Mnamón el cretense
Jaime Siles
Mucho antes de que existiera el borgiano Funes
hubo en Creta un memorioso todavía mayor.
Su nombre no deja dudas al respecto:
se llamaba Mnamón y todo lo conservaba
dentro de su memoria: los archivos del reino,
las cuentas de palacio, los enseres, las bestias,
las piezas y cabezas de ganado, las armas,
los carros, los pertrechos, todo cuanto informaba
aquella primitiva —o no tan primitiva— sociedad.
Todo, todo estaba dentro de su memoria.
Todo, todo, menos él, que no formaba —¿o sí?—
parte del inventario y que, por ello, carecía
de existencia real: no era un objeto como todo
cuanto le rodeaba, y no serlo le producía
angustia y desesperación. Los esclavos, las vasijas
y los animales tenían existencia real. Él, en cambio,
tenía por misión recordar todo lo que los otros eran:
su número, su género, su cantidad. Y él, que podía
recordarlos uno a uno a todos y enumerar todas
sus cualidades, describir sus distintos caracteres
y hasta catalogarlos según su precio, su peso o su tamaño,
nada lograba saber nunca de sí. Como él en Creta, había,
hubo y hay pero que muchos hombres, que saben todo
de todo, pero que —a diferencia de Mnamón— lo saben
para no tener que saber nada de sí.
¡Hola!
Jorge Gimeno
Nasrudín se encuentra un espejo
en la calle.
Lo coge, lo mira (se ve)
y lo deja donde estaba
con sumo cuidado.
—Perdona, no sabía que
eras tú.
(Noventa y nueve iluminaciones de Nasrudín)
Huida
Miguel Ángel Bernal Barreto
Sherezada teje historias
que uno goza en el confort de la distancia
hasta que da con una cuyo protagonista es el lector.
Nuestro destino queda
en manos del Emir de los Creyentes
El Califa Al-Rachid
quien sólo absuelve
a los que saben amar sin medida.
“Cortarán mi cabeza —me digo—
pues no sé amar...”
Entonces sucede lo que no sucede
y el Califa da su veredicto
y perdona mi vida
no ha llegado mi hora…
Y paso la página
¡Y me pierdo veloz
entre las palabras!
(Confabulación # 389, 2015)
Cuento de hadas
Robert Desnos
Había una vez (y fueron tantas veces)
un hombre que adoraba a una mujer.
Había una vez (la vez fue muchas veces)
que una mujer a un hombre idolatraba.
Había una vez (lo fue muchas más veces)
una mujer y un hombre que no amaban
o aquel o aquella que los adoraban.
Había una vez (tal vez sólo una vez)
una mujer y un hombre que se amaban.
(Langage cuit, 1923)
Día hábil
Claudia M. Sánchez Cadena
Un día dejé la estufa encendida,
a la manera de Plath,
fue un gran absurdo desperdiciar el gas,
tan preciado en el mundo,
y yo, con tan pocas monedas en los bolsillos como anhelos.
Otro día contemplé mi gran caída desde un puente,
pensé en el ruido de mis huesos,
pero temí, sobre todo,
causar un gran escándalo,
demasiado ruido para mí.
En otra ocasión,
como esos deseos de película ante fuentes claras y brillantes,
tome muchas pastillas de un frasco pequeño y reluciente,
eran para la presión y no sucedió nada memorable
más que un vómito acuoso sobre el piso reluciente de la habitación.
El último día,
siempre hay un último,
comencé a trabajar de 11 am a 9 pm,
un suicidio ejemplar,
sin estertores o manchas para arruinar un bello paisaje.
Monologo
Carlos Merchán
El espejo se sonríe con cierta ironía,
sabe que es más rápido
más ágil
sabe, además,
lo que estoy y no estoy pensando
sabe que tengo sed o risa
ira o alegría...
pero yo, yo sé,
por muy hábil
el espejo
siempre estará preso
esperando
que por cualquier esquina aparezca yo.
(El lugar de los vencidos)
Bajo la lluvia
León Gil
El asfalto
Es un lustroso firmamento
Con intermitentes
Estrellas de agua…
Desde la acera
Cabizbajos
Miramos en silencio al cielo