Editora invitada: Lilian Caicedo O.
Feroz
Paz Monserrat Revillo (España)
En el pueblo no se habla de otra cosa que de la preocupante plaga de Caperucitas que asola nuestros bosques.
Desde que desapareció su depredador natural las de rojo provocan accidentes, destrozan los huertos y remueven la tierra buscando raíces después de la lluvia. Por las noches merodean por los polígonos industriales y se acercan a los límites de la ciudad para hurgar en los contenedores de basura.
Algunos municipios organizan batidas clandestinas que reúnen a los habitantes más siniestros de la comunidad.
Cada vez que los ecologistas proponen reintroducir el lobo ibérico, los ganaderos salen a la calle con escopetas y garrotes.
Mientras tanto, ellas deambulan en pequeños grupos, con la mirada alucinada y mostrando una maraña de pelo color miel bajo sus harapientas caperuzas. Si se les acorrala cuando van con sus crías —esas deliciosas y pálidas criaturas— se revuelven y atacan con ferocidad.
En el bar yo no me pronuncio sobre el asunto, pero estoy haciendo mucho más que todos esos charlatanes para solucionar el problema. Cada veintiocho días, siguiendo mi naturaleza, acudo al llamado de la luna llena. Me muerdo el aullido que brota de mis entrañas, y salgo de cacería.
Maté a alguien hoy
Valentina Urresta Ocampo (Colombia)
Maté a alguien hoy. Mato a muchas personas todos los días, pero hoy fue diferente: no recuerdo por qué lo maté, me reconforto a mí mismo repitiéndome que seguro lo merecía.
Los ángeles guardaron silencio. Siempre que Dios se emborrachaba confesaba cosas.
A dos manos
Lola Sanabria (Argentina)
Entrabas en la sala comenzada la película y elegías tu presa. Admiraba la delicadeza de tu mano derecha deslizándose por la piel ávida de caricias, la agilidad con que sacabas limpiamente la cartera con los dedos de la otra.
Conmigo te costó algo más de tiempo, empeñada en implicar a tus dos manos en el gesto amoroso. Fracasé.
Sé de tu disgusto, el billetero es de plástico y sólo contiene esta nota. Pero puedes recuperar el tuyo, aligerado de peso, con toda la documentación, en la papelera que hay a la entrada de nuestro cine que, estoy segura, seguirás frecuentando.
Gigia Talarico |
Conspiración
Gigia Talarico (Chile)
Macedonio llevaba cuatro libros publicados cuando empezó a sospechar que existía una conspiración para que no se leyeran sus libros, pues aunque los publicaba, solo alcanzaba a regalar unos cuantos. Al quinto libro, empezó a reprochar y acusar de plagio a los amigos, hostigándolos con mensajes y memes, pues según él, hacían todo por no permitirle sobresalir; cuando casi todos lo habían bloqueado o hecho burla del espíritu pusilánime y mediocre que estaba demostrando, cosa que suele ocurrir en redes, ya arremetió contra los pocos amigos que tenía, lo que al inicio les produjo risas, pero cansados de sus reiterativas acusaciones, terminaron por alejarse.
Cuando su compadre trató de ayudarle diciéndole que estaba equivocado y que debía cambiar de actitud, terminó acusándolo a él e incluso a su mujer, de estar de parte de los otros, y así fue como se quedó sin amigos y sin mujer.
Ahora que vive solo y su compadre le deja comida en el añil de la ventana, una vez al día, no lo deja entrar, porque los personajes de sus historias que, según él, han plagiado su vida, lo tienen encerrado sin dejarlo recibir visitas y, perversamente, conspiran contra él para no dejarlo escribir.
Hija única
Paola Tena (México)
Mi madre decidió que yo sería hija única. Ante la ausencia de hermanos y gran dificultad para relacionarme, un día inventé a mi amigo imaginario. Solo con pensar en él podía traerlo a mi lado y olvidar por algún tiempo la soledad en que vivía. Algo parecido a lo que le pasó a mi madre, cuando se enteró de que no podía tener hijos.
Revolución
Raquel Vázquez (España)
Como tantas otras que subsistían en terrenos áridos, una familia de ovejas disfrutaba aquella tarde con la programación televisiva: prados de hierba exuberante acompañados por el fresco murmullo de una corriente, por la cadencia en las notas de los pájaros.
Fingieron no haber oído nada cuando, a lo lejos, resonó el aullido de un coyote. La segunda vez se lo atribuyeron al viento; a la tercera, era difícil disimular la amenaza. Así que una de las ovejas buscó el mando para subir el volumen al televisor. El arroyo comenzó a retumbar como una cascada, mientras las demás, con tranquilidad renovada, balaron satisfechas.
Insomnio
Beatriz Viterbo (Colombia)
Diez millones de ovejitas, doctor, y nada.