El negro
Rosa Montero (España)
Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
(Diario El País, 2005)
Problemas con el estambre
Laura E. Vizcaíno (México)
La doncella Aracné abrió una escuela de Tejido y Bordado. Entre millones de alumnas hubo sólo una que nunca pudo graduarse. La creían holgazana e irresponsable, incapaz de hacer la tarea completa, sus compañeras se burlaban de ella y, como no le dirigían la palabra, nadie le preguntó por qué deshacía el tejido todas las noches.
Mi casa
Agota Kristof (Hungría)
¿Será en esta vida o en otra?
Volveré a casa.
Afuera los árboles gritarán pero ya no me darán miedo, ni las nubes rojizas, ni las luces de la ciudad.
Volveré a mi casa, una casa que nunca tuve, o que está demasiado lejos como para que me acuerde, porque aquello no era realmente mi casa, no lo fue nunca.
Mañana tendré por fin esa casa en un barrio pobre de una gran ciudad. Un barrio pobre porque ¿acaso se puede ser rico de la nada, cuando se llega de otra parte, de ninguna parte, y sin el deseo de hacerse rico?
En una gran ciudad puesto que en las pequeñas solo hay un puñado de casas de desfavorecidos, y solamente las grandes ciudades tienen calles y más calles infinitamente oscuras, donde se agazapan seres parecidos a mí.
Por esas calles caminaré hacia mi casa.
Caminaré por esas calles azotadas por el viento, iluminadas por la luna.
Unas mujeres obesas que toman el fresco me verán pasar sin decir nada. Yo saludaré a todo el mundo, llena de felicidad. Unos niños casi desnudos juguetearán entre mis piernas, los levantaré pensando en los míos que ya serán mayores, ricos y felices en algún lugar. Acariciaré a esos hijos de cualquiera y les regalaré cosas brillantes y raras. También levantaré al borracho que se ha caído en el arroyo, consolaré a la mujer que corre gritando en medio de la noche, escucharé sus penas, la tranquilizaré.
Al llegar a casa estaré cansada, me acostaré en la cama, en cualquier cama y las cortinas flotarán como flotan las nubes.
Así pasará el tiempo.
Y bajo mis párpados pasarán las imágenes del mal sueño que fue mi vida.
Pero ya no me harán daño.
Estaré en casa, sola, vieja y feliz.
(No importa)
Agota Kristof |
En casa del herrero
Laura Nicastro (Argentina)
La lima reinaba en la herrería porque ningún metal podía con ella.
Un día entró una vieja serpiente y empezó a roerla. Creyendo que el reptil se la quería comer, la lima le dijo riendo:
—¡Qué tonta! Si yo deshago el mismo hierro, ¿cómo vas a romperme?
A lo que contestó la serpiente:
—Sólo estoy afilando mis colmillos gastados.
Y se fue, sinuosa.
Medusa I
Lilian Elphick (Chile)
Las serpientes están cansadas de vivir conmigo. La tintura ha aplacado totalmente su veneno, el alisado las pone tristes y flacas; para qué decir con la permanente. Al ver las tijeras tiemblan enloquecidas. Varias ya no tienen cabeza, y vagan de oreja a oreja arrastrando sus colas. Mañana, antes de que Perseo me decapite, me pasaré la rasuradora y le arrancaré la cabellera a Afrodita. Veremos qué sucede.
Festejo doble
Teresa Constanza Rodríguez Roca (Bolivia)
Un primero de enero, a las siete de la mañana, vuelves a tu piso. No recuerdas si al entrar usaste la llave, sólo te das cuenta de que las paredes, cortinas y alfombras han cambiado de color…, y huele a café recién hecho, ¿por qué?, si tú vives solo. Desde la cocina, te saluda una cuarentona de mirada emprendedora. No preguntas quién es ni cómo ha entrado.
—Te equivocaste de piso, viejo. Pero ven, compartamos este café.
Finanzas
Lydia Davis (Estados Unidos)
Cuando se ponen a sumar y restar para constatar si la relación es equitativa, el resultado no es satisfactorio. De su parte, él está aportando cincuenta mil, dice ella. No, setenta mil, dice él. No importa, dice ella. Me importa a mí, dice él. El aporte de ella es un niño pequeño. ¿Eso es un activo o un pasivo? Ahora, ¿debe ella sentirse agradecida? Puede sentirse agradecida, pero no en deuda, ni que le estuviera debiendo algo. Es necesario que haya igualdad. A mí me gusta estar contigo, dice ella, a ti te gusta estar conmigo. Estoy agradecida contigo porque nos mantienes, y yo sé que a veces mi hijo te causa problemas, aunque digas que es un buen niño. Pero no sé cómo entenderlo. Si yo doy todo lo que tengo y tú das todo lo que tienes, ¿no es eso un tipo de igualdad? No, dice él.
(The Collected Stories of Lydia Davis)