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domingo, 30 de diciembre de 2018

226. La guirnalda de Afrodita II







Segunda entrega de epigramas amorosos tomados de la Antología palatina











La fontana

   Eros, cansado, vio un bosquecillo de plátanos. Quiso reposar en él. Algunas ninfas jugaban bajo los árboles. El dios les confió su antorcha y, sonriendo, se durmió.
   En el lugar, surgía una sombría fuente. “¡Pronto!, pensaron las ninfas, aprovechemos del momento. Apaguemos la antorcha y, con ella, se extinguirá la llama que quema a los tristes mortales”.
   Pero la onda en que sumergieron la antorcha hirvió, y ahora las ninfas, que Eros venció, muestran a los que pasan una fontana caliente.


Ávido amante

   —¿Por qué gimes?
   —Amo.
   —¿A quién?
   —A una joven.
   —Sin duda, es hermosa...
   —Mis ojos la hallan bella.
   —¿Dónde la encontraste?
   —En una cena, en casa de un amigo. Estaba tendida en el mismo lecho que yo.
   —¿Esperas tener buen éxito?
   —Sí, sí, querido amigo. Pero es preciso que nuestro amor no se haga público. Procuro una vinculación furtiva.
   —¿No quieres un casamiento legítimo?
   —Tengo la certidumbre de que es mucho menos rica que yo.
   —¿Cierto? Pues no estás enamorado, mentiroso. ¿Cómo podría el amor enloquecer a un espíritu que calcula tan estrictamente?


Alcipe

   Amaba yo mucho a la joven Alcipe y un día la decidí a que me recibiera en su cama secretamente. Nuestros dos corazones palpitaban, llenos del temor de que alguien entrase y descubriese el misterio de nuestros deseos.
   La madre no fue sorda a los grititos de la niña, pero comprendió...


Ereuto

   Deseaba yo saber si Ereuto me amaba. ¡Tiene los ojos tan hermosos! La sometí a una prueba.
   —Voy a partir hacia tierras extrañas —le dije—. Te quedarás aquí. Pórtate bien y guarda el recuerdo de nuestro amor.
   Se echó a llorar, a desgarrarse el rostro, a arrancarse los cabellos y a suplicarme que no partiera. Entonces, fingí ceder, pero con pena; y, con la mirada llena de fastidio, consentí por fin en no alejarme.


Sabiduría

   Pasó el tiempo en que de una sonrisa de la espuma nacía la divina Afrodita; pasó el tiempo en que a los hombres les placía pelear no bien Elena aparecía sobre los muros de Troya. Afrodita no descenderá nunca más del Olimpo y hace ya tiempo que Elena vaga entre las sombras bienaventuradas.
   Los mortales de hoy día no tienen ya con qué seducir a Zeus y el amo de los dioses juzga inútil convertirse para ella en cisne o en toro. ¿Sabemos, por lo demás, si la belleza fue perfecta en Leda, Europa o Alcmena? Las bienamadas de Zeus no fueron, quizá, sino mujeres agradables, apenas más graciosas que nuestras compañeras. Observa las transeúntes, amigo, y en cuanto veas belleza en una mujer, así sea una partícula, ama y agradece a los dioses.


Menecratis

   La graciosa Menecratis estaba acostada, dominada por el sueño de la noche, y su brazo rodeaba su cabeza. Lleno de audacia, subí a su cama, y ya había ganado a medias en el juego de Kipris cuando la niña se despertó y con sus blancas manos me arrancó los cabellos. Pero en vano fue que forcejeara; no por ello dejé inconclusa la obra de Eros.
   Con los ojos llenos de lágrimas me dijo entonces: “Perverso, cumpliste tu deseo. ¡Cuántas veces, sin embargo, rechacé el oro que me tendían tus manos! Y ahora me dejarás y correrás a besar el seno de otra, pues sois los servidores de una diosa insaciable”.


Zozimé

   Zozimé fue esclava antiguamente, pero sólo de cuerpo. Ahora hasta su cuerpo es libre.