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sábado, 11 de julio de 2020

266. Microficciones teatrales III

Editor invitado: Eduardo Gotthelf



Lo que se inició con la chispa de una idea, que textos tan breves como las microficciones pudieran constituirse en textos dramáticos, festeja hoy otro hito: el tercer concurso de lo que en su momento bautizamos “Microficciones Teatrales”. Este subgénero, que nació en la Patagonia, lejos de los grandes centros, está haciendo su camino en el país y el mundo. Los dos primeros concursos fueron nacionales (Argentina) pero, a propuesta de la Secretaría de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Neuquén, el tercero se hizo binacional, invitando a escritores de Argentina y Chile.

 
 Eduardo Gotthelf


El Beneficio
   Martín Gardella

   En una oficina, el Gerente lee un diario deportivo. Sobre su escritorio se observa un portarretratos familiar. Golpean a la puerta.
   Gerente: —(Esconde el diario) ¡Adelante!
   Empleado: —Buen día, señor.
   Gerente: —Buen día, Gutiérrez. ¿Qué necesita?
   Empleado: —Quería informarle que los empleados están amenazando con hacer huelga si la empresa no les otorga los beneficios que pidieron.
   Gerente: —Es una locura.
   Empleado: —Además, andan diciendo que usted es insensible, que jamás se pone en sus zapatos.
   Gerente: —¿Ponerme en sus zapatos? ¿Cómo?
   Empleado: —Muy simple, señor. Que usted baje alguna vez a reunirse con nosotros, a vivir en carne propia nuestras dificultades.
   Gerente: —¿Dificultades? ¿Y creen que yo no tengo dificultades?
   Empleado: —No lo sé, señor. Quizás si la situación fuera al revés...
   Gerente: —¿Al revés?
   Empleado: —Claro. Que alguien ocupe su posición de gerente por un día y usted baje a trabajar en su lugar. Podrían experimentar mutuamente las dificultades y se facilitaría el diálogo.
   Gerente: —(Riéndose) ¡Es una idea ridícula! No soportarían hacer mi trabajo ni por un minuto.
   Empleado: —Usted tampoco aguantaría hacer el nuestro.
   Gerente: —Hagamos la prueba. Ocupe mi lugar por el resto del día y yo iré a trabajar abajo, con los demás.
   Empleado: —Muchas gracias, señor.
   Gerente: —No me llames “señor”. Por hoy seré simplemente… Jorge Romero.
   Empleado: —Perfecto, Romero. Puede retirarse.
   Gerente: —(Sale de la oficina)
   Empleado: —(Toma el diario) A ver… (Antes de que pueda empezar a leer, golpean a la puerta. (Deja el diario) ¡Adelante!
   Gerente: —Gutiérrez, tenías razón. Es insoportable trabajar allá abajo. Terminemos con este jueguito y volvamos las cosas a su lugar. Mañana veré qué puedo hacer por ustedes.
   Empleado: —¿Acaso no aguanta su trabajo, Romero? ¿Es un flojito? En esta empresa no queremos empleados poco comprometidos. Está despedido.
   Gerente: —(Afligido, toma el portarretratos familiar y el diario deportivo).
   Empleado: —No, Romero. El diario déjemelo, que quiero ver cómo salió Morón.
   Gerente: —(Deja el diario y sale de la oficina en silencio).
   Empleado: —(Suspira) Tenía razón, Romero. ¡Qué difícil es este trabajo! (Toma el diario y lee) Nos salvamos del descenso… ¡Vamos Morón todavía!
   Apagón.


Expectativa
   Mario Cippitelli

   Una joven veinteañera, frente al espejo. Está terminando de maquillarse, con mucha ansiedad. Tiene apuro. Habla en voz alta, mientras hace su rutina.
   Elida: —¿Será un médico? Puede ser un médico soltero que vino a Neuquén a formar una familia. ¿Por qué no?
   Para de maquillarse.
   Elida: —¡Sí! Estamos en 1930. ¡El pueblo está creciendo y hacen falta médicos!
   Reanuda su tarea, se acerca al espejo y se pinta la boca.
   Elida: —¿Y si no es un médico? (Piensa) Bueno, ¡entonces que sea un empleado bancario! Me enteré de que en el banco están buscando gente.
   Toma distancia, se pone de perfil y vuelve a estar de frente mirando cada detalle de su rostro.
   Elida: —Bueno… en realidad lo que importa es que sea bueno, cariñoso, lindo, trabajador, honrado, que le guste vivir en un pueblo así, como éste (Piensa un segundo y señala al espejo con el dedo índice). Bueno, che: ¡tampoco podés pedir todo!
   Se aleja un poco más del espejo, se acomoda las mangas del vestido y se mira de perfil.
   Elida: —Estás linda, Elida. Convencete de que estás linda. No pienses en que van a ir otras mujeres, ¿entendés?
   Piensa un segundo y vuelve a hablar, pero con tono resignado.
   Elida: —¡Ay, sí van a ir! ¡Siempre van! ¡Y se llena de gente! (Gesticula con los brazos) ¿¡Por qué tiene que ir todo el mundo?! ¿¡Tanto les gusta?!
   Toma un frasco de colonia y se perfuma el cuello, sin dejar de mirarse al espejo.
   Elida: —(Enérgica) Ya está ¡Basta, Elida! Pensá que también podés conocer una nueva amiga.
   Piensa y suspira.
   Elida: —Qué lindo sería tener otra amiga más. ¡O dos! ¿Por qué no?
   Sale del baño, pasa por el living de su casa, toma la cartera y el sombrero.
   Elida: —¡Mamaaaá! ¡Voy a salir y vuelvo en una hora!
   Madre: —(Se escucha la voz en segundo plano) ¿A dónde vas, Elida?
   Elida: —¡A la estación! ¡Hoy llega el tren de Buenos Aires y quiero ver quién viene!
   Se mira en un espejo grande que hay en el living, sonríe y se va.


Sólo uno
   Irene Mariana Hume

   En el fondo del escenario, el frente de un cine. Adelante, una parada de colectivo, con un banco.
   Un hombre aparece, se sienta. Viene otro, permanece de pie.
   Hombre Parado: —A esta hora pasan de vez en cuando, nomás…
   Hombre Sentado: —Sí, es cuestión de suerte… ¿Le gustó la película?
   Parado: —Nah, un tanto deprimente. Con ese título, “El recuerdo”; me esperaba un drama romántico. El asunto de la muerte me deprimió.
   Sentado: —¡Al contrario!, yo la encontré optimista. Eso de que haya otra vida después de ésta; que uno no se muere y ¡listo!
   Parado: —Pero vivir una vida tras otra, tras otra, ¡indefinidamente! Me cansa el solo pensarlo. Y llevarse un recuerdo… ¿para qué?
   Sentado: —¡Justamente eso me fascinó! Elegir un recuerdo de esta vida para llevar consigo a la próxima. ¡Qué desafío! ¡Tamaña decisión!
   Parado: —Usted, ¿qué recuerdo elegiría?
   Sentado: —Uno solo… Creo que el día ese que me gané el premio al mejor vendedor del año.
   Parado: —(Sonríe irónicamente) ¿Y si en la próxima vida usted no tuviese tanta suerte? Si naciera en la pobreza, no recibiera educación; ese recuerdo, de un momento afortunado, inalcanzable, ¿no lo haría sentirse frustrado, enojado con la suerte que le tocó esta vez?
   Sentado: —No sé, puede ser. Pero entonces, ¿mejor me llevo un recuerdo de algo triste para que lo que me pase en la próxima vida parezca espléndido en comparación?
   Parado: —¡Ja! Entonces serían pobres sus expectativas, si usted creyera que eso que lleva en la memoria fuera todo a lo que podría aspirar. Sin motivación, sin esperanza, se estaría condenando a una vida desgraciada.
   Sentado: —Usted lo hace complicado. (Pausa) Ya sé: un momento con mis seres queridos.
   Parado: —¿Y a cuáles elige? ¿La familia sobre las amistades? ¿Cómo privilegiar una persona sobre otra?
   Sentado: —Creo que me vuelvo caminando. Buenas noches. (Empieza a caminar, luego se detiene) Y usted, ¿qué recuerdo elegiría?
   Parado: —(Pausa) El mismo que traje a esta vida. El de una conversación con un extraño, en una parada de colectivo, a la salida del cine.


Odín
   Juan Carlos Velazque

   Juan y Mario junto a una ventana.
   Mario: —¿Odín…? Se había arrancado un ojo…
   (Interrumpe Juan)
   Juan: —No jodas, no puede ser.
   Mario: —¡Cómo que no puede ser!
   Juan: —Lo vi hace un par de días y tenía los dos ojos completos.
   Mario: —¡¿Lo viste a Odín?!
   Juan: —Sí… ¿De quién estamos hablando?
   Mario: —Pero si es un dios mitológico.
   Juan: —Mirá vos. No sabía que tu vecino lo era. Creo que hablamos de dos tipos distintos.
   Mario: —Claro, yo te hablaba del rey de los dioses en la mitología nórdica. (Ambos ríen).
   Juan: —A ver… me decías entonces...
   Mario: —Que Odín se había arrancado un ojo, convencido por Mimir, la diosa del ingenio, como sacrificio para obtener sabiduría.
   Juan: —¡Qué loco el tipo!
   Mario: —Pero no conforme con ello, porque decía que la sabiduría obtenida era escasa, se colgó de un pie en un fresno sagrado durante nueve días.
   Juan: —¡Ah, un idiota importante!
   Mario: —Pará, que ahí no termina la historia. Parece que esta demostración de sacrificio para él no era suficiente, entonces se clavó una lanza debajo de la axila.
   Juan: —¿Y todo eso para qué?
   Mario: —Para ser más sabio. Entre otras cosas creó las runas y sus poderes mágicos.
   Juan: —Y al invento lo aprovechó la madre del pibe Odín. La gorda te tira las runas y te adivina el futuro… ¡Ah!, y no es poco lo que cobra.
   Mario: —Y él ¿en qué anda?
   Juan: —Ayuda a la madre en su “trabajo”. (Se escuchan voces en el exterior. Ambos miran hacia la ventana) ¿Qué es ese quilombo?
   Se asoma una mujer por la ventana.
   Mario: —¿Qué pasa doña?
   Mujer: —Algo horrible ¿Lo conocen a Odín?
   Juan: —Sí, por supuesto.
   Mujer: —Lo encontraron muerto.
   Mario: —¡Cómo!
   Mujer: —Sí, es horrible. Aseguran que fue un asesinato. Apareció colgado de un viejo fresno con un corte hecho debajo de la axila. Pero además ¡le faltaba un ojo!
   Mario y Juan: —(Mirándose) ¡¡Noooo!!
   Mario: —¿Y la madre?
   Mujer: —¿Quién… Mimir?
   Mario y Juan se miran sorprendidos.


Hambre
   María Guitart

   Una plaza. Un hombre y una mujer dan de comer a las palomas.
   Mujer: —Venga, mi palomita linda; eso, eso, coma lo que le da la mami. Otro poquito.
   Hombre: —Perdón, esa paloma es mía.
   Mujer: —¿Cómo suya?
   Hombre: —Hace una semana que le traigo comida. Se llama Hortensia.
   Mujer: —¿Hortensia? Es mi Antonio, ¿cómo no lo voy a conocer? ¿Ve esa pluma más corta en el ala derecha? Justamente mi Antonio tiene una pluma más corta en el ala derecha.
   Hombre: —Disculpe, señora. No quiero discutir. Tal vez usted se confunde. Hace una semana que la alimento, y a usted no la había visto nunca.
   Mujer: —Yo no confundiría nunca la mirada de Antonio. Vengo a la mañana. Hoy tuve que hacer unos trámites.
   Hombre: —No sé qué decirle, pero si hay algo de lo que no tengo dudas es de que se trata de Hortensia. Mire ese andar, imposible confundirme. En la pata derecha tiene una ligera contusión. ¿Ve la diferencia de color?
   Mujer: —¡Antonio! Venga mi chiquito. (La paloma se acerca).
   Hombre: —¡Hortensia! ¡Hortensia! (La paloma se acerca).
   (Se miran sin saber qué hacer).
   Mujer: —¿Usted vive solo?
   Hombre: —Sí, soy viudo. ¿Y usted?
   Mujer: —También. Vivo en la casita verde de la otra cuadra.
   Hombre: —¡Ah! Me encanta el olor de la madreselva.
   Mujer: —Abro la ventana de la cocina cuando está en flor.
   Hombre: —Perdone mi indiscreción. ¿Qué prefiere?: ¿muslo o pechuga?
   Mujer: —El muslo, ¿y usted?
   Hombre: —La pechuga.
   Mujer: —Qué oportuno.
   Hombre: —Tengo una quintita. Algunas cebollas, zanahorias; en verano, tomates.
   Mujer: —Qué oportuno.
   Sacan migas de los bolsillos.
   Mujer y Hombre: —¡Venga mi chiquita! Coma, coma…
   Telón.
 

Pronóstico
   Felipe Quiroga 

   En un local de venta de ropa, un hombre vestido de forma elegante mira las prendas en un maniquíEs el Pronosticador. Se acerca una Vendedora.
   Vendedora: —(Sonriente) Buen día...
   Pronosticador: —(Interrumpe, molesto) Buen día, sólo estoy mirando, le avisaré si requiero su ayuda. Y no, no tengo esa tarjeta de crédito. Tampoco me interesa la oferta de corbatas 2x1. Gracias.
   La Vendedora se retira desconcertada. El Pronosticador nota que un Hombre a un costado lo observa disimuladamente. El Pronosticador suspira. Sigue mirando la ropa del maniquí. El otro Hombre no deja de mirarlo. El Pronosticador, con actitud de fastidio, se acerca al Hombre.
   Pronosticador: —(Molesto, habla rápido, mientras el Hombre lo mira confundido) Hola, usted me va a preguntar si me conoce de algún lado y yo le diré, tímidamente, que es posible, y usted preguntará si soy famoso, y yo diré, con modestia, que no sé si es para tanto, y usted me dirá que sí, que ya se acordó, que me ha visto en la TV, en el noticiero, dando todos los días el pronóstico del clima, y yo le diré que sí, y usted me felicitará por acertar siempre, me dirá que yo soy diferente a mis colegas, que muchas veces se equivocan, pero que yo no, que yo nunca me equivoco con mis pronósticos, y yo sonreiré, y usted sacará su celular y me pedirá que nos saquemos una foto, y yo me sonrojaré, le diré que no es para tanto, y usted me dirá que sí, que por favor, para mostrarle a los chicos, yo le diré que no tengo tiempo, que estoy apurado, le pediré disculpas e intentaré retirarme, pero usted me insistirá, me sujetará el brazo y empezará a apretarme con fuerza, intercambiaremos insultos y después de forcejear, me caeré contra este maniquí y usted, asustado, saldrá corriendo del local. La verdad que no tengo tiempo para todo eso. Así que terminemos de una vez.
   El Pronosticador se arroja contra el maniquí y el Hombre, con una mueca de miedo y confusión, sale corriendo de escena.


 La plaza
   Humberto Guido Meoli

   Una plaza. Negro está sentado en un banco. Blanco, parado, temblando de frío, lo observa.
   Blanco: —¿Es tuyo?
   Negro: —No. Es de todos.
   Blanco: —¿Me lo prestás?
   Negro: —Es de todos, pero ahora lo estoy usando yo.
   Blanco: —Por eso te pregunté si me lo prestabas.
   Negro: —No puedo prestarte algo que no es mío.
   Blanco: —Claro.
   Pausa.
   Blanco: —¿Entonces?
   Negro: —Entonces ¿qué?
   Blanco: —¿Qué hago?
   Negro: —¿Con qué?
   Blanco: —¿Espero a que dejes de usarlo?
   Negro: —No creo que lo deje de usar.
   Pausa.
   Blanco: —Ah.
   Pausa.
   Blanco: —Entonces…
   Pausa.
   Blanco: —¿Espero a que te mueras?
   Negro: —Si querés…
   Pausa.
   Negro: —Pero falta mucho, eh.
   Blanco: —Ah.
   Pausa.
   Blanco: —Entonces me voy.
   Pausa.
   Blanco: —Lástima.
   Pausa.
   Blanco: —Otro día sin sol.