El genio
Martín Gardella
Froté la lámpara maravillosa por tercera vez.
—¿Qué deseas? —preguntó el genio del turbante.
—Quiero ocupar tu lugar —le respondí.
Desde entonces, cada vez que quiero algo, friego mi lámpara y aparezco.
Ya no tengo pretensiones insatisfechas, eso es bueno. Pero me aflige sentir que, con el tiempo, esta horrible omnipotencia en cautiverio me fue robando el placer de desear, y de cumplirle a quién me llame sus deseos.
El estafador de Nueva Orleans
Walter Tamayo Góez
Ayer detuvieron a un sujeto en Nueva Orléans estafando a la gente con un “elixir de la eterna juventud”. El mismo estafador ya había sido detenido por lo mismo en 1811, 1904 y 1969. Hay gente que nunca aprende.
Imaginantes
Ricardo Robles Cruz
Cada noche se reunían con la encomienda de fantasear a todo vapor. Por turnos elucubraban sin límites. En cada sesión nombraban un ganador, el premio consistía en el reconocimiento de los correligionarios y la publicación en internet de la fantasía triunfadora.
Entre las mejores creaciones se encontraban la de un antiparaguas gigante que recogía el agua de lluvia para evitar que se fuera por el drenaje, y un sitio de canje donde los hijos podían cambiar a sus padres —y los padres a los hijos— por otros que se adaptaran mejor a sus expectativas. Pero el que se llevó los honores fue un socio que, cual mago de utopía, desapareció el club de la fantasía, al colocar su bola de Napalpí sobre la mesa e invocar las palabras mágicas e imaginarlos a todos ellos inexistentes.
Esa fue la última sesión del grupo. No se les volvió a ver.
Alejandro Bentivoglio
El brujo aseguraba ser capaz de las máximas proezas. Convocado por el Rey para medir sus habilidades, propuso que le cortaran la cabeza y que un día después resucitaría. El Rey estuvo de acuerdo y los verdugos decapitaron al brujo.
El truco falló. Una semana después, sólo la cabeza había vuelto a la vida y nadie en el reino podía callarla.
(Música para naufragios)
El arte
Pilar Gómez Esteban
En medio de la plaza, el mago sacó de su cofre una cornucopia, tres ramas de abedul, cuatro alfombras voladoras, siete velos de seda de Damasco y dijo tres palabras mágicas.
Con la primera, volaron alfombras y los bostezos.
Con la segunda, los velos desaparecieron y oyó el ruido de los pasos de la gente yéndose.
Al pronunciar la tercera, ocurrió el milagro: un espectador lo miró asombrado, aguantando la respiración con los ojos brillantes.
(Clara Obligado [ed.]. Por favor, sea breve)
El mago
Antonio Simón Echeverría
El mago hizo desaparecer al voluntario.
Dicen que pasó el resto de su vida en una celda ensayando desesperadamente la segunda mitad del número.
(Luis Landero [ed.]. Quince líneas)
Muerte del mago
Diego Muñoz Valenzuela
El último Gran Mago agoniza, viejísimo y agotado su cuerpo, pero lúcida su mente, poderosa y viva su magia como el primer día, hace milenios.
Acuden a despedirse cientos de seres fantásticos productos de su poder: ángeles y sirenas, licántropos y vampiros, monstruos fabulosos que sollozan sin consuelo junto a su lecho, que es la piel de un unicornio.
El Kraken y la serpiente marina, criaturas preferidas y privilegiadas, lloran silenciosamente, con respeto, sobrecogidas, sin pensar siquiera en chapotear o salpicar.
—Sólo el Hombre no ha venido —señala el anciano, con un gesto de inmenso dolor—, sólo él.
Y muere.
(Ángeles y verdugos)