Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

sábado, 18 de febrero de 2012

46. Fantasmas III



Regreso del dolor
   Gonzalo Arango


   Aunque no la conozco ni la había visto nunca en mi vida, pienso que estará turbada por otras razones ajenas a la muerte del tipo, muerte que sólo a mí me concierne.
   La gente se dispersa asqueada por los despojos triturados del muerto, y ese sol que pronto lo pudrirá. La mujer y yo quedamos junto al cadáver abandonado.
   —Haga algo por él, usted que puede —dice con una voz trémula.
   Esa voz me conmueve por la cantidad de amor y de dolor, como de nostalgias y de esperanza rotas.
   —Soy el único que puede hacer algo por él —digo. Y agrego—: yo traté de ayudarlo, pero fracasé.
   La mujer se aleja. En sus pasos descubro el cansancio y el peso de una desesperación superior a sus fuerzas, pero no puedo ayudarla.
   Sin más esperanzas recojo mi cadáver y me marcho con él.




Verdad desnuda
   Octavio Javier Bejarano


   Si sale a su balcón a medianoche, y ve que la luz del apartamento de enfrente está encendida y que unos cuerpos se agitan, usted pensará que sus vecinos hacen el amor. Pero si luego de cerrar y abrir los ojos descubre que al frente no hay edificio alguno, ni luz alguna, ni cuerpos algunos, usted tendrá que admitir lo terrible de sus 60 años en absoluta soledad. Entonces caerá en la cuenta de que el fantasma es usted.




El alma que venía todas las noches
   Harold Kremer


   Dicen que son almas en pena porque aquella noche el hombre salió de la habitación con una linterna prendida, gritando a todo pulmón, quién anda por ahí, y buscó por toda la casa llevándose las cosas por delante y hasta dándole de patadas a las puertas para irrespetar de una vez el sueño de los inquilinos que se levantaron a decirle que los dejara dormir, por qué te levantás a joder a las una de la mañana, pero él insistía que por allí andaba, lo estoy oyendo, y José que le decía, debe ser un sueño que soñaste o es un sueño de otro que se te metió por los ojos, y él volteaba los muebles y se metía a los cuartos a esculcar entre los armarios, no me jodan que lo estoy oyendo desde hace mucho tiempo, y lo tuvieron que coger, amarrarlo a la cama y amordazarlo para que dejara de gritar, pero aún así gimió toda la noche y tuvo a la gente despierta, turnándose para cuidarlo y verlo llenarse de esa babasa que le salía por los poros, como un poseído del demonio, y cuando llegaron ellos dicen que ya tenía los ojos como de loco, sí, girando en las órbitas, pero se lo llevaron con todo y su babasa, aunque les dejó la pátina de su miseria al no llevarse con él el alma que venía todas las noches a buscarlo y que ahora viene a joderlos, a despertarlos para sentarse a llorar junto a sus camas y preguntarles por él, que dónde está, que se lo vuelvan a traer. 




Pesadilla
   Umberto Senegal


   El niño despertó, gritando horrorizado: “¡mamá, mamá, soñé que estabas viva!”.
   La madre, como todas las noches cuando escuchaba llorar a su espantadizo hijo, acudió a consolarlo, flotando imperceptible y ligera por el amplio cuarto adornado todo con espejos quebrados.




Fantasmas
   Guillermo Bustamante Zamudio 


   Los fantasmas pertenecen a épocas de ignorancia. No es que no existan, sino que cuando la modernidad no habitaba la expectativa, el temor asistía a los sentidos y pocas palabras acudían a la boca de quienes presenciaban lo impensado.
   Nuestra época, en cambio, convive con ellos sin mayor problema: los arrinconó con explicaciones, con cálculos y cifras, hasta que se dejaron embotellar. Sus cuerpos hinchan globos que desafían la gravedad, alimentan el fuego de las estufas. Si prestamos atención, pueden oírse los ecos de sus voces ahogadas en los suaves chasquidos de los avisos publicitarios a los que dan color con su luz propia.




Casa con fantasma
   Humberto Jarrín B.


   Esta casa es muy singular, y al contrario de mi inicial propósito —movido quizá por alguna antiquísima razón vengativa de la cual ya no me acuerdo—, he terminado por quererla.
   Hay que ver las horas sin control —cercanas a la eternidad— que paso en el Cuarto de los Relojes. Como ellos, igual debió latir mi corazón en plena madurez. Hay que ver lo bien que me siento en el Cuarto de la Flores. Así de lozana y perfumada debió abrirse mi juventud.
   Pero claro, cuando llego al Cuarto de los Retratos, a pesar de lo divertido que resulta siempre mirar las circunspectas generaciones que han pasado, ya comienzo a inquietarme, y como por naturaleza le temo a los fantasmas, por acto reflejo cierro los ojos cuando por alguna razón tengo que pasar por el Cuarto de los Espejos.




Descontinuado
   Leidy Bibiana Bernal


   Después de comprar la cabeza, los brazos, las piernas, el tronco y los órganos, al fantasma le fue imposible comprar la vida.