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domingo, 23 de septiembre de 2018

219. Umberto Eco III


Lamentamos comunicarle que su libro…
   (Informes de lectura para el editor)


Caricatura tomada de Toscanamedia

Alighieri, Dante
   Divina Comedia 

   El trabajo de Alighieri, aun siendo de un típico autor de domingo, que en la vida corporativa está colegiado en el colegio de farmacéuticos, demuestra sin duda cierto talento técnico y un notable «aliento» narrativo. El trabajo —en romance florentino— está compuesto por unos cien cantos de tercetos encadenados, y en no pocos pasos se deja leer con interés. Especialmente placenteras me parecen las descripciones de astronomía y ciertos juicios teológicos concisos y significativos. Más fácil de leer y popular es la tercera parte del libro, que toca argumentos más cercanos al gusto de la mayoría, y atañe a intereses cotidianos de un posible lector, como la Salvación, la Visión Beatífica, las oraciones a la Virgen. Oscura y veleidosa la primera parte, con incrustaciones de bajo erotismo, truculencias y verdaderas vulgaridades. Esta es una de las no pocas contraindicaciones, porque me pregunto cómo podrá superar el lector este primer «canto», que por lo que respecta a la invención, no dice más de lo que ya han dicho una serie de manuales sobre el más allá, de tratadillos morales sobre el pecado, o la Leyenda Áurea de fray Jacobo de Vorágine.
   Pero la mayor contraindicación es la elección, dictada por confusas veleidades vanguardistas, del dialecto toscano. Que el latín corriente haya que innovarlo es, a estas alturas, una exigencia general y no sólo de las camarillas de la vanguardia literaria, pero todo tiene un límite, si no en las leyes del lenguaje, al menos en la capacidad de aceptación del público. Hemos visto lo que pasó con la operación de los denominados «poetas sicilianos», que su editor tenía que distribuir en bicicleta por las diferentes librerías y que luego acabaron en los remainders.
   Por otra parte, si se empieza a publicar un poema en toscano habrá que publicar luego uno en ferrarés y otro en friulano, y así en adelante si se quiere controlar todo el mercado. Son empresas para plaquettes de vanguardia, pero no nos podemos lanzar con un libro monstre como éste.  Personalmente no tengo nada contra la rima, pero la métrica cuantitativa sigue siendo aún la más popular entre los lectores de poesía, y me pregunto cómo puede tragarse un lector normal esta secuela de tercetos y deleitarse, sobre todo si ha nacido, pongamos, en Milán o en Venecia. Por lo tanto, es aún más prudente pensar en una buena colección popular que vuelva a proponer a precios módicos la Mosella de Décimo Magno Ausonio y el Canto de las Escoltas Modenesas. Dejemos a las revistillas de vanguardia las ediciones numeradas de la Carta Capuana o de las Glosas Emilianenses: «Sao Ko Kelle terre…». Menuda cosa, eso del empaste lingüístico de los supermodernistas.


Tasso, Torcuato
   La Jerusalén Libertada

   Como poema caballeresco «a lo moderno» no está mal, está escrito con gracia y los acontecimientos son bastante inéditos; ya era hora de dejar de lado los remakes del ciclo bretón o carolingio. Pero ahora hablemos claramente: la historia habla de cruzados y de la toma de Jerusalén, por lo que el argumento es de carácter religioso. No podemos pretender venderles el libro a los progres, si acaso se tratara de conseguirle buenas reseñas en La Familia Cristiana o en Pronto. Llegados a este punto, me pregunto qué acogida tendrán ciertas escenas eróticas un tanto lascivas de más. Mi opinión es que «sí», con tal de que el autor revise el texto y haga de él un poema que puedan leer incluso las monjas. Ya le he hablado del tema y no me parece del todo contrario a la idea de una oportuna reescritura.


Joyce, James
   Finnegans Wak

   Por favor, decidle a la redacción que preste más atención cuando manda los libros de lectura. Yo soy el lector de inglés y me habéis mandado un libro escrito en no sé qué diablos de lengua. Devuelvo el volumen en paquete aparte.


Diderot, Denis
   Los Dijes Indiscretos y La Religiosa 

   Confieso que ni siquiera he abierto los dos manuscritos, pero creo que un crítico también debe saber a tiro hecho qué leer y qué no leer. Al tal Diderot, lo conozco, es uno que hace enciclopedias (una vez corrigió galeradas en nuestra editorial) y ahora se trae entre manos un peñazo de obra de no sé cuántos volúmenes que probablemente no saldrá jamás. Va por ahí buscando dibujantes que sean capaces de copiar el interior de un reloj o los pelillos de una tapicería gobelina y hará que su editor se vaya al traste. Es un pánfilo de la hostia y desde luego no creo que sea el hombre adecuado para escribir algo divertido en narrativa, sobre todo para una colección como la nuestra donde hemos elegido siempre cositas delicadas, un poco provocativas, como Restif de la Bretonne. Como se dice en mi pueblo: «zapatero a tus zapatos».


Manzoni, Alessandro
   Los novios 

   En estos tiempos, la novela río es lo que más se lleva, si nos fiamos de las tiradas. Pero hay novelas y novelas. Si hubiéramos cogido El castillo de Trezzo de Bazzoni o Margarita Pusterla de Cantù, a estas horas hubiéramos sabido qué incluir en los libros de bolsillo. Son libros que se leen y se leerán, incluso dentro de doscientos años, porque tocan de cerca el corazón del lector, están escritos en un lenguaje llano y cautivador, no ocultan sus orígenes regionales y hablan de argumentos contemporáneos, o que los contemporáneos sienten como tales, como son las luchas entre ciudades o las discordias feudales. En cambio, Manzoni, en primer lugar, ambienta su novela en el siglo XVII, siglo que notoriamente no vende. En segundo lugar, intenta una operación lingüística discutibilísima, elaborando una especie de milanés-florentino que no es ni chicha ni limonada, que, desde luego, no aconsejaría a los jóvenes como modelo para composiciones escolares y que nos va a crear infinitos problemas de traducción. Pero estos serían pecados menores. Lo peor es que nuestro autor bosqueja una historia aparentemente popular, a un nivel estilística y narrativamente «bajo», de dos novios pobres que no consiguen casarse por las lunas de no sé qué señorito local; al final se casan y todos contentos. Más bien poco para las seiscientas páginas que el lector debería tragarse. Además, con aires de estar haciendo un discurso moralista y pegajoso sobre la Providencia, Manzoni nos suelta, en cuanto puede, carretadas de pesimismo (jansenista, seamos honestos) y, en resumidas cuentas, propone melancólicas reflexiones sobre la debilidad humana y sobre los vicios nacionales a un público que, en cambio, está ávido de historias heroicas, de ardores libertarios, quizás de entusiasmos moderados, pero, desde luego, no de sofismas sobre el «pueblo de esclavos», que se los dejamos al señor Lamartine. El vicio intelectual de problematizar en cuanto se presenta la ocasión, desde luego no favorece la venta de libros y es, más bien, una patraña propia de afrancesados y no una virtud latina. Véase cómo, en El Filósofo Rancio, de hace algunos años, se liquidaba en dos paginillas ejemplares las chulerías de ese Hegel que hoy en Alemania está tan de moda. Nuestro público quiere otras cosas. Desde luego no quiere una narración que se interrumpa a cada instante para permitirle al autor hacer filosofía barata, o peor, para hacer un veleidoso collage matérico, montando dos pregones barrocos entre un diálogo medio en latín y unas tiradas pseudopopulares que recuerdan más al Buscón, que en paz descanse, que a los héroes positivos de los que está hambriento el público. Recién concluida la lectura de ese librito ágil y sabroso que es Niccolò de’ Lapi, he leído este de Los novios con no poco trabajo. Basta abrir la primera página y ver lo que tarda el autor en entrar en lo vivo de las cosas, con una descripción paisajista, una sintaxis enrevesada y laberíntica, de modo que no se consigue entender de qué habla; habría sido mucho más fácil decir, qué sé yo, «Una mañana, por las partes de Lecco…». Pero, en fin, ya se sabe, no todos tienen el don de contar, y menos aún el de escribir con propiedad. 
   Por otra parte, no es que el libro carezca de cualidades. Pero, que se sepa, costará que la primera edición se agote.


Cómo evitar enfermedades contagiosas

   El SIDA

   Hace muchos años, un actor de televisión, que no ocultaba su propia homosexualidad, le preguntó a un joven bastante guapo al que abiertamente intentaba seducir: «¿Y tú vas con mujeres? ¿No sabes que producen cáncer?». El chiste se cita todavía en los platós de televisión, pero ahora ya no es momento para bromear. Leo que el profesor Matré ha revelado que el contacto heterosexual provoca cáncer. Ya era hora. Aún diré más, el contacto heterosexual provoca la muerte tout court, hasta los niños saben que sirve para la procreación y cuanta más gente nace, más gente muere. 
   Con escaso sentido democrático, la psicosis del SIDA amenazaba con limitar sólo las actividades de los homosexuales. Ahora limitaremos también las actividades heterosexuales y de nuevo todos seremos iguales. Vivíamos demasiado despreocupados y la vuelta a los apestados sirve para darnos una conciencia más severa de nuestros derechos-deberes. 
  

Ciudadanos simples y obreros 

   Con alto índice de riesgo encontramos a los beneficiarios del seguro con dientes cariados, porque es peligroso el contacto con el dentista que nos pone en la boca las manos que han tocado otras bocas. Nadar en el mar contaminado por petroleros aumenta el riesgo de contagio, porque el mineral oleoso transporta partículas de saliva de otra gente que se lo ha tragado y escupido previamente. Los que consumen más de ochenta Gauloises al día tocan con los dedos, que han tocado otras cosas, la parte superior del cigarrillo, y los gérmenes entran en las vías respiratorias. Evitar el paro, porque uno se pasa el día comiéndose las uñas. Llevar cuidado de no ser secuestrados por pastores sardos o por terroristas: los secuestradores usan normalmente el mismo capuchón para más de un secuestrado. No viajar en tren en el trecho Florencia-Bolonia, ya que la explosión debida a actos terroristas difunde con extrema rapidez detritos orgánicos, y en esos momentos de confusión es difícil protegerse. Evitar encontrarse en zonas atacadas por cabezas nucleares: ante la visión del hongo atómico tiende uno a llevarse las manos a la boca (¡sin habérselas lavado!), murmurando «¡Dios mío!».
   Están, además, en situación de alto riesgo los moribundos que besan el crucifijo; los condenados a muerte (allá donde la cuchilla de la guillotina no haya sido oportunamente desinfectada antes de usarla); los niños de orfanatos y hospicios, a los que la monja mala obliga a lamer el suelo, después de haberlos atado al camastro por un pie.