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domingo, 20 de mayo de 2018

210. Microficciones teatrales II



Editor invitado: Eduardo Gotthelf


En el año 2015 organizamos, desde la Patagonia, el Primer Concurso Nacional de Microficciones Teatrales, algo inédito en el país y hasta donde alcanza mi conocimiento, en América Latina. Tuvo tanta repercusión, tanto en el país como en el exterior, que en el año 2017 organizamos el segundo, realizado en el marco de la IX Jornada de Microficción, en la 43ª Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Buenos Aires. A los efectos de concurso, se definió una extensión máxima de 350 palabras en total para cada obra, pero no existe un límite absoluto. Jurado: Ana María Shua, Graciela Tomassini y Roberto Perinelli.Las microficciones teatrales están concebidas para ser representadas sin necesidad de adaptación del texto.
Eduardo Gotthelf

Perdedores
   Lidia Blanca de Gonzalo

   Llueve torrencialmente. El ruido sobre el techo de chapa es ensordecedor. La casilla al lado del arroyo comienza a llenarse de agua. Su piso de tierra apisonada no alcanza a drenar el agua que se cuela por debajo de la puerta. Sobre la cama, tirada, está Marta, de aproximadamente cuarenta años, con la ropa empapada pegada a su voluminoso cuerpo. Sus ojos achinados no dejan de mirar al vacío. Feliciano, su pareja, flaco y desdentado, de edad indefinida, con un joging viejo, descalzo, también mojado; junta en forma compulsiva, ropa y cacharros del único mueble parecido a un bajo mesada, que tira sobre la cama. Algunas cosas van a parar encima de Marta, que sigue absorta, sin registrar lo que pasa a su alrededor. Hablan casi gritando para tapar el ruido.

   Feliciano: —Dale… Movete.
   Marta: —(Sin moverse) ¿Ah?
   Feliciano: —Marta… El agua.
   Marta: —¿Para qué?
   Feliciano: —Perdemo todo, Marta.
   Marta: —No tenemo nada, Feliciano.
   Feliciano: —(Tirando una cacerola abollada sobre Marta) Algo es algo…
   Marta: —(Sin acusar recibo y en el mismo tono casi desganado) ¿El Tomi y la Yesi?
   Feliciano: —Ya están en la escuela.
   Marta: —Bien…
   Feliciano: —(Metiendo alguna ropa en una bolsa de supermercado) Ayudame a juntar y vamo para la escuela, nosotro también.
   Marta: —Yo no voy.
   Feliciano: —¡So loca! Te ahogás.
   Marta: —Ya está…
   Feliciano: —No está nada, ¡infelí!
   Marta: —No quiero peliar má, ¿entendés?
   Feliciano: —Yo no peleo, te pido que vamo. 
   Marta: —Con el agua, Feli, con el agua. 
   Feliciano: —(Mostrando la bolsa) Ya tengo la bolsita con la ropa de los chico.
   Marta: —Llevala.
   Feliciano: —(Poniendo más ropa en otra bolsa) Acá va la tuya y la mía. ¡Vamo, Marta!
   El agua llega casi al borde de la cama.
   Marta: —Andá vo… Busco algo y voy.
   Feliciano: —Vamo ahora… 
   Feliciano sale. Marta saca de debajo de la almohada una estampita de San Expedito, la rompe en pedazos y la tira al agua.
   Marta: —(Con amargura) No me ayudaste… 

   Marta se acomoda en la cama mientras el agua sigue subiendo.


Omnisapiente
   Luis Alberto Galeano

   —¿Por qué me llamaste?
   —No sé.
   —No era que no creías en mí…
   —¿Me vas a sacar en cara?
   —No, sólo que cuando necesitás…
   —¡Basta! Quería conversar un rato…
   —Conversar con alguien que no existe… capaz que mis respuestas también son inexistentes…
   —Pero además de sabelotodo…
   —Omnisapiente.
   —Omnisapiente y estar en todos lados…
   —Omnipresente.
   —¡También sos un rencoroso de mierda!
   —¿Qué necesitas? 
   —¿Qué hago?
   —¿Con qué?
   —Cómo “con qué”. ¿No sos omnisapiente?
   —Tenés que alejarte de ella.
   —Intento, pero no puedo. Es un círculo vicioso. 
   —Es tóxico para vos estar cerca. 
   —Intento todos los días, pero basta con que me mire…
   —Si vos no podés alejarte, yo puedo hacerla alejarse.
   —¿Cómo?
   —Me la llevo conmigo.
   —Pero vos no sos la muerte…
   —¿No ves que somos los dos la misma cosa?
   —Pero no quiero que se muera, quiero…
   —… alejarte de ella, es imposible que sean felices así, ella está casada y vos también. Vos estás dispuesto a dejar todo por ella, pero ella no. Clarísimo.
   —Pero no quiero que se muera. Quiero estar eternamente con ella…
   —Me los llevo a los dos entonces. Vivir eternamente con ella, ¿no es lo que querés?
—…
   —Pensalo, de última…  la muerte es un estado de la mente.
   —No la puedo matar en mi mente…
   —Entonces, me la llevo yo…
   —¡No! si te la vas a llevar, que sea a los dos…
   —Dale, me voy. Enseguida te va a llamar, te va a pedir que la busques, no te vas a poder negar, la vas a buscar, el 113 que va a la terminal les va a pasar por encima… no van a sentir nada… después… la vida eterna juntos.
   —Ok.
   Espera solo. Suena el celular.
   —Hola… sí, ¿a qué hora? Claro, esperame y te paso a buscar…  (piensa) ¡No! no voy a poder, tengo cosas que hacer…  ¡Cosas importantes! ¡Siempre estoy disponible para vos! ¡Pero hoy no! ¡Nada! ¡Si querés enojarte, enojate! ¡No, sos vos la que no tiene tiempo nunca! (…) ¡Chau!


Detalle de la portada del libro del Segundo Concurso Nacional de Microficciones Teatrales -- Julia Isidori


Marta
   Patricia Suarez

   Un dormitorio en la penumbra. Una mujer zombi (piel negruzca, un ojo fuera de la órbita, manos descarnadas, ropas desgarradas) golpea el cristal de la ventana. Al otro lado, un hombre dormido, con camisón y gorro de dormir, se restriega los ojos.

   Viudo: —(sobresaltado) ¡Marta!
   Marta: —(con dificultad logra indicar que él abra la ventana) Tranquilo, José. Vengo en son de paz. 
   Él abre los postigos que hacen mucho ruido. Ella entra.
   Marta: —Hace por lo menos cincuenta años que te dije que engrases los postigos. 
   Viudo: —Marta, hace diez años que estás muerta.
   Marta: —Hay cosas peores, José. Vivir en la dejadez, por ejemplo. No creas que no vi el césped crecido y que la tranquerita está despintada. Yo fui a la pinturería, compré tres litros de pintura y me prometiste pasarle una mano ese mismo domingo. Después… pasó lo del tren.
   Viudo: —Marta, hace diez años que estás muerta.
   Marta: —Ya te oí, José. Estoy muerta, no sorda. 
   Viudo: —(se persigna) Casi me hago encima…
   Marta: —Debe ser por este ojo que se me sale (se acomoda el ojo).
   Viudo: —¿Eres un fantasma o…?
   Marta: —Zombi. No me ofende; pero te aclaro no vengo a comerte el cerebro: no tengo tan mal gusto. Quiero saber cuánta gravedad tuvo lo tuyo con Amalia. 
   José se tira al piso y le ofrece el cerebro para que lo muerda.
   Marta: —Acabo de decirte que no te voy a morder el cerebro. Nada más quiero saber si ustedes, Amalia y vos, ya tenían un asunto antes de que yo pasara a mejor vida. Si le podemos llamar mejor. 
   Viudo: —¿Con Amalia…?
   Marta: —Porque, para empujarme debajo del tren aquel domingo, tendría que haber estado muy enamorada de vos. Aunque sea difícil de creer.
   Viudo: —No fue Amalia. Fui yo; podés comerme el cerebro tanto como lo hiciste en vida, impidiéndome salir a divertirme, a las tabernas, las fiestas del arco iris…
   Marta: —¿Qué?
   Viudo: —Fui yo, Marta. Vestido de mujer.
   Marta: —(inspira, resignada) Siempre lo supe. Siempre lo imaginé. Ahora quiero la verdad, José: la ropa que usabas, ¿era mía?


Marita Lopómez
   Nancy Lago

   MUJER1 camina. MUJER2 camina rápido detrás de MUJER1, la alcanza y toca su hombro. MUJER1 se da vuelta. HOMBRE está sentado en un banco, oculto parcialmente por un diario. 

   Mujer2: —Vos sos Marita Lopómez, ¿no?
   Mujer1: —Sí, ¿y vos quién sos? 
   Mujer2: —Yo también soy Marita Lopómez. 
   Mujer1: —¡Qué gracioso!
   Mujer2: —¿Gracioso? Me arruinaste la vida.
   Mujer1: —¿Sí? ¿Cómo?
   Mujer2: —Con tu página porno.
   Mujer1: —Pero si mi página es de un porno muy cuidado.
   Mujer2: —Soy decoradora de tortas infantiles... Nadie me quiere contratar. 
   Mujer1: —¿Y yo qué tengo que ver? 
   Mujer2: —¡La gente se confunde! Yo hago mis anuncios a través de pasacalles y de cartelitos en los postes de luz. Pero las personas siempre tienen que escribir mi nombre en los buscadores porque necesitan ver todo por internet. Y ahí aparecés vos con tus fotitos y tus videítos. Los padres me llaman para reunirse y “hablar sobre las tortas” en hoteles alojamiento. 
   Mujer1: —Yo jamás me reúno en hoteles alojamiento, tengo mi propia oficina. 
   Mujer2: —¿Una oficina? Supongo que debe ser muy chiquita.
   Mujer1: —No, es todo un piso en Puerto Madero. 
   Mujer2: —¿En serio? ¿Cuánto ganás al mes con esto? 
   Mujer1: —Bastante, aunque se va mucha plata en ingresos brutos y ganancias.
   Mujer2: —¿Pagás impuestos? 
   Mujer1: —Claro, si no, ¿cómo se mantienen los hospitales públicos? 
   Mujer2: —Pero tendrás que reconocer que algunos impuestos son impagables. 
   Mujer1: —O sea que vos trabajás en negro.
   Mujer2: —Sí, pero lo mío es casi un hobby.
   Mujer1: —Encima, arruinás el espacio público con tus anuncios.
   Mujer2: —No soy la única. 
   Mujer1: —Y seguro que no pagás licencia por usar los personajes de los dibujitos animados en tus tortas. 
   Mujer2: —No me queda otra. Aparte, es un delito sin víctimas. 
   HOMBRE deja el diario en el banco y se para. 
   Hombre: —Grabada la conversación. Ya se puede proceder.
   Mujer1: —Perfecto. 
   Hombre: —(a MUJER2) Señora, está detenida. 
   Mujer2: —¿Detenida?
   Hombre: —Sí, acompáñeme. (A MUJER1) Gracias, oficial. 
   HOMBRE le pone unas esposas a MUJER2 y se la lleva. 
   Mujer1: —Uno a uno, los iremos encontrando a todos.


Putas las que pintás
   Graciela Ulloa

   Taller de pintura donde prima el desorden.
   Enrique pinta. Tiene 42 años. Su pelo entrecano lo hace parecer mayor.
Ingresa Ana, de 35. 

   Ana: —¿Terminaste?
   Enrique: —No.
   Ana: —Te traje unos sanguchitos que sobraron del cumple de Mica.
   Enrique: —Gracias.
   Ana: —¿Te fue bien hoy? 
   Enrique: —Sí.
   Ana: —Qué bueno. Una lástima que no fuiste. Estaba la tía Marta que se recuperó del cáncer y el novio de Moni, que la mira con una carita de enamorado... Yo lo veía a él mirarla a ella y pensaba que no hay cosa más fuerte que el amor. (Mira el cuadro) ¿Se movió mucho la de hoy?
   Enrique: —No.
   Ana: —Debe ser complicado pintar cuando se mueve ¿Es la misma que la del miércoles?
   Enrique: —Es otra.
   Ana: —Mejor, no me gustaba el talante combativo de esa. Te iba a arruinar el cuadro si la pintabas con esa expresión. Si querés, yo te poso alguna vez.
   Enrique: —No te gusta mi pintura.
   Ana: —Me gusta. Solo dije que prefiero la naturaleza muerta a los desnudos artísticos. Y no es que los desnudos no me gusten… nada más me da cosa invitar a mamá si nuestro living está repleto de cuadros de mujeres desnudas.
   Enrique: —Por eso: no te gusta.
   Ana: —Me gusta. 
   Enrique: —Como digas. 
   Ana: —Me gustaría que te gustara alguna vez pintarme.
   Enrique: —¿A vos?
   Ana: —Sí, a mí. Y que fuéramos como las parejas célebres: que seas Dalí y yo ser tu Gala, que seas Diego y ser tu Frida, que seas Picasso y ser tu puta…
   Enrique: —Vos no sos Gala, ni Frida, y, menos, una puta.
   Ana: —Putas las que pintás.
   Pausa.
   Ana: —Perdón, se me escapó.
   Enrique: —No importa.
   Pausa.
   Ana: —¿Me querés?
   Enrique: —¿Pintar?
   Ana: —No, que si me querés.
   Enrique: —Ah, sí.
   Ana: —Vos no me mirás como el novio de Moni.
   Enrique: —Te quiero, Ana.
   Ana: —Estás mintiendo.
   Enrique: —No.
   Ana: —Sí, estás mintiendo, pero no me importa, porque en el fondo no estoy buscando la verdad. Me llevo los sanguchitos. Te espero en casa.


No es un tumor
   Felipe Quiroga

   Un MÉDICO mira una radiografía de un torso. El PACIENTE está sentado en calzoncillos en una camilla colocada en medio del escenario. El MÉDICO deja la radiografia sobre la camilla, palpa con sus manos enguantadas el vientre del PACIENTE.

   Médico: —¿Le duele?
   Paciente: —No.
   El MÉDICO, con gesto de preocupación, sigue palpando a su paciente.
   Paciente: —(intranquilo) ¿Qué tengo, doctor? ¿Es un tumor? Dígame la verdad.
   Médico: —No sé cómo decirle esto. Nunca vi algo asi.
   Paciente: —(asustado) ¿Es un tumor?
   Médico: —No, no es un tumor. Es... un planetita.
   Paciente: —¿Un… un planetita? ¿Se refiere usted a un planeta pequeño?
   Médico: —Sí, un planeta de las dimensiones de, digamos, una pelota de tenis.
   Paciente: —(Se toca el vientre) ¿Aquí adentro?
   Médico: —Sí. Ahí.
   Paciente: —¿Cómo es posible?
   Médico: —No lo sé todavía. Habría que hacer más estudios. Igual, hay que conservar la calma: el planeta está inmóvil. Lo riesgoso sería que empiece a orbitar…
   Paciente: —(interrumpe, asustado) ¡¿A orbitar?! ¿Cómo que a orbitar?
   Médico: —Despreocúpese, no hay nada que demuestre que vaya a suceder. Todavía.
   Paciente: —(nervioso) Pero… en caso de que sucediera, que me…
   Médico: —(interrumpe) Sus órganos serían destrozados. El planeta, al orbitar, arrasaría con todo.
   Paciente: —¡Doctor!
   Médico: —Tranquilo, es un caso hipotético.
   Paciente: —Y este planeta… ¿está… habitado?
   Médico: —Buena pregunta. No lo sé aún. Habría que hacer más estudios. 
   Paciente: —¿Y no será mejor directamente operar?
   Médico: —¿Operar? No, no. Primero necesitamos más información. Vístase, salgo un segundito a hacer una llamada.
   El MÉDICO sale del escenario. El PACIENTE se viste. Pasan unos cuantos segundos y regresa el MÉDICO.
   Médico: —Buenas noticias. Hablé con un amigo en la NASA. Vamos a programar una misión tripulada para la semana que viene. Estos días trate de hacer reposo y coma liviano. Y le voy a hacer una receta.
   Paciente: —Gracias, doctor. No sabe lo tranquilo que me deja. Pensé que era un tumor.
   Los dos salen del escenario.
   

Fausto
   Juan Manuel Montes Delsouc

   En el paraíso, detrás niebla y luz blanca incandescente, sonido de tubos de neón como si fueran abejorros enormes o cierta especie de ángeles

   Fausto: —Hoy se cumplen cuatrocientos cincuenta años terrestres que estoy en el paraíso. He estudiado todas las ciencias, todos los idiomas. Y aún me falta desarrollar más conocimiento, pero sé que, en la eternidad, tarde o temprano podré lograrlo. Ya no me posee esa voracidad por saber, esa fruición del conocimiento por mi condición limitada. Y acá en este paraíso, todos viven del proverbio “Dios proveerá” y nadie hace nada si total, en el devenir de lo eterno, lo terminarán haciendo. Los primeros siglos estudié como antes, y estudié los niveles celestiales y la jerarquía angelical, pero no hay nada más aburrido que un ángel, sin sexo y sin espalda, chatos como una estampa japonesa y redundantes como sermón de Pascuas. (La luz de los tubos titila un poco y del suelo aparece Mefistófeles)
   Mefistófeles: —(Cubierto con un buzo tipo canguro, con capucha, pantalones anchos y lentes oscuros. Continuamente se oculta de la luz) ¿Y cómo le va en el paraíso doctor Fausto?
   Fausto: —Mefistófeles, ¡por fín! ¡No sabés los años que llevo esperando este momento!
   Mefistófeles: —¿Acaso hay un alma insatisfecha en el paraíso?
   Fausto: —Y... acá en el paraíso, nadie sufre, siempre es alegría, siempre hace el clima ideal, tenemos todos lo que deseamos y hacemos todo lo que queremos... pero es el lugar perfecto para aquellos seres que han leído un sólo libro. Esta eternidad inmutable, no es lugar para un alma inquieta, para un prometeo.
   Mefistófeles: —¿Y qué quiere el doctor?
   Fausto: —Quiero volver al mundo, quiero desear algo y luchar por conseguirlo, quiero ser ignorante para lograr el conocimiento, pero sobre todo quiero estar limitado por el tiempo, quiero el verdadero paraíso.
   Mefistófeles: —¿Y cuál es ese verdadero paraíso?
   Fausto: —Quiero el cielo de los ateos. Deseo la nada.
   Mefistófeles: —¿Y no quisieras el infierno?
   Fausto: —No, si el infierno es eterno, tarde o temprano se parecería a este cielo.