Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 7 de enero de 2024

358. Juan Armando Epple (1946-2022)



Juan Armando Epple nació en Osorno, Chile, en 1946. Antólogo, editó Microquijotes (2005), Cien microcuentos chilenos (2002), Brevísima relación -  Nueva antología del microcuento hispanoamericano (1999), Para empezar - Cien microcuentos hispanoamericanos (1990) [con Jim Heinrich]. Fue co-editor de Los mundos de la minificción - Actas de las Jornadas Internacionales de Minificción, Universidad de Las Palmas de Gran Canarias, 2008. En 1996, fue editor invitado del número especial sobre el microcuento latinoamericano de la Revista Interamericana de Bibliografía/ Inter-American Review of Bibliography, Vol. XLVI, N.1-4. Como autor, publicó los libros de minificciones Con tinta sangre y Para leerte mejor, entre otros.
   e-Kuóreo le dedica este homenaje a dos años de su muerte en Oregon, Estados Unidos, el 2 de enero de 2022.

 


Con mis propios ojos 

   Cuando el barman supo que ese hombre que pedía una copa era de Chile, pero llevaba largo tiempo en Madrid, le confidenció que él había vivido muchos años en Valparaíso, señalándole orgulloso un afiche clavado en la pared. Luego agregó nostálgico:
   —Lástima que el tiempo termina borrando los recuerdos.
   —No siempre, amigo. Podemos ver el país más cerca cuando estamos lejos. Reconozco el sabor de este vino a ojos cerrados. Cuando llueve como hoy vuelvo a oler los grandes aguaceros del sur. En una escarcha matinal puedo palpar las nieves de nuestra Cordillera. Una vez pude escuchar en una playa de Galicia el oleaje salobre de Chiloé. Ya ve, amigo. Se puede inventar un país con la memoria.
   Luego tomó su bastón blanco y salió a la calle.
Amores ciegos


El Chacal

   Analfabeto, alcohólico, vagabundo, fue detenido por asesinar a una familia campesina y conducido engrillado a la cárcel. La prensa le dio el apodo de El Chacal. En la cárcel, mientras era sometido a un juicio largo y engorroso, le cortaron el pelo, le dieron un traje de ciudad, le enseñaron a leer y escribir, estudió la Biblia con el capellán del penal, se informaba de las noticias en los periódicos que compraban los gendarmes y al poco tiempo sabía responder de manera inteligente las preguntas de los periodistas.
   Cuando se hubo transformado en un ciudadano ejemplar, lo fusilaron.
Pena capital


La llamada

   —Tiene derecho a una última llamada —le dijo el gendarme.
   El condenado a muerte llamó a su casa y preguntó por su esposa.
   —La señora salió temprano —le explicó la mucama—, me dijo que iba a una boutique a comprarse un traje nuevo, luego pasará a la peluquería y me encargó que pusiera la champaña en el refrigerador.
Pena capital


Premonición 

   Con la seguridad de que ella siempre regresaba al amanecer, compraba algo de pan en el puesto de la esquina y luego tomaban un café juntos, él manipulaba a tientas el televisor para oír las noticias o los diálogos insulsos de alguna teleserie, y luego se dormía. Podía distinguir, por el olor, con quiénes se encontraba ella cada noche. Compadecía los olores tímidos, los olores marinos le producían celos, el olor a ternura solía impregnársele en la ropa.
   Una noche ella volvió sorpresivamente, y se notaba alterada. Él captó con alarma ese olor ácido que emana de los tipos celosos, propicios a la violencia. La sintió registrando unos cajones, mover las perchas del ropero, dirigirse a la puerta de salida.
   Él intentó prevenirla, pero ya era tarde.
Amores ciegos


Para decir adiós 

   Por varios años fue su Lazarilla y su única guía. Lo acompañó a descubrir ciudades maravillosas. Cuando se cansó de él, lo llevó a conocer los acantilados de Ronda.
Amores ciegos


Complicidades             

   Suelen encontrarse en la calle o en un parque y caminar un trecho juntos. Él dobla su bastón blanco plegable, porque le estorba, y le habla y le habla en voz alta, sin mirarla. La sordomuda despliega con elocuencia su lenguaje de signos.
   No saben que a veces el amor es ciego. No saben que también puede ser sordo y mudo.
Amores ciegos


Sobre ruedas

   —No te deprimas por un accidente más —ella posó su mano en el hombro del ciego, en un gesto de consuelo. Todavía tienes mucho camino por recorrer.
   Y con un ademán decidido, empujó la silla de ruedas. 
Amores ciegos