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domingo, 3 de diciembre de 2017

198. La metamorfosis II


Ilustración de Luis Scafati


Calle de los herrores
   Carlos Alberto Villegas Uribe

   “No es perfecto, pero está hecho”, se maravillaba el rabino Judah Low ben Bezalel contemplando su horrorosa creación en la brumosa mañana de Praga donde aún no abría los ojos Gregorio Samsa.


Samsa VII
   Antonio Jesús Cruz

   Gregor Samsa se ha vuelto insomne, pues cuando duerme sueña, indefectiblemente, que Kafka, pide a Max Brod, que lo arroje a la hoguera.


Tercera historia
   Harold Kremer

   ¿Sobre qué? ¿La prensa? Sigan, sigan. Ya sé a qué vienen. ¿Van a tomar fotos? Espere, espere, quiero arreglarme un poco el cabello… ¡Ya, estoy lista! Sí, yo trabajé en esa casa de locos. No dormía allá porque Bernardo no me dejaba. ¿Quién? ¿Bernardo? Es mi marido… ¡Mi segundo marido! Mire su foto en la pared, el tercero a la derecha… Sí, a mí me tocó lidiar con esa bestia. Nadie quería hacerse a ese trabajo, ni siquiera la hermana, que decía quererlo tanto. Quizás tenía miedo. Bueno, todos tenían miedo de entrar a ese cuarto. A mí me tocaba limpiarlo y llevarle la comida podrida que tanto le gustaba. ¿Cómo? No, lo que limpiaba era el cuarto. Bueno, yo lo vi pocas veces, porque vivía metido debajo de la cama. Cierta vez intentó atacarme, pero con una silla y la escoba lo esperé, decidida a destriparlo. ¡Ja! Apenas me vio, el pedazo de bicho corrió nuevamente debajo de la cama, y allí mismo fui y le eché su buena cantidad de polvo para que aprendiera. Y no lo volví a ver, hasta el día en que lo encontré reventado… Claro que a mí me daba sentimiento: tan joven que era. Y buen mozo, además. Yo no sé por qué no tenía novia. Raro, ¿no? De cualquier forma, yo les serví lo mejor que pude, ayudándolos en semejante desgracia, consolando a la Señora Samsa que, cuando me veía salir del cuarto, me disparaba mil preguntas sobre él. Yo era la única que podía hacer ese trabajo. ¡Ingratos! El mismo día que reventó, me echaron a la calle. Malagradecidos… ¿Otra foto? Bueno. ¡Ojalá salga en primera página!
(Historias contadas por terceros sobre la vida de Gregorio Samsa)



Gregorio
   David Lagmanovich

   Me fastidia esa cháchara sobre una presunta transformación, que los franceses —clasicistas y pedantes— han dado en llamar metamorfosis.  Siempre he sido fiel a mi ser y no lo cambiaría por una apariencia humana. Si los parientes y los compañeros de oficina quieren considerarme un hombre, allá ellos; pero al final se impondrá la realidad. Llegará el día en que a nadie sorprenda que un insecto tenga nombre humano.


Visita obligada
   Guillermo Bustamante Zamudio

   Viajé a Praga, en pos del Franz Kafka Museum, en el distrito de Malá Strana. ¿Habría en el sujeto de aspecto infantil y debilidad física una clave de la magia literaria que había marcado el rumbo de mi vida?
   Pregunté, en un penoso inglés, y un guarda movió su índice hacia el Castillo de Praga, situado en el límite del distrito, y muy solicitado por los turistas. En un estrecho callejón, contra los muros que servían de fortificación, se construyó, en el siglo XVI, una serie de pequeñas casas para los guardias. En una de ellas vivió Kafka entre 1916 y 1917, cuando decidió romper la dependencia familiar. No era el Museum, evidentemente: la grandeza del escritor desentonaba con aquella miniatura. Pero me causó curiosidad. La casita exhibía libros de su autoría en varios idiomas; facsímiles de manuscritos; cenizas —de seguro simbólicas— de su hermana Ottilie inmolada por los nazis en Auschwitz; un pupitre traído presumiblemente de la Deutsche Knabenschule, un par de fotocopias de cartas a Felice... Un remedo, para vender típicos y cachivaches, pensé. Seguí a la pequeña habitación: una cama, un armario de un cuerpo, una mesa de trabajo color pardo oscuro... quizá sí habían pertenecido al autor durante esa breve estancia en la Alchymistengasse, callejón ocupado por los orfebres en el siglo XVII.
   Divisé lo poco que quedaba por ver: una cocina muy pequeña y un desván, y me dispuse a salir. Proyecté preguntar más bien por la calle Cihelná, en la que está el Museum, cuando un pitido llamó mi atención. No podía precisar dónde se originaba. Miré tras el armario, separé de la pared un cuadro de una señora tocada con un gorro de pieles, me asomé bajo el camastro. El asustadizo insecto que emitía el ruido era verdaderamente enorme, aunque no me pareció repugnante.
(Que sienta quien lee)


Gregorio Samsa, según un anunciante en la sección de Avisos de un periódico
   José de la Colina

   Hombre de 28 años, mediocre, con mediano sueldo de viajante de comercio, con aspecto y hábitos de escarabajo, busca escarabaja joven, bonita y hacendosa. Escribir a Gregorio Samsa, calle Kafka número 19, apartamento 301, Praga.
(De libertades fantasmas o de la literatura como juego)



Con el perdón de Kafka V
   Juan Manuel Roca

   Y si no sonara —murmura el padre realista— el reloj despertador. Porque sin él, nada de amanecer. Y sin amanecer, nada de insectos que se llamen Gregorio Samsa o Franz Kafka para que vengan, pestíferos, a desordenar las mañanas de Dios aptas para el trabajo y la familia.
   Al despertar nace el sueño, la pesadilla.
(Antología. 58 escritores colombianos)