Hace 150 años, el británico Charles Lutwidge Dodgson (mejor conocido como Lewis Carroll) escribió Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas [Alice's Adventures in Wonderland], abreviado como Alicia en el país de las maravillas. El libro tiene una segunda parte, llamada A través del espejo y lo que Alicia encontró allí [Through the looking-glass, and what Alice found there], de 1871, abreviado como Alicia a través del espejo. Ambas historias fueron creadas por medio de juegos con la lógica y el lenguaje.
El unicornio
La vista del unicornio se topó con Alicia; se volvió en el acto y se quedó ahí pasmado durante algún rato, mirándola con un aire de profunda repugnancia.
—¿Qué… es… esto? —dijo al fin.
—Esto es una niña —explicó Haigha de muy buena gana, poniéndose entre ambos con el fin de presentarla—. Acabamos de encontrarla hoy. Es de tamaño natural y ¡el doble de espontánea!
—¡Siempre creí que se trataba de un monstruo fabuloso! —exclamó el unicornio—. ¿Está viva?
—Al menos puede hablar —declaró solemnemente Haigha.
El unicornio contempló a Alicia con una mirada soñadora y le dijo:
—Habla, niña.
Alicia no pudo impedir que los labios se le curvaran en una sonrisa mientras rompía a hablar, diciendo:
—¿Sabe una cosa?, yo también creí siempre que los unicornios eran unos monstruos fabulosos. ¡Nunca había visto uno de verdad!
—Bueno, pues ahora que los dos nos hemos visto el uno al otro —repuso el unicornio—, si tú crees en mí, yo creeré en ti, ¿trato hecho?
(Alicia a través del espejo)
Tratar con el tiempo
—Con toda seguridad, ¡ni siquiera habrás hablado con el Tiempo!
—Puede que no —contestó Alicia con cautela—. Pero sí sé —añadió esperanzada— que en las lecciones de música marco el tiempo a palmadas.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Eso lo explica todo! —afirmó el Sombrerero—. El tiempo no tolera que le den palmadas. Si, en cambio, te llevarás bien con él, haría cuanto quisieras con tu reloj; por ejemplo: supongamos que fueran las nueve de la mañana, la hora en que comienzan tus lecciones; pues bien, bastaría con que murmuraras tus deseos al oído del Tiempo para que éste se encargara de que las agujas del reloj corrieran veloces y, en un abrir y cerrar de ojos serían la una y media, ¡la hora del almuerzo!
—¡Eso sí que estaría bueno! —exclamó Alicia, midiendo las muchas ventajas que parecía ofrecer el Tiempo—. Lo malo es que entonces no tendría apetito, ¿no le parece?
—No lo tendrías inmediatamente quizás —reconoció el Sombrerero—; pero como también podrías lograr que siguieran siendo la una y media indefinidamente, acabarías teniéndolo.
(Alicia en el país de las maravillas)
Ilustración de John Tenniel |
El sueño del Rey
El Rey roncaba sonoramente. Llevaba puesto un gran gorro de dormir con una borla en la punta y formaba como un bulto desordenado.
—Ahora está soñando —señaló Tarará—; y ¿a que no sabes lo que está soñando?
—¡Vaya uno a saber! —replicó Alicia—. ¡Nadie podría adivinarlo!
—¡Te está soñando a ti! —exclamó Tarará, batiendo las palmas por su triunfo—. Y si dejara de soñar contigo, ¿qué crees que te pasaría?
—Pues que seguiría aquí tan tranquila, por supuesto —respondió Alicia.
—¡Eso es lo que tu querrías —replicó Tarará con gran suficiencia—. ¡No estarías en ninguna parte! ¡Tú no eres más que algo con lo que él está soñando!
—Si se despertara —añadió Tararí— tú te apagarías… ¡zas! ¡Como una vela!
—¡No es verdad! —exclamó Alicia indignada—. Además, si yo no fuera más que algo con lo que él está soñando, ¡me gustaría saber lo que son ustedes!
—¡Eso, eso! —dijo Tararí.
—¡Tú lo has dicho! —exclamó Tarará.
Tantas voces daban, que Alicia no pudo contenerse:
—¡Cállense! Si siguen haciendo tanto ruido, lo van a despertar.
—Eso habría que verlo; lo que es a ti, de nada te sirve hablar de despertarlo —dijo Tararí—, cuando no eres más que un objeto de su sueño. No tienes ninguna realidad.
—¡Que sí soy real! —insistió Alicia y empezó a llorar.
—Por mucho que llores, no te vas a hacer ni una pizca más real —observó Tarará— y, además, no hay razón para llorar.
—Si yo no fuera real —continuó Alicia, medio riéndose a través de sus lágrimas—, no podría llorar como lo estoy haciendo.
—¡Anda! ¡No supondrás que esas lágrimas son de verdad! —interrumpió Tararí con el mayor desprecio.
“Sé que no están diciendo más que tonterías”, razonó Alicia para sí misma, “así que es una bobada que me ponga a llorar”. De forma que se secó las lágrimas y continuó hablando con el tono más alegre y despreocupado que le fue posible.
(Alicia a través del espejo)
Lógica II
—¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?
—Eso depende de a dónde quieras llegar —contestó el Gato.
—A mí no me importa demasiado a dónde… —empezó a explicar Alicia.
—En ese caso, da igual hacia a dónde vayas —interrumpió el Gato.
—… siempre que llegue a alguna parte —terminó Alicia, a modo de explicación.
—¡Oh! Siempre llegarás alguna parte —dijo el Gato—, si caminas lo suficiente.
(Alicia en el país de las maravillas)
Volver sin nombre
Sería conveniente volver a casa sin nombre: si, por ejemplo, tu niñera te quisiese llamar para que estudiaras la lección, no podría decir más que “¡Ven aquí…!”, y ahí se quedaría cortada, porque no tendría ningún nombre con que llamarte y, entonces, claro está, no tendrías que hacerle ningún caso.
(Alicia a través del espejo)
Ilustración de John Tenniel |
Como al principio
Alicia se puso de puntillas y miró por encima del borde de un hongo: sus ojos se toparon con los de una oruga azul, que la observaba imperturbable, sentada en el centro, con los brazos cruzados, fumando un narguile y sin prestar la menor atención, ni a Alicia ni a ninguna otra cosa. Se contemplaron en silencio durante algún tiempo. Al fin, la oruga le habló con vos lánguida y adormilada:
—¿Quién eres tú?
No era ésta, precisamente, la manera más alentadora de iniciar la conversación. Alicia replicó algo intimidada:
—Pues, verá usted, señor…, yo…, yo no estoy muy segura de quién soy, ahora, en este momento; pero, al menos sí sé quién era cuando me levanté esta mañana; lo que pasa es que he sufrido varios cambios desde entonces.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con severidad la Oruga—. ¡Explícate!
—Mucho me temo, señor, que no sepa explicarme a mí misma, pues no soy lo que era, ¿ve usted?
—¡No veo nada! —dijo la Oruga.
—Temo no poder decírselo con mayor claridad —insistió cortésmente Alicia—, pues, para empezar, ni yo misma lo comprendo. He cambiado varias veces de tamaño hoy y me resulta desconcertante.
—No lo es —replicó la Oruga.
—Bueno, quizá a usted aún no le parezca; pero cuando se haya transformado en una crisálida, y eso ha de pasarle algún día, ¿sabe?, y, después, cuando se convierta en una mariposa, ¿no cree que le parecerá todo eso un poco extraño?
—¡En absoluto! —declaró la Oruga.
—Bueno, quizás tenga usted sentimientos distintos a los míos —dijo Alicia—; pero lo que sí sé es que yo, en su lugar, me sentiría ciertamente muy rara
—¡Ah! ¡Tú! —señaló la Oruga—. ¿Y quién eres tú?
(Alicia en el país de las maravillas)
En la casa del espejo
En la casa del espejo, los libros se parecen a los nuestros, pero tienen las palabras escritas al revés. Lo sé porque una vez levanté uno de los nuestros ante el espejo y entonces los del otro cuarto me mostraron uno de los suyos.
(Alicia a través del espejo)