Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

miércoles, 2 de abril de 2014

Harold Kremer: “El amor se ha confundido con la posesión, con la uniformidad”

 Entrevista con Andrés Osorio Guillott

 

En “Doce mujeres, doce pequeñas muertes”, el autor caleño expone comportamientos del machismo y la cultura patriarcal que terminan permeando todos los vínculos posibles entre hombres y mujeres.

Harold Kremer es fundador de la Red Nacional de Talleres de Creación Literaria y cofundador de la revista de minicuento Ekuóreo.

 

¿Por qué las mujeres como protagonistas?

 

Desde uno de mis primeros cuentos, Sueño de amor, escribo sobre mujeres. No era consciente de eso hasta que un amigo psicoanalista me dijo que en mis cuentos siempre estaba presente “el amor, la muerte y las mujeres”. Me crié en un matriarcado muy grande (10 hermanas, cinco tías, más comadres, vecinas y primas), en el que mujeres de diferentes edades siempre llegaban con historias de lo que les había sucedido y las narraban con una facilidad muy atractiva. Recuerdo que no me dejaban hablar y cuando levantaba la mano para hacer una pregunta, me callaban. Esas mujeres me enseñaron, sin saberlo, algo fundamental para un escritor: saber escuchar, algo que, años después, Capote y Talese recomendaban para la escritura. No sé por qué razón las mujeres me cuentan sus cosas sin necesidad de preguntarles. Solo sé que son grandes narradoras orales y que van de la realidad a la ficción con una maestría envidiable. Necesitan ser escuchadas, algo que muchos hombres lo señalan peyorativamente. En menos de la mitad de mis cuentos las protagonistas son mujeres. El resto son narradores hombres.

 

¿Por qué ese elemento tan presente de la muerte y la fatalidad?

 

La muerte rondó gran parte de mi infancia y adolescencia por el suicidio de mi hermano José. Sentí que habría podido evitar esa muerte y me eché una culpa que todavía me asalta en algunas noches de pesadillas. La vida me ha enseñado que la fatalidad siempre está acechándonos, a un paso de nosotros. La felicidad que he percibido en algunos seres humanos muchas veces es falsa, acomodada a circunstancias de conveniencia en las que se sufre calladamente. Siempre he creído que la armonía está en cada uno de nosotros y no depende de otros. En el amor, por ejemplo, hay una dependencia viciosa que lleva precisamente a la fatalidad. Se cree que necesito de otro para que me confirme, me perdone, me guie, me lleve por el camino de la felicidad. Y cuando todo falla, llega la inevitable derrota. 


En muchos cuentos se muestra la sociedad violenta en su cultura y su comportamiento, ¿por qué ese contexto de peligro y miedo alrededor de las personajes?

 

Porque la realidad es violenta, no es un camino de rosas, no es la historia del idiota que es feliz acariciando una alpargata. Mira, por ejemplo, el índice de feminicidios en Colombia. Mira lo que fueron los siglos XIX y XX. En el siglo XIX creo que hubo más de 100 guerras civiles. Siempre hemos sido violentos, incapaces de escuchar al otro, de aceptar su diferencia. Y esto sucedió en toda Latinoamérica. Esa violencia social se refleja en las relaciones de familia, en las parejas, en los individuos. Cuando se impide que el otro exprese sus ideas, asuma su vida, ya empieza la violencia.

 

Tal vez conectado con lo anterior, ¿los relatos reflejan de una u otra forma la violencia patriarcal y el machismo que ha afectado a tantas mujeres?

 

Mis tíos maternos manejaron, al morir mi abuelo, la herencia, porque las mujeres no tenían ese derecho de decidir. En tres años acabaron con una muy buena herencia, se la bebieron, se la putearon y dejaron a mi abuela, mi mamá y mis tías sin nada. Y todo eso, respaldados en esa época por las leyes y el Estado. Somos una sociedad patriarcal que excluye a las mujeres de decisiones trascendentales. Solo les permitimos tomar decisiones cotidianas, bobas, como escoja usted, pues, qué marca de salsa de tomate vamos a llevar. En muchas relaciones el hombre, poco a poco, conoce la psiquis y la intimidad de la mujer no para resaltarla, sino para destruirla, para avasallarla y anularla. 


“La vida se la jode uno mismo, nadie te la jode”. ¿Podríamos hablar más sobre esta frase? ¿Es responsabilidad de cada quien los dolores que padece?

 

Bonita frase, ¿no? Sí, en últimas cada quien es responsable de sí mismo. Creo que hombres y mujeres deben luchar por sus anhelos y deseos. La construcción del individuo es personal, y parte de una búsqueda en la que nos relacionamos con otras personas que nos aportan cosas negativas y positivas. Cada cual construye su propio infierno.

 

Muchos personajes ven con desencanto o con resignación su realidad, ¿por qué esa tendencia al desasosiego y por qué esa especie de nihilismo tan presente en varios personajes?

 

Te lo repito: la realidad es dura, no es una nube acaramelada. Todos aprendemos y algunas de estas mujeres de mis cuentos aprendieron con la derrota y la humillación. Sus siguientes relaciones ya no serán las mismas de antes, están más preparadas para asumir sus vidas. Y son nihilistas porque no son pendejas. Ya son capaces de poner límites, de expresar sus deseos, de asumir sus existencias. Sin embargo, otras mujeres no aprendieron nada y lo que hacen es repetir, calcar, sus relaciones anteriores, inicialmente un camino de rosas y, al final, lo mismo de siempre.

 

Hay varias historias de amor en el fondo que tienen mucha violencia. ¿Cómo entender que algunos, en nombre del amor o la lealtad, permitan o legitimen actos o gestos violentos?

 

El amor se ha confundido con la posesión, con la uniformidad. Debes pensar como yo, debes actuar como yo, debes ocultar hasta tu sonrisa porque pensaran que eres una puta. Y si eres puta, como le dice el chulo a una personaje de una de mis novelas, te prohíbo que te dejes besar de un hombre porque los besos son solo míos. La posesión en una relación es lenta, agazapada, inicialmente en pequeños detalles hasta que aparece con fuerza y, luego, se toma el cuerpo y el alma. Desafortunadamente, las mujeres, en su mayoría, toman esto como demostraciones de amor y afecto. Y no saben (¿o sí saben?) que están construyendo su fracaso.

 

Hay un roce y una tensión constante también con el placer o los placeres, con apetitos sexuales y adicciones. ¿Por qué esa presencia del placer y qué opina de él como un elemento que puede reafirmar la condición humana?

 

La sexualidad es uno de los pilares fundamentales de la posesión. Y también es una forma de liberación. La sexualidad se expresa de muchas formas, diría que, de acuerdo con nuestra formación, de lo que vivimos culturalmente en nuestra infancia. A veces es lo único que confirma una vida, la búsqueda de la individualidad. El placer en general es un remedio contra el desasosiego, contra la asfixiante cotidianidad, contra la tristeza. Tal vez se reafirma la condición humana, el dolor de existir.