Viento
Gustav Meyrink
En una plaza solitaria, sin notar el viento puesto que me hallaba a cubierto tras una casa, vi ciertos trozos de papel que corrían girando como locos, persiguiéndose unos a otros como si se hubiesen jurado la muerte. Un momento más tarde parecían haberse calmado, pero de pronto les sobrevino un brusco enfado y con una rabia sin sentido se movieron a toda velocidad de un lado para otro, se apretujaron y de nuevo se separaron como posesos para desaparecer finalmente tras una esquina.
Un grueso periódico fue el único que no pudo seguirlos; se quedó tirado en el asfalto y se abría y cerraba lleno de odio, como si le faltara el aliento y procurara respirar.
Me sobrevino una oscura sospecha: ¿qué pasaría si, al fin de cuentas, las cosas con vida fueran algo semejante a estos trozos de papel? ¿No es posible que haya un “viento” incomprensible e invisible que nos lleve de un lado para otro y determine nuestras acciones, mientras en nuestra ingenuidad creemos gozar del libre albedrío?
(El golem, 1915)
Elección
Stanislaw Jerzy Lec
El boomerang eligió la libertad y no volvió.
Mosca de bronce
Gervais, canciller de Otón III
Un obispo de Nápoles hizo construir una mosca de bronce que colocó en una de las puertas de la ciudad. Esta mosca mecánica, adiestrada como un perro de ganado, impidió que cualquier otra mosca entrase en Nápoles; tanto que, durante ocho años, gracias a la actividad de esta ingeniosa máquina, las carnes depositadas en las carnicerías no se corrompieron.
(Otía imperatoris)
¡Oh, pobre piedra!
Luis Vidales
Sembrada en el limo vigoroso, ¡quién sabe cuántas primaveras han resbalado por tu vientre, y sin embargo tú —como las vírgenes— te mostraste dura, y rehusaste soltar el fruto! ¿Acaso no has pensado en lo exótica que sería tu flor, tu pequeña flor gris? Pero no. Es preciso que no hayas oído nada de lo que dije. Tú eres de la casta de las estériles. ¡Oh, piedra! ¡Oh, pobre piedra! Sobre ti caerá un día la maldición de los hombres.
(Suenan timbres)
Amenazas
William Ospina
—Te devoraré —dijo la pantera.
—Peor para ti —dijo la espada.
(Participante en el «Primer concurso nacional de minicuentos», Revista Ekuóreo, 1981)
Chino filósofo
Carlos José Castillo
El chinito miró la caja y curioso la desarmó. Apareció otra y también la desarmó, y luego otra, y otra y muchas cajas más.
Cuando desarmó la última caja sintió que se quedaba sin piso, sin cielo, y cayó en un irremediable vacío.
(Los inmortales, 2003)
La tertulia
Mauricio Naranjo
Cuentan que después de la medianoche, mientras todos duermen, las estatuas y los bustos de los próceres se reúnen en ‘La playa’ con ‘El palo’ a fumar, beber y narrar siniestras historias de transeúntes que como pálidas sombras perturban sus silencios de piedra y bronce.
(Signo cero)