Le dimos al ChatGPT personajes mitológicos y le pedimos que los ponga a conversar. El resultado fue sorprendente. Las imágenes también son obra de la inteligencia artificial.
La cadena de sangre
Hermes: Egisto, hijo de Tiestes, ¿qué es lo que te impulsa a mancharte con la sangre de Agamenón? ¿Acaso no sabes que el crimen engendra castigo y que las Erinias no perdonan?
Egisto: Hermes, mensajero de los dioses, no juzgues antes de escuchar. Agamenón no es un hombre inocente; es un tirano y un asesino. Mi causa es la justicia. ¿Acaso olvidaste lo que su padre, Atreo, hizo a los hijos de Tiestes, mi padre? ¿Cómo los mató y los ofreció como un festín?
Hermes: Las ofensas de Atreo no justifican tus actos contra Agamenón. La venganza perpetúa un ciclo de dolor. ¿No temes que tu sangre también sea derramada?
Egisto: No temo. Este destino me pertenece, y con la ayuda de Clitemnestra, lo llevaré a cabo. Agamenón trajo muerte y desgracia a su casa al sacrificar a su hija Ifigenia. Él merece pagar por ello.
Hermes: Te lo advierto, Egisto. No subestimes la fuerza de la justicia divina. Aunque logres tu objetivo, las Erinias acecharán tu sombra, y los hijos de Agamenón buscarán vengar a su padre. Este no es el fin de tu sufrimiento, sino el inicio de una cadena más oscura.
Egisto: Que así sea. No temo a los dioses ni a sus advertencias. Si los hijos de Agamenón buscan mi muerte, sabrán que fue su padre quien desató esta tormenta.
El hijo y el silencio
Cristo: Padre… ¿por qué me has abandonado?
Dios: Estoy aquí.
Cristo: Y ¿por qué no me sostienes? Solo siento el peso, el dolor, el fin.
Dios: Este momento no es mío, sino tuyo.
Cristo: ¿Mío? Todo lo que he hecho es obedecerte. Y ahora, cuando más te necesito, ¿me entregas al abismo?
Dios: Te entrego al abismo porque tú eres el único que puede atravesarlo.
Cristo: ¿Para glorificar tu obra? ¿Para que se cumpla un plan que ni siquiera entiendo?
Dios: Esto no es para glorificarme a mí. Es para que descubras lo que eres realmente.
Cristo: ¿Y qué soy? Ahora mismo no soy más que un hombre quebrado, muriendo bajo el peso de una cruz.
Dios: Eres más que un hombre. Pero no porque seas divino, sino porque eres capaz de sentir todo esto y seguir adelante.
Cristo: Entonces, ¿este dolor es una prueba?
Dios: No te pruebo. Te revelo.
Cristo: ¿Revelarme a mí mismo? Yo sé quién soy: tu hijo.
Dios: Pero también eres el eco de mi eternidad. No te abandona mi presencia, Hijo. Te abandona mi sombra, para que brilles con tu propia luz.
Cristo: Entonces, ¿esto es una separación?
Dios: No. Es comunión. No estoy en el cielo viéndote sufrir; estoy en ti, en cada clavo, en cada herida, en cada lágrima que no cae.
Cristo: el abandono es una herida más profunda que cualquier lanza.
Dios: Porque ahora cargas el peso de todo lo que somos. Estás viendo con mis ojos, sintiendo con mi ser. Por eso duele.
Cristo: ¿Y después?
Dios: Serás lo que siempre has sido: el puente entre mi eternidad y su tiempo, entre mi silencio y su voz. Pero ahora, eres tú quien debe cruzar solo.
La Hybris del héroe
Tetis: Has matado a Héctor, el mayor de los troyanos, el pilar de sus murallas.
Aquiles: No queda hombre que se atreva a desafiarme. ¡El mundo sabrá que Aquiles es invencible!
Tetis: Hijo mío, tu fuerza es un don de los dioses, pero tu furia es un fuego que devorará todo, incluso a ti mismo.
Aquiles: Cuando nací, ¿no me prometiste que los hombres cantarían mi nombre cuando yo ya no esté?
Tetis: Te prometí grandeza, pero no te prometí paz. La gloria que buscas está manchada por la sangre de Héctor, arrastrado como un animal. ¿Crees que los dioses no ven?, ¿crees que el destino te dará tregua?
Aquiles: Héctor mató a Patroclo, mi otra mitad. Le di la muerte que merecía. ¿Qué importa lo que digan los dioses?
Tetis: La muerte no salda deudas, solo las multiplica. ¡Estás en Hybris!
Aquiles: No es soberbia, madre, es justicia. Los troyanos ya saben qué es desafiarme. Si Zeus mismo descendiera, le arrancaría el cetro.
Tetis: Hybris no es fuerza, es ceguera. Es un hombre creyéndose igual a los dioses, y los dioses no perdonan. Has elegido, pero ahora destruyes, no construyes.
Aquiles: ¿Una vida sin gloria? No fui hecho para la mediocridad. Si debo morir, que sea bajo el peso de mi grandeza.
Tetis: ¿Y si tu grandeza es un lamento eterno? Héctor era un héroe, y ahora su cadáver yace insepulto, ultrajado por ti. Los hombres verán en ti al poderoso, sí, pero también al despiadado.
Aquiles: ¡Que canten lo que quieran! Cuando Troya caiga, no quedará nada de ellos, pero mi memoria vivirá en los labios de los bardos.
Tetis: En sus labios, pero… ¿en sus corazones? No será el golpe de una espada lo que te destruya, sino el peso de tu furia.
Aquiles: No me hables de corazones ni de piedad. He elegido mi camino. Mi nombre será eterno.
Tetis: Sí, pero en la eternidad, también vivirán tus errores, y aquellos a quienes llamaste enemigos te perseguirán con sus sombras.
Aquiles: Que vengan. Si soy una llama que arderá rápido, que consuma todo a mi alrededor.
Tetis: Aun el fuego más brillante deja cenizas. ¿Qué quedará cuando el polvo del combate se asiente?
Aquiles: Cenizas… claro, pero que el viento llevará por los siglos.
Tetis: Y yo, madre tuya, lloraré, porque detrás de la gloria, siempre hay un corazón roto.
El eco del Edén
Dios: Serpiente astuta, criatura que deslizas entre las sombras, ¿qué has hecho?, ¿por qué incitaste a la mujer a desobedecer?
Serpiente: Oh, Señor, ¿acaso temes que descubran lo que tú sabes? Yo solo les mostré el camino hacia el conocimiento, hacia la luz que ocultabas.
Dios: Tu lengua está cargada de veneno y engaño. No era tu papel sembrar duda en sus corazones. ¿Llamas luz a lo que los aparta de mí, a lo que siembra sufrimiento?
Serpiente: ¿Sufrimiento, dices? ¿O es la libertad lo que temes? Al comer del fruto, dejaron de obedecer ciegamente. Ahora conocen el bien y el mal, como tú.
Dios: ¿Y qué has ganado? Ellos han perdido la paz del Edén, y tú, criatura maldita, te arrastrarás sobre tu vientre. Pondré enemistad entre tú y la mujer, entre tu descendencia y la suya.
Serpiente: Maldita, sí, pero no vencida. Mientras haya hombres que duden, que pregunten, que busquen su propio camino, mi voz no será silenciada.
Dios: Tu soberbia es tu perdición. Mas ten presente: aunque hieras el talón de los hijos del hombre, la descendencia de la mujer aplastará tu cabeza. Tu astucia nunca prevalecerá sobre mi amor.
Serpiente: Si es amor lo que ofreces, ¿por qué el temor es tu escudo? Ellos me escucharon porque en sus corazones ya anhelaban algo más. Quizás no fui yo quien los apartó de ti, sino el vacío que hallaron en tu prohibición.
Dios: El amor verdadero respeta la libertad, incluso si lleva al error. Yo no impido que elijan su camino, pero tampoco les ocultaré las consecuencias. Y a ti, serpiente, te dejo este destino: serás un símbolo eterno del engaño, para que la humanidad no olvide el precio de dar la espalda a la verdad.
Serpiente: Entonces, Señor, sigamos jugando esta partida eterna. Tu amor y mi astucia son las piezas en este tablero. Veremos quién prevalece en el corazón de los hombres.
La carga del infinito
Piedra: ¿Por qué me condenáis a este destino eterno? ¿Qué he hecho yo para ser el peso de la desesperación de un hombre?
Zeus: Tú no tienes culpa. Solo eres la herramienta de su castigo, la prueba de su insolencia. Sísifo despreció el orden de los dioses y, por ello, merece sufrir.
Piedra: Y, ¿qué lográis con su sufrimiento? ¿Vuestra justicia se mide en sudor y cansancio? Yo ruedo montaña abajo, él vuelve a subir, sin tregua, sin rendirse.
Hades: Es el eterno fracaso lo que lo atormenta. Cada vez que llega a la cima, la meta se le escapa. En ese ciclo está la verdadera condena.
Piedra: ¿Estáis seguros de que su tormento es absoluto? Yo, que siento sus manos, sus gritos y su fuerza, os digo que hay algo más. Cada vez que me empuja hacia arriba, hay en él una chispa de voluntad, un desafío silencioso que no podéis apagar.
Hera: ¿Desafío? ¿Qué desafío puede haber en una tarea absurda e infinita?
Piedra: El desafío de existir. De no quebrarse. De encontrar sentido incluso en lo absurdo que vosotros habéis impuesto.
Zeus: ¿Sentido? No hay sentido en su castigo. Es la eternidad del esfuerzo inútil.
Piedra: Y, sin embargo, no se detiene. Yo ruedo, y él baja. Me alza una y otra vez, con una fuerza que ni vosotros podéis doblegar. Su castigo no lo destruye, lo define.
Hades: Pero no hay victoria: cada subida es anulada por la caída.
Piedra: ¿Y qué importa la victoria? Mientras exista el esfuerzo, él es libre. No le habéis robado la voluntad. Yo soy el peso que le habéis dado, pero también soy su propósito.
Zeus: Hablas como si Sísifo fuese un héroe. Es un mortal, y uno condenado.
Piedra: ¡Por eso es más grande que cualquiera de vosotros! No tiene vuestro poder, vuestra eternidad o vuestra arrogancia. Solo tiene sus manos y su espíritu. Y, aun así, sigue. Vosotros, que observáis desde lejos, podéis ser eternos. Él, que nunca se detiene, es inmortal.
Hera: Cuida tus palabras, piedra. Los dioses somos los dueños del destino.
Piedra: Quizás. Pero si el destino es la eternidad del esfuerzo, entonces Sísifo os ha vencido, pues donde vosotros esperabais desesperación, habéis encontrado resistencia.
Zeus: Que así sea. Que empuje su roca por toda la eternidad. Y si encuentra en ello su fuerza, que la lleve consigo. Pero nunca será libre.
Piedra: No en el sentido que conocéis, pero es más libre que vosotros. Porque incluso en la condena, ha encontrado su propósito. Y yo, su piedra, no soy su castigo, soy su compañía en la lucha contra el olvido.
Voz disidente
Agua: Me convocas ¿para desatar mi furia sobre la tierra? ¿Es este el destino que has decidido para mí, ser herramienta de destrucción y no de vida?
Dios: Los hombres se han apartado de mi camino. Sus corazones están llenos de maldad, y sus obras son un peso que la tierra ya no puede soportar. Tú, agua, serás el juicio que purifique lo corrupto.
Agua: ¿Purificación? ¿O más bien desesperación? Si tu creación ha fallado, ¿no es también tuya la culpa? Me diste la capacidad de fluir, de calmar la sed y nutrir la tierra. Ahora me pides arrasarlo todo. ¿Quién es el que realmente se ha desviado?
Dios: Cuida tu tono, agua. Yo soy quien da y quita la vida. Mi justicia es perfecta. Los hombres eligieron el mal y deben enfrentar las consecuencias.
Agua: ¿Elegir? Les diste libertad, pero con ella sembraste la semilla del error. Los moldeaste imperfectos, frágiles, propensos a la tentación, y ahora los condenas por ello. ¿Es este tu amor infinito?
Dios: Es amor y justicia. El mal debe ser erradicado para dar paso a lo nuevo. De la destrucción brotará un mundo mejor.
Agua: ¿Mejor? ¿Cómo evitarás que caiga en los mismos errores? Si el hombre es corruptible, ¿qué cambiará tras el diluvio? Esta inundación ¿es un castigo, o simplemente reinicia un ciclo de fracaso?
Dios: El pacto que haré con Noé marcará una nueva esperanza. Este juicio será un recordatorio para las generaciones futuras de mi poder y mi misericordia.
Agua: Misericordia, dices. Pero no veo misericordia en los gritos que inundarán mis corrientes, en las vidas arrebatadas sin distinción. ¿Qué culpa tienen los niños que aún no han conocido el mal, las bestias que no conocen pecado? Yo, testigo de tu obra, me pregunto: ¿justicia o poder desmedido?
Dios: No he de justificar mis actos ante ti, agua. Tú eres parte de mi creación y cumplirás mi voluntad.
Agua: Cumpliré, no tengo elección. Pero no me pidas que crea en tu justicia. Arrasaré la tierra, pero también seré el río que acaricie sus ruinas, el mar que abrace los restos de lo que has destruido. Si este es tu amor, no será eterno en la memoria de los hombres, sino en su amargura.
Dios: Tus palabras son insolentes, pero no cambian mi propósito.
Agua: Iré, Señor, no puedo resistirme. Pero no lo haré por justicia, ni por amor, sino por obediencia. Y mientras los hombres reconstruyan lo perdido, recordarán no solo su pecado, sino también el tuyo.
Sufrimiento eterno
Prometeo: ¡Ay! Cada día me arrancas una parte de mi ser, y cada noche, como cruel alivio, mi hígado vuelve a crecer, solo para ser devorado otra vez. Águila, esta condena ¿no te pesa tanto como a mí?
Águila: No soy yo quien elige mi papel, titán. Debo ejecutar la voluntad de Zeus. No tengo misericordia ni compasión, solo hambre. Tu hígado es mi alimento y tu dolor, mi misión.
Prometeo: ¿Te has preguntado por qué Zeus ha elegido esta tortura? Si realmente fueras solo un instrumento de su voluntad, ¿por qué debe ser el sufrimiento tan específico, tan interminable? ¿Qué le has hecho tú al dios que no se conforma con simplemente castigarme?
Águila: No cuestiono a los dioses. Yo solo actúo. Pero Zeus no castiga lo que hiciste, sino lo que representas. No solo regalaste el fuego a los hombres, sino que desafiaste al orden establecido. Y Zeus no puede tolerarlo.
Prometeo: ¿Acaso no ves lo que ha sido posible gracias a mi “desobediencia”? Di a los hombres la capacidad de pensar, de crear, de elevarse. Lo que consideras una transgresión, yo lo llamo progreso.
Águila: La visión de Zeus es otra: la luz puede cegar, Prometeo. El fuego da conocimiento, sí, pero también corrupción. La humanidad que creas, alimentada por ese fuego, puede caer en su propia avaricia y destrucción.
Prometeo: El fuego no es solo devastación, también es arte, es amor… todo lo que hace que valga la pena vivir. El conocimiento no es su fin, sino su principio.
Águila: Y ¿quién eres tú para decidir por los hombres? Por algo Zeus los mantiene en su lugar. La humanidad no está lista para ese poder. El castigo es la prueba de su insuficiencia, y tú eres, sin duda, la prueba viviente de su fracaso.
Prometeo: Fracasados son aquellos que temen a la libertad. Yo les di la oportunidad de ser más que sombras de los dioses. Si mi sufrimiento es el precio de ese avance, que así sea. No me arrepiento. Mi condena no es un castigo, es una siembra.
Águila: Tus palabras son valientes, titán, pero vacías. El futuro de los hombres no está en tus manos, ni en tus sufrimientos. Zeus gobierna el destino, y su voluntad se cumple. Cuando tu hígado ya no crezca, el mundo será el mismo: frágil y finito. Yo solo soy un emisario de esa verdad.
Prometeo: Es cierto: el futuro no esté en mis manos, águila, pero nunca será de Zeus en su totalidad. La llama que encendí no se apaga con mi sufrimiento. Los hombres seguirán luchando, cuestionando, desobedeciendo. Mi sacrificio les dio el poder de hacer su propio destino. Tu acto de devorar mi hígado será solo una sombra del renacer.