Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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sábado, 13 de junio de 2020

264. Fantasmas VI


El caminante
   Nilo Espinoza Haro

   Se levanta antes del alba y se va, probablemente a trabajar. Sigilosamente, regresa a medianoche. Nadie sabe cómo es su rostro, cómo suena su palabra ni cómo se viste. Es el fantasma del edificio.



La ventana
   Juan Perucho

   Abrí la ventana que daba a la tierra de los fantasmas errantes. Se les veía a contraluz, traspasados por la luz del sol. Existían. No eran nocturnos. Representaban escenas de los años difuntos, acompañando a sus seres queridos —producto o de la elección de su mente e impulsos sentimentales— o tomando parte en escenas de caza con lebreles inexistentes o simplemente paseando y conversando filosóficamente. Por donde transitaban, crecían las hierbas que, por orden alfabético, tantas veces he relacionado. Bastaba alzar la voz para que desaparecieran. Sólo quedaban las urracas picoteando entre la menuda hierba, los musgos y los líquenes.
(Fabulaciones)


Despertar
   Nicio de Lumbini

   —¿Dice usted que esta casa no existe, que usted es un fantasma? ¿Pues dónde estoy?
   —En el despertar de un sueño.

El príncipe de Dinamarca


Fantasma tradicional
   Eugenio Mandrini

   En mitad de la noche, la sábana se despertó y salió a trabajar.
(La vida repentina)


Paternidad responsable
   Carlos Alfaro

   Era tu Padre. Estaba igual, más joven incluso que antes de su muerte, y te miraba sonriente, parado al otro lado de la calle, con ese gesto que solía poner cuando eras niño y te iba a recoger a la salida del colegio cada tarde. Lógicamente, te quedaste perplejo, incapaz de entender qué sucedía, y no reparaste ni en que el disco se ponía rojo de repente, ni en que derrapaba en la curva un autobús y se iba contra ti incontrolado. Fue tremendo. En el suelo, inmóvil y medio atragantado de sangre, volviste de nuevo tus ojos hacia él y comprendiste. Era, siempre lo había sido, un buen padre, y te alegró ver que había venido una vez más a recogerte.
(Granos de mostaza)


Persecución
   Jacqueline Castro
 
   Rodolfo se preparaba para salir, igual que todas las noches. Se colocó los zapatos y corrió hacia la calle. Al llegar a la esquina, se dio cuenta de que alguien lo seguía. Era su abuela, con su rostro triste y caminar nervioso.
   Rodolfo corrió mucho más rápido. No quería que lo alcanzara como en aquellos tiempos en los que ella vivía.


Brevísimo informe sobre fantasmas
   Martín Gardella

   Los fantasmas también tienen miedo, especialmente de los locos y de los perros, que son los únicos que pueden verlos. Pese a ello, se sienten protegidos pos un dios, que es el espíritu más viejo de todos. Cada año, durante la noche de brujas, organizan una emotiva ceremonia en honor a su guardián en una antigua catedral abandonada. Allí fue donde los conocí.
   Cuando descubrieron mi identidad, fue imposible evitar que algunos de ellos me siguieran hasta mi domicilio. Reconozco que es preferible su compañía antes que deambular por la mansión en solitario. En definitiva, son seres tranquilos y bastante amigables. Eso sí, para evitar problemas de convivencia, debo cuidarme de no tocar con ellos cuando atravieso las paredes.
(Los chicos crecen)



El amigo
   Miguel Fernando Caro G.

   Todas las mañanas, cumpliendo con la rutina de mi trabajo, paso por una casa en cuyo balcón hay un viejo sentado en su silla de ruedas. Siempre, al pasar junto a la casa, el viejo y yo nos saludamos batiendo nuestras manos.
   No sé como se llama ni él sabe mi nombre. Tal vez el vernos todos los días casi obligatoriamente nos haya hecho amigos.
   Hoy no nos vimos y al pasar por su balcón me he sentido muy triste al pensar en lo que pudo haberle ocurrido; ya a su edad, y con la mala salud que aparentaba, despertar a un nuevo día era una sorpresa.
   Esta mañana me he sentido muy alegre pues el viejo ha sido el primero en traer flores a mi tumba.
(Antología del cuento corto colombiano)


Esquemas de lo posible V
   Enrique Anderson Imbert

   —Yo —dijo un fantasma a otro, al encontrarse en el desván de una vieja casona— soy diferente a usted: yo no me morí nunca, yo empecé fingiendo que era un fantasma, y ya ve.
(El gato de Cheshire)


[Sin título]
   Georg Christoph Lichtenberg

   No sólo no creía en fantasmas, sino que ni siquiera les temía.
(1784 - Aforismos)


Hombre temeroso
   Tradición china

   Al agachar la cabeza, vio su sombra ante él e imaginó que un espíritu maligno estaba tendido a sus pies.
   Al levantar los ojos, su mirada tropezó con dos mechones de su pelo y creyó que un demonio se encontraba a sus espaldas.
   Retrocediendo y en carrera volvió a casa, cayó al suelo y entregó su alma.