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domingo, 20 de agosto de 2023

347. Extravíos - Microantología de cuentos breves nariñenses


Salvo el último, textos tomados del libro Extravíos, Antología de Cuentos Breves Nariñenses publicado por Editorial Avatares (Pasto, Nariño; 2020).


 


Muñeca Rusa
   Jonathan Alexander España Eraso

   Al ordenar los juguetes de mi infancia en el viejo ático, encontré, entre cajas, la muñeca que tanto miedo me causaba. Con estupor la levanté y, en sus ojos espejados, miré mi rostro encogido. Detrás de él, descubrí una pequeña silueta que me horrorizó. Una mujer estremecida, de rostro enjuto, se asomaba para perderse en el destello de mis ojos.


El soldado
   Juliana Muñoz Caratar

   El soldado atraviesa con paso cansino la ciudad. El tiempo se refleja triste en su espalda, pero su rostro lo ilumina todo. Los niños que pasan a su lado, contagiados por esa luz de júbilo, sonríen y lo vitorean. A causa de la algarabía que se forma en las calles, desde los balcones salen mujeres de blancos vestidos que llevan montoncitos de barro entre las manos. Ellas los besan y los lanzan hacia ese hombre, para que, a cada paso, lenta y esmeradamente, él reconstruya lo que la guerra le ha arrebatado.


Una carta al presidente de Europa
   Arturo Prado Lima

   La policía aeroportuaria del London City Airport divisó un paquete extraño en las ruedas de un avión procedente de Somalia. Después del atentado a las Torres Gemelas de New York, el hecho causó alarma y paralizó las actividades de la terminal internacional. Sin embargo, los robots desactivadores de bombas no detectaron riesgo alguno. Se trataba del cuerpo congelado de un niño negro que no se sabe cómo viajó ahí. Debajo de la camisa, en el sobaco, había una carta de recomendación de sus padres: «Señor presidente de Europa», decía la carta, «le recomendamos a nuestro hijo para que pueda trabajar y volver por nosotros». 



La página en blanco
   Karolina Urbano

   El relato que desapareció el 3 de marzo de 2015 está a punto de convertirse en una leyenda, gracias a los chismes que han inventado los cuentos de la p. 11 y siguientes. Ese día, los cuentos estaban ansiosos y llenos de expectativas cuando un nuevo lector abrió las páginas del libro. Era B, el editor de P, quien, después de analizar el libro, notó en cuestión de segundos que la p. 38 estaba en blanco y así lo hizo notar al librero. Los cuentos inmediatamente se horrorizaron, ¡uno de ellos había desaparecido! No era la primera vez que esto ocurría, pero nunca sabían por qué, eso era un misterio y las especulaciones no se hacían esperar. Algunos comentaban que había escapado por amor con un cuento inédito; otros, que se escondía bajo las faldas del cuento de la p. 32, de puro cobarde. El rumor más fuerte trataba de un gran complejo de inferioridad que sufría desde niño, por ser el peor relato del libro. Dicen que cada vez que alguien abría el libro empezaba a temblar y descansaba cuando los lectores con mucho esfuerzo llegaban hasta la p. 10. Entonces se sentía aliviado y agradecía su buena suerte. Dicen, también, que cuando sintió que B estaba a punto de leerlo, entró en pánico y huyó despavorido. Algunos escucharon ese mismo día que B, sin más, pidió otro libro. Nadie sabe lo que pasó de ahí en adelante.



La carreta
   Jorge Verdugo Ponce

   A veces, en mis sueños, viajo de una manera inusual: en una rechinante carreta, anacrónica, con costillares laterales y ruedas irregulares. Nunca puedo identificar al animal o persona que la hace avanzar. Sólo sé que se mueve y que yo voy en ella. Tampoco sé a dónde me conduce, ni si voy por mi voluntad. La luz no pertenece al día ni a la noche; es una media luz, de un azul lechoso, que se mueve con la carreta y, más allá del círculo restringido, siguen sombras espesas que ocultan cualquier objeto.
   Siento un profundo terror, aunque no pienso en escapar. De lejos, tal vez de la infancia, me llega la sensación de algo diabólico, pecaminoso, que se mezcla con deseos poderosos e indeterminados, al mismo tiempo buscados y prohibidos. 
   Este viaje jamás tiene punto de partida y final, de modo que tampoco sé si en realidad es un viaje.


Difunto con sombrero
   Mónica Viviana Mora

   He orado por ti.
   Casi no sé orar.
   Alberto Vélez Otálvaro

   Kamal no ha pronunciado palabra desde que su padre abandonó sus pasos en la cordillera.
   Guarda la última mirada del señor Alan, cuando su caracol dejó de oír la corriente y sus yemas de acariciar un gato amarillo.
   Con sus dos hermanos lo llevaron sobre los hombros, caminaron dos kilómetros cuesta arriba en busca de alivio para su partida.
   Vivía solo, saludaba al limonero antes de bajar al río y cosechaba los aguacates más cremosos y grandes que mi boca probó.
   Los parientes que visitaron su cuerpo callado dibujaron precipicios en su rostro. Lo velaron en su propia casa y le ofrendaron azúcar, arroz y gallinas en ollas de barro.
   La mejor forma de orar, decían, era cantando. Los requintos y las voces campesinas desfilaron con trajes negros.
   El café alentaba a los dolientes y las lágrimas corrían por las cucharas.
   Kamal levantó la cajita del tiempo y deslizó un sobre con rayas azules y rojas. Un sombrero y una carta eran todo su tesoro. Yo lo vi, en medio de las ceremonias del dolor, como el difunto abrazó las palabras.


Reflejo continuado
   R. Sebastián Pinchao H.

   Un hombre duerme; sueña con un espejo en el que, naturalmente, observa su reflejo. Por razones ajenas a su comprensión, quien despierta del sueño es el reflejo, no él. 
   Los sufrimientos del reflejo son terribles, pues si alguien se atreviese a tocarlo, encontraría una imagen hueca. Su verdadero, guardado en la contraparte del cristal, parece no encontrar solución. 
   Al espejo deben cortarle el cabello y las uñas cada mes. 
(Enviado por el autor a Ekuóreo)