Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 16 de marzo de 2025

389. Ellas escriben minicuentos XIII

 




La función
   Han Kang (Corea del Sur) 

   Un escenario en penumbra. Una sala llena de espectadores, aguardando a que comience la función.
   La oscuridad se hace más intensa. Sólo hay un extraño y largo silencio. La función no comienza nunca.
(La clase de griego, 2011)







Cubo y pala
   Carmela Greciet (España)

   Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias… y, aferrado a su cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.
   Llovió todo abril y todo mayo.


Un justo acuerdo
   Bárbara Jacobs (México)

   Por diferentes delitos, la condenaron a cadena perpetua más noventa y seis años de estricta prisión.
   Como era joven, los primeros cincuenta los pasó viva. Al principio no faltó quien la visitara; en varias ocasiones concedió ser entrevistada, hasta que dejó de ser noticia. Su rutina sólo se vio interrumpida cuando, durante los últimos años y a pesar de que las autoridades la consideraron siempre una mujer sensata, fue confinada en el pabellón de psiquiatría. Ahí aprendió cómo entretenerse sin necesidad de leer ni escribir, acaso ni de pensar. Para entonces ya había prescindido del habla, y no tardó en acostumbrarse a la inmovilidad. Al final parecía dominar el arte de no sentir.
   Cuando murió la llevaron, en un ataúd sencillo, a una celda iluminada y con bastante ventilación, en donde cumplió buena parte de su condena; a lo largo de este periodo, el celador en turno rara vez olvidó llevarle flores, aunque marchitas, obedeciendo la orden, transmitida de sexenio en sexenio de mantenerla aislada, si bien no por completo.
   Hace poco, debido a razones de espacio, las autoridades decidieron enterrarla; pero, con el fin de no transgredir la ley y de no conceder a esa reclusa ningún privilegio, acordaron que el tiempo que le faltaba purgar fuera distribuido entre dos o tres presas desconocidas que todavía tenían muchos años por vivir.


Pelo de perro
   Lydia Davis (Estados Unidos)

   El perro se ha ido. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde a casa, no hay nadie esperándonos. Seguimos encontrándonos pelos blancos aquí y allí por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos la esperanza de que, si recogemos suficiente pelo, seremos capaces de recomponer al perro.


La cabalgata
   Cristina Peri-Rossi (Uruguay)

    Una vez por semana, los verdugos cabalgan sobre sus víctimas. No siempre es el mismo día, de lo contrario la cabalgata perdería el elemento de sorpresa que constituye uno de sus mayores atractivos; el día es elegido al azar, del mismo modo que la cabalgadura.
   El ejercicio de equitación se realiza en la escalera que conduce de la primera planta de la prisión a la segunda, y en dirección ascendente. El día señalado, los verdugos irrumpen sorpresivamente en la celda de los prisioneros, eligen a aquellos que han de cabalgar, y de inmediato les colocan las capuchas negras, a fin de que no reconozcan el territorio ni los accidentes de la prueba.
   Los prisioneros, empujados por sus jinetes, son conducidos hasta el borde de la escalera, y sus cabezas, bajo las capuchas, se sacuden y agitan como los caballos en la pista.
   Debemos reconocer que el lugar elegido para la prueba es muy adecuado: la escalera es angosta y sombría, de cemento; los peldaños están muy distantes entre sí y lo suficientemente gastados como para que la cabalgadura, ciega, trastabille al apoyar el brazo.
   Los jinetes montan a hombros de sus víctimas y si alguno resbala, la cabalgadura es duramente castigada: hay que procurar mantener el equilibrio, encajar con precisión las botas de los jinetes bajo las axilas y evitar cualquier clase de vacilación.
   Una vez en fila, las cabalgaduras deben iniciar la ascensión.


Escepticismo
   Chelo Sierra (España)

   Llego tarde al teatro. Un señor con levita que se parece a Pushkin se acerca a mí y, con un acento raro, se ofrece a acompañarme hasta la mesa que tengo reservada para ver el espectáculo. Lo sigo. Apenas unos pasos después, el de la levita se transforma en una mujer pequeña y cejijunta que me recuerda a la Kalho, continúo detrás de ella al ritmo de su cojera hasta que, ¡chas!, desaparece; ahora la que me guía es una señora gordita y con corbata que me dice: esa es tu mesa, princesa, la de color de fresa. Y me siento: el mago hace un rato que está sobre el escenario. Dicen que resucita a los muertos, pero yo no me lo creo.


Estado civil
   Liliana Montes (Colombia)

   —¿Estado civil?
   —A gusto.
   —¿A gusto?
   —Verá: Cuando quiero una gran fiesta de boda, me caso. Cuando me aburro y quiero volver a mi soltería, me divorcio y cuando quiero enviudar... enviudo.