Yo
Antonio Zibara
Frente al espejo
Siempre he creído
Que soy otro.
También cuando oigo voces
Que me llaman
Por mi nombre.
OP |
Octavio Paz
Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la misma calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.
Tormenta
Wu Kieng (siglo XIX)
Maldije a la lluvia que, azotando mi pecho, no me dejaba dormir.
Maldije al viento que me robaba las flores de mis jardines.
Pero tú llegaste y alabé la lluvia. La alabé cuando te quitaste la túnica empapada.
Pero tú llegaste y alabé al viento, lo alabé porque apagó la lámpara.
El castillo
Mario E. Rey P.
Piedra a piedra
fui levantando los muros
del castillo impenetrable
nadie perturbaría mi sueño
nadie me causaría dolor
nadie me haría falta
nadie me exigiría
nadie nada...
Al colocar la última y pesada roca
una inmensa nostalgia
de nadie me envolvió...
Y el castillo no tenía
Puertas ni ventanas...
(Miniaturas y otros poemas)
Cipriano Armenteros
En mil ochocientos seis | allá por el mes de Enero | en las llanuras del Piame | cayó Cipriano Armenteros.
El pueblo se reunió a ver | cuando preso regresaba | escoltado por las tropas | que el cabo Flores mandaba.
La gente, al verlo caído | de él reía y burlaba | Armenteros, en silencio | sólo miraba y callaba.
Los hombres del bandolero | al rescate se lanzaron | por Calidonia pasaron | temprano de madrugada.
Emeterio y Pascual Gómez | desfilaban en vanguardia | Mederos llevaba el centro | y Facundo en la retaguardia.
La banda atacó de sorpresa | al galope de sus caballos | La tropa dormía en defensa | los españoles confiados.
Cuando empezó el tiroteo | quedó Armenteros salvado | Así lo cuentan los viejos | así se fugó Cipriano.
Y dicen que anda buscando | a los que de él se rieron | En el pellejo de esa gente | mi hermano, estar yo no quiero.
Las ventanas están cerradas | no se abren ni por dinero | todas las puertas trancadas | ay, con la llave del miedo.
Por Calidonia pasaron | temprano de madrugada | Mira tú si metían miedo | que ni los gallos cantaban.
Están corriendo los blancos | están corriendo los negros | está rezando todo el mundo | ay, prendiendo buque en los pueblos.
Por los lagos de Veraguas | me dicen que lo vieron | El sol escondía sus rayos | por temor al bandolero.
[Sin título]
Han Yu (siglo VIII)
Todo resuena cuando se rompe el equilibrio.
Las yerbas son silenciosas,
pero si el viento las agita, silban.
El agua calla,
pero si el aire la mueve, repica;
las olas mugen: algo las oprime;
la cascada se precipita: le falta suelo;
el lago hierve: algo lo calienta.
Son mudos los metales y las piedras,
pero si algo los golpea, rechinan.
Así el hombre.
Si habla, es que no puede contenerse;
si se emociona, canta;
si sufre, se lamenta.
Todo lo que sale de su boca
se debe a una rotura...
Cuando el equilibrio se fragmenta,
el cielo escoge entre los hombres
aquellos más sensibles y los hace hablar.
Las tierras posibles
Pío Fernando Gaona
En la puerta del Café, entre las sombras del anochecer, aparece un niño con una caja de dulces.
Entra y me ofrece para que le compre.
Le digo no con voz silenciosa.
Me pide que le ofrezca café.
De nuevo le digo no.
Me mira un instante.
Un vigilante uniformado lo toma del brazo y se dirigen hacia la calle.
Mientras tomo agua aromática, me doy cuenta de que habría podido pedir un café para él. Así, entraríamos al mismo mundo.
Ya es tarde. Las dimensiones del Universo han cambiado para los dos.
Al salir, encuentro al vigilante parado en el andén.
Él tampoco puede estar adentro.
Él está en la calle, y yo, ahora, también.
(Las tierras posibles)