Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

domingo, 2 de febrero de 2025

386. Gabriel Jiménez Emán - celebrando a un pionero

 



 

   En 1973 el escritor venezolano Gabriel Jiménez Emán publicó Los dientes de Raquel, uno de los primeros libros de minicuentos editados en Latinoamérica. 
   Conmemorando los 50 años de su aparición, e-Kuóreo ofrece una pequeña muestra de textos tomados de ese libro.









Los brazos de Kalym


   Kalym se arrancó los brazos y los lanzó a un abismo. Al llegar a su casa, su mujer le preguntó sorprendida: «¿Qué has hecho con tus brazos?».
   —Me cansé de ellos y me los arranqué —respondió Kalym.
   —Tendrás que ir a buscarlos; vas a necesitarlos para el almuerzo. ¿Dónde están?
   —En un abismo, muy lejos de aquí.
   —¿Y cómo has hecho para arrancártelos?
   —Me despegué el derecho con el izquierdo, y el izquierdo con el derecho.
   —No puede ser —respondió su mujer—, pues necesitabas el izquierdo para arrancarte el derecho, pero ya te lo habías arrancado.
   —Ya lo sé mujer; mis brazos son algo muy extraño.
   Olvidemos eso por ahora y vayamos a dormir —dijo Kalym, abrazando a su mujer.


Unos zapatos

   Es la historia de un par de zapatos de cuero marrón oscuro y lustroso número 40. Mario se va a dormir frecuentemente a las 11:30 y los deja bajo la cama.
   El zapato derecho espera que Mario se duerma y luego trata de despertar al zapato izquierdo, que siempre permanece inmóvil. Después camina solo por toda la habitación, y si la puerta está abierta sale a caminar entre los árboles, a tomar el aire o a ver las estrellas. Muy pronto se aburre de andar solo y piensa en el zapato izquierdo, el perfecto compañero para sus andanzas nocturnas. Pasan los días y el zapato derecho sigue insistiendo en despertar al zapato izquierdo, y un día, por fin, lo logra. Se explica por eso que Mario se despertara una mañana y no encontrara a sus zapatos nunca más.


Documento de muerte

   Recuerdo muy bien el día de mi muerte. Todos estaban tristes por lo trágico del accidente: mi automóvil pierde los frenos y da de lleno contra un camión.
   Yo fui a verme en la urna. Es algo realmente horrendo observarse ahí dentro sin poder hacer nada para escapar. Créanme que sentí náuseas y el estómago se me anudó. Desde entonces no he podido dormir y cada día me siento peor.
   Prometo firmemente que la próxima vez que muera no iré a verme, pues se termina por no saber nada acerca de la muerte; y si se está muerto, por lo menos tiene uno el derecho de saberlo.


Indecisión

   Margarita me decía que nunca iba a morir. Siempre, desde niña, me repetía lo mismo, y yo, muy respetuoso de sus maravillosos caprichos, no me atrevía a contrariarla. Por eso cuando murió no lo pude creer. Nunca se sabe en esos casos.


La triste historia de Finia, una gallina enamorada

   Una gallina rara, de esas que se alejan de las demás después de comer y se pegan a los alambres del gallinero a hacer la digestión y a reflexionar sobre su triste destino, no es conocida por todos. Cualquiera que la vea ahí, con el pico entre los alambres, susurrando una inaudible canción de amor, debe, por reglas del alma, conmoverse. Busquémosle un nombre para identificarnos con ella: Finia, por ejemplo. Pues bien, Finia, además de ser muy hermosa y muy triste, está también muy enamorada de un gallo que oye cantar todas las mañanas, y deduce que por su canto debe ser el gallo más amoroso y comprensivo de la tierra. El canto del gallo le traspasa el alma, y ella, encerrada en su triste y húmedo gallinero, llora sin lágrimas, pues ya sabemos que a las gallinas no les salen lágrimas por los ojos, ni siquiera cuando les tuercen el pescuezo.
   Finia, al fin, fortalecida por su amor, logra pasar increíblemente por un orificio demasiado estrecho para su cuerpo, rompiéndose así las plumas, parte de la cabeza, e inutilizándose por completo una pata. Después, con el plumaje lleno de sangre, espera que despunte el alba y aguarda el canto de su gallo; luego, guiada por su corazón y conducida por el canto más melodioso de la tierra, llega hasta el hogar de su gran gallo, poseedor de sus infinitas ilusiones. Y allí está él, con las alas extendidas al viento y al mundo, con un plumaje que podría desafiar al de los pavorreales, con el pico hacia el cielo. Y allí está ella, llorando, porque Finia es la única gallina que ha llorado, y ahora está parada ahí, al final de su vida, porque en ese momento alguien le agarra el pescuezo y se lo tuerce.
   Después, el Sr. De la casa comentará: «Qué gallina más buena», sin saber, ahora ni nunca, que estaba llena de amor hasta los huesos.


Argumento para un pueblo de verdugos

   Un hombre inocente es condenado a muerte por un pueblo. El tribunal decide hacerlo decapitar, a la vista de todos.
   En el momento de la ejecución, el verdugo se siente culpable y se lo dice al pueblo. El pueblo, alarmado y confuso, propone decapitar al verdugo.
   De la misma forma el nuevo verdugo, en el momento de decapitar al antiguo verdugo, se siente culpable y se lo dice al pueblo.
   Así, ya no parece quedar nadie más en el pueblo que se atreva a ser verdugo de verdugos inocentes.
   Por fin, un hombre se ofrece voluntariamente a hacer de verdugo, y en el momento de la ejecución desvía el hacha hacia la cabeza del gobernador y lo decapita, en el nombre del pueblo.
   El valeroso hombre resulta ser después hermano del primer hombre inocente, que es a su vez el único verdugo culpable.


Los dientes de Raquel

   Raquel mordió una manzana, y todos sus dientes quedaron en ella. Fue a su casa con la boca sangrando a avisarle a su mamá. La mamá vino corriendo asustada a buscar los dientes de Raquel, y cuando llegó, los dientes se habían comido la manzana.
   La mamá quiso recogerlos, pero los dientes se levantaron y se comieron a Raquel y a la mamá.
   Después, los dientes volvieron a la boca de Raquel, quien muy hambrienta corrió a pedirle a su mamá que le comprara una manzana.