillas y la mesa vio las ropas que guardaba en el baúl, pero aquél ya no estaba allí.
   El hombre de fino cuello dijo:
   —Esto quiere decir que la vida venció a la muerte de una manera desconocida para mí.