El bosque donde las cosas pierden el nombre
Mientras se adentraba bajo los árboles, tras haber pasado el lindero del bosque, Alicia se dijo: “Después de tanto calor, vale la pena entrar aquí en este… en este… ¿en este qué?”, repetía sorprendida de no poder recordar cómo se llamaba aquello. “Quiero decir, entrar en el… en el… bueno… vamos, ¡aquí dentro!”, afirmó al fin. “¿Cómo se llamará todo esto? Estoy empezando a pensar que no tenga ningún nombre…”. Se quedó parada ahí, pensando en silencio; y súbitamente continuó sus cavilaciones: “Y ahora, ¿quién soy yo? ¡Vaya si me acordaré!”. Pero de nada le valía toda su determinación. En ese ese momento, se acercó un cervato y se puso a mirarla con sus tiernos ojazos.
—¡Ven! ¡Ven aquí! —le llamó Alicia, alargando la mano para acariciarlo; pero el cervato se espantó un poco y, apartándose unos pasos, se quedó mirándola.
—¿Cómo te llamas tú? —le dijo al fin, y ¡qué voz más dulce tenía!
“¡Cómo me gustaría saberlo!”, pensó la pobre Alicia; pero tuvo que confesar:
—No me llamo nada, por ahora. ¿Me querrías decir cómo te llamas tú? —rogó tímidamente—. Creo que eso me ayudaría un poco a recordar.
—Te lo diré si vienes conmigo un poco más allá —le contestó el cervato— porque aquí no me puedo acordar.
Así que caminaron hasta otro campo abierto. Pero, justo al salir del bosque, el cervato se sacudió del brazo de Alicia dando un salto por el aire.
—¡Soy un cervato! —gritó con júbilo—, y tú… ¡Ay de mí! ¡Si eres una criatura humana!
Una expresión de pavor le nubló los hermosos ojos marrones y, al instante, salió en estampida. Alicia se quedó mirando por donde huía, casi a punto de llorar por perder tan de repente a un compañero de viaje tan amoroso. “En todo caso —se dijo—, al menos ya me acuerdo de cómo me llamo: Alicia… y eso me consuela un poco”.
(Alicia a través del espejo)
A tal palo
El tábano que pica a los caballitos-de-madera también está todo hecho de madera y se mueve por ahí, balanceándose de rama en rama. Vive de savia y serrín.
(Alicia a través del espejo)
—La mejor manera de secarnos sería una carrera en comité.
—¿Qué es eso de una carrera en comité —preguntó Alicia, no porque tuviera muchas ganas de saberlo, sino porque el Dodo había hecho una pausa, como dando a entender que esperaba que alguien dijera algo y nadie parecía que fuera a hacerlo.
—La mejor manera de explicarlo, será haciéndolo.
Lo primero que hizo fue trazar una pista, más o menos en círculo (“La forma exacta no importa demasiado”, dijo), y luego todo el grupo se fue situando por aquí y por allá. Nadie dio la salida, sino que cada uno empezó a correr cuando quiso, de forma que resultaba algo difícil saber cuándo iba a terminar aquello. Sin embargo, después de haber estado corriendo como media hora, y estando todos ya bien secos, el Dodo exclamó súbitamente:
—¡Se acabó la carrera!
Todos se agruparon en su derredor, jadeando y preguntando a porfía:
—Pero, ¿quién ha ganado?
No parecía que el Dodo pudiera contestar sin entretenerse antes en muchas cavilaciones; estuvo durante mucho tiempo con un dedo puesto sobre la frente, mientras el resto aguardaba en silencio. Al fin, sentenció:
—¡Todos hemos ganado!
(Alicia en el país de las maravillas)
El mensajero
—Mira por el camino y dime, ¿alcanzas a ver a alguno de los dos mensajeros? —pidió el Rey.
—No…, a nadie —declaró Alicia.
—¡Cómo me gustaría a mí tener tanta vista —exclamó quejumbroso el Rey—. ¡Ser capaz de ver a Nadie! ¡Y a esa distancia! Con esta luz, yo hago bastante viendo a alguien.
Al rato, llegó el mensajero.
—¿Te encontraste con alguien por el camino? —le preguntó el Rey.
—A nadie —reveló el mensajero.
—Eso cuadra perfectamente —asintió el Rey—, pues esta jovencita también vio a Nadie. Así que, naturalmente, Nadie puede andar más despacio que tú.
—¡Hago lo que puedo! —se defendió el mensajero, malhumorado—. ¡Estoy seguro de que nadie anda más rápido que yo!
—Eso no puede ser —contradijo el Rey— pues, de lo contrario, habría llegado aquí antes que tú.
(Alicia a través del espejo)
Consejos
Alicia solía darse, por lo general, muy buenos consejos (pero rara vez los seguía), y a veces se regañaba tan severamente que se le saltaban las lágrimas; se acordaba incluso de unas buenas bofetadas que se dio ella misma por haber hecho trampas jugando al croquet consigo misma.
(Alicia en el país de las maravillas)
Resta
La Reina roja le dijo a Alicia:
—Prueba a hacer esta resta: quítale un hueso a un perro, ¿qué queda?
Alicia consideró el problema:
—Desde luego, el hueso no va a quedar si se lo quito al perro…, pero el perro tampoco se quedaría ahí si se lo quito: vendría a morderme…, y, en ese caso, ¡estoy segura de que yo tampoco me quedaría!
—Entonces, según tú, ¿no quedaría nada? —insistió la Reina roja.
—Creo que esa es la contestación…
—… equivocada: quedaría la paciencia del perro.
—Pero no veo cómo…
—¿Que cómo? ¡Pues así! —gritó la Reina roja—: el perro perdería la paciencia, ¿no es verdad?
—Puede que sí —replicó Alicia con cautela.
—Entonces, si el perro se va, ¡tendría que quedar ahí la paciencia que perdió! —exclamó triunfalmente la reina Roja.
(Alicia a través del espejo)
Moverse del lado del espejo
—Iré al encuentro de la Reina —dijo Alicia, porque aunque hablar con una rosa tenía su interés, le pareció que más le traería conversar con una auténtica reina.
—Así no lo lograrás nunca —le señaló la rosa—. Te aconsejaría que intentases andar en dirección contraria a ella.
Esto le pareció a Alicia una verdadera tontería; de manera que, sin dignarse a responder, se dirigió hacia la Reina. Pero,no bien lo hubo hecho, y con gran sorpresa por su parte, la perdió de vista y se encontró caminando hacia una casa.
Con no poca irritación, deshizo el camino recorrido y, después de buscar a la Reina por todas partes, se propuso seguir el consejo de la rosa, caminando en dirección contraria. Esto le dio un resultado excelente, pues apenas hubo intentado alejarse durante cosa de un minuto, se encontró cara a cara con la Reina.
(Alicia a través del espejo)