La rubia
José Ramón Alonso
(Neurobiólogo)
Terminé Derecho. Luego, doce meses de soldado en la Acorazada Brunete. En aquella litera, soñaba con la profesión: juicios, testigos, alegatos, declaraciones, escritos, defender la justicia con la ley… En mis pensamientos, era como los abogados americanos, bebía whisky y atrapaba gánsteres y narcotraficantes. También imaginaba que un día llegaba a mi despacho una rubia despampanante y me decía. “Necesito que me ayudes”.
Volví a casa. Tres años de pasante y abrí un bufete con mi hermano mayor, que se había hartado de preparar oposiciones. Para lo que hay por ahí, no nos llevamos mal. Yo tengo alergia a los números y él a vivir pobremente. Hoy ha venido una rubia despampanante a mi despacho. Me ha mirado a los ojos con unos semáforos verdes rodeados de pestañas y me ha dicho “necesito que me ayudes”. Es mi cuñada. Mi hermano no me lo va a perdonar jamás.
(II Concurso de Microrrelatos sobre Abogados. Consejo General de la Abogacía Española. Primer premio. Junio de 2010).
El atentado
Jan Kott (Polonia)
(Crítico literario)
Una organización toma la decisión de efectuar un atentado. Establece minuciosamente el plan: lugar, personas, protección, retirada, dirección de la huida. Luego reparte los papeles: tú estarás en tal y tal esquina y levantarás un pañuelo en cuanto veas un pequeño coche gris; tú Irás a la casa de Z. y llevarás una caja de granadas al portal N.º 12; en cuanto a ti, tirarás en la dirección W y huirás en la dirección M. Las funciones están repartidas, los papeles, señalados. Hasta los gestos quedan indicados.
Pero el joven que debe tirar en dirección N. pudo haber leído la víspera a Rimbaud o haber bebido vodka, o haber hecho ambas cosas. Puede ser un joven filósofo o un vulgar aventurero. La muchacha que ha de traer las granadas puede tener un gran amor desgraciado, o acostarse con quien sea; o hacer ambas cosas. Esto no modifica el plan del atentado; el guion no cambia.
(Apuntes sobre Shakespeare, 1961)
Se non è vero, è ben trovato
José Antonio Donaire
(Geógrafo)
Me ha pasado algo muy extraño. Tanto que puede que os cueste creerlo. Estoy en un congreso, en el que los ponentes hablan un montón de lenguas, de manera que la organización ha habilitado un sistema de traducción simultánea. Hasta aquí, todo normal.
En la sesión de la tarde, como uno de los ponentes ha decidido hablar en finés, han llamado a un tipo del equipo de traductores, alto como un abeto, para traducir entre finés e inglés. La mayoría de nosotros hemos usado los cascos para seguir el hilo.
El finés ha sido como un chute de adrenalina: ocurrente, perspicaz, muy agudo y extremadamente divertido. Cada frase mejoraba la anterior. El auditorio estaba totalmente entregado. Pero algo parecía ir mal: a veces, frases muy cortas eran traducidas con expresiones larguísimas; otras veces, la situación era la opuesta. La luz de alarma se ha encendido del todo cuando hemos reído sonoramente por una ocurrencia brillante que ha causado la sorpresa del ponente. Alguien ha notado que el slide presentado no tenía nada que ver con lo que estábamos escuchando. Se ha interrumpido la intervención y se ha montado un follón considerable. El traductor ha salido de la cabina como se sopla un espantasuegras. Y lo ha confesado: ha mentido en su currículum: no tiene ni idea de finés. Tuvo una novia de Helsinki, eso sí, pero se comunicaban en inglés. Todos los finlandeses hablan el inglés como si fueran hooligans del Liverpool, de manera que no esperaba tener ninguna demanda. Pero de repente se ha visto en el atolladero y, en vez de confesar, ha entrado en la cabina no sin problemas, todo hay que decirlo. Como no tenía ni la más remota idea de lo que estaba diciendo, ha tenido que inventárselo. El coordinador de las traducciones casi llega a las manos.
El finés ha admitido que hablaba un inglés correcto, de manera que hemos acordado empezar de nuevo sin mediar traductor. Y entonces ha sucedido algo aún más increíble. A los pocos minutos, los murmullos han obligado al ponente a interrumpir su presentación. El auditorio ha convenido que era infinitamente más interesante la falsa conferencia del falso traductor que la chapa del señor de Finlandia. Y han solicitado que el traductor ocupe el lugar del ponente. Eso ha creado un momento incómodo. Nadie sabe muy bien qué hacer. Tanta ha sido la insistencia que, finalmente, han salido en búsqueda del traductor que ya había abandonado el auditorio muerto de vergüenza. Han tenido que arrastrarlo de nuevo hasta la sala. Ha sido recibido con aplausos. El finés, a todo esto, ha mantenido una flema admirable.
Le han pedido al traductor que se sitúe en la mesa y que haga él la presentación. Pero se ha negado. Nos ha explicado que él puede inventar sobre una narración, aunque sea ininteligible, pero que es incapaz de abrir la boca si no tiene una voz de fondo. Hemos tenido que pedir al finés, que se ha ganado el cielo en la tierra, que empiece de nuevo su exposición. Ahora todo el auditorio sin excepción tiene los cascos para oír la falsa traducción. Y no puede ser más brillante. Jamás escuché nada más original y divertido.
El finés ha empezado, lógicamente, muy incómodo. Diría que un poco molesto. Pero poco a poco se ha ido animando. Nunca había tenido un auditorio tan agradecido.
La cita
Jacques Lacan (Francia)
(Médico-Psicoanalista)
Mi prometida acude siempre a la cita, porque cuando no viene, ya no la llamo “mi prometida”.
(Seminario 2, 1954-5)
Dubitatio
Jay Heinrichs
(Retórico)
Cuando des una charla a un grupo, comienza con vacilación y ve ganando fluidez de manera progresiva. Simplemente, asegúrate de que tus pausas no sean demasiado prolongadas. Cuenta la leyenda que un rector de la Universidad de Dartmouth, célebre por sus silencios reflexivos, pronunció un discurso en el MIT con un hiato tan largo que el anfitrión se sintió obligado finalmente a darle un empujoncito. Cayó inmediatamente al suelo; al parecer, el estrado le había estado sirviendo de apoyo. No estaba reflexionando, estaba muerto.
(¡Gracias por discutir! Lo que Aristóteles, Lincoln y Bart Simpson pueden enseñarte sobre el arte de la persuasión)
Sueño materialista
Jacques Bergier (Ucrania)
(Ingeniero químico)
Irrigaron con sangre fresca un cerebro in vitro. Lo dotaron de órganos de los sentidos y lo unieron a una memoria electrónica de gran capacidad. Sobrevivió y tuvo una vida activa, incluso agradable. Sin embargo, desembarazado de los cuidados corporales, ese cerebro se cansó de su condición y de su prisión, pero no tenía la posibilidad de suicidarse, pues había alcanzado la inmortalidad.
(El planeta de las posibilidades imposibles, 1966)
Lucy
Tom Phillips (Inglaterra)
(Historiador y antropólogo)
Hace mucho, mucho tiempo, mientras se elevaba el sol sobre los grandes valles fluviales y planicies africanas, una joven simia descansaba entre las ramas de un árbol. Con toda probabilidad pensaba en encontrar algo para comer, o un compañero. Estaba viviendo cerca del comienzo de una de las historias más notables que se hayan dado. Era el amanecer de la gran aventura de los seres humanos.
Y, entonces, se cayó del árbol y se murió.
Más o menos 3,2 millones de años más tarde, un grupo diferente de simios —algunos de ellos con postgrados— desenterraron sus huesos fosilizados. Puesto que se trataba de los años setenta y estaban escuchando una canción, muy popular en esos tiempos, de cierto grupo de muchachos bien sollados de Liverpool, decidieron llamarla Lucy. Ella era de una especie desconocida —que ahora llamamos Australopitecus afarensis— y fue aclamada como el “eslabón perdido” entre los humanos y los simios. El descubrimiento de Lucy cautivaría el mundo: llegó a ser muy conocida, su esqueleto sería llevado por una gira de varios años por Estados Unidos y ahora es la atracción principal en el Museo Nacional de Etiopía, en Addis Ababa.
Y, sin embargo, la única razón por la que llegamos a conocerla fue porque, francamente, la cagó. Lo cual, viéndolo en retrospectiva, estableció un patrón bastante claro sobre cómo serían las cosas desde ese punto en adelante.
(Humanos. Una breve historia de cómo la hemos pifiado)