La literatura argentina perdió el 26 de octubre de 2010 a uno de sus más altos representantes. El Dr. David Lagmanovich, miembro al momento de su muerte de la Academia Argentina de Ciencias y profesor emérito de la Universidad de Tucumán, fue autor de alrededor de cuarenta libros, entre ensayo y ficción, y de cientos de artículos críticos sobre literatura. Tucumano por adopción, trabajó en esa provincia también como periodista y músico. Su intolerancia con la dictadura, hizo que tuviera que exiliarse acusado de sostener ideas contrarias al proceso militar. Enseñó en las más prestigiosas universidades de USA y en la Universidad de Colonia, Alemania. Volvió con la democracia en 1983 y se desempeñó en la Universidad de la Plata, en la UBA y, como director, en el Instituto de Literatura Hispanoamericana. Hablaba con mesura pero sus opiniones eran más que contundentes. Sabía ser amigo de sus amigos, disfrutaba de la conversación inteligente y poseía una generosidad intelectual poco común. La revista e-Kuóreo le rinde homenaje a este gran cultor del minicuento latinoamericano.
Ágrafo
En mi ciudad nadie ignora que no sé escribir. Ahora me han premiado como el mejor escritor inédito de la comarca. Pero si acepto el premio debo enviar una carta de agradecimiento, y no encuentro a nadie dispuesto a escribirla por mí.
Marcos
En aquel cuarto de hotel había un antiguo arcón, dentro del cual se encontró el manuscrito de un libro de relatos. En el primer cuento se hablaba de una colección formada por un relato de cada integrante de un club de narradores. El primero de ellos se refería a un antiguo arcón que se podía encontrar en un cuarto de hotel.
La flor
La niña se inclinó sobre la flor, apenas visible sobre el rojo profundo de la tierra. La acarició con infinita ternura y la besó con levedad de brisa. Después volvió a montar en el camello y siguió su camino. Ahora sabía que el oasis estaba cerca.
Reencuentro
No eras tú la que yo quería volver a encontrar, sino tu recuerdo.
La palabra oculta
Esa palabra tiene la malicia de la mujer que esquiva el abrazo porque sabe que implica entregar algo de su intimidad. Tiene el resentimiento del nativo que se siente menospreciado por el amo blanco. Tiene la atracción de lo misterioso y desata el fastidio de la búsqueda. Cuando la palabra que estaba oculta aparece por fin con aire ingenuo, todavía alberga un deseo: que nos hayamos desilusionado de ella y pensemos en otros abrazos, en otros sentimientos, en la necesidad de una nueva búsqueda.
Alivio
Ahora que la respiración no es un problema compruebo que tampoco tengo que ocuparme de los caprichos de mi cuerpo, del equilibrio de sus partes constitutivas, de las dolorosas epopeyas de dentistas y médicos traumatólogos, de la preocupación por el pelo y las uñas. Ya me parecía que estar muerto tendría algunas ventajas.
Jericó
El sitio se había prolongado demasiado tiempo y Josué estaba decidido a darle fin ese mediodía. Empleó un buen rato para revisar sus formaciones y, sobre todo, determinar la posición ideal de sus hombres. Para hacer tiempo, los trompetistas lustraban sus instrumentos como si de ello dependiese el efecto buscado. Cuando el sol estaba en el punto más alto del firmamento, a una orden del general, las trompetas comenzaron a sonar. Josué no podía dar crédito a sus oídos: desafinaban. ¿Defecto de los instrumentos, o de los hombres que los empuñaban? Los muros no caían; en la ciudad sitiada escuchaban el imprevisto concierto y bromeaban. El calor del mediodía era insoportable. Amoscado, el general hebreo se retiró a meditar a su tienda de campaña. No volvió a salir, pero envió instrucciones con su ayudante de campo. Los soldados, divididos en dos grupos, sacaron los cañones que tenían escondidos y apuntaron a las murallas sur y norte de la ciudad condenada. Minutos más tarde los muros habían caído y los soldados, victoriosos, entraban a saco en la ciudad. Las trompetas siguieron usándose, pero sólo para celebrar la victoria.