Umberto Eco (5 de enero 1932 – 19 de febrero 2016) fue un novelista, ensayista, crítico literario, filósofo y experto en semiótica italiano. Es conocido principalmente por Il nome della rosa (El nombre de la rosa, 1980), una novela histórica de misterio que combina análisis bíblico, estudios medievales y teoría literaria. Escribió además otras novelas, entre ellas Il pendolo di Foucault (El péndulo de Foucault, 1988), L'isola del giorno prima (La isla del día antes, 1994), Baudolino (2000). Su última novela, Número zero (Número cero, 2015), es una aguda crítica de la prensa amarillista.
Eco también escribió textos académicos, libros infantiles y ensayos. Fue fundador del Dipartimento di Comunicazione (Departmento de comunicaciones) de la Universidad Repùbica de San Marino, presidente de la Scuola Superiore di Studi Umanistici (Escuela superior de estudios humanísticos), Universidad de Boloña, miembro de la Accademia dei Lincei y miembro honorario del Kellogg College, Oxford.
Umberto Eco se pregunta qué habría ocurrido con los grandes clásicos si hubieran tenido que vérselas con la maquinaria editorial moderna.
“Lamentamos comunicarle que su libro...”.
Anónimo
La Biblia
Debo decir que cuando comencé a leer el manuscrito, y durante las primeras cien páginas, me sentí entusiasmado. Es pura acción y tiene todo lo que el lector de hoy exige de un libro de evasión: sexo (muchísimo), con adulterios, sodomía, homicidios, incestos, guerras, desastres, etcétera.
El episodio de Sodoma y Gomorra, con los travestis que pretenden violar a los dos ángeles, es rabelesiano; las historias de Noé son el más puro Salgari; la fuga a Egipto es una historia que tarde o temprano acabará por ser llevada al cine… En suma, la verdadera novela-río, bien construida, que no ahorra efectos, plena de imaginación, con esa dosis de mesianismo que agrada, sin llegar a lo trágico.
Después, más adelante, advertí que se trata, en cambio, de una antología de varios autores, con muchos, demasiados, trozos de poesía, algunos francamente lamentables y aburridos, verdaderas jeremiadas sin pies ni cabeza.
Resulta así un engendro monstruoso que corre el riesgo de no gustar a nadie porque tiene de todo. Además, será un fastidio establecer los derechos de los distintos autores, a menos que el representante de todos ellos se encargue de eso. Pero el nombre de tal representante no lo encuentro ni siquiera en el índice, como si hubiera cierta reserva en nombrarlo.
Yo diría que hay que tratar de ver si se pueden publicar separadamente los primeros cinco libros. En tal caso marcharíamos sobre seguro. Con un título como "Los desesperados del Mar Rojo".
Kafka, Franz
El proceso
No está mal el librito, es policial, con momentos al estilo de Hitchcock: por ejemplo, el homicidio final, que tendrá su público.
Sin embargo, parecería que el autor lo escribió bajo censura. ¿Qué significan esas alusiones imprecisas, esa falta de nombres de personas y de lugares? ¿Y por qué el protagonista está bajo proceso? Aclarando más tales puntos, ambientando en forma más concreta, dando hechos, hechos, hechos, la acción resultaría más límpida y más seguro el suspenso. Estos escritores jóvenes creen hacer "poesía" porque dicen "un hombre" en vez de decir "el señor Tal a tal hora en tal sitio". En síntesis: si se le puede meter mano bien; de lo contrario, devolver.
Proust, Marcel
En busca del tiempo perdido
Es, sin más ni más, una obra comprometida, quizá demasiado larga: pero puede venderse haciendo una serie de pocket. Tal como está, no anda. Hace falta un vigoroso trabajo de editing. Por ejemplo, hay que revisar toda la puntuación. Los periodos son harto fatigantes, hay algunos que ocupan toda una página. Con un buen trabajo de redacción que los reduzca a dos o tres líneas cada uno, con una más frecuente utilización del punto y aparte, el trabajo seguramente mejoraría. Si el autor no estuviera de acuerdo, mejor será no editarlo. Tal como está, el libro resulta… ¿cómo diré?: bastante asmático.
Kant, Emanuel
Crítica de la razón práctica
Di a leer este libro a Vittorio Saltini, quien me informó que el tal Kant no vale gran cosa. De todos modos, yo también le eché un vistazo: un texto no muy voluminoso sobre moral podría andar en nuestra coleccioncita de filosofía, pues no es improbable que lo adopte alguna universidad. Pero sucede que el editor alemán nos ha comunicado que debemos comprometernos a publicar no solo la obra precedente, algo extensa (dos tomos por lo menos), sino también lo que Kant está preparando, no sé si sobre el arte o el juicio. Las tres llevan títulos muy parecidos: o se las vende en un estuchecito (a un precio inaccesible para el lector) o en las librerías las confundirán unas con otras y la gente dirá "Esto ya lo leí". Sucede como con la Summa de cierto dominico, que comenzamos a traducirla y después tuvimos que ceder los derechos porque costaba demasiado.
Y todavía hay más. El agente literario alemán me ha dicho que habría que comprometerse a publicar también las obras menores de Kant, que son unas cuantas y entre las cuales hasta hay algo de astronomía. Anteayer traté de comunicarme telefónicamente con Konisberg, para ver si se podría llegar a un acuerdo sobre un solo libro y la empleada por horas me respondió que el señor no estaba y que no telefoneara nunca entre las cinco y las seis porque a esa hora el señor salía a dar su paseíto y tampoco entre las tres y las cuatro, porque a esa hora el señor hacía la siesta, y así por el estilo. Yo no cerraría trato alguno con gente de esa calaña: las pilas de libros se nos van a dormir en el depósito.
Homero
La odisea
Personalmente, el libro me gusta. La historia es bella, apasionante, llena de aventuras. Tiene la dosis suficiente de amor, de fidelidad y de escapadas adulterinas (muy buena la figura de Calipso, una verdadera devoradora de hombres); tiene, incluso, un momento "lolítico", con una chiquilla llamada Nausica: a lo largo del episodio, el autor se permite más de una osadía, pero en ningún momento incurre en excesos. El todo resulta excitante. Hay efectos, gigantes de un solo ojo, caníbales y hasta un poco de droga (lo suficiente para no transgredir los límites fijados por la ley: según entiendo, el loto no está prohibido por el Narcotics Bureau). Las escenas finales se inscriben en la mejor tradición western: la pelea es recia, la escena del arco se mantiene magistralmente en la cuerda floja del suspenso.
¿Qué decir?: se lee de un soplo, mejor que el primer libro del mismo autor, harto estático con su insistencia en la unidad de lugar, aburrido por la superabundancia de acontecimientos (a la tercera batalla y al décimo duelo, el lector ya ha comprendido el mecanismo). En este segundo libro, todo marcha que es una maravilla; hasta el tono es más sereno: pensado, ya que no reflexivo. Y, además, ¡el montaje, el juego de flash-backs, las historias ensambladas!... En suma: alta escuela. Realmente, este Homero tiene talento.
Demasiado talento, diría yo... Me pregunto si será todo harina de su cosecha. Ya sé, ya sé: escribe que te escribe, uno mejora (¡Y quién sabe si el tercer libro no resulta lisa y llanamente un cañonazo!). Pero lo que me hace dudar (y, en todo caso, me lleva a opinar negativamente) es el batifondo que puede armarse en lo tocante a derechos. Hablé del asunto con Eric Linder y creo que no saldríamos bien parados del asunto.
Antes que nada, es imposible localizar al autor. Quienes lo han conocido dicen que, de cualquier manera, resultaría fastidioso discutir con él las pequeñas modificaciones a introducir en el texto, pues es ciego como un topo, no sigue el texto y en más de una oportunidad ha dado impresión de no conocerlo bien. Dice, también, que citaba de memoria, que no estaba seguro de lo que había escrito y que alegaba que el copista había introducido interpolaciones. ¿Lo habrá escrito él o es tan sólo un testaferro?
Marqués de Sade
Justine
El manuscrito estaba en medio de un montón de cosas que yo debía ver esta semana y, para ser sincero, no lo leí todo. Lo abrí tres veces al azar, en tres partes distintas, y ustedes saben que, para un ojo de buen cubero, eso basta.
Bien: la primera vez encontré una avalancha de páginas de filosofía de la naturaleza con disquisiciones sobre la crueldad de la lucha por la vida, la reproducción de las plantas y la evolución de las especies animales. La segunda vez, por lo menos quince páginas sobre el concepto del placer, sobre los sentidos y la imaginación y cosas por el estilo. La tercera vez, otras veinte páginas sobre las relaciones de sumisión entre el hombre y la mujer en los distintos países del mundo... Me parece suficiente. No estamos buscando una obra de filosofía; el público, hoy, quiere sexo, sexo y más sexo. Y probablemente con cualquier salsa. La línea a seguir es la iniciada con Los amores del caballero de Faublas. Los libros de filosofía dejémoselos, ¡por favor!, a Laterza.
Miguel de Cervantes
Don Quijote
El libro, no siempre inteligible, es la historia de un gentilhombre español y su criado, que van por el mundo persiguiendo ensoñaciones caballerescas. El tal Don Quijote es un poco loco (su figura está magníficamente concebida; en verdad, Cervantes sabe narrar), en tanto que su criado es un simple (dotado de cierto y tosco buen sentido) con quien el lector no tarda en identificarse y que procura desmitificar las fantásticas creencias de su amo. Hasta aquí el argumento, que se desenlaza con algunos buenos efectos y con no pocos divertidos y jugosos episodios. Pero la observación que deseo formular trasciende el juicio personal sobre la obra.
En nuestra afortunada colección económica "Los hechos de la vida", hemos publicado con notable éxito Amadis de Gaula, La leyenda del Graal, El romance de Tristán, Las trovas del pajarillo, etcétera. En estos momentos tenemos opción para editar Reyes de Francia, del jovencito di Barberino, libro que a mi juicio será el éxito del año. Ahora bien: si nos decidimos por Cervantes ponemos en circulación un libro que, no obstante ser muy hermoso, mandará al traste lo publicado hasta ahora y hará pasar a todas esas otras novelas por tonterías de manicomio. Comprendo la libertad de expresión, el clima de rebeldía y demás cosas por el estilo, pero no podemos coartárnoslos nosotros mismos. Tanto más que este libro me parece la típica obra única: el autor acaba de salir de galeras, tiene la salud maltrecha, no sé bien si le han cortado un brazo o una pierna y no da impresión de estar dispuesto a escribir otro. Yo no querría que, por buscar novedades a cualquier precio, comprometiéramos una línea editorial que hasta ahora ha sido popular, moral (digámoslo también) y rediticia. Rechazar.