Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

domingo, 29 de marzo de 2015

128. Ellas escriben minicuentos III



Rebajas
   Isabel Mellado

   Fui a comprarme un abrazo en las rebajas, pero no tenían mi talla. Sólo había uno rosado y tupido que me quedaba ancho. La vendedora trató de persuadirme para que lo comprara, argumentando que era calentito y muy práctico, porque me permitía llevar mucho sentimiento puesto. Además, por la compra de uno, me regalaban un apretón de manos u otras partes del cuerpo. Sonaba tentador, pero debía pensarlo. Entretanto, fui a otro mostrador a oler las sensaciones de la temporada otoño-invierno, que este año son de tendencia claramente bucólica derrotista, con un dejo de minimalismo bélico. Ojalá me alcance el dinero para alguna mala intención, un par de sospechas y al menos una corazonada.
(El perro que comía silencio. Páginas de espuma)


La mujer de manzana
   Maribel García Morales

   A su imagen y semejanza la creó, y le dio señorío sobre los peces del mar, las aves del cielo, las bestias y sobre todo animal rastrero. Era la mañana del día sexto.
   Y la recién creada se ocupó en darle nombre a todo lo creado. A sí misma se llamó Marilyn, mote que le pareció sonoro. Y dijo el espíritu creador: no es bueno que ella esté sola, hagámosle una ayuda idónea y le pidió una de sus costillas.
   —¡Una costilla!, por dios, después me va a quedar una cicatriz horrible —contestó ella, y le sugirió que hiciera al hombre de barro.
   Con el tiempo, Marilyn se hizo amiga de la serpiente, y organizaron una visita para probar una nueva receta de pastel de manzana.
   —Y tu marido, ¿en qué trabaja? —preguntó el ofidio, a sangre fría.
   Y Marilyn, al no poder responder, se dio cuenta de que debía poner las cosas en orden, bautizar a su pareja (lo llamó John F.), vestirlo, sacarlo del huerto de su madre (la Creadora) y obligarlo a trabajar, a ganarse la vida con el sudor de su frente, como todos los mortales.
(Los matices de Eva. Bogotá: Común Presencia, 2004).


La naturaleza del amor
   Cristina Peri Rossi
   

Un hombre ama a una mujer, porque la cree superior. En realidad, el amor de ese hombre se funda en la conciencia de la superioridad de la mujer, ya que no podría a amar a un ser inferior, ni a uno igual. Pero ella también lo ama, y si bien este sentimiento lo satisface y colma algunas de sus aspiraciones, por otro lado le crea una gran incertidumbre. En efecto: si ella es realmente superior a él, no puede amarlo, porque él es inferior. Por lo tanto: o miente cuando afirma que lo ama, o bien no es superior a él, por lo cual su propio amor hacia ella no se justifica más que por un error de juicio.
   Esta duda lo vuelve suspicaz y lo atormenta. Desconfía de sus observaciones primeras (acerca de la belleza, la rectitud moral y la inteligencia de la mujer) y a veces acusa a su imaginación de haber inventado una criatura inexistente. Sin embargo, no se ha equivocado: es hermosa, sabia y tolerante, superior a él. No puede, por tanto, amarlo: su amor es una mentira. Ahora bien, si se trata, en realidad, de una mentirosa, de una fingidora, no puede ser superior a él, hombre sincero por excelencia. Demostrada, así, su inferioridad, no corresponde que la ame y, sin embargo, está enamorado de ella.
   Desolado, el hombre decide separarse de la mujer durante un tiempo indefinido: debe aclarar sus sentimientos. La mujer acepta con aparente naturalidad su decisión, lo cual vuelve a sumirlo en la duda: o bien se trata de un ser superior que ha comprendido en silencio su incertidumbre, entonces su amor está justificado y debe correr junto a ella y hacerse perdonar, o no lo amaba, por lo cual acepta con indiferencia su separación, y él no debe volver.
   En el pueblo al que se ha retirado, el hombre pasa las noches jugando al ajedrez consigo mismo, o con la muñeca tamaño natural que se ha comprado.
(Cuentos reunidos. Lumen)


Oto de Aquisgrán
   Julia Otxoa García

   Cuentan que el emperador Oto de Aquisgrán era tan sumamente perfeccionista que, acometiéndole una vez un agudo ataque de melancolía profundísima, y decidiendo en medio de tristes delirios acabar con su vida, tuvo tan extremado cuidado en dejar acabados y atados los asuntos de la corte que pasó años despachando con sus consejeros, firmando tratados, recibiendo mil audiencias, hasta que al fin, todo en orden, el pobre emperador Oto, ya muy anciano y enfermo, desde el lecho de muerte, no recordaba realmente el extraño motivo que le había tenido toda su vida sumido en aquel delirante y frenético ritmo de trabajo, no conocido jamás en ninguna corte imperial.
(Galería de hiperbreves. Tusquets)


Derechos animales
   Ana María Shua
   
En la segunda parte del siglo XX, la creciente defensa de los derechos de los animales afectó gravemente al circo tradicional. En 1982 el pequeño circo Fallon, de los Estados Unidos, fue acusado de hambrear y martirizar a sus animales, a los que se exhibía en jaulas tan sucias como estrechas y se azotaba sin piedad en cada función, para diversión y escándalo de los espectadores. El fiscal levantó la acusación cuando se comprobó que los damnificados eran en todos los casos actores disfrazados.
(Fenómenos de circo)


Los pájaros
   Sandra Patricia Palacios

   “Los pájaros”, así les llamaba mi abuelo a los mismos hombres que quemaron la casa, decía José Antonio Burgos.
   Recuerdo los gritos de las mujeres: “¡corran,corran!”, chillaba Matilda. “¡Corran, corran!”, aullaba Gertrudis. Y recuerdo al abuelo, sentado en su silla de inválido, gritando: “corran, corran”. 
   Y entre tanto fuego y tanto grito, en un abrir y cerrar de ojos todos estábamos en el monte, acuscambados y aterrados viendo como nuestra casita se pulverizaba, nuestra huerta ardía en llamas y los perros aullaban con un lamento que era igual a nuestro dolor. De tal forma fuimos dejando atrás nuestras vidas, y al abuelo, que de tanto correr lo olvidamos.
   Sólo me queda su recuerdo, gritando: “¡llegaron los pájaros! ¡Corran, corran!”.
(Del taller de escritura creativa de la Universidad Santiago de Cali).


La burla de los dioses
   Lya Sierra

   Desde que abandonó su natal Ámsterdam, el misionero Van Der Merck, se propuso viajar a la selva del Amazonas para cristianizar a los belicosos indios Ges. Sabía que con su fe y una altísima dosis de paciencia, lograría su cometido.
   Finalmente consiguió su cometido. Ahora es el Chamán que convoca y preside las ceremonias a los dioses.