¡Qué confusión!
Marilyn Monroe (USA)
No puedo dormir, no puedo concentrarme, no sé si soy buena o mala en la cama, odio el dolor, no puedo tener hijos, me cuesta tomar decisiones, no puedo mantener una relación amorosa, padezco depresiones y tomo demasiados tranquilizantes. Bebo, miento, y con frecuencia deseo morir, aunque tengo pánico a la muerte y a las cosas muertas. Quiero amar y, al mismo tiempo, lo sacrifico todo por mi carrera. Soy ignorante, tonta y vulgar, y leo libros y tengo maestros que creen que puedo ser una gran actriz, pero no puedo recordar los parlamentos del guion. Soy una estrella, pero las productoras me odian. Creo en el matrimonio y la fidelidad, pero me acuesto con otros… ¡Dios mío, qué confusión!
Anotación en su Diario
Placeres culinarios
Elena Casero (España)
La convivencia en vecindad siempre es difícil y yo, según afirman todos, soy muy rara. Se quejan de todo lo que hago: que si la ropa chorrea, que si el gato maúlla, que si el niño se desliza por la barandilla de la escalera, que si, que si…
La última protesta ha sido porque mis comidas huelen de manera diferente y humean en exceso. Puede que sea rara, no lo niego, pero también soy de las que encuentra una solución para los problemas.
Si la ropa chorrea, coloco un plástico debajo; que el gato maúlla, le pongo una mascarilla con efecto de sordina; que el niño quiere bajar aprisa, lo descuelgo con una cesta por el balcón hasta la calle. Con el asunto de las comidas, no iba a ser diferente. La solución que encontré ha sido efectiva, porque cada vez se quejan menos. En estos momentos sólo me quedan cinco vecinos: el matrimonio del primero, las dos viejecitas del segundo y la renegona del tercero.
El que menos humeó fue el portero. A la del tercero la guardo para el final. Después de eso tenderé la ropa sin plástico y el gato podrá maullar a su antojo.
Bebé
Karla Barajas (México)
José ama a su hermana recién nacida, la arrulla, le canta. Sabe que ella ocupará su lugar en la familia, así que, a escondidas la saca de la casa envuelta en una sabanita y la abandona en un autobús con un juguete al lado. Así nadie la maltratará.
Magia negra
Dazra Novak (Cuba)
Iluminada me dijo que zarandeara el muñeco tres veces seguidas para que venga arrastrándose a mis pies. Que le pusiera un dedo índice en cada ojo, para que no mire a otra mujer. Que le cruzara las piernitas, para que no funcione con más hembra que yo. Y comprobé que sí, en efecto, la magia funciona. Lo compruebo cada vez que le pido un abrazo, y me abraza; le pido que me bese, y me besa; pero le ordeno que me quiera y entonces me mira con ojos huecos, con corazón de trapo, como si de verdad él fuera este muñeco que me preparó la vieja bruja de Iluminada.
Sonámbula
Amalia Álvarez Camere (Perú)
Estaba profundamente dormida, pero cuando levantó la cabeza de su carpeta, se encontró con todos sus compañeros degollados en el piso. Se paró de su asiento y de su regazo cayó una cuchilla ensangrentada. Sonrió. Su madre ya le había advertido que hacía cosas mientras dormía.
Ajuste de cuento
Carmela Greciet (España)
Se presentó en casa de la amante de su marido pistola en mano. Iba a humillarla obligándola a quitarse la ropa, a bailar por la casa supliendo a aquel con una almohada, a exigirle que le mostrase las técnicas amatorias con que lo tenía encandilado…
Cuando, al final del día, él, orondo y repeinado, abrió con su propia llave la casa de su amante, las encontró dormidas en el sofá, desnudas y abrazadas.
Oona, la alegre mujer de las cavernas
Patricia Highsmith (USA)
Era un poco peluda, le faltaba un incisivo, pero su atractivo sexual era perceptible a una distancia de doscientos metros o más, como un olor; quizás fuese eso. Toda ella era redonda: su vientre, sus hombros, sus caderas eran redondas, y siempre estaba sonriente, siempre alegre. Por eso gustaba a los hombres. Siempre tenía algo cociendo en una olla sobre el fuego. Era mansa y nunca se enfadaba. Le habían dado tantos garrotazos en la cabeza que su cerebro estaba confuso. No hacía falta golpear a Oona para poseerla, pero esa era la costumbre, y Oona apenas se molestaba en esquivar el cuerpo para protegerse.
Oona estaba permanentemente preñada y nunca había experimentado el comienzo de la pubertad, ya que su padre se había aprovechado de ella desde que tenía cinco años, y después de él, sus hermanos. Su primer hijo nació cuando ella tenía siete años. Aun en avanzado estado de gestación abusaban de ella, y los hombres esperaban impacientes la media hora o así que tardaba en parir, para lanzarse de nuevo sobre ella.
Curiosamente, Oona mantenía más o menos constante el índice de natalidad de la tribu; en todo caso, la población tendía a disminuir, ya que los hombres desatendían a sus mujeres porque estaban pensando en ella o, a veces, morían al pelear por ella.
Finalmente, Oona fue asesinada por una mujer celosa, a quien su marido no había tocado desde hacía muchos meses. Este hombre fue el primero que se enamoró. Se llamaba Vipo. Sus amigos se habían reído de él por no tomar a otras mujeres, o a la suya propia, en los momentos en que Oona no estaba disponible. Vipo había perdido un ojo luchando con sus rivales. Era un hombre solo de mediana estatura. Siempre le había llevado a Oona las piezas más selectas que cazaba. Trabajó mucho para hacer un adorno de pedernal, convirtiéndose así en el primer artista de su tribu. Todos los demás utilizaban el pedernal solamente para hacer puntas de flecha y cuchillos. Le había dado el adorno a Oona para que se lo colgara al cuello con una cinta de cuero.
Cuando la mujer de Vipo mató a Oona por celos, Vipo mató a su mujer impulsado por el odio y la ira. Luego cantó una canción que sonaba fuerte y trágica. Siguió cantando como un loco, mientras las lágrimas corrían por sus barbudas mejillas. La tribu pensó en matarlo, porque estaba loco y era diferente a todos, y le temían. Vipo dibujó figuras de Oona en la arena húmeda de la orilla del mar; luego, imágenes de ella sobre las rocas lisas de las montañas cercanas, imágenes que se veían desde lejos. Hizo una estatua de Oona en madera; después, una en piedra. Algunas veces dormía con ellas. Con las torpes sílabas de su lenguaje formó una frase que evocaba a Oona siempre que la pronunciaba. No era el único que aprendió y pronunció esa frase, ni el único que había conocido a Oona.
Vipo fue asesinado por una mujer celosa cuyo hombre no la había tocado desde hacía meses. Su hombre le había comprado a Vipo una estatua de Oona por un precio muy elevado: una enorme pieza de cuero hecho con varios pellejos de bisonte. Vipo se hizo con ella una hermosa casa impermeable, y aún le sobró suficiente para vestirse. Inventó unas frases acerca de Oona. Algunos hombres lo habían admirado, otros lo habían odiado, y las mujeres lo odiaban todas, porque las miraba como si no las viese. Muchos hombres se entristecieron por la muerte de Vipo.
Pero, en general, la gente se sintió aliviada cuando Vipo desapareció. Había sido un hombre extraño, que perturbaba el sueño de algunas personas por las noches.