Pedazo de luna llena
Pelham Grenville Wodehouse
Verónica, poniendo de nuevo en marcha la conversación, dijo que aquella tarde un mosquito le había picado en la nariz. Tipton, estremeciéndose al oír aquello, dijo que había detestado siempre los mosquitos. Verónica dijo que a ella tampoco le gustaban los mosquitos, pero que eran peores los murciélagos. Tipton repuso que sí, que ¡oh!, que desde luego, eran mucho peores los murciélagos. A verónica le gustaban los gatos, y Tipton estuvo de acuerdo en que los gatos, como raza, eran muy simpáticos. Sobre el tema de las ratas estaban también de completo acuerdo, ambos compartían la opinión de que carecían totalmente de encanto.
Roto el hielo de aquella manera, la conversación prosiguió animadamente hasta que Verónica dijo que quizá fuese mejor que entrasen ya. Tipton dijo: “¡Oh, sí!”, y Verónica: “Creo que será mejor”, y Tipton: “Entonces, si usted lo cree…”, y su corazón saltaba y galopaba al entrar con ella en el salón. Si alguna vez hubo en su mente la menor duda de que aquella muchacha y él fuesen almas gemelas, no existía ya. Le parecía absolutamente sorprendente que dos personas pudiesen pensar de manera tan igual sobre cualquier cosa; sobre los mosquitos, los murciélagos, los gatos, las ratas; en una palabra, sobre todo.
(Luna llena, 1947)
Fin de fiesta
Gabriela Villano
La fiesta había terminado. Él la acompañó en la vereda, hasta que apareció un taxi.
La despidió con un beso casto, sin atreverse a más, como de costumbre. Ella le dio un abrazo tierno y ortodoxo, se tragó una pregunta, la habitual, y subió al auto.
Iluminación
Rony Vásquez Guevara
Como todas las noches, Antonio y Morgana salieron a pasear. Mientras caminaban por la acera cogidos de la mano, un poste de luz interrumpió su camino; ella avanzó por la derecha y él por la izquierda. Luego de unos minutos, terminaron su relación. Habían sido iluminados.
Cobardía
Joris-Karl Huysmans
La nieve cae en grandes copos, el viento sopla, el frío hace estragos. Regreso a casa deprisa, preparo el fuego, la lámpara. Espero a mi amante. Cenaremos juntos en mi casa; he encargado la cena, he comprado una botella de vino de Borgoña, una hermosa tarta con frutas en almíbar (¡es tan golosa!). Son las seis, espero. La nieve cae en grandes copos, el viento sopla, el frío hace estragos; atizo el fuego, cierro las cortinas, cojo un libro, mi viejo Villon. ¡Qué inefable delicia! Cenar en casa los dos junto al fuego. Suenan en el reloj de pared las seis y media; presto atención para comprobar si sus pasos tocan levemente la escalera. Nada, ningún ruido. Enciendo mi pipa, me arrellano en mi sillón, pienso en ella. Las siete menos cinco. ¡Ah!, ¡al fin! Es ella. Dejo mi pipa, corro hacia la puerta; los pasos siguen subiendo. Vuelvo a sentarme con el corazón oprimido; cuento los minutos, me acerco a la ventana; la nieve sigue cayendo en grandes copos, el viento sigue soplando, el frío sigue haciendo estragos. Intento leer, no sé lo que leo, solo pienso en ella, la excuso: la habrán retenido en el almacén, se habrá quedado en casa de su madre. ¡Hace tanto frío! Tal vez esté esperando un coche, pobre chiquita, ¡cómo voy a besar su naricilla fría y a sentarme a sus pies! Suenan las siete y media: ya no puedo estarme quieto, tengo el presentimiento de que no vendrá. ¡Vamos! Tratemos de cenar. Intento tragar algunos bocados pero mi garganta se cierra. ¡Ah! ¡ahora comprendo! Mil pequeñas naderías se yerguen ante mí; la duda, la implacable duda me tortura. Hace frío, pero ¿qué importan el frío, el viento, la nieve, cuando se ama? Sí, pero ella no me ama.
¡Oh! seré firme, la reprenderé enérgicamente; además, hay que acabar con esto, se está riendo de mí desde hace mucho tiempo; ¡qué demonios, ya no tengo dieciocho años! No es mi primera amante; ¡después de ella vendrá otra! ¿Se enfadará? ¡qué desgracia! ¡las mujeres no son un artículo escaso en París! Sí, es fácil decirlo, pero otra no sería mi pequeña Sylvie; ¡otra no sería este pequeño monstruo que me tiene locamente embobado! Camino a grandes zancadas, furiosamente, y mientras me pongo rabioso, el reloj tintinea alegremente y parece burlarse de mis angustias. Son las diez. Acostémonos. Me tiendo en la cama y dudo a la hora de apagar la luz; ¡bah! ¡da igual! apago. Furibundas iras me oprimen la garganta, me asfixio. ¡Ah! sí, todo ha terminado entre nosotros, bien terminado. ¡Ah! Dios mío, alguien sube; es ella, son sus pasos; me bajo de la cama, enciendo, abro.
—¡Eres tú! ¿De dónde vienes? ¿Por qué llegas tan tarde?
—Mi madre me ha entretenido.
—¡Tu madre!… hace tres días me dijiste que ya no ibas a su casa. ¿Sabes? Estoy muy enfadado; si no estás dispuesta a venir con más exactitud, pues…
—Pues… ¿qué?
—Pues nos enfadaremos.
—De acuerdo, enfadémonos ahora mismo; estoy cansada de que me riñas siempre. Si no estás contento me voy…
Tres veces cobarde, tres veces imbécil, ¡la retuve!
Separación
Flóbert Zapata Arias
Acordamos separarnos. Observo desconcertado que ella toma el mismo camino que yo he escogido. Le reclamo. Me entrega unas explicaciones que no comprendo del todo. Llegamos al mismo lugar que, sin embargo, es diferente para ella y para mí.
(La bestia danzante)
Antes y después
Sándor Márai
Yo quise amarla totalmente, sin secretos… y ahora deseo enterrarla totalmente, con todos sus secretos.
(Divorcio en Buda)
La felicidad
Andrés Neuman
"Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal. No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo: iba a decir el mejor, pero diré que el único. Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal. Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo y domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto. Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los gruesos brazos de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda desde hace años con los brazos abiertos. A mí me colma de gozo tanta paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas, y algún día, muy pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo".