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domingo, 20 de marzo de 2022

310. Día de la memoria II

Editora invitada: Mónica Cazón

24 de marzo - Día de la memoria

El tiempo detenido
   Raúl Brasca

   La anciana que ha olvidado todo menos la lengua natal y dos o tres episodios de su infancia.
   La loca que repite incansablemente la escena de la boda, cuando fue abandonada en el altar. 
   La madre del desaparecido que ve un muchacho parecido a su hijo y en un absurdo sobresalto anula veinte años, amaga un grito que se deshace antes de serlo y articula en silencio el nombre tan querido.


Sobrevivires
   Leonardo Mercado

   El 13 de abril de 1.978, a las 23:34 horas, un comando secreto estacionó un auto verde en la calle Suipacha 852 de la ciudad de Salta, frente a la casa en donde el hombre pintaba pececitos de colores. Cuatro impunes armados descendieron del vehículo, atravesaron la calle y voltearon la puerta a golpes. El hombre de los peces los miró a los ojos, a todos, justo antes de ser encapuchado, y arrastrado hasta el auto. Cinco veces le gatillaron en la frente y le dijeron que la próxima vez, el arma tendría balas.
Después vino el exilio, del cuerpo y del alma. Pero esa noche, esa, el hombre de los peces y yo, que nacería cuatro años después, salvamos nuestras vidas.


El hombre de la mirada violenta 
   Fabián Vique

   Una sola vez se mencionó a nuestro pue­blo en los diarios de Buenos Aires y en la televisión. Fue en el caso de Leonardo Villalba, el hombre de la mirada violenta. 
   Sus ojos irradiaban destrucción. Bastaba que se abrieran para que el objeto señala­do, una flor o un edificio, se despedazara. 
   Por eso el gobierno le prohibió la mirada. El intendente tuvo que ponerle una venda de plata, pagarle un profesor de Braile y conseguirle un perro lazarillo. Leonardo fue convertido en un cuasi ciego, y ese matiz fue su cruz. 
   Un abogado de Buenos Aires hizo la demanda. Pidió extirparle los ojos por cuestiones preventivas. «¿Qué pasaría», argumentó, «si por un accidente se le rompiera la venda o pudiese desemba­razarse de ella?» 
   El juicio se llevó a cabo en los tribu­nales capitalinos, ya que «el peligro ame­nazaba a toda la nación». Fueron vanas las recusaciones pedidas por la defensa. 
   La justicia dictaminó sacarle los ojos y cremarlos. Le permitieron (le exigieron) tocar los ojos antes de arrojarlos a las llamas. 
   Poco después lo dejaron en libertad. Los amigos lloramos cuando lo vimos bajar del tren. No quisimos preguntarle detalles, pero no entendíamos por qué le habían vuelto a colocar la venda de plata.


Elogio de la amnesia
   Norah Scarpa Filsinger

   Y éramos un pueblo casi feliz a pesar de esas locas Antígonas que pretendían enterrar y desenterrar muertos y se empeñaban en ignorar todos los decretos que ordenaba la general amnesia.


Las hermanas
   Ana Lacunza

   El 24 de marzo de 1976 anocheció en La Plata, y amaneció el miedo, la luna cruzó la calle 1 y se posó cautelosa en la calle 47, los zaguanes se estremecieron. Un estallido incendió el cielo insinuando siluetas; los vidrios de la ventana vibraron y luego la oscuridad. Las dos hermanas salimos de la cama, cuatro años una y cinco la otra, nos escondimos debajo de la mesa y nos tomamos de las manos, y jugamos a las bombas, la que cuenta más, gana.


El Vuelo
   Alejandro Ippolito

   El dolor se vuelve permanente y es la única certeza que me queda. Me arrastran una vez más y ya no hay tiempo, tengo que pedírtelo ahora porque sé que se quiebran mis horas en este reloj siniestro, de espaldas sobre el metal inmundo que me sostiene y me eleva.
No te duermas sin escucharme por favor, me arden los huesos, mi voz se apagó hace mucho tiempo, apenas si recuerdo mi nombre por un eco de voces lejanas que me besa la frente.
   Sé que sonríes en algún rincón del mundo, la luz ocupa tus días y tienes un sueño enredado en los párpados. Me aturden los motores de las hélices lastimando el cielo, soy un pájaro simple entregado al último vuelo y necesito que me escuches porque no quedan más palabras arañando mi garganta.
   Me han vendado los ojos pero no han podido robarme la mirada, son torpes, salvajes, sólo tienen la fuerza y esa furia imbécil que los mueve.
   No tengo tiempo para odiarlos, sólo quiero que me escuches, en este último momento, antes que rompan mis alas y me arrojen a las fauces del océano.
   Sólo reclamo tu memoria, desde hoy y para siempre, nunca me olvides.


El limpio
   Silvina (Ivy) Cángaro

   La voy a hacer mierda, qué se cree.  O porque es linda piensa que es buena…  las lindas nunca son buenas. A mí el diablo no me engaña, yo soy más bicho que él. Mirá como corcovea la potrillita. ¿Qué pasa? ¿te quema? Pero mirá que habías sido flojita. No pasa nada, vos vas a aguantar, o no decías que te la bancabas? Puto, me dijiste. Negro puto. Este negro puto te va a cerrar el hociquito tan hablador a pijazos y máquina a ver si te dan ganas de putearme. Mirá que habías sido maleducada che, tan rubia, tan linda y tan sucia. Yo soy limpio, soy el bien, soy dios, turra. Negro puto a mí, justo. Negro, decirme negro. El mundo es mío, yo lo manejo a pura máquina. A mí me la vas a contar. A mí. Corcoveá, nomás. Lagrimitas, ¡ay! Lagrimitas. Puta, mariconearme a mí. Si nos habríamos cruzado en otra parte, si vos habrías sido buena, ¿eh? capaz, turrita, capaz.