Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

sábado, 5 de septiembre de 2020

270. Magos V


Houdini
   Raúl Brasca

   Houdini anunció que se desmaterializaría y, atado de pies y manos, se sumergió en un cubo lleno de agua. En realidad, sólo pensaba disolver su cuerpo. Aun así, fracasó. No por falta de concentración, como se dice, sino porque advirtió, cuando ya no podía retroceder, que el agua no era destilada. Este requerimiento procuraba evitar que posibles agentes disueltos atacaran a sus moléculas indefensas y las destruyeran, o las transformaran, o se les ligaran de algún modo. Murió de pánico al pensar que, cuando volviera a reunirlas, aparecería mutilado, o endurecido por el aporte calcáreo, o voluminoso de tanta sustancia agregada, o todo eso simultáneamente. Ésta es la verdad: la autopsia no detectó agua en los pulmones.
(Todo tiempo futuro fue peor, 2004)


Truco
   Orlando López Valencia

   En la fiesta el mago engañó a los niños. Ella, conmigo, hizo lo mismo. Cuando descubrí el truco no la abandoné, le hice creer que seguía engañado y me dediqué a estudiar ilusionismo y magia para contrarrestar su poder. Una vez graduado, desaparecí a su amante. No me pregunten cómo porque los magos no revelamos los secretos. Ahora, ella llora en las noches y todo el poder que ejercía sobre mí se vino abajo. A veces me provoca partirla por la mitad con un serrucho y regalarle la mitad a él, la de las piernas, claro. A mí a estas alturas sólo me interesa conversar con ella, de magia, por supuesto, del viejo truco de enamorar.


Magia
   Andrés Felipe Paris

   El show va a iniciar. El mago se desconcentra. La audiencia desaparece.
(Cuento ganador del Primer concurso de “cuento mínimo”, Revista Libros & Letras, 2010).



La quimera
   Harold Kremer

   Amo a ese hombre. Lo conocí el día que presentó su espectáculo de magia en mi pueblo. Mamá dijo: no te metas con un mago, los magos sólo aman su magia. Pero no le hice caso.
   Fui su ayudante a lo largo de todos los pueblos de los Llanos, en la época de la bonanza cocalera. Lo esperaba en esos hotelitos hasta el amanecer. Llegaba borracho y yo corría a recibirlo, a desvestirlo y acostarlo. A veces me transportaba a palacios, hoteles de lujo, castillos y países lejanos. Me quedaba lela, hasta que despertaba de su borrachera y otra vez estábamos en el cuartito del hotel. Y seguíamos de pueblo en pueblo, él adelante, yo atrás, cargada de maletas. Cuando estaba de buen humor con un gesto de su mano hacía surgir un carro con chofer que nos llevaba a cada pueblo. Un día aparecieron las varices. El mago tocó mis piernas, me miró a los ojos y me curé del dolor. En esa época fuimos a la costa, Antioquia y el Caldas grande. Pero las varices reventaron. En el hospital, me prometió que regresaría después de hacer una correría por los pueblos cercanos.
   A los días, llegó con una nueva ayudante e hizo uno de sus pases mágicos. Y no sé cómo desperté en mi casa. Pero mi casa ahora es un castillo lleno de jardines y salones donde me recupero esperándolo. Lo único que me molesta es una sirvienta gruñona que finge ser mi madre y que día y noche me atormenta hablando mal de él.
(El combate)


Magia
   Antonio Cruz

   —Ahora sacaré un conejo —dijo el mago, tocando la Galera con su varita mágica. Pero no salió ninguno. Como quería saber lo que ocurría, se metió dentro de ella. Desde aquel día, un conejo recorre el mundo sacando magos de una galera.
(Tío Elías y otros cuentos - 2006)


Magia
   Pedro E Conrado Cúdriz

   Observé cómo una parte de su pierna izquierda salía a pasear por los alrededores del centro comercial, mientras él comía tranquilamente fresas frescas. Pensé en un acto de magia o en algún truco extraordinario. Me acerqué y le pregunté cómo lo hacía.
   —¿Hacer qué?
   —Eso: ¿cómo se desprende su pierna del resto del cuerpo?
   —Bueno, eso me han preguntado siempre. Y yo les digo que no crean lo que ven.
(Suenan timbres No.8 - 2018)



El mago de Toledo
   Don Juan Manuel

   En Santiago había un deán que deseaba aprender el arte de la nigromancia y, como oyó decir que don Illán de Toledo era el que más sabía en aquella época, se marchó a Toledo para aprender con él aquella ciencia. Cuando llegó a Toledo, se dirigió a casa de don Illán, a quien encontró leyendo en una cámara muy apartada. Cuando lo vio entrar en su casa, don Illán lo recibió con mucha cortesía y le dijo que no quería que le contase los motivos de su venida hasta que hubiese comido y, para demostrarle su estima, lo acomodó muy bien, le dio todo lo necesario y le hizo saber que se alegraba mucho con su venida.
   Después de comer, quedaron solos ambos y el deán le explicó la razón de su llegada, rogándole encarecidamente a don Illán que le enseñara aquella ciencia, pues tenía deseos de conocerla a fondo. Don Illán le dijo que si ya era deán y persona muy respetada, podría alcanzar más altas dignidades en la Iglesia, y que quienes han prosperado mucho, cuando consiguen todo lo que deseaban, suelen olvidar rápidamente los favores que han recibido, por lo que recelaba que, cuando hubiese aprendido con él aquella ciencia, no querría hacer lo que ahora le prometía. Entonces el deán le aseguró que, por mucha dignidad que alcanzara, no haría sino lo que él le mandase.
   Hablando de este y otros temas estuvieron desde que acabaron de comer hasta que se hizo la hora de la cena. Cuando ya se pusieron de acuerdo, dijo el mago al deán que aquella ciencia sólo se podía enseñar en un lugar muy apartado y que por la noche le mostraría dónde había de retirarse hasta que la aprendiera. Luego, cogiéndolo de la mano, lo llevó a una sala y, cuando se quedaron solos, llamó a una criada, a la que pidió que les preparase unas perdices para la cena, pero que no las asara hasta que él se lo mandase.
   Después llamó al deán, se entraron los dos por una escalera de piedra muy bien labrada y tanto bajaron que parecía que el río Tajo tenía que pasar por encima de ellos. Al final de la escalera encontraron una estancia muy amplia, así como un salón muy adornado, donde estaban los libros y la sala de estudio en la que permanecerían. Una vez sentados, y mientras ellos pensaban con qué libros habrían de comenzar, entraron dos hombres por la puerta y dieron al deán una carta de su tío el arzobispo en la que le comunicaba que estaba enfermo y que rápidamente fuese a verlo si deseaba llegar antes de su muerte. Al deán esta noticia le causó gran pesar, no sólo por la grave situación de su tío sino también porque pensó que habría de abandonar aquellos estudios apenas iniciados. Pero decidió no dejarlos tan pronto y envió una carta a su tío, como respuesta a la que había recibido.
   Al cabo de tres o cuatro días, llegaron otros hombres a pie con una carta para el deán en la que se le comunicaba la muerte de su tío el arzobispo y la reunión que estaban celebrando en la catedral para buscarle un sucesor, que todos creían que sería él con la ayuda de Dios; y por esta razón no debía ir a la iglesia, pues sería mejor que lo eligieran arzobispo mientras estaba fuera de la diócesis que no presente en la catedral.
   Y después de siete u ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos, con armas y caballos, y cuando llegaron al deán le besaron la mano y le enseñaron las cartas donde le decían que había sido elegido arzobispo. Al enterarse, don Illán se dirigió al nuevo arzobispo y le dijo que agradecía mucho a Dios que le hubieran llegado estas noticias estando en su casa y que, pues Dios le había otorgado tan alta dignidad, le rogaba que concediese su vacante como deán a un hijo suyo. El nuevo arzobispo le pidió a don Illán que le permitiera otorgar el deanazgo a un hermano suyo prometiéndole que daría otro cargo a su hijo. Por eso pidió a don Illán que se fuese con su hijo a Santiago. Don Illán dijo que lo haría así.
   Marcharon, pues, para Santiago, donde los recibieron con mucha pompa y solemnidad. Cuando vivieron allí cierto tiempo, llegaron un día enviados del papa con una carta para el arzobispo en la que le concedía el obispado de Tolosa y le autorizaba, además, a dejar su arzobispado a quien quisiera. Cuando se enteró don Illán, echándole en cara el olvido de sus promesas, le pidió encarecidamente que se lo diese a su hijo, pero el arzobispo le rogó que consintiera en otorgárselo a un tío suyo, hermano de su padre. Don Illán contestó que, aunque era injusto, se sometía a su voluntad con tal de que le prometiera otra dignidad. El arzobispo volvió a prometerle que así sería y le pidió que él y su hijo lo acompañasen a Tolosa.
   Cuando llegaron a Tolosa fueron muy bien recibidos por los condes y por la nobleza de aquella tierra. Pasaron allí dos años, al cabo de los cuales llegaron mensajeros del papa con cartas en las que le nombraba cardenal y le decía que podía dejar el obispado de Tolosa a quien quisiere. Entonces don Illán se dirigió a él y le dijo que, como tantas veces había faltado a sus promesas, ya no debía poner más excusas para dar aquella sede vacante a su hijo. Pero el cardenal le rogó que consintiera en que otro tío suyo, anciano muy honrado y hermano de su madre, fuese el nuevo obispo; y, como él ya era cardenal, le pedía que lo acompañara a Roma, donde bien podría favorecerlo. Don Illán se quejó mucho, pero accedió al ruego del nuevo cardenal y partió con él hacia la corte romana.
   Cuando allí llegaron, fueron muy bien recibidos por los cardenales y por la ciudad entera, donde vivieron mucho tiempo. Pero don Illán seguía rogando casi a diario al cardenal para que diese algún beneficio eclesiástico a su hijo, cosa que el cardenal excusaba.
   Murió el papa y todos los cardenales eligieron como nuevo papa a este cardenal del que os hablo. Entonces, don Illán se dirigió al papa y le dijo que ya no podía poner más excusas para cumplir lo que le había prometido tanto tiempo atrás, contestándole el papa que no le apremiara tanto pues siempre habría tiempo y forma de favorecerle. Don Illán empezó a quejarse con amargura, recordándole también las promesas que le había hecho y que nunca había cumplido, y también le dijo que ya se lo esperaba desde la primera vez que hablaron; y que, pues había alcanzado tan alta dignidad y seguía sin otorgar ningún privilegio, ya no podía esperar de él ninguna merced. El papa, cuando oyó hablar así a don Illán, se enfadó mucho y le contestó que, si seguía insistiendo, le haría encarcelar por hereje y por mago, pues bien sabía él, que era el papa, cómo en Toledo todos le tenían por sabio nigromante y que había practicado la magia durante toda su vida.
   Al ver don Illán qué pobre recompensa recibía del papa, a pesar de cuanto había hecho, se despidió de él, que ni siquiera le quiso dar comida para el camino. Don Illán, entonces, le dijo al papa que, como no tenía nada para comer, habría de echar mano a las perdices que había mandado asar la noche que él llegó, y así llamó a su criada y le mandó que asase las perdices.
   Cuando don Illán dijo esto, se encontró el papa en Toledo, como deán de Santiago, tal y como estaba cuando allí llegó, siendo tan grande su vergüenza que no supo qué decir para disculparse. Don Illán lo miró y le dijo que bien podía marcharse, pues ya había comprobado lo que podía esperar de él, y que daría por mal empleadas las perdices si lo invitase a comer.
(El Conde Lucanor)