Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

miércoles, 2 de abril de 2014

101. Antología de minificción venezolana I

Editora invitada: Violeta Rojo




Violeta Rojo nació en Caracas, Venezuela, en 1959. Es reconocida dentro y fuera del mundo académico de habla hispana como una de las más importantes teóricas del género de la minificción. Ha publicado Mínima expresión. Una muestra de la minificción en Venezuela, Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009; Breve manual (ampliado) para reconocer minicuentos, Caracas: Equinoccio, 2009; La Minificción en Venezuela, Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2004 (segunda reimpresión 2008); Breve manual para reconocer minicuentos, México: Universidad Autónoma Metropolitana, 1997 y Breve manual para reconocer minicuentos. Caracas: Fundarte/Equinoccio, 1996.




57
   Alfredo Armas Alfonzo (1921-1990)

   Nada nos conmovió tanto a los catorce años como la muerte de María, la niña pura del libro de Jorge Isaacs. Este tomito, encuadernado en cuero rojo, con cantos y tafiletes dorados había pertenecido a la biblioteca del abuelo Ricardo Alfonso, y lo hallé en uno de sus baúles en la habitación frente al tanque. Solamente esas paredes saben cómo lloré durante el proceso de enfermedad, muerte y entierro de María.
   Entonces cuando iba al cementerio de arriba a visitar la tumba de Edda Eligia, la hermanita muerta, me parecía ver la misma siniestra ave negra posada en el brazo de hierro de la cruz. Al yo acercarme, el pajarraco levantaba el vuelo graznando lúgubremente.
   Mi mayor felicidad entonces hubiera consistido en que la tuberculosis acabara con la hija de Narciso Blanco, pero los Blanco eran tradicionalmente una familia de gente sana.
El osario de Dios. Cumaná: Púa, 1969


Pájaros otoñales
   Salvador Garmendia (1928-2001)

   Los filatélicos destiñen la Plaza Mayor de Madrid, en una de esas mañanas del mes de octubre que apenas mueven la cabeza al paso de una ráfaga.
   Ellos circulan de un mesón a otro, evitando pisar a unos gusanos blancos que abundan por allí: los numismáticos.
   Sus miradas revolotean sin prisa sobre esas alturas donde reposa la escama de las artes gráficas.    Pican aquí y allá como pájaros en tiempo de sequía, y más tarde se llevan a sus casas, ocultas bajo los abrigos, dos o tres de esas pequeñas hojas con la cara de un general muerto, un monoplano destechado o una pose de yak de Mongolia con fondo de montañas nevadas.
   El adicto las arrulla con el calor de su cuerpo, mientras las conduce a su cuarto, y espera poder meterlas en su cama muy pronto, aún vivas.
Hace mal tiempo afuera. Caracas: Fundarte, 1986


Venganza
   Luis Britto García (1940)

   Después de tantos años reencuentro a la que me ignoró completamente cuando muchacho y disfruto la venganza de verla vieja, tan acabada, tan arrugada. Ella no puede verme porque sólo el recuerdo hace visible los fantasmas.
Andanada. Barcelona: Thule, 2004.


Suspenso
   Eduardo Liendo (1941)

   Ese astuto cojo, que sacudía violentamente un pie en el aire antes de posarlo en el piso, era el único bípedo que desconcertaba a los mosaicos
El cocodrilo rojo. Caracas: Seleven, 1987.


La muerte viaja a caballo
   Ednodio Quintero (1947)

   Al atardecer, sentado en la silla de cuero de becerro, el abuelo creyó ver una extraña figura, oscura, frágil y alada volando en dirección al sol. Aquel presagio le hizo recordar su propia muerte. Se levantó con calma y entró en la sala. Y con gesto firme, en el que se adivinaba, sin embargo, cierta resignación, descolgó la escopeta.
   A horcajadas en un caballo negro, por el estrecho camino paralelo al río, avanzaba la muerte en un frenético y casi ciego galopar. El abuelo reconoció la silueta veloz del enemigo. Se atrincheró detrás de la ventana, aprontó el arma y clavó la mirada en el corazón de piedra del verdugo. Bestia y jinete cruzaron la línea imaginaria del patio. Y el abuelo, que había aguardado desde siempre este momento, disparó. El caballo se paró en seco, y el jinete, con el pecho agujereado, abrió los brazos, se dobló sobre sí mismo y cayó a tierra mordiendo el polvo acumulado en los ladrillos.
   La detonación interrumpió nuestras tareas cotidianas, resonó en el viento cubriendo con un manto de zozobra nuestros corazones. Salimos al patio y, como si hubiéramos establecido un previo acuerdo, en semicírculo rodeamos al caído. Mi tío se desprendió del grupo, se despojó del sombrero, e, inclinado sobre el cuerpo aún caliente de aquel desconocido, lo volteó de cara al cielo. Y, alumbrado por los serenos reflejos ceniza del atardecer, brilló el rostro sereno y sin vida del abuelo. 
La línea de la vida. Caracas: Fundarte, 1988


Cena
   Gabriel Jiménez Emán (1950)

   La mesa estaba preparada. Dentro de unos instantes comenzaría la cena. Sólo debían sentarse los invitados, que en cualquier momento llegarían.
   Efectivamente poco después llegaron los invitados, y aquel par de enormes leones, agazapados debajo de la mesa, esperaron a que los invitados se sentaran para comenzar la gran cena.
Los dientes de Raquel y otros textos breves. Caracas: Monte Ávila, 1993.


Futuro imposible
   Luis Barrera Linares (1951)

   En secreto, el anciano hombrecillo siempre afincaba en el piso las puntas de los pies, brazos arriba entramados y móviles, como una bailarina en ascenso. Levantaba los talones hasta sentir dolor en los dedos aplastados por el peso del cuerpo. Hacia arriba, veía con anhelo la altura inalcanzable de las nubes.
   Sus diminutos pies flotaban cual hojas de otoño dentro de los zapatos. La mirada diaria de su ropa mínima lo llevaba a recordar las pretéritas fiestas de muñecas de sus hermanas. Desde los tiempos de adolescencia, el talle ínfimo de la cintura lo había obligado a recortar los cinturones.
   No obstante, lo que más lo atormentaba era tener que maldecir a la genética. Principalmente desde que su hijo de siete años y un metro cincuenta de estatura le había hecho la pregunta inocente y cariñosa, a sabiendas de que su condición de enano no le había permitido responderla:
   —Papá, ¿y a ti qué te gustaría ser cuando seas grande?
Cuentos en-red-@-dos. Caracas: La duda melódica, 2003.

Harold Kremer: “El amor se ha confundido con la posesión, con la uniformidad”

 Entrevista con Andrés Osorio Guillott

 

En “Doce mujeres, doce pequeñas muertes”, el autor caleño expone comportamientos del machismo y la cultura patriarcal que terminan permeando todos los vínculos posibles entre hombres y mujeres.

Harold Kremer es fundador de la Red Nacional de Talleres de Creación Literaria y cofundador de la revista de minicuento Ekuóreo.

 

¿Por qué las mujeres como protagonistas?

 

Desde uno de mis primeros cuentos, Sueño de amor, escribo sobre mujeres. No era consciente de eso hasta que un amigo psicoanalista me dijo que en mis cuentos siempre estaba presente “el amor, la muerte y las mujeres”. Me crié en un matriarcado muy grande (10 hermanas, cinco tías, más comadres, vecinas y primas), en el que mujeres de diferentes edades siempre llegaban con historias de lo que les había sucedido y las narraban con una facilidad muy atractiva. Recuerdo que no me dejaban hablar y cuando levantaba la mano para hacer una pregunta, me callaban. Esas mujeres me enseñaron, sin saberlo, algo fundamental para un escritor: saber escuchar, algo que, años después, Capote y Talese recomendaban para la escritura. No sé por qué razón las mujeres me cuentan sus cosas sin necesidad de preguntarles. Solo sé que son grandes narradoras orales y que van de la realidad a la ficción con una maestría envidiable. Necesitan ser escuchadas, algo que muchos hombres lo señalan peyorativamente. En menos de la mitad de mis cuentos las protagonistas son mujeres. El resto son narradores hombres.

 

¿Por qué ese elemento tan presente de la muerte y la fatalidad?

 

La muerte rondó gran parte de mi infancia y adolescencia por el suicidio de mi hermano José. Sentí que habría podido evitar esa muerte y me eché una culpa que todavía me asalta en algunas noches de pesadillas. La vida me ha enseñado que la fatalidad siempre está acechándonos, a un paso de nosotros. La felicidad que he percibido en algunos seres humanos muchas veces es falsa, acomodada a circunstancias de conveniencia en las que se sufre calladamente. Siempre he creído que la armonía está en cada uno de nosotros y no depende de otros. En el amor, por ejemplo, hay una dependencia viciosa que lleva precisamente a la fatalidad. Se cree que necesito de otro para que me confirme, me perdone, me guie, me lleve por el camino de la felicidad. Y cuando todo falla, llega la inevitable derrota. 


En muchos cuentos se muestra la sociedad violenta en su cultura y su comportamiento, ¿por qué ese contexto de peligro y miedo alrededor de las personajes?

 

Porque la realidad es violenta, no es un camino de rosas, no es la historia del idiota que es feliz acariciando una alpargata. Mira, por ejemplo, el índice de feminicidios en Colombia. Mira lo que fueron los siglos XIX y XX. En el siglo XIX creo que hubo más de 100 guerras civiles. Siempre hemos sido violentos, incapaces de escuchar al otro, de aceptar su diferencia. Y esto sucedió en toda Latinoamérica. Esa violencia social se refleja en las relaciones de familia, en las parejas, en los individuos. Cuando se impide que el otro exprese sus ideas, asuma su vida, ya empieza la violencia.

 

Tal vez conectado con lo anterior, ¿los relatos reflejan de una u otra forma la violencia patriarcal y el machismo que ha afectado a tantas mujeres?

 

Mis tíos maternos manejaron, al morir mi abuelo, la herencia, porque las mujeres no tenían ese derecho de decidir. En tres años acabaron con una muy buena herencia, se la bebieron, se la putearon y dejaron a mi abuela, mi mamá y mis tías sin nada. Y todo eso, respaldados en esa época por las leyes y el Estado. Somos una sociedad patriarcal que excluye a las mujeres de decisiones trascendentales. Solo les permitimos tomar decisiones cotidianas, bobas, como escoja usted, pues, qué marca de salsa de tomate vamos a llevar. En muchas relaciones el hombre, poco a poco, conoce la psiquis y la intimidad de la mujer no para resaltarla, sino para destruirla, para avasallarla y anularla. 


“La vida se la jode uno mismo, nadie te la jode”. ¿Podríamos hablar más sobre esta frase? ¿Es responsabilidad de cada quien los dolores que padece?

 

Bonita frase, ¿no? Sí, en últimas cada quien es responsable de sí mismo. Creo que hombres y mujeres deben luchar por sus anhelos y deseos. La construcción del individuo es personal, y parte de una búsqueda en la que nos relacionamos con otras personas que nos aportan cosas negativas y positivas. Cada cual construye su propio infierno.

 

Muchos personajes ven con desencanto o con resignación su realidad, ¿por qué esa tendencia al desasosiego y por qué esa especie de nihilismo tan presente en varios personajes?

 

Te lo repito: la realidad es dura, no es una nube acaramelada. Todos aprendemos y algunas de estas mujeres de mis cuentos aprendieron con la derrota y la humillación. Sus siguientes relaciones ya no serán las mismas de antes, están más preparadas para asumir sus vidas. Y son nihilistas porque no son pendejas. Ya son capaces de poner límites, de expresar sus deseos, de asumir sus existencias. Sin embargo, otras mujeres no aprendieron nada y lo que hacen es repetir, calcar, sus relaciones anteriores, inicialmente un camino de rosas y, al final, lo mismo de siempre.

 

Hay varias historias de amor en el fondo que tienen mucha violencia. ¿Cómo entender que algunos, en nombre del amor o la lealtad, permitan o legitimen actos o gestos violentos?

 

El amor se ha confundido con la posesión, con la uniformidad. Debes pensar como yo, debes actuar como yo, debes ocultar hasta tu sonrisa porque pensaran que eres una puta. Y si eres puta, como le dice el chulo a una personaje de una de mis novelas, te prohíbo que te dejes besar de un hombre porque los besos son solo míos. La posesión en una relación es lenta, agazapada, inicialmente en pequeños detalles hasta que aparece con fuerza y, luego, se toma el cuerpo y el alma. Desafortunadamente, las mujeres, en su mayoría, toman esto como demostraciones de amor y afecto. Y no saben (¿o sí saben?) que están construyendo su fracaso.

 

Hay un roce y una tensión constante también con el placer o los placeres, con apetitos sexuales y adicciones. ¿Por qué esa presencia del placer y qué opina de él como un elemento que puede reafirmar la condición humana?

 

La sexualidad es uno de los pilares fundamentales de la posesión. Y también es una forma de liberación. La sexualidad se expresa de muchas formas, diría que, de acuerdo con nuestra formación, de lo que vivimos culturalmente en nuestra infancia. A veces es lo único que confirma una vida, la búsqueda de la individualidad. El placer en general es un remedio contra el desasosiego, contra la asfixiante cotidianidad, contra la tristeza. Tal vez se reafirma la condición humana, el dolor de existir.

 

Entrevista a Guillermo Bustamante Zamudio

 

Historia de la literatura

 

Al principio era el verbo, de manera que hubo poesía. Luego hubo papel y hubo tiempo, de manera que grandes sagas fueron propicias para un mundo mitad desconocido, mitad inventado. Más tarde hubo imprenta, y hubo paciencia; ya casi todo estaba descubierto, de manera que hubo novela, saga del espíritu. Pero todo empezó a agotarse —el tiempo, el papel, la paciencia—, de manera que hubo cuentos, cada vez más cortos. Antes del final, sólo quedará el verbo y tal vez, de nuevo, la poesía.

 

María Eugenia Rojas A.: ¿Tu vida infantil o juvenil determinó tu predilección por la literatura y el deseo de narrar?

 

Hubo un profesor —León Vallejo— a quien le dolían, delante de sus estudiantes, las cosas del lenguaje y de la literatura. A partir de ahí, yo elegí que eso también me doliera a mí, para lo cual, empecé a trabajar, en la medida de mis posibilidades y de mis perezas. He hecho una investigación a lo largo de muchos años. Como no digo que es una investigación, los entrevistados responden honesta y auténticamente. He aplicado la prueba, una y otra vez. No voy detrás del conjunto —la humanidad— para obtener confirmación, como si existiera la inducción, sino que me satisfacen las respuestas. Mi pregunta es: ¿cómo eligió usted su asunto? Y siempre la respuesta involucra a otro. Nadie dice que la aparición, ante sus ojos, del teorema de Pitágoras (o de la Muralla china, o de los alquenos, o del río de Heráclito, o de las doce cervicales) le transformó la existencia. Podrían haber sido asuntos como esos, sí, pero presentados por alguien a quien le dolían.

 

MER: ¿Cómo te vinculas con el minicuento?

 

A través de Harold Kremer. Cuando, siendo estudiantes, nos propusimos hacer una revista, fue él quien sugirió esa veta para trabajar. Desde ese momento, yo no sólo buscaba textos que deliberadamente hubieran sido escritos de manera breve, sino que entresacaba relatos breves de obras más estiradas (novelas, cuentos, entrevistas). ¿Acaso el límite de un texto está determinado por la formalidad de un cierre? (lo verifican las segundas partes —Quijote—, las ampliaciones —La mujer justa—). Cuando hago un subrayado en un libro, ¿no estoy entresacando un texto breve que, para mí, tiene cierta unidad? (tanto que a veces los usamos de epígrafes). Y, para que el asunto no muera en un artificio delirante, basta con ponerlo ante el otro. La antología Cuentos breves y extraordinarios, de Borges y Bioy (años 50) está constituida, en gran medida, por fragmentos. Igual hicieron Edmundo Valadés en los años 70 (El libro de la imaginación) y, para comenzar el siglo, Brasca & Chitarroni (Antología del cuento breve y oculto, que ya lleva la trampa en el título). Delimitar el minicuento no coincide necesariamente con los textos de hecho escritos. Así mismo, hay que desagregar el H2O del agua salida del manantial, que está mezclada con decenas de otros minerales. Abultadas obras de la literatura mundial están hechas sobre la base de pequeños textos a los que se les propone cierta unidad: Las mil y una noches, El conde Lucanor, Decamerón

 

MER: ¿Cuál consideras que es el mejor que has escrito?

 

Me estás pidiendo una selfi y yo no uso celular. La lógica-selfi se ha diseminado en la vida cotidiana. Por ejemplo, leí una dedicatoria en un trabajo de grado que rezaba así: “Me dedico esta tesis a mí mismo”. La exageración freudiana de la pulsión como unos labios besándose a sí mismos, es hoy una realidad fáctica. Y como no me quiero caer al precipicio por tomarme una foto al pie del barranco, más bien te podría citar tres minicuentos que acabamos de seleccionar para armar una entrega de nuestro blog: 1.– Despedida: «El arco dice bajito a la flecha, al despedirla: tu libertad es mía» (Rabindranath Tagore); 2.– El arquero y el águila: «Un águila, mortalmente herida por un arquero, sintió un gran alivio al descubrir que la pluma que llevaba la flecha era una pluma suya. “De veras, habría sido muy desagradable —se dijo— pensar que había otra águila metida en esto”» (Ambrose Bierce). 3.– La flecha: «La flecha lanzada está en reposo. Durante su trayecto, siempre estará en determinada posición, instante en el que no tiene tiempo para moverse; igual en el siguiente instante, y en el siguiente…» (Zenón de Elea).

 

MER: Y entonces, para ti, ¿qué determina un buen relato?

 

Si se trata de lo que considero un buen relato, hay una respuesta rápida: es bueno si me gusta o si salió en Ekuóreo. A uno le gusta un relato por razones que en gran medida le son desconocidas: ¿qué tanto tienen que ver el autor, el amigo que nos regaló el libro, la edad que teníamos al leerlo, la persona que nos lo recomendó, la distancia cultural o histórica con el documento? ¿Cómo saber de las resonancias del texto con nuestro estado de exánimo, con la densidad de nuestro corazón? (Todas estas posibles razones, anotarlas también para decidir por qué no nos gusta un relato). Ahora bien, si la pregunta es lo que determina —como dices— un buen relato, pues ya nos ponemos serios, deterministas. Y entonces habría que especificar la teoría desde la que hablamos. En general, yo diría que un texto no puede decir ni más ni menos de lo que su propio proyecto escritural va constituyendo. Por eso podemos hacer un minicuento quitando ciertos remanentes de un relato extenso, o por eso puede Cortázar agregarle al sueño de la mariposa unos detalles y obtener La noche bocarriba. Sin embargo, cada proyecto escritural es de época también. Es muy difícil tu pregunta… me haces pensar en la música: ¿qué determina una buena pieza? Siempre he gozado de las canciones de Celina y Reutilio que tienen, no obstante, una estructura musical elemental. Y si bien he aprendido a disfrutar de música más compleja, cuando suena “¡Que viva Changó!”, no puedo dejar de agradecer la existencia.

 

MER: Háblame de aquellos maestros que influenciaron tu escritura

 

Mi profesor de geografía en tercero de bachillerato. No sé si fue por iniciativa suya, pero nuestro grupo de estudio trabajaba ingentemente en hacer resúmenes. Como en una matrioshka (o como en cierto cuento de Papini), hacíamos resúmenes de resúmenes de resúmenes… Después de hacer esto recurrentemente, ya no había necesidad de chancuquiar. Creo —ahora que me lo preguntas— que fue mi maestro de relatos breves. Después vino un maestro de español y literatura que escribía en el tablero ideas cortas para ser discutidas por escrito. No era infrecuente que alguno de los comentarios pasara luego al tablero y fuera objeto de la misma operación. En acto, el profe nos metió en la lógica del campo —como diría Bourdieu—. Nos hacía exámenes con libros; si uno no llevaba libros al examen, lo perdía. El resultado era un ensayo que debía tener bibliografía, notas de pie de página. Yo tenía 14 años. De esa época es nuestro —un grupo de cuatro— primer “libro”: una antología de cuento colombiano (encuadernada por mi abuelo), comentada con base en la teoría del narrador que habíamos visto en clase. Desde entonces no dejo de escribir. Ahora bien, no sé si me preguntas por maestros en el sentido de escritores. En ese caso, la respuesta es más embarazosa, pues poner a un escritor en relación de “influencia” con lo que yo hago sería ofenderlo. Me picó la teoría que nos vendieron de la mejor manera algunos profesores; me picó el psicoanálisis como efecto de una extensa experiencia subjetiva; me picó la literatura porque le devuelve una pregunta a la realidad. Esas experiencias no están ausentes de lo que escribo, pero ¿cómo? Finalmente, hay un “maestro” que me autorizó a estudiar lo que quisiera, pese al reparo familiar ante la idea de inscribirme en literatura: ¿por qué no la tomas más bien como hobby?

 

MER: ¿Como te relacionas con Harold Kremer?

 

Mi versión ha sido desmentida públicamente por Harold, pero yo continúo sosteniéndola, a la manera de El impostor inverosímil Tom Castro, de Borges: uno ya no sabe si ocurrió o si está siendo fiel a un enunciado que oyó y que confunde con la realidad. Un recuerdo encubridor, decía bellamente Freud. El caso es que, por interpuesta persona, conocí a Harold en la Universidad Santiago de Cali, cuando quedaba frente al Teatro Municipal. Me entregó un cuento y me pidió un concepto. Al otro día, le devolví un par de hojas (escritas en un extraño papel anaranjado… testimonio de la fidelidad de mi relato) en las que desembuchaba mis pininos teóricos. Él se molestó, pues no quería teoría literaria, sino una reacción de lector: el narrador ¿es convincente?, ¿quedaría mejor si habla en pasado?, el final ¿es contundente? Teoría aplicada, digamos, y no retórica. Esa discusión no ha terminado, 40 años después. Siendo jóvenes, vimos películas “en continuo” —como se decía en la época—, oímos salsa, escuchamos el concierto Nº 1 para piano de Tchaikovsky y la Rhapsodia en Blue de Gershwin y leímos a Lovecraft. Luego, de viejos, seguimos oyendo salsa y hablamos de los libros que hemos leído y hemos hecho ya cinco antologías publicadas (más dos inéditas).

 

MER: ¿Cuál es tu versión sobre la creación de Ekuóreo?

 

Así comienza un refrán: si de joven no eres de izquierda, no tienes corazón… (Churchill, matizado por Brandt). En la universidad, éramos de izquierda. Una izquierda atravesada por una vida cultural intensa. Por eso, los comunicados (“chapolas”, era su nombre) que los grupos de izquierda hacían circular en la universidad se nos antojaban apocados: pobre diagramación, repetición de ideas, lenguaje exiguo, cero imaginación. ¿Podíamos prestar nuestras manos para que siguieran circulando?, ¿leerlos sin que nuestra vocación literaria suspirara? Así fue como inventamos una chapola que, por sus formas —no por sus quejas—, objetara el conjunto de las chapolas. Diagramamos una hoja por ambas caras, como buena chapola, pero, a la hora de poblarla, sólo le cabían minicuentos, rechazaba otro tipo de documento. Nació, entonces “Ekuóreo, revista de minicuentos”. A partir de ahí, quedé —como dice una de tus preguntas anteriores— vinculado con el minicuento, como quien recibe los remos del barquero y queda condenado a reemplazarlo hasta que otro no se los reciba.

 

MER: ¿Por qué te apasiona el minicuento?

 

Como dice la escritora rusa Lilí Brik, uno no se pega un tiro porque es más fuerte que las contradicciones que le desgarran o porque no tiene ni idea de lo que es una contradicción. Me apasiona la respuesta que algunas personas son capaces de dar a esas contradicciones: con sonidos, con la palabra, con el color… pero también con la inteligibilidad. Aunque uno no logre estar a la altura, cree vislumbrar que ciertas personas sí. Muchos minicuentos —cada vez más— se exhalan desde la posición de no tener ni idea de lo que es una contradicción. Otros, en cambio, me parece que están a la altura de la indigencia humana, y por eso me apasionan. Por ejemplo, éste de Borges… te lo digo de memoria, pero espero que quede después en la transcripción de la entrevista:

 

Inferno, I, 32

 

Desde el crepúsculo del día hasta el crepúsculo de la noche, un leopardo, en los años finales del siglo XII, veía unas tablas de madera, unos barrotes verticales de hierro, hombres y mujeres cambiantes, un paredón y tal vez una canaleta de piedra con hojas secas. No sabía, no podía saber, que anhelaba amor y crueldad y el caliente placer de despedazar y el viento con olor a venado, pero algo en él se ahogaba y se rebelaba y Dios le habló en un sueño: Vives y morirás en esta prisión, para que un hombre que yo sé te mire un número determinado de veces y no te olvide y ponga tu figura y tu símbolo en un poema, que tiene su preciso lugar en la trama del universo. Padeces cautiverio, pero habrás dado una palabra al poema. Dios, en el sueño, iluminó la rudeza del animal y éste comprendió las razones y aceptó ese destino, pero sólo hubo en él, cuando despertó, una oscura resignación, una valerosa ignorancia, porque la máquina del mundo es harto compleja para la simplicidad de una fiera.

Años después, Dante se moría en Ravena, tan injustificado y tan solo como cualquier otro hombre. En un sueño, Dios le declaró el secreto propósito de su vida y de su labor; Dante, maravillado, supo al fin quién era y qué era y bendijo sus amarguras. La tradición refiere que, al despertar, sintió que había recibido y perdido una cosa infinita, algo que no podría recuperar, ni vislumbrar siquiera, porque la máquina del mundo es harto compleja para la simplicidad de los hombres.

 

MER: ¿Crees que el conocimiento de teorías o las técnicas de escritura han sido necesarias en tu producción literaria?

 

Zuleta decía —aludiendo a Leonardo da Vinci— que aprender lo imitable daba lugar a situar lo inimitable. Me gusta mucho esa idea, pues el acto creativo se da en la escena del otro. Hay una discontinuidad, pues no hay técnica o teoría que expliquen el acto creativo. Pero el creador echa mano —de alguna extraña manera— de algo que está en el otro. No puedo decir en qué medida (positiva o negativa, para decirlo toscamente) la manera como compone un escritor tendrá o no un eco en mis futuras palabras. Así mismo las teorías. En cualquier caso, no se trata de una relación causal. No creo que haya escritores, de esos que te hacen sentir dolor de humanidad (como Márai), que provengan de una teoría o de una técnica. Otros, que “tienen oficio”, sí pueden seguir una fórmula. Y hay clientes para eso: se llama el gran público. De un autor que nos encantaba en la juventud, Borges dijo —con su fina ironía— que era un escritor de palabras.

 

MER: ¿Y los viajes o vivir en otras ciudades por fuera de tu ciudad natal han influenciado tu escritura?

 

En un poema de Cavafis alguien dice que se marchará a una ciudad mucho más bella de lo que ésta pudo ser o anhelar. Y otra voz le contesta: al arruinar tu vida entera en este sitio, la has malogrado en cualquier parte de este mundo. Eso me recuerda una fábula: conminado por su dueño a salir de la jaula y ser libre, el pájaro responde que no quiere estar preso en el mundo y prefiere el único hogar que conoce; como de todas maneras su carcelero está obligado a soltarlo, el ave le pide que, entonces, le quite el fondo a la jaula; saca las patas por debajo y se aleja, sosteniendo su prisión con sus alas desplegadas. Kant, que nunca salió de Königsberg, hizo una filosofía conocida en todo el mundo. En cambio —esto es un chisme—, un director de un grupo de teatro caleño, enviado por su opulenta familia al viejo mundo, se devolvió antes de tiempo “porque en Europa no hay mucho que hacer”.

 

MER: ¿Como se da tu relación con el ensayo?

 

Me va mal con las revistas indexadas. Muchos de los artículos de esas publicaciones son neutros, no dicen mucho y rubrican con estadísticas las ideas más tontas. Es esperable, pues son sólo para el consumo incestuoso escolar. Nadie piensa así —espero— pero sí puntúa escribiendo así. Yo escribo bastante, con la intención de entender, y cada vez me rechazan más artículos. No sé si esos textos que hago son “ensayos” o no, pero me satisface hacerlo. Mi problema es que escribo desde antes de poder delimitar un “Resultado de investigación”, de una “Reflexión”, de una “Revisión”; cuando la diferencia entre ‘cualitativo’ y ‘cuantitativo’ no era una oposición, pues estaban en niveles de análisis distintos. Tengo un par de refugios: Tardes amarillas, una página web argentina, y un par de blogs de los que soy parte.

 

MER: ¿Tus estudios y trabajo psicoanalítico marcan tu producción literaria?

 

Conozco un libro de relatos cortos “perpetrado” —como decía Borges de sus poemas— con pormenores tomados del consultorio. Eso evidencia la posición de ese psicólogo: no está ahí para exacerbar la singularidad del sujeto, sino para obtener historias destinadas a sus relatos. ¡Debería pagarles a sus pacientes! ¡Ellos lo están educando! La novedosa escucha que Freud introdujo, con el fin de hacer existir la dimensión subjetiva, no apunta a las anécdotas (aunque pase por ellas). Él la llamaba atención flotante: no te puedes distraer con el significado, pues se te escapa lo importante. Ha pasado más de un siglo y no nos enteramos: ¡no es un diálogo!, ¡no es intersubjetividad!, ¡no es comprensión! De tal manera, por estar escuchando la historia que después se va a robar, el psicólogo de marras se pierde de las marcas significantes que no apuntan al significado. Los historiales de Freud no son anécdotas, son estudios de casuística psicoanalítica. Entre la “novela familiar del neurótico” y el historial hay un esfuerzo de reducción. Cuando estuve leyendo a Mishima, llegué a la novela Música. ¡Cuánta ingenuidad para entender los asuntos de una consulta en el campo anímico! (en cambio, cuánta comprensión del alma en ciertos escritores: tanto Freud como Lacan decían que los escritores se les habían adelantado). La primera sesión, documental de Gerard Miller, trae a cuento la experiencia de muchas personas en Francia con el psicoanálisis. Lo recuerdo a propósito de los escritores: he oído a algunos que dicen evitar un psicoanálisis porque les “quitarían sus fantasmas” y entonces ya no escribirían. No sabe uno si están creyendo demasiado en lo que hacen o si se están defendiendo de un análisis… o ambas cosas. En el documental hay varias declaraciones de escritores que, tras un psicoanálisis, no sólo no vieron menoscabada la “fuente” de sus obras, sino que dejaron caer algunos de los escollos que se erigían a la hora de escribir. Hay autores que, no importa lo que toquen, siempre hablan de lo mismo y de la misma manera (como cierto “realismo sucio” que anda por ahí). Y también hay escritores que son capaces de dejarse trabajar por la palabra.

 

MER: ¿Y tu profesión de docente?

 

No sé si la profesión docente más bien me distanció de la escritura literaria. ¡No podemos tenerlo todo! Igual, me gusta ser profesor y trabajar intensamente, pero no en la “preparación de clase”, sino en la preparación para estar a la altura de ese escenario. He escrito un par de relatos sobre el tema educativo, pero no creo que hubieran requerido ser maestro. También he escrito sobre el diluvio y nunca he llovido.

 

MER: ¿Y la militancia política en tu juventud?

 

¡Qué importante fue haber tenido esa militancia! Como he comentado, era una época de intensa actividad cultural. Había que leer mucho. Los autores de los que nos servíamos para pensar una vida social más digna no sólo habían propuesto la “toma del poder”, sino que también estaban interesados en comprender la especificidad humana. Pienso que me vacuné del panfleto desde el comienzo. No estábamos en una tendencia que autorizara o prohibiera ciertos textos. Estudiamos interrogándonos, no sólo interrogando al otro. Como teníamos una propuesta, no éramos el corifeo del gobierno con signo negativo. No éramos antigobiernistas, sino pro-socialistas. No digo que sea el único camino, pero fue parte del nuestro. Hoy, en la universidad, veo a una juventud que no cabe en el cuerpo —igual nos pasó— pero que conduce esa desazón de una manera menos documentada, más visceral, digamos.

 

MER: ¿Te consideras comprometido con este momento histórico en tu país?

 

Por supuesto. De un lado, hacer psicoanálisis es quitarle esclavos al amo, al decir de Freud, pero uno por uno. Curiosa idea: luchar contra el amo (del color que sea), pero a escala individual. Esto es absolutamente consistente con la manera como se produce el ser-hablante (de lo contrario, las sesiones podrían ser colectivas). Para Freud, el psicoanálisis era revolucionario; para Lacan, en cambio, es subversivo, no revolucionario (una ‘revolución’ es una vuelta para llegar al mismo punto). Y, de otro lado, pretendo una docencia —vaya uno a saber si lo logro— que incida sobre el régimen de satisfacción de los estudiantes, haciéndolo pasar por el saber. Tú que eres maestra sabes muy bien de la situación actual: indiferencia por el saber, agresión, falta de límites, concentración total en el celular. Ahora los inteligentes son los Smartphone.

 

MER: ¿Cómo es tu rutina de escritura?

 

No tengo rutina. Escribo por necesidad. Con frecuencia también escribo por burocracia: informes de actividades, conceptos sobre tesis, elaboración de documentos para asuntos diversos de la universidad… pero eso no cuenta. Escribo porque quiero, porque lo necesito; lo cual no está exento de problemas. Uno de los principales es la pereza y la procrastinación. Podría verse una contradicción entre decir que se necesita escribir y aducir esos problemas. En mi caso, escribir es luchar contra los problemas. Tratar de estar a la altura. Que otros ya lo hayan inventado, que otros lo logren… es problema de ellos. Si no, después de leer a Homero, a Durrell, a Broch, a Márai, a Borges… uno no escribiría.

 

MER: Cuando escribes o cuando dictas una conferencia ¿buscas un receptor particular?

 

Acabo de escribir sobre eso. Resulta que el Menón de Platón empieza con una pregunta del icfes: «Me puedes decir, Sócrates: ¿es enseñable la virtud?, ¿o no es enseñable, sino que sólo se alcanza con la práctica?, ¿o ni se alcanza con la práctica ni puede aprenderse, sino que se da en los hombres naturalmente o de algún otro modo?». Entonces, me puse a pensar en la posición asumida y la posición asignada y encontré (no quiere decir que no esté ya inventado) que hay un enunciador de cuya inefable y estúpida existencia —como dice Lacan— nada sabemos, un enunciador-supuesto-por-el-enunciador, un enunciador-supuesto-por-el-coenunciador y un enunciador-producido-por-el-texto. Igual operación en el otro extremo. Ese movimiento y la relación entre tales instancias obligan a proponer que los sujetos están en formación y que el lazo social está en construcción (pues el realizativo es objeto de iguales suposiciones y de las pretensiones concomitantes). En pocas palabras: tu pregunta es muy difícil. Ni siquiera cuando uno le hace un poema al objeto de su amor podemos saber quién lo escribe, ni a quién se lo dirige. ¡Si uno diera lo que tiene!... pero ni sabe qué tiene, ni sabe lo que realmente da. Cuando escribo o cuando dicto una conferencia, me encantaría producir un cómplice.

 

MER: ¿Qué elementos tienes en cuenta al elegir microrrelatos para tus antologías?

 

Las siete antologías que hemos hecho ha sido en combo: con Harold y, ahora, también con Henry Ficher, con quien urdimos el blog de Ekuóreo (https://e-kuoreo.blogspot.com/). Eso tiene la ventaja de equivocarse colectivamente. Hay un filtro: si un texto no nos gusta a todos, no se incluye (aunque se puede hacer campaña). Claro que no podemos hacer de lado las afinidades, después de haber trabajado tanto tiempo juntos. Cualquier criterio que esgrimamos, con seguridad será desmentido por al menos uno de los textos elegidos. De todas maneras, tratamos de no incluir chistes, ni textos que digan más de lo necesario o que pretendan adoctrinar; nos gustan los que desverosimilizan la realidad (más que hacer verosímil el relato), que juegan con los signos y que tienen mendó (Buscando guayaba, Rubén Blades). Pero ¿cuál minicuento cumple con todo eso? De pronto escogemos separadamente por cada criterio; y los que más se salvan son los que incorporan varios. Mejor dicho: que digan los lectores.

 

MER: ¿Qué te deja la experiencia de Ekuóreo?

 

Mucho… pero te quiero contar sólo una anécdota: en 1996 me llamó desde Washington Carlos Paldao, el editor de la Revista interamericana de bibliografía [RIB] de la OEA. La entrega sobre el microrrelato que estaba preparando no podía salir sin una mención a Ekuóreo, luego de que Edmundo Valadés hubiera declarado que nosotros habíamos hecho la primera revista especializada en minicuentos. Hicimos copias de los 30 números de la primera época de la revista y las mandamos junto con un ejemplar de nuestra Antología del cuento corto colombiano, publicada por la Universidad del Valle, en 1994. El número especial de la RIB salió en el Vol. XLVI, Nº 1-4 de 1996. En la página 4 dice: «Razones de tiempo y espacio nos impidieron incluir la indexación bibliográfica de la casi utópica “revista” colombiana Ekuóreo que, al cierre de esta edición, re-descubrió para la RIB el entusiasmo de Francisca Noguerol y de la que generosamente sus editores nos hicieron llegar un juego completo». Harold comentó: si hubiéramos sabido que íbamos a ser famosos, habríamos hecho la revista más bonita.

 

MER: ¿Cómo recibes los premios obtenidos por tu producción literaria?

 

Me gustó que me hubieran premiado. Algo tiene que ver con lo escrito, a juicio del jurado, pero no es el tribunal de la literatura. El Nobel lo puede recibir Bob Dylan y no Borges… y no tengo nada contra la “nueva expresión poética en la canción americana”. Incluso el haber recibido el primer premio me animó a desempolvar textos que vivían a máquina. El segundo tuvo para mí, además, la satisfacción inmensa de que en el jurado estaba un profesor al que siempre quise mucho: Fernando Cruz Kronfly.


MER: ¿Qué buscaste al escribir: “Oficios de Noé”?

 

Exacerbar. Me gustan mucho ciertos textos que llevan algo encantador hasta el extremo. Pienso en las novelas La invención de Morel y Plan de evasión, de Bioy Casares. Cuando le di a leer a Pablo Montoya una serie de minicuentos, él me señaló que valdría la pena sacarle más jugo a los pocos cuentos que ahí había sobre Noé y el diluvio. Me puse en ello durante dos años, pero no sentado tratando de llenar páginas, sino pensando en eso. Sólo me sentaba para escribir una idea que me presionaba. Las ideas no surgían frente a la “página en blanco”, sino en las extrañas decantaciones que tienen en uno las palabras, la interacción, los recuerdos, las lecturas. Algunas ideas parecen interesantes, pero se resisten a ser escritas. También escribía cuando una frase insistía; en ese caso, la pregunta era: qué idea adosarle. Algunos cuentos son fluviales, otros son lacustres. Unos le gustan a uno, pero a nadie más; en otros no invertí grandes afectos y, sin embargo, les gustan a los lectores. Algunos terminan como uno quisiera, otros como la escritura los fue orientando. Alguna vez alguien me preguntó si era cierto lo que yo decía en un cuento sobre el ajedrez, tal vez porque está escrito como una historia real. Ese momento me hizo momentáneamente feliz, pues es el lugar donde quiero escribir: entre ensayo y ficción. Es algo que marca varios cuentos de Oficios de Noé. Me encanta la idea de interpolar una ficción a la realidad. Alguna vez lo hicimos. Esto incorpora más elementos de los que Wagner convocaba para su soñada obra de arte total. En un ensayo sobre el mambo, nos inventamos —con sólidos argumentos— a Kium Zem, el hombre que gritaba “¡Uhh!” en las obras de Pérez Prado. Expusimos el trabajo en un congreso y lo hicimos público en dos transmisiones radiales internacionales. Para abreviar, mi alegría llegó al top cuando, años después, en una fiesta, alguien le aclaró a los participantes que quien gritaba en ese mambo que estaba sonando no era Pérez Prado, sino un chino que…

 

MER: Tu libro: “Convicciones y otras debilidades mentales”, se alimenta de tu experiencia literaria y filosófica. ¿Estás satisfecho con él?

 

Ese libro ganó un concurso, de manera que habría que preguntarle al jurado, entre otras porque acababa de ser rechazado por una editorial. ¡Por fortuna! Raúl Brasca me dio sabias orientaciones sobre algunos de los cuentos; después usé su concepto personal para la contracarátula (me queda la satisfacción de que no era lisonjero con el público, pues él no sabía que yo —abusivamente— lo haría público). El otro concurso que gané tiene una eventualidad similar: había enviado el libro a un concurso en Bogotá y no quedó ni de último. Luego lo envié al Concurso Nacional de Cuento de la UIS y ahí quedó de primero (premio compartido). Con juicios tan distantes, pienso que es mejor hacerme a un lado y no generar más polarización en este país de la post-verdad uribista.

 

MER: ¿Cuáles son tus obsesiones literarias actuales?

 

La literatura crece en proporción geométrica, pero nuestra capacidad de lectura decrece en proporción aritmética. Por eso, mi obsesión literaria actual es leer despacio buena literatura. Tenemos un grupo de lectura sui generis: hemos vuelto a leer Ilíada, Odisea, Eneida, Quijote. En este momento llevamos un año y apenas vamos por el capítulo XXXV del ingenioso hidalgo. Tengo un libro de minicuentos terminado y espero vérmelas con la dificultad propia de un proyecto novelesco.

 

MER: ¿Qué le aconsejarías a los jóvenes que comienzan a incursionar en la escritura?

 

Que no sigan consejos, salvo éste de no seguir consejos.

 

MER: Bueno y algo que me ronda: ¿Cómo viviste los años 70 en Cali?

 

Esos fueron los mejores años de mi vida. Y los 80 también fueron los mejores años de mi vida. Y los actuales también son los mejores años de mi vida. Je ne regrette rien, cantaba nuestra Piaf.

Entrevista a Guillermo Bustamante Z.

Por: Tradabordo

1) ¿Cuánto hace que escribe y qué lo impulsó a escribir?

Escribo desde que mi profesor de literatura del bachillerato me hizo sentir —no saber— la escritura como un mecanismo de auto-formación, delante de otros. Escritura en la que incluyo el poema (he escrito sólo uno), el microrrelato (he escrito varios) y el análisis irónico del discurso (algo se hace).


2) ¿Qué clase de lector es?

Soy un lector clase B. Es decir: sin propósitos claros, que deja muchos libros a mitad de camino, que lee y lee y lee algunos textos, que se queda dormido leyendo, que de pronto le llega el amanecer con un libro en la mano, que sabe que nunca hubo el tiempo necesario para leer lo que quisiera, que olvida cosas trascendentales de lo leído y recuerda minucias improcedentes, que tiene que releer muchas veces porque se va por las ramas, que cree entender lo que realmente se le escapa y que juzga como incomprendidas lecturas que lo hacen actuar en muchas direcciones.


3) ¿Cuáles han sido sus principales fuentes de inspiración llegado el momento de escribir – ya sean del campo literario u otros?

Es curioso: mientras la inspiración tiene que ver con la inhalación de aire, la expiración tiene que ver con la muerte. Muchas inspiraciones para una sola expiración. Así como tomo aire sin pensar en ello, algunas ideas se instalan en mi cabeza y me instan a que las escriba; el asunto es si uno está a la altura. Y luego, a veces, al escribirse son otra cosa. Un retazo discursivo, un recuerdo percibido como invención, una confluencia de voces, un propósito deleznable, un juego de palabras, la lenta tramitación de una broma… con cosas así diría yo que respiro, sin que la relación con el producto sea clara.


4) Cuando escribe, ¿piensa en el «lector»? Si así fuera, ¿quién / cómo / dónde está?

Pienso mucho en el lector, sobre todo cuando tiene comillas. ¿Podría ser de otra forma? Como sólo escribimos lo que podemos leer, nuestro primer lector somos nosotros mismos. Ni modo de no pensar en él. Ahora bien, si por “pensar” nos referimos a una acción mental consciente, entonces pensar en el lector es de negociantes. Y bien, es una manera de escribir (y de pintar y de esculpir y de componer). Sin embargo, sospecho de un acto de escritura que se deje intervenir de forma sustancial por un propósito consciente. ¿No hay algo más, mucho más, que eso? Poco sabemos de lo que se hace al escribir: estamos en proceso y ello gracias a varios desajustes, entre otros, el existente entre lo que creemos del lector y lo que la lectura nos devuelve.


5) Cuando está falto de inspiración, ¿dónde o cómo la encuentra de nuevo?

Si estoy falto de inspiración, me ahogo. Entonces vuelvo a respirar para intentar encontrarla de nuevo… pero es tan ajena a mí, que no sé dónde o cómo encontrarla. Pero, pensándolo bien, ¿valdría la pena una inspiración que se dejara encontrar?, ¿seguiría llevando ese nombre? Creo que una cosa es el oficio y otra esa procelosa esfera que denominamos “inspiración”. Como en otros casos (en todos, en realidad, pero dejemos así), la palabra es una red que, para que funcione, debe tener fugas.


6) ¿Nos puede hablar un poco de los microrrelatos traducidos aquí?

Sí.


7) ¿Qué impresión le causa saber que sus relatos están siendo traducidos?

Cada vez que alguien me lee, me traduce. Entonces, me angustio: ¿qué tradujo? Para saberlo, le dirijo palabras que, irremediablemente, también son traducidas… de manera que no hay manera. Ahora que ustedes me han traducido al francés, esta espiral se eleva al cuadrado. Con todo, esta doble angustia no quiere decir que no me haya sentido dichoso de que me hayan traducido a otra lengua (¡es mi primera vez!), pero es que la satisfacción humana es tan paradójica…


8) ¿Qué opinión le merecen las nuevas tecnologías en lo que a literatura se refiere?

Nada tiene que ver una cosa con otra. Es como preguntar “¿Qué opinión le merece el lápiz en lo que a literatura se refiere?”. La época, que ha hecho a un vendedor de computadores el hombre más rico del mundo, tiende a darle a las nuevas tecnologías el lugar que ve que se les da en la publicidad. Pero la literatura tiene que ver con asuntos de la condición humana, que se juegan con la misma intensidad, así se tenga en la mano una máquina de escribir o un computador, así se tenga a mano una biblioteca o el internet.


9) ¿Si estuviera en el lugar de Rilke, qué consejos le daría a un «joven poeta / escritor»?

No dejar que la mamá lo vista de niña… pero difícilmente uno puede estar en el lugar del otro (que me perdonen Kant y Habermas). De manera que, a un joven poeta o escritor, yo le daría sólo un consejo, con salvedad: no siga consejos, salvo este consejo.

Entrevista a Harold Kremer

Por: La Internacional Microcuentista


Harold Kremer nació en Buga. Fue cofundador y codirector de la revista Ekuóreo. En 1985 publicó el libro La noche más larga, ganador del Premio Nacional de libro de cuentos de la universidad de Medellín y en 1989, Rumor de mar. Ha publicado las antologías Selección del cuento colombiano (Cali, 1981); Antología del cuento vallecaucano (Cali, 1992); Antología del cuento corto colombiano (Coautor, Cali, 1994); Los minicuentos de Ekuóreo (Coautor, Cali. 2003); Colección de Cuentos Colombianos (Cali. 2002) y Segunda antología del cuento corto colombiano (Coautor, Bogotá. 2007). En el año 2004 publicó El enano más fuerte del mundo (Cuentos) y El combate (Microrrelatos). En el 2005 publicó El prisionero de papá (Cuentos). Es fundador de la Red Nacional de Talleres (Renata) de creación literaria del Ministerio de Cultura de Colombia. Ha sido incluido en las antologías La horrible noche (Relatos de violencia y guerra en Colombia, Bogotá, 2001), Und Träumten Vom Leben –Erzählungen Aus Kolumbien– (Alemania, 2001), Dos veces bueno 3 (Buenos Aires, 2002), La Minificción en Colombia (Bogotá, 2002), Cuentos de fantasmas (Bogotá, 2003), Hören Wie die Hennen Kräen (Alemania, 2003), Cuentos sin cuenta (Cali, 2003), Un siglo de erotismo en el cuento colombiano (Medellín, 2004), Narradores sin frontera (27 cuentistas hispanoamericanos en Norteamérica, Cali, 2004), Ciempiés, los microrrelatos de Quimera (Barcelona, 2005), Cuentos y relatos de la literatura colombiana (Bogotá, 2005) y Microrelatos en el mundo hispanoparlante (Argentina, 2006).



  • Junto a Guillermo Bustamante Z., has contribuido con diversas antologías desde el nacimiento de Ekuóreo a la difusión del microrrelato en Colombia. ¿Desde cuándo y por qué nació tu pasión por la literatura breve?

Nuestra pasión por el minicuento nació cuando éramos estudiantes de literatura en la Universidad Santiago de Cali. Queríamos hacer una revista y como no encontramos financiación, nos tocó hacerla con nuestros pobres recursos de estudiantes. El dinero alcanzaba sólo para una hoja tamaño extraoficio, justo para publicar en cada entrega ocho o diez cuentos cortos. Entonces, nos propusimos no sólo publicar sino mostrar, con autores consagrados, las reglas del género.

  • Tienes varios libros de cuentos y algunos otros dedicados exclusivamente al microrrelato. ¿Cuáles crees que son sus diferencias esenciales más allá de la extensión?

Sólo tengo un libro de minicuentos publicado: El combate. Me parece que la diferencia consiste en involucrar al lector en la reconstrucción de la historia, involucrarlo con sus emociones, sus recuerdos, experiencias y vivencias. Y aunque esto es válido para el cuento largo, me parece que es un punto clave en el minicuento. Esto tiene mucho que ver con la poesía, con la lectura que hacemos de poesía. A nosotros, en Ekuóreo, nos tocó inventar a los lectores de minicuentos, señalarles ese camino de lectura para que se acercaran y apreciaran el género.

  • ¿Hacia dónde crees que va el microrrelato en un país como Colombia? ¿Crees que exista licar sino un futuro editorial?

En Colombia, como en todos los países hispanoamericanos, existe una gran difusión del minicuento. Los escritores están experimentando con temáticas nuevas, como por ejemplo el realismo, alejándose un poco del contenido clásico del minicuento, cuya esencia, muchos lo dicen (yo no), es lo fantástico. Lo cierto es que este género, tan antiguo y tan nuevo, ha encontrado ya su propio camino, su propio espacio. En ese sentido ha sido muy importante el aporte, para su reconocimiento, de los teóricos, de estudiosos como Zabala, Noguerol, Violeta Rojo, Epple, Guillermo Bustamante, y otros.
En Colombia ha sido difícil publicar cuentos y mucho más difícil publicar minicuentos. No es un negocio para las editoriales porque no impulsan estas lecturas y si no las impulsan, pues nadie es lector, ni de lo uno ni de lo otro. En el mundo anglosajón sucedió lo contrario: los grandes cuentistas norteamericanos, por ejemplo, se difundieron a través de revistas y libros y… era un buen negocio.

  • Escribes, das talleres de literatura y creas antologías. ¿Con qué te sientes más cómodo y por qué?

Me gustaría dedicar todo mi tiempo a leer, en primer lugar, y a escribir. Pero hay que trabajar para poder vivir.

  • ¿Cuáles son las expectativas que tienes con Ekuóreo en esta nueva etapa que entra al formato digital?

Ekuóreo digital es una propuesta de un viejo amigo de la revista inicial, don Henry Ficher, a quien vinculamos como director y colaborador. Esta nueva difusión nos permite un lugar entre las cientos, quizá miles, de páginas que existen sobre el género. Guillermo Bustamante y Henry son los más entusiastas, los que realmente han sostenido esa página.

Un libro: ¡Absalom, Absalom!, de William Faulkner.
Un autor: Muchos: Faulkner, Onetti, Rulfo, algo de Vargas Llosa, Dostoievski y…
Una película: Mejor un director: Roman Polanski.
Un lugar: Buga.
Una comida: Arroz recién preparado con un huevo encima y una rodaja de tomate.
Un amor platónico: El que vendrá.
Un deseo: Ganarme la lotería.
Un dibujo animado: Todos los comics en revistas que leí en mi infancia.
Un sueño: El cuento "Un sueño realizado", de Onetti, para mí el mejor cuento que he leído, el mejor homenaje a Shakespeare.
Un piropo: Un texto que escribí a una mujer, titulado "Amenaza", que dice: ¿Qué haces tú, con esos verdes, mirándome desde la oscuridad?

Entrevista a Henry Ficher

Por: La Internacional Microcuentista

Henry Ficher nació en 1960 en Miami Beach. De padres judeo-argentinos, llegó a Colombia gracias a las peripecias de su padre, donde se instaló en Cali hasta los 22 años. A los 19 años conoció a Harold Kremer y Guillermo Bustamante, cuando la legendaria revista Ekuóreo empezaba sus publicaciones. En esos años comenzó a escribir minicuentos, de los cuales dos fueron publicados en la revista. Juntos realizaron el primer concurso nacional de minicuentos. Durante ese breve período fue miembro del comité de dirección.



  • Al lado de Guillermo Bustamante y Harold Kremer, han lanzado una nueva iniciativa relacionada con la revista Ekuóreo. Cuéntanos acerca del tema y de las perspectivas que tienen con ella.

En octubre del 2010 volví a Colombia, luego de casi 30 años de vivir en el exterior (Jerusalem y Nueva York). En Bogotá busqué a Guillermo Bustamante. Lo fui a visitar a su casa en el barrio La Esmeralda y volví a deleitarme con su biblioteca. Guillermo me dio una agradable sorpresa: había guardado en su archivo "maquinoescritos" míos, amarillos de tiempo, y me regaló todos los libros que publicaron con Harold desde que me fui de Colombia. En Cali visité a Harold, otro amigo que me ha dado agradables sorpresas. La más grande fue en 2001, cuando contra toda predicción posible apareció en Raanana, Israel, con su esposa Patricia y sus dos hijos. Compartimos algunas botellas de tequila en un centro de absorción y después en un kibbutz con vista al mar de Galilea. Fue entonces que Harold me contó cómo el minicuento se había convertido en un género importante en muchos idiomas. Me trajo de Colombia cuentos que yo le había dejado en mi juventud, los cuales había olvidado por completo.
La versión cibernética de e-Kuóreo nació de mi viaje a Colombia y el reencuentro con mis viejos amigos. Cuando volví a Israel me puse a jugar con los templates de Blogger y a comienzos del 2011 se me ocurrió la idea de volver a sacar la revista en forma de blog. Lo propuse y se decidió de forma unánime volver a reunir el comité de dirección. En los últimos tres meses hemos publicado 7 entregas de la revista, y tenemos material para rato.


  • ¿Cómo y desde cuándo surgió tu interés particular por un género como el microrrelato?

Yo fui uno de los muchos escritores caleños que dieron sus primeros pasos literarios dentro del ámbito de la revista. Estábamos en esos días en busca de la belleza en forma escrita, y donde más la encontrábamos era en los minicuentos.

  • Estuviste al lado de los más grandes autores colombianos en la Antología de cuento corto colombiano, compilada por Bustamante y Kremer. ¿Qué necesita un microrrelato y un autor para hacer parte de una selección como esa?

Como dice Guillermo, nuestro único criterio estético para publicar un minicuento es que nos guste. Es decir, la literatura nos da más bien por el lado hedónico. Sospecho que los antólogos del minicuento colombiano emplearon ese mismo criterio al elegir los textos más representativos.

  • ¿Quiénes crees que son los referentes más importantes del género en un país como Colombia y por qué?

Guillermo y Harold, indudablemente. Ellos prácticamente inventaron el género. Sus antologías y la revista Ekuóreo reúnen lo mejor que el ingenio de los minicuentistas colombianos ha logrado producir.

  • ¿Cuáles crees que sean los libros esenciales para un autor que se quiera dedicar al microrrelato?

Los minicuentos de Ekuóreo, por supuesto :-). Y las antologías. Y los libros de Raúl Brasca, Ana María Shua, Enrique Anderson Imbert...

  • Aparte de la literatura, otras cosas deben apasionarte. ¿Cuáles son?

Soy linuxero. Me apasionan los diferentes sistemas operativos de fuente abierta, como Linux y BSD.

Un libro: Rayuela, Julio Cortázar.
Una película: The Blues Brothers.
Una canción: "Gostoso demais", María Betania.
Una comida: La bandeja paisa.
Un lugar: El café de Los turcos, en Cali.
Un olor: El de la flor de cadmia.
Un insulto: Va fanculo.
Un amor platónico: Naomi Russell :-)
Un deseo: Que no haya más guerras santas.
Un secreto: Et in Arcadia ego.

Entrevista a Guillermo Bustamante Z.

"En literatura, juzgar algo por la extensión no tiene sentido"
Por: Fredy Yezzed López


Un reluciente piano negro, un piso en madera y una radiola antigua son algunos de los objetos que a primera vista llaman la atención al ingresar a la sala de la casa de Guillermo Bustamante Z. Un hombre que por lo singular se caracteriza por su barba refilada, una seriedad que tal vez, se enmaraña con cierta timidez o rigidez, pero que pronto abandona para mostrarse gentil y afable. Sin la clásica pedantería de los escritores, es decir, con un archivo de citas, excentricidades, poses o halagos a su propia obra, Guillermo Bustamante Z. habla del microrrelato y de su obra en este género con el convencimiento de que se habla de un goce estético y de una pasión, mas no de un experimento al que se debe taxonomizar o nominalizar. Con un delicioso café negro, en su estudio donde tiene, quizá, la biblioteca más grande en Colombia sobre el microrrelato, este escritor caleño dio inicio a la entrevista mientras nos mostraba entusiasmado los famosos ejemplares de la revista Ekuóreo.
Guillermo Bustamante Zamudio nació en 1958 en Cali, Colombia. Es Licenciado en Literatura e Idiomas de la Universidad Santiago de Cali y Magíster en Lingüística y Español de la Universidad del Valle. Fue cofundador y codirector de las revistas de minicuentos Ekuóreo (Cali) y A la topa tolondra (Tunja). Ha sido también co-autor (con Harold Kremer) de la Antología del cuento corto colombiano (1994, 2004), de la Segunda antología del cuento corto colombiano y de Los minicuentos de Ekuóreo (2003). Ganador del Premio “Jorge Isaacs” 2002 (Cali), con su libro de minicuentos Convicciones y otras debilidades mentales. Autor del libro de minicuentos Oficios de Noé (Común Presencia, 2005). Tiene inéditos: Disposiciones y virtudes (minicuentos impíos) y trabaja con Harold Kremer en Ekuóreo: un capítulo del minicuento en Colombia. Historia de su primera época.



  • ¿Le nace el gusto por la “minificción” desde la creación de Ekuóreo o el gusto venía con anterioridad?

Creo que A y B son ciertas. No habría sido Ekuóreo un vehículo de cuentos cortos, si no hubiera habido un gusto por ellos; pero, a su vez, el formato de la revista implicaba una restricción que nos acercó al minicuento... “Constreñido” era uno de los nombres que estábamos pensando para la “revista” (una hoja por ambas caras). El comité editorial tuvo una composición especial: Harold Kremer es escritor, no se aguanta el universo sin la posibilidad de escribir; en cambio, yo no me aguanto el mundo sin la posibilidad de explicármelo, me dieron la razón por cárcel, como dice un minicuento de Orlando López. Cuando estábamos en la universidad, él iba uno o dos semestres más adelante. No sé por qué razón un día se acerca y me entrega un cuento para que se lo comente; mis comentarios fueron tan extensos como el cuento... él se puso bastante molesto; porque a personas como Harold les gusta más una aproximación desde quien también tiene una experiencia de escritura; es decir, que les habla desde adentro del relato. Mi aproximación tenía más aspiraciones teóricas, estaba más alejada de lo que él esperaba, pero justamente por esa respuesta se creó este “tándem” tan extraño, pues podría decirse que somos personas hasta cierto punto incompatibles, pero a la vez complementarias. Nunca tuvimos peleas, porque no había criterio o principio estético que rigiera la revista. La única condición que debía cumplir un relato para ser publicado era que nos gustara a los dos. Y, por supuesto, había negociaciones: si él tenía algo que le gustaba más que a mí, podía publicarse con una compensación a la inversa... creo que siempre ganó la revista... aunque esto no quiere decir que nuestros criterios permanezcan idénticos, o que hoy no podamos quitar algunas comas que agregamos en aquel entonces.

  • ¿Recuerda el microcuento con el cual vence la vergüenza o asume la vanidad?

Sí. Con el que está publicado en el primer número de Ekuóreo. Es curioso que yo siempre lo sentía con un final necesario, pero varios lectores decían que le sobraba; la prueba de fuego fue cuando se lo di a leer a mi hermana, que estaba terminando secundaria en ese momento: "a eso le sobra el final", fue el único comentario que hizo. El cuento trata sobre un hombre que es proclive a todo lo que el gobierno propone; no objeta las medidas oficiales que, entre otras cosas, castigan las faltas con mucha severidad. Este hombre es acusado por un delito que no cometió y, para demostrar su inocencia, escapa de la cárcel; es decir, tuvo que infringir la ley. Lo vuelven a tomar preso y lo condenan de nuevo. El hombre acepta que es culpable de todo lo que se le acusa: escapar de presidio, tomar la ley en sus manos, pero ahora que lo van a condenar a muerte, sí se siente contento porque el castigo es justo. Yo terminaba el cuento así: ¿A qué más puede aspirar un hombre justo? Esto me hizo aproximar a la idea de que es necesario habitar los cuentos para poder decir algo de ellos; la aproximación teórica y la estética, que nunca dura más que los escritores, me resultó vana por eso. Ningún argumento consistente podría esgrimir para demostrar que esa frase es necesaria en el cuento, y los otros no tienen pruebas para decirme que esa frase sobra, pero lo sienten así.

  • Por esa época, años ochenta, ¿cuáles eran sus lecturas? ¿Había en especial un creador de minicuentos o seguía alguna línea concreta en esa dirección?

Este género es un género latinoamericano, dicen, que se ha ido irrigando por el mundo. Los que escribieron, o escribían relatos cortos de las características que admirábamos eran: Arreola, Borges, Cortázar, Valadés, y en Colombia Luis Vidales, Jairo Aníbal Niño, Mejía Vallejo, Nicolás Suescún, Luis Fayad, Cepeda Samudio. Pero, además, nosotros íbamos a la pesca de minicuentos, no solamente se trataba de que los hubiera como tales, sino de dónde había un minicuento escondido en otras palabras, en otro cuento, en una novela, en un poema, en una entrevista. Recientemente, Raúl Brasca, quien es un excelente minicuentista y un importante editor de antologías de minicuentos en Argentina, nos contó que hacía exactamente lo mismo; de ahí su libro —que escribe con Luis Chitarroni— Antología del cuento breve y oculto. Por ejemplo, en El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, Selma Lagerlöf enseña la geografía y la historia de su país, a través de las aventuras de un chico montado sobre un ave migratoria. Nosotros tomábamos el libro y decíamos: "de esta parte a esta otra, es un cuento". Así, de Jorge Amado tomamos un fragmento de sus respuestas en una entrevista; de Faulkner, la historia que un personaje de una novela suya le cuenta a otro; de Héctor Rojas Herazo, tomamos un poema y lo convertimos a prosa (luego, el escritor nos dio autorización, al verse tan tieso y tan majo en una antología de cuentos cortos); de Gonzalo Arango y de José Donoso tomamos fragmentos de un cuento... A eso me refiero cuando digo que andábamos “a la pesca” de los minicuentos que los escritores no supieron que habían escrito.

  • ¿Empezó escribiendo minicuentos o poesía, como la mayoría de los autores?

No, solamente minicuentos. En mi vida, y sólo recientemente, he cometido un poema. Alguna vez, para participar en un concurso de poesía, pasé a versos una serie de minicuentos. Por supuesto, ni siquiera obtuve una mención. Tampoco escribo cuentos largos. El único más o menos largo, “Meditaciones meta-literarias”, fue pensado como una serie de minicuentos, algo insinuado por la estructura del texto que toma como base, o sea, las Meditaciones metafísicas de Descartes, que se desenvuelve día por día. No tengo objeción alguna hacia el cuento largo o la novela; eso no proviene del ajuste a un género, sino más bien de lo que cada uno es capaz de hacer y donde encuentra su síntoma reposado.

  • ¿A la hora de sus lecturas no discrimina novela, crónica, etc.?

No. La literatura se divide en dos: la buena y la mala. Esa es para mí la única regla. Y “buena” o “mala”, de acuerdo con mi criterio, no con el de otro, o por el ajuste a cierto canon. Hay cosas que a uno lo trasnochan y a otro lo hacen dormir; hay textos muy trabajados que no me gustan, así como hay textos poco trabajados que son muy intuitivos y que tienen mucho sabor. En ese sentido, me siento más próximo al psicoanálisis que a la estética: Freud destaca el hecho de que el trabajo literario es un estado fuera del control del escritor, hasta cierto punto: el escritor puede controlar sus horas de trabajo, sus lecturas, su dedicación a la investigación para aportarle elementos a sus textos... pero nada de eso explica por qué están compuestos de tal manera, ni por qué producen el efecto que producen. Hay un algo de magia basada en las peores disposiciones del ser humano, que no puede ser explicada en términos de estéticas, ni de corrientes, ni de géneros.

  • Desde su experiencia como lector, ¿qué características ha descubierto en el lector de minicuentos?

En la misma dirección de lo anterior, no sé si hay “lector de minicuentos” o, simplemente, lectores. Cuando hicimos con Kremer la Antología del cuento corto colombiano estábamos con una duda, no sabíamos si escribir “minicuento”, o “cuento corto”. Hay muchas palabras para nombrarlo: minificción, minicuento, microcuento, cuento brevísimo, cuento instantáneo, etc. El criterio es absurdo, juzgar algo por la extensión en literatura no tiene sentido. No es cierto que si es breve, sea dos veces bueno; no es cierto que un minicuento sea una idea para escribir un cuento largo; uno encuentra cosas de muy pocas líneas que son espectaculares, por ejemplo, Mariana Frenk (alemana-mexicana) tiene un relato que dice: Un caracol deseaba volverse águila. Salió de su concha, trató muchas veces de lanzarse al aire y cada vez fracasó. Entonces quiso volver a su concha. Pero ya no cabía, pues habían empezado a crecerle las alas. Eso es una joya de tres líneas, eso no hay manera de ampliarlo para hacer un templo honroso por la extensión. Por eso, creo que la idea de “minicuento” o “minificción” es un error, pero no por eso deja de ser funcional; por ejemplo, para nosotros fue funcional porque teníamos una hoja por ambas caras; fue funcional porque a partir de eso hicimos una antología del cuento corto, porque a partir de eso ya casi publicamos la segunda, en definitiva porque yo escribo cosas cortas. Pero, para poner en juego una de las características que más se le endilgan, la economía de lenguaje es propia desde el Haikú hasta una novela de mil páginas.

  • ¿Cree que se debe incentivar más el microrrelato en Colombia?

Se debe… se debe nada. Cualquier cosa que ocurra es gracias a una cantidad de factores que confluyen. Nadie puede incentivar a otro para que escriba. La gente aprende lo que quiere en el contexto de la relación con los demás, y hace lo que puede. Por eso es necio pontificar sobre la literatura; por eso las campañas gubernamentales de lectura, por ejemplo, hacen que unos pocos lean y unos pocos se enriquezcan (por lo menos en eso hay equidad). En esta existencia no hay contratos, estamos arrojados a la buena de Dios y el que tiene fuerza se impone sobre los otros en algún sentido. No hay contrato social o, si lo hubo, a mí no me pidieron consentimiento, ¿a ustedes sí?, ¿firmaron en alguna parte? Atravesamos una época de una frivolidad exacerbada, de una ciencia que tapa la boca, que ofrece la salida a todo lo que es la falta de límites del sujeto. Creo que es una sociedad donde “sujeto” es igual a “consumidor”; donde la falta de preguntas y de límites, así como el consumo de aparatos, produce aburrimiento y hastío, pero también angustia. Bajo tales condiciones, la literatura se hace cada vez más innecesaria, la lectura misma se hace cada vez más prescindible. Si algo contribuimos a producir en otra dirección es mediante una manera de estar en el mundo que implica, para las personas que se relacionan con nosotros, poder interrogar esa condición que nos es dada y que tomamos a satisfacción paradójica. Es así, sin proponérnoslo, como para algunos es posible interrogar esa condición, encontrar otras salidas, como es el caso de una búsqueda en la literatura... pero se trata apenas de un caso. Minicuento o no, es lo de menos. Para el efecto, cualquier género vale, porque tiene esa potencia. Lo cierto es que la frivolidad es amiga del hastío y del sinsentido, del aburrimiento, y en ese contexto no hay deseo ni hay literatura. De manera que, más que abogar por el minicuento, habría que abogar por una condición humana centrada en la pregunta.

  • Usted es psicoanalista. ¿Hay algún problema con esa teoría a la hora de escribir?

No, al contrario. Creo que un psicoanálisis lo enfrenta a uno a decisiones que tienen que ver con sus deseos. Además, el psicoanálisis, por lo menos el de orientación lacaniana que yo trabajo, ha depuesto la actitud de psicoanalizar autores a través de los textos. Para Freud, la literatura mostraba la intuición del escritor, daba cuenta de cómo el escritor descubría cosas que teóricamente apenas balbuceábamos. Por ejemplo, Shakespeare frente al padecimiento subjetivo; es algo que estamos tratando de explicarnos hace cinco siglos, mientras Hamlet, siempre misterioso, siempre encantador, es la concreción de la modernidad que divide a un sujeto y lo pone a padecer como padece este personaje. Sófocles, frente a las respuestas que se da el hombre ante la existencia de semejantes que tienen un peso definitivo en su vida. Cierta inteligencia del autor, que trabaja con su propio inconsciente, le permite explicitar, a través de la literatura, cosas que la teoría casi no puede hacer, pero además con esa particularidad de mantenernos cautivos por generaciones. De otro lado, el psicoanálisis lacaniano tiene una familiaridad con los cuentos cortos. Hay psicoanalistas para los que la sesión tiene una duración fija de cuarenta y cinco minutos. Lacan, en cambio, basado en una concepción del inconsciente como una entidad pulsátil, irrumpió en el movimiento psicoanalítico cuestionando esa costumbre, e impuso sesiones de duración variable y generalmente rápida. Según cuentan, un paciente le dijo que iba a escribir una novela, como resultado positivo de su análisis, y Lacan le contestó que por qué más bien no escribía un cuento corto.

  • ¿Qué lo llevó a recrear el mito de Noé, en su último libro Oficios de Noé?

No sé. Estaba escribiendo Disposiciones y virtudes, un conjunto de minicuentos impíos, como reza el subtítulo de este libro inédito. Ese texto incluía unos cuantos relatos sobre Noé. Pues bien, Pablo Montoya —quien hace la presentación de Oficios de Noé— no pudo negarse, por asuntos de amistad, a leer una primera versión de Disposiciones y virtudes. El libro le pareció heterogéneo, y sugirió explorar, por ejemplo, el tema del diluvio. Para mí, Pablo es un gran escritor. Es alguien que hace poesía en los renglones manuscritos de una postal que te manda de afán. A mí me daba pena responderle las postales. Como su escritura era para mí intimidante, le creí: empecé esa tarea, que fue de un entusiasmo arrollador. Investigué, leí sobre las distintas versiones de la Biblia, el Noé del Corán, el diluvio entre las culturas indígenas de América, en la India, entre los caldeos, los griegos... Me entusiasmé mucho porque no son investigaciones para “hacer la tarea”, sino que son lo que le pide el deseo a uno; el deseo, siempre es insatisfecho, está organizado de manera tal que empuja. Trabajaba muchísimo, vivía encantado escribiendo en cualquier parte, sobre cualquier trozo de papel. Supongo que por tener relación con la tradición bíblica, de alguna manera toca algo de las cuatro o cinco preguntas que de una y mil maneras se ha hecho el ser humano. En ese contexto, contra todo pronóstico, un hombre salva a la humanidad: eso qué quiere decir, cuántos intríngulis hay en esa decisión, en el trasegar por los días de diluvio y después esperar a que todo resurja, pero nada; cuántas preguntas se pueden instalar en las cabezas de esos seres, empezando por Yavé... Trato de irme por ese camino y hacer saltos históricos con asuntos cotidianos de hoy, interpolados en esa época. En fin, no lo hago porque quiera escribir minicuentos, sino porque soy incapaz de escribir otra cosa. No sé si es buen libro, pero sí sé que está cruzado por un entusiasmo impresionante. Originalmente, el libro tenía tres partes: además de la que se publicó, tenía un anexo de cuentos breves de otros autores, sobre el mismo tema, y otro de las versiones de las diversas culturas sobre un diluvio. Este trabajo fue posterior al premio del concurso “Jorge Isaacs”, que fue una coyuntura especial.

  • ¿Por qué?

Un día me llama Harold Kremer y me comenta que hay un concurso de autores vallecaucanos. Me puse a transcribir al computador cuentos que todavía estaban escritos a máquina. Eso me permitió revisar esas cosas viejísimas, reírme de las ingenuidades de ese entonces que hoy soy capaz de percibir (esperemos que haya tiempo suficiente para descubrir las que me habitan hoy). En algunos casos reduje dos páginas a dos párrafos, o una página a un papel arrugado. El libro se llamó Convicciones y otras debilidades mentales. Cómo serían de flojos mis contrincantes, que gané el concurso. Eso me dio aliento para volver a escribir, y de ahí sale Oficios de Noé.

  • Es clara la recreación de historias, cuentos y mitos en su obra, pero Mempo Giardinelli tiene una cita en donde dice que eso se ha convertido en un lugar común, en una manía falsamente borgeana, en un tópico reiterado de los escritores. Usted, ¿qué podría responderle a eso?

Entre las muchas definiciones que se hacen del minicuento, está la de recrear relatos pertenecientes al capital cultural de la humanidad. Me parece una débil definición. En realidad, toda la literatura es un comentario de lo que se ha dicho antes, siempre. No hay manera de que uno hable sin referirse a lo que ya ha sido ideado; si no, sería absolutamente incomprensible. Un escritor original ni siquiera se entendería a sí mismo. Siempre el lugar al que uno va es al de lo dicho. Así sea manifiesta o no, deliberada o no, esa intertextualidad es permanente. De tal manera, cuando los lectores celebran estas incursiones, se produce el efecto retroactivo, haciendo que los escritores busquen recrear estas situaciones, estos mitos, etc. Creo que hay intentos afortunados en dichas búsquedas, como también los hay que no trascienden. Pero volvemos al mismo punto: lo que termina bien o está mal no es el ejercicio de volver al mito, a lo que ya ha sido contado, sino la manera de hacerlo. Hay textos con 20 referencias explícitas a la literatura mundial en 15 líneas. Algo así, que no puede ser leído por cualquiera, antes me parecía odioso, excesivo. Pero me he ido dando cuenta de que eso no habla ni bien ni mal del texto o del autor. Habría que ver, en cada caso, si se trata de un vano adorno o de algo estrictamente necesario, por barroco que sea. Ante un conglomerado de referencias (que en un minicuento no pueden pasar desapercibidas, porque pasan a ser el cuento), quien está en problemas es uno como lector. No hay textos complicados, sino lectores elementales. Si alguien se hace escritor, tendrá un lector para sus textos (así sea en el futuro, como soñaba Nietzsche). El problema es querer abordar esa complejidad, con el agravante de que la simplicidad y la tontería donde nos ubica hoy el mundo del consumo y el exhibicionismo, hace aparecer como innecesario el esfuerzo inútil —pues no produce plata— de entender, de entenderse, de saber en qué época estamos. Esta “moda” de nutrirse literariamente del mito, habría que juzgarla caso por caso, cuento por cuento, no en función de que sea una estrategia aceptable o no. Hay de todo, por ejemplo, Cortázar no manifestó que “La noche boca arriba” fuera un comentario del “Sueño de la mariposa”: Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. En el cuento de Cortázar, el hombre de la moto que se accidentó delira ser un indígena a quien persiguen para hacer un sacrificio, pero luego resulta que el indígena que va a ser inmolado soñó estar en un tiempo futuro, montado en una especie de insecto gigante. El fundamento estructural es exactamente el mismo.

  • ¿Cómo es el proceso de creación del minicuento?

Diego Gil, un joven caleño que hoy en día escribe aforismos, publicó El homo litterarius (2004). Allí hay una idea que da en el blanco de lo que estás preguntando: “Al escribir no hay que esforzarse; hay que haberse esforzado”. No se está ante la hoja en blanco, vacía... el famoso estereotipo. La creación es la combinatoria de lo que has trabajado y que te trabaja. No hay creatividad si no hay trabajo previo. “Quienes no lean como locos sólo podrán escribir como tontos”, dice también Diego.

  • Un amigo decía: el escritor trabaja hasta cuando no está escribiendo.

Exactamente. Escribes cuando estás leyendo, cuando estás contemplando, cuando estás soñando. Así mismo, lees cuando estás escribiendo, y lees cuando no estás escribiendo. Leer es una manera de escribir, cuando tienes esa inquietud de la escritura; y escribir es una manera de leer, si tienes esa inquietud. Esto nos aborta un poco la idea del “creador” como el que pone su voluntad... ¡Claro que se debe poner la voluntad!, pero no basta. Del creador como el que trabaja mucho... ¡Claro que es necesario trabajar!, pero no basta. Hay muchos a los que se les nota el oficio, como se dice, pero no transmiten nada. Además, hay otra cosa: se combinan asuntos en los que uno pone el deseo, y las circunstancias ponen las condiciones de posibilidad. Cuántas veces nos asaltan las ideas; cuántas veces creemos que son buenas. Pero, de un lado, si no se tiene la facilidad de escribirlas en ese momento, pueden escapar para no regresar, son independientes de nosotros. Y, de otro lado, si cuentas con la fortuna de poder escribirla, la idea no acaba en el punto final, sino en la reacción del otro: su entusiasmo, su bostezo, su gesto de sorpresa o de incomprensión. Recuerdo el cuento “Continuidad de la continuidad de los parques”: lo escribí a máquina (no tenía computador) y se lo pasé a alguien, buscando ese gesto del otro que te devuelve algo real de lo que has escrito. Ocurrió que la persona perdió el original... en esa época todavía existía la idea del original y las copias, pues hoy en día las impresoras sólo hacen originales (o copias, depende del punto de vista). Cundo Harold me instó a escribir para el concurso, recordé mi cuento perdido... aunque hubiera podido perder la idea, así como perdí el papel. Entonces, escribí —con toda seguridad— un cuento muy distinto. Soñaba con la posibilidad de encontrar el anterior y poderlos comparar; creo que debe haber pocas aproximaciones en la escritura. Es el acontecimiento, no de la idea, sino de la factura lo que me parece que hace a lo literario; es decir, una pregunta crucial del ser humano no puede ser dicha directamente, pues escandalizaría a la víctima. El asunto es cómo la tallas, cómo la pintas, cómo la compones; ahí está todo el arte metido en eso: 90% de disciplina, 90% de inspiración, 90% de trabajo, 90% de deseo, 90% de circunstancias...

  • Un país, un autor latinoamericano que sea de su preferencia para recomendar a quien lea esta entrevista.

Me impresionan los argentinos. Por ejemplo, Ana María Shúa.

  • Un cuento que recuerde.

“Máquina del tiempo”: dice que la máquina del tiempo es un instrumento en realidad simple, al punto de poder suponer que Cervantes lo conoció y lo usó para espiar la obra de Pierre Menard... Así son, uno por uno, los cuentos de esta mujer: geniales.

  • Cinco de sus minicuentos preferidos.

“Fábula” de Mariana Frenk (el del caracol que deseaba volverse águila); el de Ana María Shúa sobre la máquina del tiempo; “Inferno I, 32”, de Borges; “La continuidad de los parques”, de Cortazar... Cinco son muy poquitos y estoy recordando al azar... “Todo tiempo futuro fue peor” de Raúl Brasca, donde cuenta cómo un hombre huye de las balas que lo acribillaron, echando para atrás la película; pero uno a uno los acontecimientos son atroces, hasta que queda de nuevo enfrente de la muerte; entonces regresa, hasta morir acribillado en el lugar del que empezó a huir. Ahí van cinco ya, sin mencionar colombianos, que también los hay excelentes.